Foto: Crotesía Página Siete.
Dentro de la historia política de América Latina, la implementación
del Decreto Supremo de ajuste estructural 21060 en Bolivia, significó una
profunda reconfiguración estatal y económica, desbaratándose por completo todo
un modelo de Estado que había nacido en 1952. Así llegó la era de la economía
de mercado que, simultáneamente, destruyó las capacidades organizacionales y
políticas del movimiento obrero. La discusión histórico-política en Bolivia nos
exige reflexionar, por lo tanto, sobre el destino histórico que atravesó la
Central Obrera Boliviana (COB), como aquel instrumento político sindical que en
algún momento fue capaz de modelar por cerca de cuarenta años la trayectoria de
la clase obrera. Hoy día es una organización que reproduce el personalismo,
presenta demandas únicamente salariales y se alía con el poder oficial, a cambio de
puestos gubernamentales, archivando para siempre su pasado revolucionario. En
la COB todo es banalidad para alcanzar logros insignificantes de corto plazo.
En el recorrido histórico, es importante recordar el rechazo que hizo
el ampliado de la COB al informe de la comisión en 1996, cuando se investigaban
denuncias de corrupción sindical. La investigación fue promovida por el ex Secretario
Ejecutivo, Edgar Ramírez. Las denuncias de corrupción, no solamente causaron
estupor y malestar en el movimiento sindical, sino que dieron a conocer cuan banales
eran (y son) las prácticas políticas de aquella institución que todavía se enorgullecía
ser el alma ética y revolucionaria de la sociedad civil.
Todos los esfuerzos de la comisión investigadora, integrada por
históricos dirigentes, no sólo lanzaron disparos al aire, sino que se vieron
atrapados en una tormenta donde ya nada tenían que hacer las posiciones
ideológicas. Por el contrario, los viejos y recalcitrantes discursos quedaron sepultados
para siempre, pues el ampliado del 20 de noviembre del 97 desnudó íntegramente
la lógica de intereses puros con los que siempre convivió la COB: pugnas entre
facciones, privilegios velados y prerrogativas políticas de altos burócratas
sindicales para conseguir beneficios personales.
Lo demás: marchas y protestas para, supuestamente, defender los
intereses del pueblo o edificar una ambigua democracia popular, demostraron
ser, no otra cosa que simples estrategias de simulación. A la pregunta sobre si
es posible que la COB sea capaz de volver a fortalecer su capacidad política,
reorganizarse y emprender un proceso de acción para reconquistar el
privilegiado sitial de poder que demostraba hasta hace 18 años, debe
responderse que, definitivamente, la COB tendrá que contentarse con ser un
museo político, cargado de medallas honoríficas por sus luchas políticas
durante las décadas del 50 al 70. Por lo demás, queda muy poco de rescatable.
Digámoslo de una vez: la COB no será nunca más aquella vieja fuerza
político-sindical que nació victoriosa al calor de la revolución de 1952
imponiendo y ejerciendo el poder obrero, como no lo hizo ninguna otra fuerza
laboral o movimiento social en América Latina, entre 1952 y 1956. La historia
nacional está sellada profundamente por las jornadas de intenso debate
ideológico sobre la viabilidad del socialismo en Bolivia y por la patria
potestad de la centralidad minera; sin embargo, este caudal histórico ya no
puede ofrecer ninguna opción de futuro para el movimiento obrero, pues
actualmente se ha llegado a un punto donde sólo interesa aprovechar
oportunidades personalistas en función de un pragmatismo constantemente
temeroso de verse descubierto.
Con el rechazo que se hizo al informe sobre corrupción sindical, no
obstante que muchos casos fueron comprobados fehacientemente, está claro que
los dirigentes y el accionar institucional de la COB han perdido hasta el valor
para reconocer sus propios errores. La COB está enormemente dividida, agotada
en sus proposiciones políticas y, lo que es peor, perdió su propia capacidad
para regenerarse desde adentro, congelándose en un pasado como si se tratara de
encontrar soluciones con sólo mirar los álbumes de fotografías colores sepia, o
abandonarse en el silencio como el mejor lugar para no afrontar la verdad. Las
declaraciones de una buena parte de los dirigentes después del ampliado,
mostraban una curiosa mezcla de desconcierto y resquemores para asumir las
consecuencias de lo ocurrido.
