LA CONSTITUYENTE EN BOLIVIA DIEZ AÑOS DESPUÉS (2007-2017): SE CAMBIÓ DE ÉLITE POLÍTICA, PERO NO DE ESTADO
Entre el 6 de agosto de 2006 y el 6 de agosto de 2007
se realizó la Asamblea Constituyente en Bolivia. La expectativa fue muy grande
y el proceso político desembocó en un nuevo texto constitucional que fue
sometido a un referéndum, aprobándose la nueva Constitución en febrero de 2009.
Este documento debió ser fruto de la Asamblea Constituyente que desarrolló su
trabajo en medio de recurrentes conflictos. Transcurridos diez años después del
histórico evento se pueden evaluar sus resultados como un proceso débil lleno
de insuficiencias.
En un comienzo, las deliberaciones tenían la misión de
transformar el Estado en su conjunto. Sin embargo, esto no fue así porque la
experiencia constituyente boliviana mostró que el esfuerzo por redactar una
Constitución en medio de intensos conflictos de clase, étnicos, territoriales y
partidarios, dio lugar a negociaciones políticas entre élites con el fin de
mantener la estabilidad política y la gobernabilidad. Las posibilidades de
alcanzar una democracia directa junto con una refundación estatal fueron
imposibles.
El mejor aporte de la Constituyente es el capítulo de
derechos. Esto si comparamos la evolución del sistema democrático como un
modelo de Estado, un modelo de sociedad y un sistema de vida que en 36 años de
democracia en Bolivia (1982-2018) trató de generar una estructura institucional
más allá del autoritarismo. Los derechos son lo más importante que debe regir
en cualquier sociedad democrática. Por ejemplo, si no se hubiera enriquecido el
capítulo de derechos en la Constitución, en Bolivia no podría existir la Ley de
Género donde se reconoce con plena legitimidad el hecho de que las personas
puedan optar por su identidad sexual. Esta es una contribución de avanzada.
Otro ejemplo es el derecho a acceder a los servicios básicos como el derecho al
agua, aunque su implementación sea otra cosa y la ciudad de La Paz, sede de
gobierno, haya soportado una grave crisis de desabastecimiento entre octubre y
diciembre de 2016. De cualquier manera, el capítulo de derechos es muy
positivo.
El resto de los capítulos se quedó como un catálogo
increíble de buenas intenciones. Es un conjunto de cláusulas y ambiciones para
transformar el Estado republicano y convertirlo en el llamado Estado
Plurinacional. Conjunto que se quedó achatado e imposibilitado de
implementarse. Específicamente, lo que se refiere a una profunda
reestructuración estatal en materia de funciones, competencias y organización,
no logró efectivizarse con la nueva Constitución porque su contenido no
coincide con la existencia de un Estado fuerte.
El Estado Plurinacional se caracteriza simplemente por
ser un cambio de nombre. Bolivia es un Estado débil que no puede luchar contra
el narcotráfico, ni contra el contrabando, o contra el crimen organizado pues
está asediado constantemente por la corrupción. Es un Estado indefenso en
materia de políticas frente al cambio climático e inerme cuando se trata del
diseño de políticas serias para erradicar la pobreza o mejorar la estructura
del sistema de salud. En doce años de gobierno de Evo Morales (2006-2018) y
tras manejar más de 200 mil millones de dólares, la pobreza pudo haberse
erradicado pero hoy tenemos resultados bastante insatisfactorios. China en
veinte años (1980-2000) sacó de la pobreza a 200 millones de personas bajo una
economía de libre mercado. Hay sobrada experiencia e información que habrían
permitido lograr que más del 90 por ciento de la población boliviana viva
tranquilamente por encima de la línea de la pobreza.
La reestructuración estatal de la Constitución no pudo
aplicarse. De hecho, la crisis de la justicia es tan profunda que se requiere una
transformación desde las instituciones académicas, los medios de comunicación y
desde diversas organizaciones de protección de los derechos humanos. En el año
2016 se realizó una cumbre nacional de justicia. Sin embargo, las exigencias,
cláusulas y los puntos neurálgicos para una reforma del Poder Judicial ya
estaban establecidos en la Constitución nueva. O el gobierno se olvidó, o creyó
que la Constitución era insuficiente y se insistió en una reforma judicial que
tampoco coincidía con la institucionalidad que estuvo prevista en los debates
de la Asamblea Constituyente.
