La teoría de la dependencia entiende a las relaciones
internacionales como una red de factores económico-políticos originados por el
desarrollo del sistema capitalista, al que atribuye una responsabilidad
fundamental: la explotación injusta y desigual de parte de los países
desarrollados (llamados “el centro” del sistema), que están en contra de los
países subdesarrollados (llamados “la periferia” del sistema internacional). Es
una teoría de la “eterna” desconfianza hacia los países industrializados, a
quienes, de manera simultánea, se los envidia y trata de imitar. La dependencia
es una especie de crítica sagaz de los fundamentos del centro capitalista y
aspiración a tener una industrialización doméstica, que podría convertirse en
las bases de confrontación internacional, antes que en el impulso de una
interdependencia estratégica. Estas concepciones suponen el logro de una
autarquía económica, que en la era de la globalización, es sencillamente
imposible.
En esta perspectiva, los actores fundamentales son, tanto
las clases sociales, como el sistema capitalista. Todos los supuestos teóricos
parten de la siguiente premisa: los Estados son los actores de peso decisivo en
las relaciones internacionales y representan verdaderos instrumentos de dominación
de las clases dominantes. El sistema capitalista, particularmente en su
dimensión internacional, con una extensa y tupida red de instituciones, tiene
una función predominantemente “explotadora”.
Para los dependentistas, las relaciones internacionales
son un conjunto de diversas formas de expoliación que generan violencia e
injusticia a escala global. Las reacciones frente a cualquier abuso, desembocarán
en una serie de revoluciones, lideradas por las clases sociales dominadas, especialmente
por el proletariado que, en la visión marxista-leninista de la “dependencia”, finalmente
sepultará al sistema y lo substituirá por el socialismo, portador de justicia
verdadera y progreso.
Las bases teóricas de la dependencia, fueron
desarrolladas por la Comisión Económica para América Latina (CEPAL). Esta institución,
perteneciente a las Naciones Unidas, fue una importante fuente de inspiración
inicial para el pensamiento dependentista. Entre los teóricos más sobresalientes,
se encuentra el economista argentino, Raúl Prebisch. En un segundo momento, la
escuela de la dependencia rechazó o modificó al pensamiento cepalino e
introdujo al marxismo-leninismo dentro de su teoría.
En la década de los años 50 del siglo XX, diversos
políticos y economistas veían con preocupación el futuro económico de Iberoamérica.
Inquietaba la lenta industrialización de la región, la brecha existente entre
los países desarrollados y los de Iberoamérica, los deteriorados términos de
intercambio comercial y la dependencia e inferioridad tecnológica e industrial
de América Latina. Para enfrentar estas circunstancias adversas, un grupo de
economistas de la CEPAL propuso un “modelo de desarrollo” que consistía en la
conveniencia de distanciarse de los países industriales, construir un
sub-sistema dentro del sistema capitalista y crear grupos regionales protegidos
por “barreras comerciales” que debían amparar a las industrias nacionales,
frente a la competencia de los productos provenientes de las naciones capitalistas
industrializadas. Los escudos protectores deberían permitir el desarrollo de
las industrias nacionales.
De esta forma, las llamadas industrias nacientes en los
países dependientes, debían impulsar sus economías endógenas, instalando un modelo
de “substitución de importaciones” que, con el debido tiempo, podía desarrollarse
y adquirir la capacidad de competir con las industrias extranjeras. Además, la
escuela cepalina concedía al Estado un importante rol en la economía y estimaba
que el desarrollo económico no podía lograrse solamente con medidas monetarias
y fiscales, sino también por medio de reformas estructurales que buscaban,
entre otros objetivos, la expansión del mercado doméstico. Tal expansión requeriría
no solo incrementar la capacidad adquisitiva de los habitantes de cada Estado
iberoamericano, sino aumentar igualmente la integración económica entre diferentes
grupos de Estados dentro de la región. La integración comenzaría por una zona
de libre comercio, proseguiría con una unión aduanera y llegaría a un mercado
común iberoamericano. Finalmente, algunos países podrían, inclusive, pensar en
una futura “unidad política”.