Cuatro
puntadas
La crisis política, ideológica y organizacional de la COB podría verse
a través de cuatro puntadas. La primera se relaciona con el impacto que han
tenido los ajustes estructurales en Bolivia, sobre todo por la fuerza
arrasadora de la economía de mercado y sus efectos en la destrucción del viejo
Estado Benefactor nacionalista que provenía del 52. El cierre de los centros
mineros, la quiebra económica de la COMIBOL y las pugnas de intereses
faccionalistas al interior de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de
Bolivia (FSTMB) no supieron hacer frente, ni propositiva ni críticamente, al
empuje neoconservador de las políticas económicas desde la puesta en marcha del
Decreto Supremo 21060.
Los ajustes estructurales en materia económica reordenaron la
estructura de clases en el país, provocando que el proletariado aglutinado en
la COB deje de ser la garantía ideológica del movimiento sindical y se empiece
a dividir en un mosaico de fragmentos, interpelados más por las exigencias de
sobrevivencia en la vida cotidiana, antes que por la acción política de una
clase obrera en busca de transformaciones revolucionarias.
La segunda puntada marca los problemas organizacionales del aparato
sindical, pues es palmaria la incapacidad para responder a los cambios en la estructura productiva del
país como resultado de los procesos de capitalización y privatización; en
consecuencia, es inviable la renovación de la COB porque ha demostrado no poder
acomodarse a las nuevas circunstancias: seguridad laboral en función de la
competitividad del mercado y ductilidad para negociar demandas y estrategias
sin considerar al Estado como el único o el interlocutor preponderante para
ganar beneficios corporativos.
Los errores de la COB son estratégicos y de orientaciones ideológicas
que expresan una inadaptación casi total para comprender y actuar de acuerdo
con nuevas situaciones; René Antonio Mayorga, politólogo, afirmaba que “la
historia no se repite; sin embargo, los dirigentes sindicales siempre actuaron
como si se pudiera repetir la batalla del 52, los actores se movieron como si
los escenarios fueran los mismos; entonces, la crisis de la COB clausura toda
una época”.
La tercera puntada tiene que ver con los efectos que la democracia
tuvo en la COB. Uno de los errores, ya repetidos muchas veces, fue la cerrazón
ideológica del sindicalismo cobista ─sobre todo de la FSTMB─ para negar la democracia como régimen político.
Uno de los más importantes dirigentes de la COB, Filemón Escóbar, aseguraba
que la crisis cobista se identifica con las tesis políticas que organizaciones
como el Partido Comunista de Bolivia (PCB) o el Partido Obrero Revolucionario
(POR) impusieron como barniz en la organización sindical, el barniz ahora se
estaría cayendo a pedazos pero no los actores de la COB. Escóbar se equivocó,
pues las tesis políticas de la COB que se relacionan directamente con la
construcción del socialismo en Bolivia, la dictadura del proletariado y lo más
destacable de las proposiciones marxistas revolucionarias, definieron la
identidad política del ente sindical desde su fundación, más allá del PC u otro
partido que siempre tuvieron poco peso respecto al accionar del movimiento
obrero y sindical que se concentraba en la COB.
El discurso político y la ideología que en él se transmite cumplen una
poderosa función sociológica: provocar, orientar, explicar y justificar la
acción política. La ideología y las tesis políticas socialistas se
materializaron en los hechos y en la voluntad que los actores de la COB
expresaron a lo largo de su historia; no fueron simple barniz, sino la esencia
misma de su identidad como movimiento social. Otra cosa es que aquellas tesis y
aquella ideología no pudieran convertirse en hegemónicas, ejecutando una
auténtica revolución comunista en el país. Por lo demás, su discurso tremendista
no contribuyó en nada al debate democrático de los 80 y 90.
Lo preocupante frente a esta situación es cómo los dirigentes y el
movimiento obrero son incapaces de proyectar una sociedad democrática hacia el
futuro contando con la participación y el aporte de la COB; descartan sin más
la democracia, calificándola todavía de ilusión burguesa, sin ponerse a pensar
que atraparse en el pasado, recordando las jornadas doradas del co-gobierno al
estilo de 1953, atrapan la voluntad en una esquizofrenia que no puede vincular
el pasado con el presente y, mucho menos, aprender de las malas experiencias
para proyectarse al futuro. La COB sufre porque no puede imaginarse a sí misma
como una institución y un movimiento que se involucre con el futuro, sea éste de
la democracia, sociedad, cultura, etc.
