JHONNY FERNÁNDEZ Y EL POPULISMO HUECO

Cuando la política se vacía de ideas, el oportunismo encuentra terreno fértil. Eso explica por qué algunos políticos como Jhonny Fernández, heredero político del desparecido Max Fernández y actual líder de la maltrecha Unidad Cívica Solidaridad (UCS), persisten en el escenario nacional sin mérito propio, sin propuestas serias y con un discurso que oscila entre la improvisación y lo servil.

Jhonny no es un líder alternativo, sino apenas un sobreviviente de la vieja política populista, esa que prometía desarrollo con discursos paternalistas y cervezas gratis. Si su padre representó una ilusión efímera del capitalismo popular, Jhonny no es más que su versión degradada: un mercachifle sin rumbo, un Sócrates al revés, convencido de que sabe algo cuando no sabe nada, entregado a los vicios del clientelismo más descarado. Ofrece su sigla a cualquiera que, eventualmente, podría atraer algo de votos. Ni ideología, programa de gobierno sólido, cualidades morales, ni un discurso honesto para proponer soluciones efectivas. Nada, como tampoco tiene nada su liderazgo para institucionalizar UCS, mediante el desarrollo de un partido moderno.

Su gestión como alcalde de Santa Cruz lo confirma: inercia institucional, escándalos de corrupción, silencio cómplice ante irregularidades administrativas y una incapacidad estructural para transformar la ciudad. Jhonny nunca dio la cara frente a la opinión pública exigente, ni ante sus propias limitaciones. Gobernó la alcaldía como quien administra un kiosko familiar, no como un gerente eficiente que lidera la segunda ciudad más importante del país. No tiene conocimientos especializados en ningún área de la gerencia municipal.

El caso del mercado Mutualista es un ejemplo lapidario. En medio de un conflicto grave por el derecho propietario, con comerciantes en disputa y amenazas de violencia, Fernández eligió la tibieza. Lo mismo sucedió con los ítems fantasmas que le costaron millones al Gobierno municipal de Santa Cruz, dinero ilegalmente apropiado por medio de engaños increíbles, creándose puestos de trabajo inexistentes con sueldos cobrados por extraños. Terrible caso de enriquecimiento ilícito que arrastró incluso a la ex alcaldesa Angélica Sosa. En vez de ejercer su rol como máxima autoridad municipal, Fernández se lavó las manos. No intervino cuando más se requería firmeza, autoridad y capacidad de mediación. Ese acto de omisión no solo agravó el conflicto; confirmó que Jhonny no está a la altura de un estadista.

Su falsa simpatía por Evo Morales —ese líder ya oxidado y totalmente desprestigiado— pone en evidencia su desesperación electoral. Un eventual pacto con el MAS no sería una alianza, sino una capitulación sin principios. Jhonny no representa una opción distinta al régimen masista que destruyó la institucionalidad boliviana, pues apenas busca reacomodarse en sus bordes.

Ni siquiera ha sabido mantener en pie el legado empresarial de su padre. La cervecera que fue orgullo del modelo UCS, se vendió hace años, confirmando que el apellido Fernández se agotó tanto en lo político como en lo económico. Y ahora, en lugar de retirarse con dignidad, insiste en una candidatura presidencial sin programa, sin visión, sin equipo, sin horizonte.

En tiempos donde Bolivia necesita líderes lúcidos, con ideas y coraje, figuras como Fernández deberían renunciar. Su participación no sólo es irrelevante; es un lastre. Representa lo peor del populismo criollo: megalomanía, grandilocuencia, demagogia, fidelidad a lo retrógrado (venderse al mejor postor) y una vocación clientelar que confunde carisma con complicidad. Es imposible que UCS articule, alguna vez, un discurso ideológico con la capacidad de interpelar a los más profundo de la Nación.

Bolivia no puede seguir tolerando las sombras del pasado. Jhonny no expresa ningún tipo de renovación, ni siquiera continuidad: es obsolescencia. Su candidatura no suma, resta y su retiro de las presidenciales 2025 no sería una derrota, sino una mínima muestra de sensatez.




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