Bajo la estrategia de integración política, económica y
substitución de importaciones, nació, por ejemplo, el Mercado Común Centroamericano
(Tratado de Managua 1960). Después de diversos y fallidos intentos políticos
para revivir a la Federación Centroamericana (que unió a Guatemala, Honduras,
El Salvador y Nicaragua entre 1823 y 1838), el camino hacia la unidad se transitaría,
lenta pero firmemente, por la vía económica. El Pacto Andino o Acuerdo de
Cartagena también se basó en los ideales cepalinos, sobre todo por medio de la
unión aduanera que funcionó por un tiempo entre todos los países andinos.
Sin duda, los ideales de la CEPAL eran atractivos y
ambiciosos, inspirados en la filosofía de las ventajas comparativas, aunque
contrarios a las tesis de la total apertura hacia los mercados internacionales.
Hubo, además, una serie de factores que terminaron debilitando y liquidando al
modelo propuesto por la CEPAL. Por una parte, muchas industrias nacionales,
extranjeras o mixtas (incluidas las que en Centroamérica se denominaron “industrias
de integración”, con capacidad para cubrir a todo el mercado centroamericano), tuvieron
un desarrollo muy lento como para convertirse en firmas capaces de competir
internacionalmente. Por el contrario, algunas industrias (al amparo de la
generosa protección concedida por los Estados de la región) se conformaron con
vender a un mercado cautivo, productos que, a veces, eran de inferior calidad,
comparados con los extranjeros y, además, más caros.
Desde diversos círculos académicos y políticos se creó una
cultura y, a la vez, un dogma, que calificaba como dañina a toda inversión
extranjera. Se pasó por alto el hecho de que muchas posibilidades de inversión
extranjera directa eran, precisamente, uno de los factores claves que, en otras
latitudes, estaban transformando a diversos países, quienes transitaban desde el
subdesarrollo hacia el estatus de países modernos y desarrollados. Tales eran
los casos de Singapur, Corea del Sur o Taiwán. Este fenómeno se repetiría,
posteriormente, en una escala dramática con el despegue de la China
continental, que hoy día es ya la primera economía del mundo.
Además, hubo circunstancias políticas que hirieron
gravemente a los procesos de integración previamente mencionados y anhelados
por la CEPAL. Por ejemplo, la guerra Honduras-El Salvador (1969), que fue
provocada por asuntos demográficos y migratorios. Esta guerra fue bautizada
como “la guerra del fútbol”, porque estalló poco después de un partido entre
las selecciones nacionales de ambos países centroamericanos.
La decisión hondureña de bloquear el tránsito a toda
mercadería salvadoreña y la absurda prohibición al ingreso y venta de productos
salvadoreños en Honduras, fueron graves errores que perjudicaron el proyecto
del mercado común centroamericano. En otro escenario, la decisión del general
Augusto Pinochet de retirar a Chile del Pacto Andino por las serias
restricciones del pacto a la inversión extranjera, fue otro golpe a ese
proyecto integracionista en la década de los años 70.
El “proteccionismo” inherente al modelo de Prebisch,
quedaría relegado ante el impulso de dimensiones planetarias de la
globalización, la creciente apertura de las economías internacionales y la ascensión
del modelo económico neoliberal. La CEPAL, actualmente es una organización que
continúa activamente dedicándose a la investigación socio-económica y efectúa
importantes estudios sobre temas como la educación, infraestructura, salud, fortalecimiento
del sector productivo, así como contribuye al diseño de instrumentos y
estrategias de política pública. Sin embargo, no logró recobrar el peso que
tuvo en el terreno teórico y político en los años 60 y 80 del siglo XX, cuando
inspiró la formulación de políticas económicas en toda Iberoamérica.
¿Qué relación tuvo la CEPAL con la perspectiva
dependentista? Por una parte, la CEPAL diseminó una idea que influiría como una
fuerza cardinal, afirmando que la dependencia se produce por los “nexos” con el
sistema capitalista en todo el ámbito internacional. Cuanto más cerca del
“centro” capitalista estaba un país en vías de desarrollo, supuestamente más
empobrecida quedaría su economía en la “periferia”. La CEPAL propuso guardar “distancia
del centro” para permitir el desarrollo industrial de los países
iberoamericanos. Sin embargo, esta tesis quedaría desvirtuada cuando se vio el
positivo desarrollo alcanzado por aquellos países que ayer fueron subdesarrollados
y hoy son potencias económicas por sus intensos nexos económicos,
técnico-científicos y culturales con “el centro”. Los ejemplos más notorios son
Singapur, India, Sudáfrica, Vietnam y Turquía.
