En el ensayo La Tarea
del Héroe, Fernando Savater plantea que el verdadero heroísmo no radica en
gestas grandilocuentes, ni tampoco en conquistas épicas, sino en la
perseverancia ética del individuo que enfrenta los desafíos cotidianos. El
héroe moderno —según Savater— es aquel que no claudica ante el conformismo y no
se deja arrastrar por el cinismo dominante. Su fuerza no es la de la fuerza
bruta, ni la violencia, es la integridad moral y el compromiso con la libertad.
Ese héroe de la vida diaria (en el fondo, cada uno de nosotros), sabe que el
mundo está lleno de tentaciones fáciles, de atajos engañosos y de modas que
buscan ahogar la autonomía del pensamiento, pero decide caminar, aunque sea
cuesta arriba, con honestidad.
La verdadera grandeza humana no se mide por victorias
ruidosas o por la adulación de las multitudes. Todo radica en la constancia
interior de quien se esfuerza por “vivir conforme a principios éticos”. El
héroe, en el fondo, es aquel que sale de su casa y resiste la tentación de
abandonar la libertad personal en manos de la comodidad o el servilismo. Este
tipo de conducta heroica no se grita, se ejerce en la intimidad de la
conciencia, en esa batalla que cada ser humano libra consigo mismo al decidir,
una y otra vez, ser honesto, aunque el mundo premie lo contrario: la traición,
el oportunismo dañino y la mentira convertida en autocomplacencia.
En esta misma línea, el escritor alemán, Herman Hesse, autor
del Lobo Estepario, explora la
tensión del individuo que se siente extranjero en un mundo vulgar y
deshumanizado. Harry Haller, el protagonista, encarna las rupturas de quien se
sabe dividido entre su dimensión espiritual y la vorágine trivial de una
sociedad materialista. Sin embargo, más allá de los abismos existenciales que
atraviesa, Hesse muestra que el desafío no está en renunciar a la vida, sino en
encontrar el coraje de vivirla con profundidad, incluso cuando ello implique
nadar contra la corriente. La metáfora del “lobo estepario” puede interpretarse
como la imagen del “héroe ético” que, en la soledad o incomprensión, se
mantiene fiel a los principios que trascienden la superficialidad de la
sociedad y es capaz de enfrentar a la gente maliciosa que nos rodea.
Herman Hesse ayuda también a explorar la tensión
existencial de quienes se sienten insatisfechos con la mediocridad de los
tiempos actuales, carentes de ética, de energías positivas y de oportunidades solidarias
porque todo es vulgaridad y superficialidad. La lección más profunda que Hesse
quiso transmitir, no está en la “tentación del suicidio”, sino en la certeza de
vivir éticamente, aun cuando nos encontremos solos, porque la firmeza ética ya es
una forma de victoria. Ser un “lobo” que avanza, a pesar de no tener una manada
ni aplausos, es la mejor fidelidad a la autenticidad del propio espíritu,
cuando muchas influencias empujan a la claudicación y la corrupción de la
personalidad.
Por otra parte, hoy día vivimos en una especie de mundo líquido, como bien lo advirtió el
sociólogo británico, Zygmunt Bauman; en este mundo se disuelven las certezas y
se relativizan los valores, convirtiendo a la ética en un esfuerzo que parece
obsoleto, frente a la inmediatez y la búsqueda rápida de utilidades. Pero,
precisamente, en este escenario, la tarea del héroe, tal como la entendía
Savater, cobra un sentido más vital: ser coherente con uno mismo, sostener la
palabra dada, ejercer la libertad, no como un privilegio egoísta, sino como
responsabilidad compartida. Frente a una sociedad salvaje, que premia las acciones
sin escrúpulos y castiga la honestidad con el ridículo, el héroe es aquel que
persiste en la decencia como un “acto de rebeldía” y, al mismo tiempo, de
solidaridad.
No se trata de un ideal imposible, ni tampoco de un gesto
reservado para personajes de novela. Cada día, en gestos pequeños y
silenciosos, se juega esta forma de heroísmo: el profesional que rechaza la
corrupción, aunque pierda billetes, el ciudadano que alza la voz ante la
injusticia, el padre o madre que enseña a sus hijos a no engañar o aprovecharse
de otros, el intelectual que defiende la verdad, aunque la mayoría prefiera el
autoengaño. Hesse mostró que la vida humana es una sinfonía inacabada, a pesar
de la soledad del lobo estepario, y Savater enseñó que la ética es la “brújula
del héroe”. En su conjunción surge una enseñanza clara: no hay mayor victoria
que seguir caminando con dignidad, en medio de un mundo que invita al abandono.
Aún más lúcidas resultan las enseñanzas de Siddharta, aquella novela donde Hesse
describe a un hombre que, tras recorrer los caminos del poder, el placer y la
riqueza, descubre que la verdadera sabiduría radica en la sencillez, en el
silencio interior y en la armonía con una vida humilde. Siddharta no necesitó
ser millonario, ni influyente para alcanzar la plenitud, porque entendió que la
posesión es una ilusión pasajera. En contraste, el mundo líquido de hoy sigue
prometiendo la salvación en el consumo y la acumulación, olvidando que, como
advierte el Evangelio: “¡Necio! Esta misma noche te van a reclamar la vida. ¿Y
quién se quedará con lo que has acumulado?” (Lucas, 12,20).
La ética de Siddharta, antes que ofrecer la irónica ambición
de los poderosos, brinda una orientación para nuestros tiempos: no atar la vida
a lo efímero, sino buscar lo esencial. El héroe que describe Savater, el lobo
estepario que persevera en la fidelidad a sí mismo y el sabio Siddharta que
abraza la serenidad, nos muestran un mismo camino: la autenticidad ética como una
forma suprema de libertad. No se trata de huir del mundo, sino de atravesarlo
con conciencia, de recordar que, aquello que vale no es cuánto poseemos, sino
la “integridad” con la que vivimos. En un tiempo bárbaro, donde todo parece
desechable, la tarea del héroe sigue siendo la misma: caminar hacia adelante
con principios, a pesar de la soledad, porque nada pesa tanto como la traición
a uno mismo. Esta es la alegría de cientos de héroes cotidianos.
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