En toda América Latina resurge la preocupación sobre qué tipo de democracias han ido evolucionando los últimos cuarenta años. ¿Se trata de una democracia con calidad, sin calidad, o en todo caso, se tiene una ilusión sobredimensionada para satisfacer casi todas las expectativas sociales de la vida diaria? ¿Cuáles son las nuevas amenazas que el populismo del siglo XXI trajo con los llamados liderazgos del giro a la izquierda en Venezuela, Bolivia o Nicaragua? ¿Se trata de un debilitamiento, retroceso o imposibilidad de tener un conjunto de democracias legítimas? ¿Se puede calificar a los gobiernos populistas como regímenes de baja calidad o sistemas semi-autoritarios que llevan a cabo elecciones como si fueran solo una formalidad para esconder las verdaderas preferencias que favorecen presidencialismos autocráticos?
Estas preguntas plantean diversas respuestas y confirman
que varios gobiernos de la región están lejos de impulsar una institucionalidad
democrática duradera; es decir, lejos de tener aparatos estatales eficientes,
abiertos al escrutinio público y capaces de ser catalizadores del bienestar
social. Así destacan algunos casos que se convirtieron en callejones sin salida
como la grave descomposición de Venezuela con Nicolás Maduro, los abusos
dictatoriales de Daniel Ortega en Nicaragua y un tipo de “populismo indianista”
como el gobierno de Evo Morales en Bolivia, cuyos 14 años de gobierno
(2006-2019) terminaron en una profunda crisis de gobernabilidad y su vergonzosa
renuncia, el 10 de noviembre de 2019. Morales hizo fracasar las elecciones
presidenciales de octubre de 2019 en su intento por lograr una reelección
indefinida, terminando en un escandaloso fraude que también condujo a un
agitado debate político al interior de la Organización de Estados Americanos.
El MAS se está hundiendo, así como la retahíla de
mentiras que entronizó en el poder. ¿Qué sucedió con las interpelaciones
discursivas en Bolivia que enaltecieron las raíces indígenas y cuáles fueron las
acciones políticas desarrolladas por Evo Morales y el MAS, que desembocaron en
varias contradicciones hasta la caída de Evo en noviembre de 2019? Es relevante
analizar cómo un partido clientelar fue capaz de fingir raigambre popular, abandonando
súbitamente el poder luego de ganar consecutivamente tres elecciones
presidenciales (2005, 2009 y 2014). El MAS corrompió las instituciones
electorales y repartió prebendas hasta llevar al Estado a la quiebra.
La decadencia del MAS también mostró una crisis de la
estrategia populista que reivindicaba al mundo indígena como la esencia
humillada históricamente, en contraposición a las clases medias, los partidos
tradicionales de representación política deslegitimada y las élites económicas
privilegiadas, calificadas como un eje social racista. Esto generó un
divisionismo muy profundo que fue controlado por medio de acciones represivas
en contra de la oposición y, simultáneamente, a través del pago sistemático de
bonos de carácter social, los mismos que no tuvieron sostenibilidad financiera
respaldada en políticas sociales bien diseñadas. Morales y su entorno creyeron
que el pueblo necesitaba un efecto demostración de éxito revolucionario con
carácter inmediato, aprovechando la inyección de millones de dólares
provenientes de la renta petrolera.
Evo Morales ofreció convertirse en el “equilibrio
refundacional” del sistema político, desarrollando un estilo de gobierno que
llevaba a cabo una constante campaña electoral, con la finalidad de instalar
una nueva élite en el poder, instrumentalizando las movilizaciones sociales y
el discurso indianista que denunciaba la incompatibilidad entre democracia y neocolonialismo.
Falacias que la misma élite política del MAS nunca creyó. Morales, sin embargo,
no representó ningún tipo de equilibrio, sino que ahondó la polarización
constante al dinamizar una lógica de “camarada versus enemigo”. El indio
Morales quiso significar el principio y el fin de la lucha libertaria del
pueblo hasta considerarse insustituible. Simultáneamente, el sindicalismo
cocalero del cual provenía, impulsó una administración del poder ligada al
complejo circuito coca cocaína, el cual rápidamente corrompió varias
instituciones del gobierno. Todas las zonas cocaleras reclaman su propia
soberanía política, desafiando tenazmente la legitimidad del Estado. Este es el
verdadero neocolonialismo: los cocaleros manipulando el Estado para
beneficiarse astutamente de la desinstitucionalización democrática.
El MAS en el poder apareció como una nueva ideología
anti-imperialista y descolonizadora, utilizando al indianismo como “interpelación
populista” para reconstruir el orgullo de los indios sojuzgados, pero Evo no
logró formular políticas públicas bien definidas y fomentó excesivamente el
clientelismo estatal, junto con nuevos grupos de poder corporativo como los
campesinos cocaleros, mineros cooperativistas y empresarios que buscaron
contratos estatales sin ninguna responsabilidad democrática.
En Bolivia, todos los intentos democratizadores desde
1982 siempre estuvieron fuertemente vinculados a diversos conflictos para
congregar a un pueblo “sufriente” como sujeto de toda interpelación, junto con
instituciones débiles, caudillismos fuertes en las estructuras partidarias y una
cultura populista que se vincula con el divisionismo étnico y animadversiones
profundas transmitidas por las ideologías indianistas. El resultado inmediato
es un sistema político donde se realizan elecciones presidenciales con carácter
únicamente formal, para dar paso a distorsiones donde los líderes populistas
utilizan el ejercicio del poder como si fuera un cheque en blanco para tomar
decisiones que deslegitiman constantemente la democracia.
El populismo indianista en Bolivia que instalaron el MAS
y Evo, no pudo evitar la reproducción constante de clivajes sociales y
culturalistas de tipo violento. En 19 años de gobierno, Evo Morales, el MAS y
su eslabón más mediocre, Luis Arce, desestabilizaron casi todos los esfuerzos
para institucionalizar una democracia de corte inclusivo y racional, fomentando,
más bien, la intervención directa del Poder Ejecutivo sobre el sistema judicial
y el parlamento, evitando la independencia de poderes y exacerbando los
peligros de la penetración del narcotráfico y el corporativismo corrompido, en
el corazón mismo del sistema político.
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