La CEPAL cuestionó la apertura de las economías hacia los
mercados internacionales, idea recurrente entre los teóricos dependentistas. Al
mismo tiempo, la CEPAL también subrayaba la importancia del Estado en la
formulación y dirección de las políticas económicas, así como enaltecía la
presencia estatal en los sectores clave de la economía. La agenda dependentista
más radical, inspirada por el marxismo-leninismo, otorgó al Estado una función
mucho más trascendental que las ideas primigenias propuestas por la CEPAL.
Es importante aclarar que la CEPAL no era una institución
con identidad ideológica marxista, ni tampoco se declaró enemiga absoluta de la
economía de mercado, tal como lo expresara abundantemente el propio Prebisch.
Lo que la CEPAL propuso fue una economía de mercado con una fuerte participación
política estatal, recomendando controles y limitaciones al comercio
internacional. En esencia, el ideario cepalino resultó ser un punto de partida
para la teoría de la dependencia que, posteriormente introdujo al
marxismo-leninismo con otra visión interpretativa e ideológica: el imperialismo,
la revolución y el derrumbe inevitable del sistema capitalista en el circuito
del centro industrializado.
Por otro lado, numerosos teóricos sostienen perspectivas
enfrentadas sobre la importancia y calidad de los aportes marxistas a la
comprensión de las relaciones internacionales. Posiblemente el más conocido
especialista soviético en Derecho Internacional Público fue Grigory Tunkin,
cuya obra Curso de Derecho Internacional,
fue una auténtica guía para las generaciones de juristas que se inspiraron en
el marxismo. Tunkin explicaba que la “ciencia soviética” del Derecho
Internacional descansaba sobre la teoría marxista del Estado y del Derecho.
Siguiendo la ortodoxia soviética, el pensamiento marxista
encontraba también un evidente incremento de la interdependencia en el sistema internacional
(propio del crecimiento internacional del capitalismo y del mercado), y
aceptaba (sin alternativa ante los hechos) la existencia de Estados soberanos
capaces de desarrollar el capitalismo. Asimismo, los marxistas hallaban en el
Derecho Internacional, un instrumento moderno de obligatoriedad para el
cumplimiento de pactos y tratados (pacta
sunt servanda).
Según Tunkin y el marxismo-leninismo, el Derecho
Internacional tiene una base ineludiblemente clasista. La “lucha de clases” se transportaba al escenario
internacional y explicaba la esencia del derecho porque las voluntades de los
Estados que participaban en la creación del ordenamiento internacional, tenían un
carácter clasista. En el Estado capitalista, el derecho es la voluntad de la
clase dominante, es decir, de la burguesía, mientras que, en el Estado
socialista, el derecho es la voluntad del pueblo que actúa bajo la dirección
del movimiento obrero.
Los marxistas especializados en Derecho Internacional consideraban
esencial responder a la pregunta ¿cómo explicar la existencia de un sistema
legal que se basa en la lucha de clases, pero que rige de manera universal e
incluye a los Estados de la más distinta naturaleza política, cultural, legal y
económica?
La teoría marxista-leninista y no la ciencia jurídica
internacional burguesa, es la que se vanagloriaba de resolver el problema de “dar
vida” a un Derecho Internacional general, que funcionaba a partir de los compromisos
y las voluntades de los Estados, proscribiendo el uso de la fuerza y la amenaza
de recurrir a ella en las relaciones internacionales, oponiéndose al
colonialismo, al racismo y al apartheid.
Cabe señalar que el marxismo ayudó a la eliminación del
sistema colonial. Esta contribución teórico-política tenía para el sistema
socialista, una finalidad no solamente humanista, sino también un propósito estratégico
de política realista: “minar” la periferia del capitalismo, que era el gran antagonista
histórico, con el propósito de lograr prosperidad económica, superando y
destruyendo al centro capitalista e industrializado el cual, de manera
estructural, explotaba a los países del Tercer Mundo.