Otro aspecto está ligado al fenómeno del poder
indígena. El indianismo y su posibilidad de transformar la democracia
representativa en una democracia intercultural, o en un Estado indígena que
está reconocido en la Constitución, hoy no tiene lugar en la realidad
boliviana. El Estado boliviano del siglo XXI, en el periodo 2008-2018, es un
Estado desinstitucionalizado, acosado por tremendos problemas de ineficiencia y
corrupción. La crisis en el abastecimiento elemental del agua en la sede de
gobierno del año 2016 mostró a un Estado incompetente para proveer los
servicios básicos. Por lo tanto, no es un Estado ni indígena ni republicano. A
diez años después de la Constituyente, a doce años del ejercicio del poder bajo
un solo partido y un solo presidente, Evo Morales, queda claro que el Estado
sigue siendo neoliberal, patrimonialista y clientelar.
Utilizando cifras oficiales del propio Gobierno, se
comprueba que la economía del Estado boliviano es una economía de mercado plena.
Tiene un sistema financiero muy fuerte, un volumen de inversión pública que se
canalizó a través del Estado y fortaleció el mercado interno. En estos términos
no se hizo sino reconocer la fuerza del mercado como eje del desarrollo. La
Constituyente no logró nada en contra del Estado neoliberal que, supuestamente,
quería desbaratar.
Lo que sí existe es un espíritu declarativo de corte
comunitario e indianista, pero de eso no se implementó nada. En Bolivia, el
Estado reconoce al mercado y al desarrollo capitalista como uno de los motores
fundamentales, debido a la fuerza de los hechos en la realidad. Sin embargo,
democrática e institucionalmente, el Estado boliviano sigue siendo frágil
porque está afectado con la falta de transparencia y la penetración de grupos
corporativos en el gobierno. Este no es un fenómeno nuevo, sino que ya había
penetrado también al anterior Estado neoliberal republicano (1982-2005). En la
lógica actual aún predomina la prebenda y se rompe la institucionalidad estatal
que debe prevalecer por encima de todo. Es más importante la defensa de los
intereses públicos y la sociedad como conglomerado democrático, con el fin de
combatir los intereses personalistas, corporativos o restringidos de las
conductas patrimonialistas.
En el presente Estado Plurinacional, los actuales
gobernantes son la expresión de una clase política nueva, altamente eficiente
en la forma de administrar la correlación de fuerzas para permanecer
controlando el gobierno sin contrapesos ni transparencia; es decir, controlar
el nudo de la praxis política que es mantenerse en el poder. Nadie hace
política sólo por beneficencia o simbolismo, la hace porque quiere conservar el
poder. Así se generó una nueva clase política que responde a ciertos intereses
de los movimientos sociales, que es contraria retóricamente a la economía de
mercado y fuertemente crítica hacia los partidos neoliberales tradicionales. La
nueva élite política fue muy eficiente en la manipulación del poder con el fin de
perpetuarse en el gobierno, abandonando la Constitución para beneficio de
inventario.
Vale la pena destacar que el gobierno y sus operadores
tuvieron alta eficacia al lograr que se apruebe la Constitución en el
referéndum del año 2009, un texto que en los hechos no fue escrito en la
Asamblea. Las actuales élites gubernamentales también fueron eficaces para
concertar varias cláusulas constitucionales con las élites de la derecha
autonomista el año 2008, restando capacidad política a la instauración de un
Estado de orientación más indígena. La derecha buscaba consolidar una
estructura estatal descentralizada que viabilice las autonomías departamentales
y lo consiguió.
La Constitución, entonces, representa un ordenamiento
que mezcla la ideología indianista, expectativas socialistas y el credo de la
democracia liberal al mismo tiempo. Es por esto que todo el texto es
brillantemente declarativo y alejado de la realidad política. Cambiamos de élite
política pero no de Estado.
Quizás las raíces del fracaso en la construcción de un
nuevo Estado se plantaron durante la Asamblea Constituyente que naufragó
tempranamente. Fueron cinco las razones del fracaso. Primero, una falta de
convencimiento ideológico y democrático de los 255 asambleístas quienes nunca
creyeron que en sus manos estaba la transformación del país. Llegaron a la
capital Sucre, cargados de incertidumbre, temerosos, con criterios políticos
tradicionales y sin ideas innovadoras. Nunca estuvieron convencidos de los grandes
cambios que pudieron haber aportado. Casi nadie valoró aquella oportunidad
histórica.
El segundo factor del descalabro fue una polarización
prematura entre la oposición de la autonomía territorial que representaba la
derecha y los constituyentes del Movimiento Al Socialismo (MAS). Unos
expresaron posturas intolerantes que bloquearon las posibilidades de
entendimiento democrático, mientras que otros constituyentes sólo esperaban las
órdenes de la Presidencia y la Vicepresidencia.
