MILLI-VANILLI EN EL ALTIPLANO Y LA IMPOSTURA DE ANDRÓNICO-PRADO


 

En estas elecciones presidenciales de 2025, las más importantes en la historia política desde 1985, la política boliviana ha ingresado en una fase de simulacro. No todo lo que brilla es oro y aquello que aparece como supuesta renovación, no es más que la prestidigitación de estrategas electorales ligados a Evo Morales y a quienes tratan, por todos los medios, de hacer que el Movimiento Al Socialismo (MAS) se mantenga en el poder. Los liderazgos emergentes no representan proyectos reales de transformación, sino máscaras precarias al servicio de intereses oscuros.

En este contexto de espejismos, las figuras como Andrónico Rodríguez y Mariana Prado actúan como productos prefabricados, dentro de una maquinaria de poder en decadencia. No son otra cosa que candidatos impostores, comparables a la emblemática estafa musical de Milli Vanilli, revelando el vacío ético, la falta de visión y el oportunismo que marcan esta etapa de la crisis terminal del MAS, afectando profundamente a la democracia boliviana.

A inicios de los años 90, el dúo alemán Milli Vanilli escandalizó al mundo cuando se reveló que sus integrantes no eran quienes realmente cantaban en sus discos. Su éxito había sido el resultado de un montaje cuidadosamente diseñado por productores que utilizaron sus rostros, cuerpos y coreografías como fachada de un producto musical con otros verdaderos intérpretes por detrás. Bolivia vive hoy una versión política de ese fraude, con candidatos que fingen liderazgo, ideas y compromiso, pero que son, en el fondo, meros ventrílocuos de un poder enquistado y anacrónico.

Presentado como “la renovación indígena” del MAS, Andrónico Rodríguez es una construcción artificial que busca eternizar el aura de Evo Morales, sin la capacidad ni el proyecto hegemónico que antes tenía. Su más reciente intento de inventarse un protagonismo internacional —al anunciar un supuesto acuerdo con Chile para un puerto boliviano en Tocopilla que nunca existió— reveló la ligereza con la que se manipula la diplomacia y la realidad, en nombre del espectáculo político. Adrónico se mueve a gusto en medio de mentiras y su figura no emerge por mérito ni claridad de ideas, sino por la necesidad del evismo de mantener una fachada generacional para disfrazar su intención de retorno impune al poder.

La irrupción de Prado, reciclada desde el oficialismo anterior, responde a otro tipo de simulacro: el de una supuesta tecnócrata ilustrada, moderna, pero que demuestra una peligrosa ignorancia en temas macroeconómicos. Acusar a los exportadores por la escasez de dólares en el país, revela una incapacidad de análisis que, en cualquier entorno serio, debería descalificarla. Prado encarna un tipo de liderazgo que usa el ropaje de la gestión, aunque sin ningún tipo de autocrítica ni propuestas reales y, sobre todo, sin independencia del aparato que la sostiene.

Tanto Rodríguez como Prado son únicamente engranajes intercambiables dentro de la lógica debilitada del MAS: un partido que, después de su largo ciclo hegemónico, solamente puede sobrevivir con candidatos obedientes, leales al caudillo en el exilio y sin agenda propia. Álvaro García Linera, envejecido en sus dogmas, así como otros intelectuales orgánicos del MAS, han quedado desactivados por la evidencia rotunda del colapso económico, moral e institucional del insignificante proyecto plurinacional. Sin ideas y sin solvencia, solo queda el recurso de crear hologramas, como en Milli Vanilli, para mantener la ilusión de continuidad. Ni las lecturas mal comprendidas de otro estafador como Osho, como referente seminal de Prado, o el Tik Tok al que está acostumbrado Andrónico, les alcanza para pensar efectivamente en soluciones o propuestas efectivas.

La farsa del liderazgo tiene una genealogía clara. Así como Juan Domingo Perón y Hugo Chávez construyeron mitologías personalistas para dominar el Estado, el MAS ha naturalizado el uso del engaño, la propaganda y el clientelismo como formas de gobernar y hacer campaña. Hoy día, el problema es que ya no hay relato creíble. Solamente queda la nostalgia de una revolución fallida y los espectros del pasado, manipulando títeres sin talento.

Bolivia no necesita maniobras de ilusionismo, necesita liderazgos reales. Ni Rodríguez ni Prado podrían encabezar una reforma del Estado o una reconfiguración estructural frente a la grave crisis económica, institucional y social. Ambos responden a la lógica del dinero fácil, del provecho individual y la impostura. Son, como Milli Vanilli, productos “desechables” del marketing político, incapaces de sostener una nota, una idea o una esperanza.


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