La teoría de la dependencia reconoce una posición
liberacionista y revolucionaria para terminar con la dominación del “centro”;
sin embargo, resulta cuestionable la fundamentación puramente clasista del
Estado y del Derecho, que tendrían que desaparecer (según la doctrina ortodoxa,
sobre todo leninista) en la sociedad comunista. Por otro lado, suponer que el
Derecho Internacional nació desde la antigüedad para responder a los designios
de diferentes clases dominantes a lo largo de la historia, es una concepción errónea
por varias razones. Ni los egipcios, griegos o romanos, pudieron construir un
sistema legal que fuera la base del Derecho Internacional; éste solo aparece en
la Edad Moderna, como un resultado creado también por el Estado moderno y sus
instituciones.
La era moderna es la época del capitalismo mercantilista,
de la creación de innumerables conexiones económicas, de la expansión colonialista,
así como de alianzas y rivalidades entre diversos Estados a escalas sin
precedentes. Estas redes de cooperación, conflicto e integración de Estados y
mercados capitalistas, fueron la cuna y el escenario para el nacimiento del
Derecho Internacional. Pero, ¿realmente podría existir el Derecho Internacional
si su naturaleza fuera clasista y si existiera un Derecho Internacional burgués
y otro socialista? ¿Cada uno basado en intereses de clases contrapuestas?
Además, existe una contradicción entre los postulados y
la finalidad del Derecho Internacional
burgués, que fomenta la cooperación y solución pacífica de las
controversias y, por otro lado, la doctrina marxista que considera al Derecho
Internacional como una instancia que tiene una finalidad conflictiva, porque el
Derecho, desde la visión socialista, es en esencia una simple expresión súper-estructural
de determinados modos de producción y de las manifestaciones específicas de la
lucha de clases en el orbe internacional. De esta forma, el Derecho objetivo
pasa a ser un arma de lucha, más que un instrumento de armonización o de
adjudicación institucionalizada de los derechos subjetivos de las partes.
Si los Estados reflejan los intereses de las clases
antagónicas y si, a la larga, todo el sistema internacional desembocará en su
destrucción debido a los conflictos estructurales del capitalismo, entonces la
lucha de clases en dicho sistema, es más importante que cualquier teoría sobre
los derechos. Sin embargo, a pesar de los conflictos, las partes antagónicas también
pueden cooperarse en temas de naturaleza estructural y, a largo plazo,
indicaría que el Derecho Internacional tiene una base esencial que va más allá
de los intereses clasistas. Entonces, ¿cuál es la naturaleza del Derecho
Internacional socialista? ¿Existen realidades sociales que no responden a la
infraestructura económica, ni a los intereses de determinadas clases sociales?
La respuesta marxista-leninista ante este problema es, en el mejor de los casos,
una especie de hipótesis muy general: “preservar la paz” y “construir un mejor
futuro”.
El Derecho Internacional muestra la existencia de
estructuras político-legales, capaces de abarcar a diversos “modos de
producción”, los mismos que no son ni el producto del conflicto clasista, ni
una simple manifestación supra-estructural, frente al predominio exclusivo de
la infraestructura económica.
Asimismo, la desaparición de la Unión Soviética y de todo
el mundo socialista presenta otro problema a la teoría marxista del Derecho
Internacional. ¿Desapareció con la URSS el Derecho Internacional moderno? Cómo
explicar los avances en el Derecho Internacional, en términos de acuerdos
comerciales, Derechos Humanos, el nacimiento de la Corte Penal Internacional y
otros hechos ocurridos después del colapso de la URSS. Es necesario puntualizar
que los instrumentos y conceptos básicos del Derecho Internacional, fueron y
son producto de siglos de evolución del derecho, calificado como “burgués” por los
marxistas.
Por otra parte, cuando Tunkin y sus seguidores afirmaban
que el Derecho Internacional socialista logró el triunfo de la razón sobre la
amenaza y el uso de la fuerza, se constató una serie de contradicciones,
especialmente con la invasión soviética a Hungría en 1956 y con la “doctrina
Brezhnev” que se aplicó en la invasión de Checoeslovaquia en 1968, autorizando
a la Unión Soviética a invadir cualquier Estado socialista que intentara
desertar de su órbita de influencia política. El socialismo en Europa del Este
estaba sitiado y subordinado a la URSS, sin posibilidad de negociación alguna. La
violencia socialista resalta en la invasión contra Afganistán en 1979, la invasión
de China contra el Tibet y la breve guerra de China contra Vietnam en 1979. Así,
queda evidenciado que el uso y abuso de la fuerza, no eran una característica
atribuible solamente a Occidente. Las desviaciones y arbitrariedades cometidas
en contra de los principios del Derecho Internacional por parte del campo
socialista, estuvieron lejos de respetar los mínimos preceptos de paz en el
sistema internacional.
