La intervención militar de Estados Unidos en Panamá, en
diciembre de 1989, (operación “Just Cause”),
dejó lecciones claras: primero, la combinación de un pretexto jurídico-político
con objetivos estratégicos inmediatos y, segundo, los costos humanitarios y
diplomáticos de largo plazo. Hoy, ante la intensificación de las tensiones
entre Washington D.C. y Caracas —marcada por sanciones, operaciones encubiertas
frustradas y recientes acciones militares atribuidas a Estados Unidos—, es
pertinente preguntar si un patrón de invasión directa podría repetirse en
Venezuela y qué implicaría. Es fundamental comparar ambos escenarios para
evaluar la plausibilidad de una intervención externa, destinada a derrocar a
Nicolás Maduro.
Los discursos: democracia y narcotráfico
En Panamá, la Casa Blanca ofreció múltiples justificaciones
desde 1988, por ejemplo, proteger a los ciudadanos estadounidenses en la zona
del Canal de Panamá, combatir el narcotráfico, defender la democracia tras el
fraude electoral de Noriega y garantizar la integridad de los tratados sobre el
Canal. Los discursos se articularon como retórica política y legal, que muchos
organismos internacionales consideraron ilegítima.
En el caso venezolano, ahora en 2025, varios analistas internacionales
han usado también discursos sobre democracia y narcotráfico; además, se han
sumado acusaciones de terrorismo, violaciones a los derechos humanos y el
argumento —visto en algunos círculos— donde la situación política y humanitaria
estaría obligando a una acción más drástica, frente a la dictadura y el crimen
organizado desde el Estado por Maduro y su entorno. Asimismo, en el año 2020 se
intentó la incursión conocida como “Operación
Gedeón”, una tentativa paramilitar que tuvo el fin de capturar a altos
mandos venezolanos, pero falló. Este fracaso mostró que los actores no
estatales y contratistas militares pueden ambicionar respuestas extrajudiciales
con resultados desastrosos.
El paralelismo muestra que, tanto el caso de Panamá como
Venezuela, están atrapados en una recurrencia de pretextos mezclados:
seguridad, narcotráfico y democracia, que sirven para legitimar, ante
audiencias internas, el uso de la fuerza. La diferencia clave está en la
magnitud y la credibilidad del pretexto. Panamá ofrecía argumentos inmediatos
sobre la seguridad de las tropas y la integridad del Canal. En Venezuela, los
pretextos se entrelazan con una guerra discursiva más compleja: sanciones,
diplomacia regional, operaciones marítimas recientes, una situación donde todo
es más susceptible a cuestionamientos internacionales y geopolíticos.
El contexto regional y balance de poder
Panamá (1989) se insertó en el final de la Guerra Fría y
en un hemisferio donde la proyección del poder estadounidense tenía escasa
contención regional efectiva; la ex Unión Soviética estaba en retroceso y los
costos políticos internacionales fueron importantes, pero delimitados a favor
de Washington.
Venezuela es diferente, pues tiene actores geopolíticos
con influencia real (Rusia, China, Irán) que establecieron relaciones
económicas y militares con Caracas. Cualquier intervención a gran escala en
Venezuela, tendría un impacto directo en esos vínculos y podría provocar una
crisis diplomática mucho mayor que la de Panamá. Además, la geografía
venezolana (extensos litorales, complejidad logística, una fuerza armada
todavía significativa, aunque dividida) hace que la operación militar sea más
compleja. Estudios recientes sobre despliegues armados en el Caribe, subrayan
que la proyección militar en la región se ha intensificado, pero también la
capacidad de ejecutar una invasión masiva con aceptable costo político, no es
la misma que en 1989.
Los costos humanos, políticos y legales
La intervención en Panamá tuvo víctimas civiles y
militares, y fue ampliamente condenada por los organismos internacionales; sin
embargo, el resultado material, la captura de Noriega y el cambio de gobierno,
fue relativamente rápido. La invasión mostró que los resultados tácticos pueden
obtenerse, incluso pagando un alto costo en la reputación de los Estados
Unidos.
En Venezuela, una intervención tendría costos humanos
potencialmente enormes: ciudades densas, desplazamientos masivos, incertidumbre
estratégica, además de un vacío de poder, violencia prolongada y consecuencias
legales y diplomáticas muy graves. Además, el precedente de operaciones
irregulares (por ejemplo, la fallida Operación Gedeón), advierte que los ataques
que no cuenten con un plan político y regional claro, terminan agravando la
crisis y fortaleciendo a la dictadura de Maduro.
