LA TRANSICIÓN CRUCIAL: DEL ESTADO RENTISTA AL ESTADO INTELIGENTE


 

A las puertas de la instalación de un nuevo gobierno, la pregunta más urgente y, simultáneamente, más eludida por los candidatos a la presidencia, es: ¿qué tipo de modelo de desarrollo sostenible es viable, no uno ideal ni utópico, sino posible para Bolivia, dadas sus limitaciones estructurales, su dependencia de recursos primarios y su debilidad institucional crónica?

La solución no está en una ruptura ciega, ni en una continuidad irresponsable con el modelo de Movimiento Al Socialismo (MAS). Bolivia no puede, simplemente, “salir” del modelo extractivista de un día para otro, porque sus finanzas públicas, exportaciones, niveles de empleo y su inserción internacional, aún dependen, en gran medida, de la minería, los hidrocarburos y la agroindustria. Pero tampoco puede seguir profundizando un camino agotado y de deterioro estructural al entrar en crisis la economía del gas, sin asumir un alto costo ecológico, social y político. El probable nuevo modelo de desarrollo traerá un shock, aun cuando se realicen los ajustes poco a poco.

Por lo tanto, el modelo sostenible que Bolivia necesita hoy, exige una estrategia de transición estructurada, con tres pilares fundamentales: en primer lugar, la “diversificación inteligente” y con valor agregado; no se trata de abandonar el extractivismo de forma abrupta, sino de transformarlo paulatinamente, incorporando ciencia, tecnología y procesos de valor agregado. Por ejemplo, en lugar de vender litio como materia prima, Bolivia debería apostar, junto con socios estratégicos, a tener reglas claras y control estatal, participando también en la cadena industrial como baterías, almacenamiento de energía y tecnología verde. Lo mismo para el gas porque mientras haya mercado, se debe optimizar su uso interno para generar electricidad limpia y utilizar fertilizantes o plásticos biodegradables.

Esta nueva forma de enfocar el desarrollo requiere planificación a largo plazo, no simples anuncios y, sobre todo, implica inversión en capacidades técnicas, infraestructura y talento humano. Sin educación técnica de calidad y sin ciencia aplicada, no hay posibilidad de salir del extractivismo. El único problema radica en la necesidad de contar con universidades altamente eficientes, con educación de calidad y verdadero compromiso con la recuperación económica. En este terreno, el nuevo gobierno deberá analizar con cuidado la implementación de una reforma universitaria, buscando la calidad de primer nivel.

En segundo lugar, es vital aplicar una reforma profunda del Estado y un control de la frontera ecológica. El Estado boliviano, tal como está diseñado, no tiene las capacidades para controlar los excesos del agro, de la minería cooperativista, ni los abusos provenientes del narco-extractivismo. Tampoco puede medir con precisión los incendios forestales, ni regular la deforestación, ni fiscalizar el uso del agua. Esto requiere una regulación estatal eficiente que erradique toda fuente de corrupción.

Una solución sostenible reclama la reconstrucción de un “Estado ambiental”: nuevas instituciones eficaces, mejores datos, vigilancia satelital, justicia ambiental real (no simbólica), y participación organizada de la ciudadanía. Un cambio de mentalidad es vital, pues el desarrollo ya no puede definirse solo por cuánto se produce, sino también por cuánto se conserva y regenera.

En tercer lugar, se necesita un pacto político y social para la transición. Ni los empresarios agroindustriales, ni los cooperativistas mineros, ni las comunidades indígenas, ni los jóvenes urbanos pueden ser excluidos de esta transición. El Estado inteligente es capaz de cohesionar la sociedad, construyendo un nuevo “pacto político”, que combine incentivos y restricciones, que compense las pérdidas lamentables generadas por la decadencia del gobierno de Luis Arce, estimulando prácticas sostenibles que penalicen, efectivamente, el ecocidio.

Ese pacto debe incluir reformas fiscales (para que el que contamina pague), incentivos verdes (créditos, mercados, certificaciones), y mecanismos de diálogo intersectorial. No basta con confrontar. Hay que concertar, no para rendirse, sino para reconstruir un horizonte común de sostenibilidad y prosperidad compartida. Por estas razones, no es recomendable decir que no es posible tranzar nada con los funcionarios y ex seguidores del MAS, pues a éstos se los requiere dentro de un nuevo proceso hegemónico y sujetos a estándares de calidad profesional y mérito.

El nuevo modelo y Estado inteligente, no pertenece, ni al liberalismo empresarial, ni al ecologismo radical. Es una “tercera vía” que requiere pragmatismo con ética, realismo con imaginación, economía con conciencia. Ni la retórica empresarial vacía, ni el dogma ambientalista que veta sin construir, pueden llevarnos allí. Bolivia necesita un liderazgo que combine visión y capacidad de ejecución del nuevo gobierno: un liderazgo que sepa decir la verdad —aunque duela— y construir soluciones —aunque sean difíciles—. Porque lo que está en juego no es una elección más, sino el futuro mismo del país. Un país que aún puede regenerarse, pero que está peligrosamente cerca de su límite.

El modelo de desarrollo sostenible para Bolivia, no es uno que niegue su realidad, sino uno que asuma su complejidad, transforme sus debilidades en oportunidades y apueste por un Estado activo, una economía diversificada y una sociedad que no se conforme con sobrevivir, sino que decida reestructurar, progresivamente, el Estado y la economía, con la finalidad de tener un bienestar para las futuras generaciones. La transición es el costo, el peso de la carga está ahora; sin embargo, el futuro de las nuevas generaciones podrá regenerar las raíces de otro tipo de país, menos rentista y más creativo para identificar soluciones de verdadero largo plazo.

Del libro, “The Blair Effect”, que analiza la experiencia del ex premier británico, Tony Blair, se puede extraer una lección clave para Bolivia: el desarrollo sostenible no surge de la negación radical del mercado, ni de la entrega ciega al mismo, sino de una combinación pragmática entre dinamismo económico, inversión pública estratégica y responsabilidad social. Blair sostuvo que el Estado debía modernizarse para acompañar al mercado, pero también regularlo, introduciendo incentivos a la innovación y a la sostenibilidad.

Para Bolivia resulta fundamental pensar un modelo donde el Estado no sea un mero extractor de rentas, ni un inquisidor verde, sino un facilitador de la transición hacia actividades productivas con valor agregado, limpias y con responsabilidad ambiental. Esta idea demanda un “pacto reformista” y podría inspirar en Bolivia la superación de la dialéctica estéril entre el extractivismo improvisado del MAS y el ambientalismo punitivo de sus críticos, para ingresar en un horizonte donde la política sea capaz de reconciliar prosperidad económica, sostenibilidad y ética ecológica.



Comentarios