El último secretario general del Partido Comunista y
presidente de la URSS, Mikhail S. Gorbachev, impulsado por la crítica situación
decadente que vivía el sistema soviético, intentó salvarlo por medio de
reformas, tanto internas (con la perestroika o reestructuración), como externas
(con su llamado “nuevo pensamiento”). Con sus reformas redefinió las relaciones
internacionales de su país, apartándose de la tendencia señalada por el Derecho
Internacional socialista, cuyas bases teóricas alentaban la confrontación,
supuestamente clasista, en el ámbito mundial. Para evitar el horror de una
hecatombe nuclear, Gorbachev propuso desmantelar varios arsenales nucleares, a
pesar del aplastante poder atómico de la URSS.
Para Gorbachev, las relaciones internacionales se debían
regir por el mutuo respeto entre los Estados. La fuerza no debería ser nunca
más un instrumento en política exterior y la seguridad solamente podía ser “mutua”,
no a costa de un Estado para beneficio de otro. Cada Estado, según Gorbachev,
debía tener el derecho de escoger su propia ideología sin interferencias
extranjeras; con esto desautorizaba a la “doctrina Brezhnev. Por lo tanto, las
ideologías tampoco debían impulsar la conducta internacional, de manera que la
política exterior soviética podía guiarse por los “intereses generales” de la
humanidad y no por intereses de clase o de nación.
Daniel Treisman, en su libro The Return. Russia’s Journey from Gorbachev to Medvedev (New York:
Free Press, 2011), afirma que Gorbachev consideraba la vida humana como el “valor
supremo”, emparentándose con las ideas expresadas por el Derecho Internacional
burgués y evidenciando el declive del Derecho Internacional socialista, como amenaza
destructiva que la lucha de clases transmitía hacia la arena internacional. Así
se constataba que la URSS, nación madre del socialismo, estaba abandonando varias
ideas marxistas-leninistas, siendo Gorbachev, el artífice de la posterior
desaparición de la Unión Soviética y un gran reformista que fortaleció el
Derecho Internacional, al evitar una guerra nuclear y reorientando el liderazgo
político hacia una estrategia diplomática que terminó con la Guerra Fría y
sepultó al socialismo de Europa del Este. El marxismo-leninismo, en el fondo,
no hizo ninguna contribución seria a la disciplina de las relaciones internacionales.
Los aspectos más sólidos del análisis marxista fueron
pensados para el ámbito doméstico: el funcionamiento del modo de producción
capitalista dentro de las sociedades industrializadas como Inglaterra. Hubo
poca dedicación para estudiar el sistema internacional. Las ideas cosmopolitas
de Marx fueron muy generales y resultaron ser de naturaleza, más bien,
profética y fallida: la muerte de los Estados nacionales para la posterior
instauración del comunismo, en reemplazo de las sociedades occidentales
modernas. Marx percibía una “sociedad comunista mundial”, aunque de manera nublada,
sin la calidad de sus análisis concentrados en el capitalismo de Inglaterra,
Francia y Alemania.
Para la teoría de la dependencia inspirada en el marxismo,
el concepto de “imperialismo” ayuda a descubrir las raíces del sub-desarrollo
iberoamericano, iluminando al mismo tiempo el camino hacia el desarrollo. La
dependencia es una situación condicionante que determina los límites y
posibilidades para la conducta y desarrollo de las sociedades modernas. La
dependencia de Iberoamérica ocurre dentro del contexto de la economía global. El
mercado mundial ha condicionado a sus propias necesidades, las funciones y el
desarrollo de las economías iberoamericanas.
Dentro de esta perspectiva, el sistema internacional está
integrado por una red de relaciones económicas, políticas, militares y
culturales, organizadas alrededor del capitalismo mundial y su expansión
global. Los aspectos fundamentales del sistema internacional, según los
dependentistas, son: a) predominio del sistema capitalista industrial y
financiero; b) satisfacción de las necesidades de las naciones dominantes, a
costa de las naciones dominadas (bienes agrícolas, minerales, mano de obra
barata); c) concentración de capital en las naciones dominantes; d) concentración
del poder en una nación dominante en determinado momento histórico (España,
Inglaterra, Estados Unidos); e) predominio de alguna forma histórica del
capitalismo (mercantilismo, libre comercio, proteccionismo).
