La estrategia de industrialización con sustitución de
importaciones, tan recurrente en la historia económica de América Latina, se
presentó durante décadas (1955-1980), como la fórmula para romper la
dependencia externa y construir una base productiva sólida. Bolivia, bajo el
gobierno de Luis Arce (2020-2025), quiso revivirla con un discurso de
“industrialización para el mercado interno”, acompañado de empresas estatales,
aranceles, compras públicas y crédito dirigido. Sin embargo, la experiencia
histórica y el análisis comparado demuestran que este modelo, tanto en teoría
como en práctica, ha fracasado. Su talón de Aquiles es evidente: crea
industrias protegidas que, rara vez alcanzan la escala, eficiencia y el
aprendizaje, necesarios para competir en el mundo.
En Manufacturing
Miracles: Paths of Industrialization in Latin America and East Asia, los
investigadores Gary Gereffi y Donald Wyman, muestran con claridad que los
países que lograron verdaderos “milagros” industriales no lo hicieron
encerrándose en su mercado interno, sino combinando apoyo estatal con presión
competitiva externa. Corea del Sur y Taiwán no se limitaron a incubar empresas
protegidas; condicionaron su supervivencia a resultados concretos en
exportaciones, calidad y productividad. La protección no era un muro perpetuo,
sino un contrato temporal, quien no cumplía, perdía el apoyo. Esta disciplina
competitiva, lejos de ser un castigo, se convirtió en la escuela donde las
empresas aprendieron rápido, se insertaron en cadenas globales de valor y
escalaron gradualmente hacia los sectores más complejos.
Viviendo de ilusiones e ineficiencias
En Bolivia, el camino ha sido el opuesto. El mercado
interno es pequeño y, protegido por barreras arancelarias y regulatorias,
permite que las empresas públicas y privadas sobrevivan con baja escala y
escasa innovación. El crédito blando se otorga sin mecanismos rigurosos de
evaluación de desempeño y la burocracia para importar insumos o exportar
productos encarece la operación, justo cuando las industrias nacientes más
necesitan flexibilidad. El tipo de cambio fijo, lejos de incentivar la
producción, abarata las importaciones y profundiza un sesgo anti-exportador que
debilita cualquier intento de conquistar mercados externos. Así, lo que se
presenta como “sustitución” muchas veces es apenas un ensamblaje o reempaque de
bajo valor agregado, dependiente de la protección estatal y sin posibilidad real
de competir fuera de las fronteras.
El diagnóstico es incómodo pero inevitable: las
políticas de mercado son duras con la competitividad, pero es en esa dureza
donde se encuentra la oportunidad. La competencia revela los costos reales y
obliga a bajar precios, mejorar calidad y cumplir estándares. Obliga a elegir
nichos donde el país pueda especializarse y construir ventajas dinámicas. Y lo
más importante: desplaza la rentabilidad desde el favor político hacia la
satisfacción del cliente. No se trata de abandonar toda intervención estatal,
sino de utilizar la presión del mercado como instrumento de política. El Estado
puede y debe apoyar, pero atando cada beneficio a los resultados verificables y
medibles en plazos concretos.
Aplicar las lecciones de Manufacturing Miracles en Bolivia, no significa soñar con una Corea
del Sur tropical, sino identificar eslabones realistas donde competir. En el
caso del litio, por ejemplo, el objetivo no puede ser fabricar baterías
completas de inmediato, sino producir carbonato e hidróxido de litio con
calidad consistente, trazabilidad y costos logísticos controlados, dentro de
alianzas internacionales con metas claras de producción y exportación.
En la agroindustria, la ventaja está en los productos
de alto estándar como la quinua, chía, castaña o los lácteos certificados, que
ya tienen demanda en mercados exigentes. En las manufacturas livianas, el
enfoque debe estar en nichos de volúmenes pequeños y alta personalización, como
textiles especializados, madera o metalmecánica. Y en servicios, Bolivia puede
crecer en áreas menos dependientes de la logística física, como programación,
diseño 3D, o mantenimiento industrial remoto.
Para que este giro sea posible, es indispensable un
entorno macroeconómico que premie la producción y la exportación. Eso implica
un tipo de cambio competitivo y predecible, eliminación de aranceles a insumos
productivos, procedimientos aduaneros rápidos, financiamiento condicionado a
mejoras medibles en productividad y calidad, y empresas estatales reorientadas
hacia funciones de coordinación, infraestructura y transferencia tecnológica,
no hacia la producción final protegida. La política industrial debe dejar de
medir su éxito en toneladas ensambladas, para medirlo en productividad laboral,
costos logísticos, certificaciones internacionales y encadenamientos locales.
