Como en la película clásica de los años 50, Rebelde sin causa, donde James Dean
encarnaba a un joven confundido, atrapado entre la apariencia de rebeldía y la
ausencia de un verdadero horizonte moral, Andrónico Rodríguez también
representa una rebelión vacía, pero con una diferencia peligrosa: no responde a
una crisis existencial adolescente, sino a los intereses concretos del circuito
económico coca-cocaína. Todo disfrazado de discurso político. Es el rostro de
una generación sindical que ya no lucha por ningún tipo de ideales colectivos,
sino por cuotas de poder y rentas ilegales aseguradas.
Rodríguez se presenta como la juventud insurgente del
Movimiento al Socialismo (MAS); sin embargo, cada uno de sus pasos lo hunde más
en el conservadurismo ilegal del aparato cocalero. No hay una ideología, ni una
causa pública, solamente una maquinaria de intereses que utiliza la política
como escudo. Su pretendida renovación no es más que una estrategia para
garantizar dos cosas: la futura amnistía de Evo Morales y el encubrimiento
sistemático de los delitos del gobierno de Luis Arce.
Su ambigüedad no es prudencia política, sino complicidad.
Su silencio frente a las violaciones de los derechos humanos, la cooptación de
la justicia, la corrupción estatal y la persecución de adversarios políticos,
lo convierte en una pieza clave en la continuidad de un modelo autoritario y
degradado por el MAS desde 2006. No hay coraje ni ética en Rodríguez, solo
cálculo electoral.
Pero, tal vez su mayor traición no sea únicamente a la
democracia, sino a su propia generación. Muchos jóvenes de sectores populares
creyeron que desde el MAS, se podía gestar una transformación. Hoy ven cómo el
supuesto “rostro nuevo” es, apenas, un emisario del viejo caudillismo, incapaz
de pensar por sí mismo, pero hábil para alimentar las redes clientelares que
sostienen al partido.
Andrónico Rodríguez no representa el futuro. Nunca lo
hará porque es la prolongación de una estructura corrupta que confunde
militancia con obediencia y causa con negocio. Su papel es claro: ser el
intermediario entre el pasado autoritario de Evo y un presente donde todo se
negocia, incluso la justicia. Con Andrónico, la crisis económica jamás tendrá
solución.
La historia no absolverá a quienes eligieron proteger al
poder, en lugar de confrontarlo, ni a quienes disfrazaron de “lealtad” lo que
no era más que sumisión. La juventud de Andrónico, únicamente sirve de fachada
a los intereses económicos del circuito coca-cocaína en el Chapare, tan férreo
y peligroso como los grandes cárteles mexicanos. Según los últimos informes de
la Oficina de las Naciones Unidas para la Droga y el Delito (UNODC) (2024), más
del 65 % de la hoja de coca boliviana se cultiva en el trópico cochabambino y,
entre 90 % y 95 % de esa producción, termina siendo desviada hacia la
elaboración de cocaína.
Las seis federaciones cocaleras, que Andrónico preside
desde 2020, controlan cada eslabón del circuito: cultivo, acopio, transporte y protección
armada. Esa red genera divisas clandestinas superiores a los 1000 millones de
dólares anuales, volumen que compite tranquilamente con las remesas y con parte
de las exportaciones de gas. Además, en el Chapare, todo está sometido a una
lealtad forzada. Los cocaleros financian campañas, movilizan bloqueos y
sancionan disidencias internas, con la misma lógica disciplinaria que emplean
los cárteles, sentenciando: “o estás con nosotros, o te vas”. Andrónico no
gobierna esa estructura, sino que es rehén de ella.
Como líder del Senado, Rodríguez se caracterizó por
mostrar una mediocre inercia legislativa. Presidente (intermitente) de aquella
cámara alta, Andrónico apenas impulsó dos proyectos clave en cuatro años: uno
sobre aguas subterráneas y otro de declaración simbólica de patrimonio cultural.
Cuando se debatió la Ley sobre el antifortalecimiento del narcotráfico (2023)
—que obligaba a georreferenciar todos los cultivos—, Rodríguez dilató
indefinidamente la votación en una comisión, bajo el argumento de “más
diálogo”. El resultado inmediato fue una norma dormida en los archivos del
legislativo, mientras que en el Chapare, la producción sigue sin control
satelital.
Su “ambigüedad” es funcional. Mientras no se legisle, la
sobreproducción de coca fluye sin trabas, los laboratorios crecen tierra
adentro y la frontera con Brasil absorbe casi toda la pasta base de cocaína.
Finalmente, en el trópico cochabambino, las seis federaciones deciden
candidaturas, nombran autoridades subnacionales y manejan los recursos de la
mancomunidad cocalera como caja chica. Así, la justicia también está blindada.
Los jueces que ordenan operativos son amenazados; los fiscales que incautan
cargamentos droga, terminan procesados por “prevaricato” y los periodistas que
documentan las pistas clandestinas, reciben ultimátum de dirigentes de base.
Andrónico calla, oculto debajo del manto de Evo y con
temor de romper cualquier cordón umbilical. Ni un discurso bien puesto en el
Senado, ni una denuncia pública, ni un pedido de informes a los ministros del incompetente
gobierno de Luis Arce. Su silencio consagrará la impunidad y consolidará esa
“zona gris” donde la representación corporativa del Chapare, se funde con una
economía criminal que terminará destruyendo por completo la democracia y arrojándonos
al despeñadero.
Andrónico Rodríguez no es un rebelde, sino un
rehén-administrador. Es la columna vertebral de un sistema que sella pactos de
impunidad con Evo Morales, protege un negocio ilícito multimillonario y
paraliza al órgano legislativo. Mientras su “causa” sea la perpetuación de ese
circuito coca-cocaína, no habrá renovación posible, ni justicia para el pasado,
ni futuro para nadie.
La historia, implacable, reservará para Andrónico el
lugar de quien, pudiendo liderar un cambio, eligió la comodidad de la
complicidad.
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