En contrapartida, las características de un país
iberoamericano dentro del sistema internacional se resumen así: a) solamente
son proveedores de productos agrícolas, materias primas, poseen algunas
manufacturas, son compradores de bienes manufacturados y receptores de
inversión extranjera; b) aumentan su grado de autonomía cuando se alejan del
“centro industrial”, especialmente en los períodos de crisis (durante guerras y
crisis financieras); c) los principales sectores económicos están controlados,
en mayor o menor grado, por los intereses extranjeros; d) por lo tanto, para las
naciones dependientes, es importante analizar cuidadosamente la naturaleza de
los nexos políticos con el poder dominante.
Existe una infraestructura de la dependencia, y por medio
de esta, los países iberoamericanos son cada vez más dependientes. Tal
dependencia varía de acuerdo con las épocas históricas del desarrollo capitalista.
De esta manera, en el siglo XIX prevaleció la economía de
exportación/importación por medio de “enclaves” (tales como las bananeras
extranjeras en Costa Rica u Honduras). Hoy, la dependencia se caracteriza por
el capitalismo industrial y financiero avanzado. En consecuencia, el sistema
internacional causa “directamente” el subdesarrollo. Asimismo, lo alimenta
indirectamente a través de ciertas instituciones, clases sociales y procesos de
índole industrial y urbanización. La industrialización en Iberoamérica está
atada a intereses extranjeros, por lo cual no basta construir fábricas para
pensar que se está logrando la independencia industrial. Finalmente, en los
países dependientes, existe una “clase clientelista”, dependiente de socios
extranjeros, pero dominante dentro de sus propios países, lo cual perjudica
políticamente la consolidación de una substitución de importaciones favorable a
los intereses nacionales.
Según la perspectiva dependentista, la mayoría de las
teorías sobre el sistema internacional, aceptan que los Estados tienen algún
grado de autonomía en la arena internacional, lo cual sería erróneo porque las
teorías sobre el imperialismo son más acertadas, ya que no se puede separar el
imperialismo del sistema económico. En contraste, las teorías marxistas
demuestran la íntima conexión entre la economía y la política imperialista. En
realidad, la política imperialista sería una consecuencia de las realidades
económicas. Para los dependentistas, el imperialismo no es, ni irracional ni
accidental, tampoco es una política fugaz, sino una etapa en el desarrollo del
capitalismo como sistema mundial. El capitalismo corporativo de las grandes transnacionales,
tiene interés en que Iberoamérica alcance un cierto grado de desarrollo, aunque
limitado a los intereses del centro industrializado.
En esencia, las teorías sobre el imperialismo examinan
los mecanismos de dominación ejercidos “desde arriba”, por las potencias
dominantes. La teoría de la dependencia estudia los mecanismos y los efectos
sobre los países dominados. La dependencia y el imperialismo son dos nombres de
un solo sistema: el capitalismo como sistema mundial.
La teoría de la dependencia tuvo el mérito de “poner en
el mapa” de las relaciones internacionales al Tercer Mundo, a su rol, sus
problemas y su importancia en la arena internacional. La dependencia fue “la
visión de los de abajo”, contrapuesta a la visión “de los de arriba”; es decir,
las perspectivas del realismo y el pluralismo o interdependencia. Estas dos
últimas perspectivas representan la mirada del mundo industrial que, a menudo,
vio al resto del mundo desde un cristal parcialmente desfigurado y con información
insuficiente.
Esta tendencia subraya también la necesidad de reformular
el estudio de las “causas del subdesarrollo”, focalizándose en los factores
internos de las sociedades pobres, sin eliminar a los factores internacionales.
El uso de algunos conceptos tomados de la dependencia como arma política para
movilizar a determinados sectores, ha erosionado a la teoría, quitándole seriedad.
¿Por qué hay tantas sociedades subdesarrolladas? Es la pregunta que inspiró el
nacimiento de la dependencia como herramienta analítica para la política y la
economía internacionales. Esta preocupación sigue vigente en un sistema global
que, en el fondo, continúa alentando las desigualdades y perpetuando el caos.
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