Entregar el Premio Nobel de la Paz 2025 a María Corina
Machado marca un hito significativo en la historia política reciente de
Venezuela y en los procesos de democratización de América Latina. Este
reconocimiento internacional destaca, no solamente la lucha de Machado contra
el autoritarismo, sino sobre todo su estilo particular de liderazgo,
fundamentado en principios éticos, compromiso social y capacidad de
conciliación con actores diversos. En un contexto donde la oposición venezolana
ha enfrentado la fragmentación y constantes amenazas, el Nobel otorgado a
Machado representa un símbolo de esperanza y un mensaje claro sobre la
importancia de la perseverancia y la integridad en la promoción de procesos
democráticos pacíficos.
Desde la profundización de la crisis política en
Venezuela, la oposición jugó un papel complejo y diverso. Figuras como Juan
Guaidó, Henrique Capriles y Leopoldo López fueron protagonistas en distintos
momentos, cada uno con diferentes estrategias y enfoques. Sin embargo, estos
liderazgos han sido criticados por la imposibilidad de superar la fragmentación
interna y por la aparición de focos de protagonismo personal. En contraste, María
Corina Machado se ha destacado por mantener una postura firme en la defensa de
las elecciones democráticas libres, sin aspirar a una candidatura presidencial
propia, enfatizando siempre la necesidad de un liderazgo ético y colectivo para
restaurar el sistema democrático.
Cuando conocí personalmente a Machado, en el World
Fellows Forum 2009 de la Universidad de Yale, me alegró mucho ver cómo trataba
de compartir sus dudas, escuchar otras experiencias y aprender a como dé lugar,
en lugar de transmitir un narcisismo que es muy extendido en lugares como Yale,
donde el liderazgo de las “grandes estrategias” apenas se distingue del
egocentrismo de aquellos que están llamados por el destino a gobernar o ejercer
el poder.
Machado era diferente. Lo que vi fueron sus expresiones
de amistad, sencillez, una más del pueblo, pero con una oportunidad para
educarse mejor y, sobre todo, con la firme convicción de regresar a la boca del
lobo, en busca de un sino evidente: le rompieron la nariz en plena sesión del
Congreso venezolano en el año 2013, luego nuevamente en octubre de 2018, superó
cientos de amenazas de muerte y su campaña fue la movilización consciente y la
organización de ciudadanos que lo único que buscaban era elecciones
democráticas y un mínimo de seguridad para trabajar y sobrevivir. Nunca tomó la
decisión de huir hacia un exilio dorado en Estados Unidos o Europa.
El Comité Nobel reconoció en Machado un liderazgo que
combina la valentía política con una capacidad inusual para la conciliación. En
un ambiente marcado por la polarización extrema y la represión sistemática de
la dictadura de Hugo Chávez, primero, y Nicolás Madura, después, Machado
encarnó el diálogo y la construcción de consensos, tanto en el ámbito nacional
como en sus relaciones internacionales. Su liderazgo ético se manifiesta en la
coherencia entre sus discursos y acciones, su rechazo al autoritarismo sin
recurrir a la violencia y su compromiso con la protección de los derechos
humanos, la justicia social y la participación ciudadana.
En este punto, la comparación con Alexéi Navalny resulta
inevitable. El opositor ruso, asesinado en prisión por su lucha contra el
régimen de Vladimir Putin, representa la misma dimensión moral que ahora se
reconoce en Machado: la decisión de no rendirse ante la tiranía, aun sabiendo
que el precio puede ser la propia vida. Navalny y Machado compartieron la
convicción de que la democracia no es solo una estructura institucional, sino
una cultura cívica que se defiende con dignidad, sin recurrir a la violencia y
apelando a la conciencia del pueblo. Ambos entendieron que la resistencia
pacífica no es pasividad, sino el más alto grado de coraje político.
La diferencia, sin embargo, radica en los contextos y en
los desenlaces. Navalny fue víctima del totalitarismo ruso, un mártir de la democratización.
Machado, sobreviviente y símbolo de perseverancia, encarna la posibilidad de
que la resistencia democrática aún pueda vencer desde adentro en Venezuela. El
Premio Nobel para Machado, se convierte también en un homenaje implícito a
Navalny y a todos los que, en diversas geografías, arriesgan su vida por la
libertad y el equilibrio político.
Un elemento clave para la concesión del Premio Nobel es
la perseverancia demostrada por Machado durante años de adversidad política. A
pesar de las amenazas, persecuciones y el exilio forzado, mantuvo una agenda
clara: promover elecciones libres y justas como el único camino viable para la
solución de la crisis venezolana. Su apuesta por la democracia no se limitó a
la denuncia, sino que incluyó iniciativas de educación cívica, movilización
ciudadana y alianzas estratégicas con organismos internacionales.
El premio no legitima únicamente el trabajo de Machado,
sino que refuerza el valor del liderazgo ético en escenarios de crisis
políticas. Representa un llamado a otros líderes opositores y movimientos
sociales para que prioricen la comunidad, la reconciliación y la construcción
de un proyecto nacional inclusivo. El mensaje es claro: la transformación
democrática se basa en el respeto mutuo, la tolerancia y la capacidad de unir,
más que en fracturas o egos personales.
El Nobel de la Paz 2025, otorgado a María Corina Machado,
es un reconocimiento a una forma de liderazgo tanto innovadora como necesaria en
América Latina. Pero también es un recordatorio de que la lucha por la
democracia, sea en Caracas o en Moscú, forma parte de una misma aspiración
universal: construir una cultura de paz basada en el coraje moral, el
equilibrio político y la esperanza. Machado, como Navalny, demuestra que la
verdadera autoridad no proviene del poder, sino de la integridad personal,
ética y, por qué no decirlo, espiritual.
Yale World Fellows, Class of 2008.
Comentarios
Publicar un comentario