La esquizofrenia política de la COB carece de una experiencia de
continuidad para cooperar con las exigencias de nuestra democracia
representativa. En unos casos, se abandona a vivir en un presente cuyo eje gira
en torno a la oposición por la oposición; en otros, los diversos momentos de su
pasado tienen escasa conexión con un futuro concebible en el horizonte.
Por lo tanto, dicho comportamiento esquizofrénico no sólo ha caído en
el encierro de no saber quién es en el actual desarrollo de la democracia, el
liberalismo económico, la multiculturalidad y el papel del sistema de partidos
como los principales dinamizadores en la toma de decisiones, sino que tampoco
hace nada, porque para ello tendría que tener proyectos o propuestas y eso
implica comprometerse con una cierta continuidad de la democracia, asumiendo
sus imperfecciones e insuficiencias pero, al mismo tiempo, reconociendo su
desarrollo y sus aportes.
Asimismo, conviene reconocer el carácter secundario y dependiente del
movimiento obrero en estos 15 años de democracia. La defensa económica y la
gestión de sus demandas desde 1985 no encontraron en general expresiones
autónomas como movimiento social, sino que fueron incorporadas más bien a
acciones y a iniciativas políticas surgidas en la estructura institucional de
la democracia o en el cómputo global del sistema político.
Esto apunta hacia la cuarta puntada: la COB no irá más allá de su
encierro en el pasado ideológico y clasista minero para hacer suyos otros
programas, asumir otras organizaciones como las feministas, étnicas,
ecologistas o generacionales; la COB tampoco está en condiciones de romperse
las vestiduras y promover una coalición de fines con otros grupos organizados
de la sociedad civil; es improcedente la posibilidad de que nazca una nueva
dinámica para la rearticulación de inéditos grupos y movimientos sociales en la
COB, pues no existen condiciones para alcanzar un nuevo compromiso con la
sociedad y con otros grupos que podrían articularse a la COB.
Los sucesos del 20 de noviembre de 1997 en el ampliado fueron el
principio del fin. Permitieron constatar que la COB no puede ventilar sus
recovecos facilitando encontrar personas nuevas e incluir otras perspectivas
políticas que, por poco que funcionen, por lo menos harían de la COB una
organización más interesante. Tampoco se pudo lograr una renovación moral que
permita ajustar cuentas dentro de su propia casa; el haber tratado de opacar
muchos casos de corrupción, confirmó una vez más lo que diversos investigadores
ya expresaron en relación a la descomposición del movimiento sindical: no
existe correspondencia entre las orientaciones e intenciones de los
trabajadores y los propósitos ocultos de las cúpulas sindicales y políticas.
Hoy día, la COB es un ente de reivindicación salarial y se contenta fácilmente
con acercarse al poder para conseguir beneficios de muy corto plazo: autos, oficinas,
pago de luz, franquicias gratuitas y fuentes de trabajo para algunos
dirigentes.
Dentro de la COB, los discursos presuntuosos que culpan al
neoliberalismo de todos los males, no son más que actitudes utilitaristas para
aprovecharse de las ventajas que ofrece el fuero sindical, pues detrás de la
arrogancia ideológica enaltecida por una gran parte de burócratas sindicales,
la COB disimula aquello que, tristemente, expresa el Eclesiastés: “vanidad de vanidades, todo es vanidad. Generación va
y generación viene; ¿qué es lo que fue?, lo mismo que será. ¿Qué es lo que ha
sido hecho?, lo mismo que se hará; y nada hay nuevo
debajo del sol”.
En el siglo XXI, la COB no quiere dejar para nada
su gran tajada al interior del directorio de la Caja Nacional de Salud. La COB se
preocupa sólo por controlar privilegios burocráticos y sabe muy poco, o nada,
sobre la modernización de la atención de salud, la optimización tecnológica en
el montaje de los hospitales con atención de calidad y es incapaz de impulsar
la investigación científica para responder a las crecientes demandas de la
población que reclama un sistema de seguro médico altamente eficiente. La COB
se congeló en sus sueños utópicos del comunismo, discurso político que se
convirtió en una interpelación vacía, con la única capacidad de conformar a su
séquito de dirigentes, carentes de cualquier tipo de formación profesional.
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