El aprendizaje es claro: el verdadero milagro
industrial no lo produce la protección indefinida, sino la capacidad de
competir bajo reglas exigentes. La sustitución de importaciones, como ha
ocurrido en Bolivia, genera industrias dependientes y poco innovadoras. En
cambio, la “sustitución de ineficiencias por productividad”, exige enfrentar la
dureza del mercado y convertirla en un motor de aprendizaje. Adaptarse a esa
realidad es la única vía para que Bolivia no repita la historia de espejismos
industriales y pueda, por fin, construir un sector productivo, capaz de
sostener salarios altos y un futuro estable, especialmente para las nuevas
generaciones, de otro modo estaríamos en una caída libre sin tocar todavía el
fondo, cuando de lo que se trata es de detener la crisis.
Evitar la caída libre y la falta de credibilidad
En el libro Caída
libre, el premio Nobel de economía, Joseph Stiglitz, explica cómo las
crisis financieras no son “simples accidentes”, sino el resultado de modelos
económicos mal diseñados y gobernanzas incapaces de corregir sus excesos a
tiempo. En su análisis de la crisis de 2008, Stiglitz enfatiza tres factores
que agravan cualquier colapso: la pérdida de confianza en las instituciones, la
opacidad de las cuentas públicas y la falta de mecanismos de ajuste ordenado
ante desequilibrios. Si bien se refería al mundo desarrollado, sus advertencias
son inquietantemente aplicables al caso boliviano.
En Bolivia, el experimento de industrialización por
sustitución de importaciones no solo ha generado empresas estatales
deficitarias, sino que ha operado sobre un esquema macroeconómico cada vez más
frágil. El tipo de cambio fijo y la expansión del gasto público, sin una
diversificación exportadora sólida, han dejado al país vulnerable a la escasez
de dólares. Este cuello de botella externo —que ya se refleja en mayores costos
de importación, restricciones a la compra de divisas y caída de reservas internacionales—
es la antesala de una crisis de liquidez. Según la lógica de Stiglitz, cuando
el sistema se sostiene sobre expectativas poco realistas y activos
sobrevaluados, el shock no solo es probable, sino inevitable.
La lección es clara: la falta de dólares en Bolivia no
es, únicamente, un problema monetario, sino la expresión de un modelo que
apostó por industrias no competitivas y que descuidó la generación de divisas
sostenibles. Stiglitz advierte que, en estos escenarios, los gobiernos suelen
recurrir a soluciones de corto plazo —controles más rígidos, endeudamiento
acelerado o devaluaciones abruptas— que pueden agravar la recesión, si no están
acompañadas de una estrategia de reactivación basada en la productividad y
confianza.
Aplicar sus advertencias significa reconocer que la salida no puede ser más de lo mismo. Si Bolivia no reorienta su política industrial hacia sectores con verdadero potencial exportador y no implementa un manejo macroeconómico transparente y previsible, la crisis por falta de dólares puede transformarse en un episodio de “caída libre” al estilo de Stiglitz: una espiral donde la pérdida de credibilidad y el deterioro de las actividades productivas se alimentan mutuamente. El reto no es evitar un nuevo “ajuste estructural”, sino administrarlo con una visión que combine disciplina competitiva, diversificación real y un uso inteligente de los recursos públicos, sobre todo evitando la corrupción, la irresponsabilidad, el clientelismo y las mentiras a las que se acostumbraron Luis Arce y Evo Morales.
Ejemplos de pérdidas y utilidades (2020–2025):
estimaciones
Empresa |
Período |
Pérdida / Utilidad |
Empresa de
Apoyo a la Producción de Alimentos (EMAPA) |
2007–2024 |
Pérdidas
acumuladas: Bs 850 millones |
2023 |
Utilidad
de Bs 257,8 millones |
|
2024 |
Utilidad
de Bs 44 millones |
|
Yacimientos
del Litio Bolivianos (YLB) |
2024 2015-2023 |
Pérdida de
Bs 196,69 millones Pérdida de Bs. 625 millones |
Quipus,
Papelbol, Cartonbol, Planta de Urea |
2020–2025 |
Sin datos oficiales
disponibles públicamente, pero se estiman pérdidas de Bs. 400 millones |
Elaboración
propia con información del INE y Ministerio de Economía, 2025.
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