La tercera causa fue no haber dejado trabajar con
calma a las 21 comisiones. Hubo demasiada gente tratando de “ayudar” pero en
vez de eso perturbó el ambiente de trabajo serio y sistemático. La abundancia
de Organizaciones No Gubernamentales, organismos internacionales, visitantes
externos y curiosos, trastornó y confundió a la Constituyente. El papel de
varias ONG que querían lograr dinero a costa de la Asamblea o acomodar dinero
para, supuestamente, “socorrer”, fue terrible y enormemente perjudicial. Todos
querían mover un avispero. No dejaron que los diputados constituyentes piensen
con calma, negocien y dialoguen independientemente. Hubo demasiada intromisión
de todo el mundo sin apoyar un trabajo más responsable con el país.
El cuarto factor fue la incapacidad técnica de las
comisiones, tanto de la oposición como del oficialismo. La fragmentación entre
asambleístas de izquierda, derecha y centro, hizo imposible que puedan procesar
la enorme cantidad de información que se recopiló en los talleres de consulta.
Por último, el quinto factor de fracaso fue una estrategia de la derecha
autonomista: venderle a los habitantes de la ciudad de Sucre la idea de la
“capitalidad plena”. Con esto desestabilizaron la Constituyente. Los sucrenses
se compraron la causa, encendieron Sucre con violencia y quisieron prenderle
fuego al país. Al final, lo único que consiguieron fue destruir la Asamblea
Constituyente porque, diez años después, no lograron nada sólido en torno a la
falaz demanda de recuperar la capitalidad plena.
En el plano de las soluciones alternativas, el
Congreso debió haber otorgado a la Asamblea, de antemano, un marco
institucionalizado de trabajo, por ejemplo, un reglamento de debates y la
identificación de un conjunto de comisiones más limitado junto con tareas concretas
y viables. La Constituyente tardó tres meses en organizarse y estableció nada
menos que 21 comisiones de trabajo. Algo exagerado y sin ningún criterio
técnico útil, estratégico o gerencial. Todo pareció hacerse sin criterio técnico
ni metódico.
Faltó también una directiva eficiente. La directiva de
la Constituyente no estuvo a la altura del desafío histórico. Le faltó un líder
con capacidad profesional, con más habilidad propositiva y una visión política
de largo plazo para mirar una Bolivia pacíficamente transformada. En general,
los diputados constituyentes pasaron desapercibidos y frustrados sin haber
podido escribir la Constitución. Hoy día no se los recuerda, ni son
protagonistas en los grandes retos que enfrenta el país como la despolitización
del Poder Judicial o el control y castigo de la corrupción. La gran mayoría
desapareció del mapa político sin pena ni gloria.
Todo hubiera funcionado mucho mejor si se hubiese
otorgado a los asambleístas una mayor autonomía para la toma de decisiones. Era
necesaria una concertación política para que el MAS, Evo Morales y la derecha
autonomista no interfieran desde afuera en la discusión y redacción del texto
constitucional. Sin embargo, también hubo excepciones muy dignas. Diputados
constituyentes que se esmeraron por aportar y estudiar. Entre ellos fue
destacable el trabajo de Loyola Guzmán, constituyente del MAS en aquel
entonces. Su trabajo ideológico, imparcial y humano fue muy digno. Demostró una
conducta serena y nada conflictiva que prefería negociar en armonía con criterios
tolerantes. Desafortunadamente en el MAS no le dieron un espacio de liderazgo.
En síntesis, debió respetarse la autonomía de los
constituyentes, pero las influencias políticas que venían por fuera de la
Asamblea, terminaron por incomodar la concentración, desbaratar acuerdos, impulsar
la intolerancia, el dogmatismo secante y el intento por cortar las alas de toda
propuesta para refundar un Estado que tampoco estuvo a la altura de una
transformación histórica.
La Constitución
boliviana es un testimonio de cómo en la democracia de masas contemporánea, y
en medio de una crisis de gobernabilidad, es imposible escribir un pacto
político fundacional por medio de instituciones de democracia directa. La
efectividad de todo esfuerzo constitucional, pasa por tener un Estado que sea
fuerte de antemano y por tener una cultura política de plena tolerancia
democrática. Sin estos requisitos elementales, todo es un conjunto retórico que
oculta los viejos patrones estatales, reproduciéndose un absolutismo
destructivo.
Un análisis actualizado, se encuentra en una entrevista que me hicieron desde el diario chileno La Tercera. Agradezco a la periodista Fernanda Rojas.
Publicado el 6 de octubre de 2020
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