Los factores que aumentarían la probabilidad de intervención
El choque de intereses estratégicos domésticos en Estados
Unidos, donde Donald Trump cree que la estabilidad interna de su país requiere
también una postura dura para ganar prestigio en sus decisiones sobre política
internacional, ha estimulado medidas más agresivas. Los incidentes directos que
afectan vidas o instalaciones estadounidenses, como ataques a bases, personal
que se pone en peligro, tendrían un costo muy alto y contradictorio en la
opinión pública estadounidense. En Panamá, el asesinato de un marine y la
declaración de “estado de guerra”, ayudaron a construir el argumento de la
invasión y hubo cierto apoyo político que no perjudicó, de forma estructural, a
la administración de George Busch.
Una escalada militar indirecta o errores, por ejemplo,
operaciones marítimas que provoquen bajas civiles y se interpreten como guerra abierta
en Venezuela, complicaría la credibilidad y capacidad de Trump para manejar las
crisis en América latina. Los ataques marítimos estadounidenses contra
embarcaciones atribuidas al crimen organizado venezolano, han aumentado la
tensión internacional y no muestran una solución clara para el regreso de la
estabilidad en Venezuela.
Incluso si se derroca a Maduro, la fragmentación y la violencia en Venezuela, podrían prolongarse por décadas, un resultado estratégico muy distinto al “éxito rápido” que a menudo se imagina. La sensibilidad electoral en Estados Unidos con incursiones militares costosas y grandes bajas, también puede convertir la intervención en un esfuerzo políticamente inviable. Varios informes de inteligencia muestran que hay una intensa vigilancia y debate sobre el uso de la fuerza en la región, no sólo por motivos humanitarios, sino por los costos políticos de largo plazo.
¿Hay un riesgo real de invasión para derrocar a Maduro?
La respuesta no es sencilla. Existen aspectos que
aumentan la probabilidad de una acción militar, como una mayor presión
política, escaladas marítimas en el Caribe y antecedentes de intentos
paramilitares. Sin embargo, una invasión convencional y a gran escala, tendría
costos estratégicos y logísticos, muy superiores a los soportados en 1989 durante
la invasión de Panamá; además, la crisis internacional se agrandaría. El
escenario más probable, si la situación empeora, no sería, necesariamente, una
invasión clásica al estilo Just Cause,
sino una mezcla de los siguientes elementos: a) operaciones coercitivas
limitadas (ataques a instalaciones militares específicas o acciones navales “de
presión”); b) apoyo encubierto a sectores disidentes con inteligencia y
logística; y c) campañas diplomáticas y sanciones más intensas.
Esa mezcla podría “forzar” una salida política, sin
asumir la carga de una ocupación. No obstante, la falta de una estrategia
política regional creíble y las alianzas externas de Caracas, tienden a convertir
una campaña militar limitada en una guerra prolongada. Fuentes recientes de
análisis estratégico y reportes periodísticos sobre ataques a algunas embarcaciones
y acumulación logística en el Caribe, subrayan el riesgo de un mayor conflicto,
sin resultados positivos en materia de democratización y alejamiento de Maduro
del poder.
Lecciones de Panamá aplicables a Venezuela
Las justificaciones empaquetadas, por ejemplo, combinar
seguridad, narcotráfico y democracia, es una fórmula recurrente para crear
legitimidad pública; sin embargo, estos argumentos, muchas veces no son
suficientes. La captura de Manuel Antonio Noriega en Panamá resolvió un
objetivo puntual, pero no resolvió problemas estructurales. Un resultado
similar podría lograrse en Venezuela, donde en el siglo XXI no está garantizada
la estabilidad, ni tampoco la reconstrucción democrática de manera inmediata.
Los costos regionales están concentrados en la condena
internacional, que con seguridad va a ser muy alta y con efectos duraderos
sobre la posición hegemónica del intervencionismo estadounidense.
Conclusión: ¿se repetirá 1989?
No hay una receta automática que conduzca a una
intervención como la de Panamá. Hay paralelismos, como el uso de discursos políticos
mixtos, tentaciones por parte de actores externos de remover líderes
“indeseados”, pero las diferencias geopolíticas, el tamaño del país, las
alianzas internacionales y el riesgo, sobre todo, de una “guerra prolongada”,
hacen que una invasión al estilo Just
Cause, sea menos probable y mucho más costosa en la actualidad. La
combinación de operaciones navales, ataques limitados y apoyo a actores
internos, perfilan un escenario peligroso: una escalada por grados que, si
falla en controlarse, podría derivar en un conflicto eterno. Por lo tanto, la
prospectiva estratégica sobre si habrá una invasión inminente en Venezuela, no
es imposible, pero tampoco es el único horizonte más probable. Lo más plausible
es una escalada híbrida, por una parte, generar miedo y acoso en aguas
internacionales, y, por otro lado, un alto riesgo de guerra dentro de Venezuela
con consecuencias imprevisibles.


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