El triunfo electoral de Rodrigo Paz en cinco
departamentos del país, incluido el bastión simbólico de La Paz que el
Movimiento Al Socialismo (MAS) solía detentar, constituye una sorpresa política
que contradice todas las encuestas (una verdadera farsa técnica), desafiando
los marcos tradicionales de interpretación electoral en Bolivia.
Invisibilizado durante las campañas de junio, sin
estructura partidaria y sin maquinaria mediática significativa, Paz apareció
como una opción inesperada que, sin embargo, supo capitalizar el malestar
social acumulado. Su victoria no se explica por la fuerza de su proyecto
político, sino, más bien, por el vacío que dejó el colapso del MAS desde el año
2019, acompañado por una erosión generalizada de la credibilidad de los actores
tradicionales de oposición; en este caso, de la vieja casta de derecha,
encabezada por Jorge Quiroga y Samuel Doria Medina.
El análisis debe enriquecerse, además, con la noción de significante vacío, propuesta por el
sociólogo argentino, especialista en populismo, Ernesto Laclau. El populismo no surge de un programa
ideológico consistente, ni de una doctrina homogénea, sino de la capacidad de
un actor político para concentrar, en su figura o en su discurso, demandas
sociales heterogéneas que “carecen de representación”. El significante vacío
funciona como un espacio simbólico, sobre el cual los distintos sectores
sociales proyectan sus frustraciones, expectativas y deseos, sin que,
necesariamente, exista un contenido sustantivo que se encuentre por detrás.
La crisis recurrente y el colapso del MAS
El MAS, que durante veinte años monopolizó la
representación política a través del indianismo y del discurso de
transformación social, entró en una crisis irreversible, luego de la renuncia
de Evo Morales y el fraude electoral del año 2019. Desde entonces, el partido
se fracturó en luchas internas entre Evo Morales y Luis Arce, mientras el discurso
emancipador se degradaba a una simple disputa clientelar por cuotas de poder.
La narrativa de justicia social y dignidad indígena perdió credibilidad,
eclipsada por la corrupción, el desgaste de la gestión, el anquilosamiento del
liderazgo y una terrible ineficiencia estatal.
El voto, que alguna vez fue sólido y leal al MAS, se
convirtió en voto flotante: un
electorado acostumbrado a ser mayoría, pero que ahora buscaba refugio en otras opciones
que ofrezcan, al menos, la ilusión de novedad. Rodrigo Paz captó este voto, no
porque representara una continuidad de aquel proyecto, sino porque logró
encarnar un nuevo significante vacío, sobre el cual se proyectó el rechazo al
viejo orden. El triunfo se debe a la capacidad de absorber, simbólicamente, la
energía de un desencanto masivo.
El regreso de un populismo distinto
A diferencia del populismo del MAS, centrado en la
reivindicación indígena y en un proyecto de izquierda radicalizado en el
discurso del socialismo del siglo XXI, el populismo que encarna Rodrigo Paz es
atípico. No se construye desde el indianismo, ni desde la promesa socialista,
sino desde una narrativa de renovación, reclamos de decencia y proximidad con la
“gente común”. Su fuerza radica en no estar claramente definido: no es Evo
Morales, ni la derecha empresarial tradicional, ni tampoco la izquierda indianista.
Ese vacío de identidad es, justamente, lo que le permitió
aglutinar apoyos transversales y votos que buscaban una renovación, de inmediato.
El concepto de Laclau es fundamental: el significante vacío no tiene contenido
fijo; es un lienzo en blanco que diferentes sectores llenan con sus propias
demandas. Para unos, Paz puede representar “el fin del ciclo evista”; para
otros, “la oportunidad de un político menos contaminado”; y para otros,
simplemente, “la única alternativa viable en medio del caos”. Este populismo no
ofrece un proyecto ideológico definido, pero se nutre de la crisis de
representación y la bronca ciudadana con la incapacidad profunda del gobierno
de Luis Arce.
La sorpresiva victoria también desnuda las limitaciones
estructurales de las encuestas en Bolivia. Estas herramientas, diseñadas para
medir tendencias en un escenario estable, no lograron captar el voto oculto, ni
el silencioso. Muchos exvotantes del MAS no confesaron su intención de cambio
en los sondeos, ya sea por vergüenza, desconfianza o, simplemente, porque no se
identificaban abiertamente con Paz. En la urna, sin embargo, expresaron un voto
de ruptura: un acto privado de desafección hacia el viejo orden y de apuesta
por una opción que parecía marginal.
El voto oculto es otra forma de significante vacío. No se
enuncia públicamente, pero se activa en el secreto del sufragio. Paz fue el
receptáculo de esa energía invisible que las encuestas no supieron registrar y
manipularon, en gran medida.
La persistente crisis de representación
El triunfo de Rodrigo Paz no puede interpretarse como el
nacimiento de un liderazgo consolidado. Tampoco como la expresión de un proyecto
político estructurado; al contrario, refleja la persistencia de la crisis de
representación en Bolivia. La ciudadanía no encuentra partidos estables o
liderazgos confiables, aferrándose a opciones emergentes como un modo de
escapar de la política tradicional.
Este fenómeno ya se había insinuado en elecciones
anteriores, con el efímero auge de candidatos débiles como Chi Hyun Chung o la
fuerza regional de Luis Fernando Camacho. Ahora, la diferencia es que Paz logró
capitalizar el voto en el occidente del país; es decir, en espacios que antes
dominaba el MAS. Esto comprueba que la crisis de representación, ya no es
solamente regional o coyuntural, sino nacional y estructural.
Entre el vacío y la oportunidad
El riesgo actual es que el voto hacia Rodrigo Paz sea
pasajero. El populismo basado en el significante vacío puede tener un gran
impacto inicial, pero se erosiona rápidamente si no se traduce en un discurso
político-ideológico coherente, en un nuevo proyecto político consistente y con
resultados concretos. Si Paz no logra articular alianzas sólidas, elaborar un
programa con identidad y construir una organización capaz de sostener su
liderazgo, su triunfo se desvanecerá, como tantos fenómenos transitorios en la
historia boliviana.
La oportunidad es real porque Bolivia demanda un nuevo
tipo de liderazgo que articule consensos, reconstruya la institucionalidad y
restablezca la confianza en la política. Si Paz consigue llenar el significante
vacío con un contenido que combine ética pública, modernización institucional y
sensibilidad social, podría convertir un triunfo sorpresivo, en un verdadero
proyecto histórico.
El ascenso de Rodrigo Paz refleja el agotamiento de los
discursos tradicionales, la ruina del MAS como fuerza hegemónica y la desesperada
búsqueda de alternativas en un país marcado por la descomposición
institucional. En términos de Laclau, Paz se convirtió en otro espacio alternativo en el que confluyeron las demandas
dispersas y las frustraciones colectivas, sin necesidad de encajar en un
proyecto ideológico acabado.
En consecuencia, se trata de un populismo distinto. Esta
vez, sin indianismo y sin socialismo, pero con el mismo trasfondo de la crónica
crisis de representación política. En un país donde la política se desliza en
una competencia de viveza criolla, ignorancia y desesperación, el triunfo de
Paz es menos una victoria personal y más un síntoma de la fragilidad del
sistema democrático. La pregunta de fondo no es cómo ganó Rodrigo Paz, sino si
será capaz de transformar el vacío en contenido y la sorpresa en liderazgo
sostenible, con éxito en el gobierno para revertir la crisis de 20 años
fatídicos.
MAPA ELECTORAL-PRESIDENCIALES-2025
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