En el libro marxista Historia
y conciencia de clase, el filósofo húngaro, Georg Lukács, planteó que la
transformación revolucionaria de la sociedad dependía de una “conciencia de la clase”
obrera, que no surgía de manera automática de las condiciones económicas, sino
que debía ser construida mediante la educación política, la organización y la
praxis colectiva. Para Lukács, esta conciencia no era meramente descriptiva,
sino que se trataba de una conciencia de totalidad
que permitía a una clase social reconocerse como sujeto histórico, superando la
fragmentación producida por la reificación (alienación) capitalista.
Si trasladamos este marco teórico a la experiencia boliviana
del Movimiento al Socialismo (MAS), el resultado es claro: nunca existió un
verdadero proyecto de conciencia de clase, ni obrera ni indígena. El MAS
desplegó un discurso simbólico indianista y popular, pero careció de la
construcción ideológica profunda que es necesaria para consolidar una hegemonía
cultural en el sentido gramsciano.
El filósofo italiano, Antonio Gramsci, sostuvo que la
hegemonía no se reduce a un control político o económico, sino que implica toda
una dirección intelectual y moral. Significa construir un “bloque histórico”,
capaz de articular distintos sectores sociales bajo un proyecto cultural
compartido. En Bolivia, el MAS nunca logró esa hegemonía. Su supuesto
indianismo, se agotó en la administración simbólica de lo étnico: rituales,
discursos y una retórica plurinacional, sin derivar en un horizonte cultural
emancipador.
El movimiento indígena, que en el siglo XXI parecía tener
la oportunidad histórica de constituirse en portador de una nueva hegemonía,
repitió, más bien, los patrones clientelares de la época de 1952: prebendas,
corporativismo y dependencia del Estado rentista. En lugar de forjar un
proyecto pedagógico-cultural que transformara la sociedad, quedó subordinado al
rentismo petrolero-gasífero y al caudillismo ignorante de Evo Morales que forjó
un populismo clientelar de enormes proporciones, pero huérfano de hegemonía.
Desde la perspectiva de los politólogos, Ernesto Laclau y
Chantal Mouffe, el populismo surge cuando una serie de demandas heterogéneas se
articulan en torno a un significante vacío capaz de cohesionar identidades
colectivas. En su momento, “Evo” funcionó como ese significante, pues encarnaba,
simultáneamente, lo indígena, plebeyo, antiimperialista y popular. Sin embargo,
dicha articulación fue siempre contingente y superficial.
A diferencia del populismo que describe Laclau, que puede
generar una nueva forma de hegemonía al construir un “pueblo” con nuevas formas
para el ejercicio del poder, en Bolivia el MAS nunca logró sostener ese
“pueblo” en términos culturales ni ideológicos. Lo que predominó fue una
estrategia de cooptación, donde sindicatos campesinos y organizaciones
indígenas recibían prebendas a cambio de lealtad. Esto produjo una relación
vertical y paternalista, incapaz de generar una verdadera conciencia de clase.
Esta lógica para comprar lealtades de élites sindicales y corporativistas, duró
mientras existían recursos del gas, pero cuando la economía petrolera se
desplomó, también se perdieron los apoyos y así se explica cómo el voto duro
del MAS, de repente desapareció o migró hacia otros partidos.
En palabras de Mouffe, podríamos decir que el MAS nunca trató
de construir una “democracia directa” por medio de un pluralismo de sujetos y
un debate de proyectos, sino un populismo de baja intensidad, que terminó
vaciándose en una burocracia para repartir cargos dentro del gobierno y generar
corrupción.
La consecuencia de esta falta de hegemonía cultural desembocó
en una debilidad estructural. Hoy día, el indianismo, dejó de ser un proyecto
transformador porque está opacado por la decadencia del MAS y la derrota de Evo
Morales. La llamada “conciencia indígena” quedó atrapada en redes de corrupción
(el caso del Fondo Indígena es paradigmático) y en luchas internas por privilegios,
en lugar de convertirse en una conciencia política emancipadora.
Al no construir conciencia de clase, ni hegemonía
cultural, el MAS solo administró un ciclo histórico sustentado en la renta y en
la cooptación, ciclo que hoy se desmorona. En este contexto, se abre una
oportunidad para la centro-derecha y proyectos de conciliación como el de
Rodrigo Paz. El vacío que deja el MAS no es simplemente político, sino cultural
e ideológico.
Actualmente, no hay una narrativa indígena, ni tampoco obrera
que logre cohesionar a la sociedad y es por esta razón que el voto de identidad
indígena fuerte que apoyó a Evo Morales (sobre todo en el periodo 2009-2019),
en el fondo, nunca existió pues fue reemplazado por actitudes políticas
clientelares: entrega de prebendas y favores (dinero e influencias), que jamás
lograron materializar un proyecto hegemónico.
En términos gramscianos, Bolivia carece de un bloque
histórico articulado, lo que abre un espacio para otro tipo de hegemonía basada
en la ciudadanía, la modernidad democrática y la institucionalidad. Si seguimos
a Lukács, la tarea para una nueva política, sería transformar la conciencia
inmediata de la población —fragmentada en demandas locales y sectoriales— en
una conciencia de totalidad que vea en la democracia y la reconciliación un
proyecto común. Esa articulación podría constituirse en el nuevo significante
vacío que condense aspiraciones sociales, más allá de la retórica agotada del
indianismo y el sindicalismo prebendal.
El MAS nunca logró penetrar la conciencia de clase o
construir hegemonía cultural. Su legado no es el de un proyecto emancipador,
sino el de una maquinaria clientelar que repitió los vicios del 52 y del
nacionalismo revolucionario. En consecuencia, el indianismo perdió fuerza y
credibilidad, opacado por la crisis del MAS y el descrédito de Evo Morales.
Actualmente, el vacío hegemónico abre un nuevo escenario
donde la centro-derecha y las propuestas de conciliación, pueden articular otro
proyecto cultural y político moderno, orientado, no a la renta ni al
prebendalismo, sino hacia la ciudadanía democrática como base de una nueva
conciencia colectiva.
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