LA TEORÍA DE LA DEPENDENCIA Y EL MARXISMO EN LAS RELACIONES INTERNACIONALES


 

La teoría de la dependencia entiende a las relaciones internacionales como una red de factores económico-políticos originados por el desarrollo del sistema capitalista, al que atribuye una responsabilidad fundamental: la explotación injusta y desigual de parte de los países desarrollados (llamados “el centro” del sistema), que están en contra de los países subdesarrollados (llamados “la periferia” del sistema internacional). Es una teoría de la “eterna” desconfianza hacia los países industrializados, a quienes, de manera simultánea, se los envidia y trata de imitar. La dependencia es una especie de crítica sagaz de los fundamentos del centro capitalista y aspiración a tener una industrialización doméstica, que podría convertirse en las bases de confrontación internacional, antes que en el impulso de una interdependencia estratégica. Estas concepciones suponen el logro de una autarquía económica, que en la era de la globalización, es sencillamente imposible.

 

En esta perspectiva, los actores fundamentales son, tanto las clases sociales, como el sistema capitalista. Todos los supuestos teóricos parten de la siguiente premisa: los Estados son los actores de peso decisivo en las relaciones internacionales y representan verdaderos instrumentos de dominación de las clases dominantes. El sistema capitalista, particularmente en su dimensión internacional, con una extensa y tupida red de instituciones, tiene una función predominantemente “explotadora”.

 

Para los dependentistas, las relaciones internacionales son un conjunto de diversas formas de expoliación que generan violencia e injusticia a escala global. Las reacciones frente a cualquier abuso, desembocarán en una serie de revoluciones, lideradas por las clases sociales dominadas, especialmente por el proletariado que, en la visión marxista-leninista de la “dependencia”, finalmente sepultará al sistema y lo substituirá por el socialismo, portador de justicia verdadera y progreso.

 

Las bases teóricas de la dependencia, fueron desarrolladas por la Comisión Económica para América Latina (CEPAL). Esta institución, perteneciente a las Naciones Unidas, fue una importante fuente de inspiración inicial para el pensamiento dependentista. Entre los teóricos más sobresalientes, se encuentra el economista argentino, Raúl Prebisch. En un segundo momento, la escuela de la dependencia rechazó o modificó al pensamiento cepalino e introdujo al marxismo-leninismo dentro de su teoría.

 

En la década de los años 50 del siglo XX, diversos políticos y economistas veían con preocupación el futuro económico de Iberoamérica. Inquietaba la lenta industrialización de la región, la brecha existente entre los países desarrollados y los de Iberoamérica, los deteriorados términos de intercambio comercial y la dependencia e inferioridad tecnológica e industrial de América Latina. Para enfrentar estas circunstancias adversas, un grupo de economistas de la CEPAL propuso un “modelo de desarrollo” que consistía en la conveniencia de distanciarse de los países industriales, construir un sub-sistema dentro del sistema capitalista y crear grupos regionales protegidos por “barreras comerciales” que debían amparar a las industrias nacionales, frente a la competencia de los productos provenientes de las naciones capitalistas industrializadas. Los escudos protectores deberían permitir el desarrollo de las industrias nacionales.

 

De esta forma, las llamadas industrias nacientes en los países dependientes, debían impulsar sus economías endógenas, instalando un modelo de “substitución de importaciones” que, con el debido tiempo, podía desarrollarse y adquirir la capacidad de competir con las industrias extranjeras. Además, la escuela cepalina concedía al Estado un importante rol en la economía y estimaba que el desarrollo económico no podía lograrse solamente con medidas monetarias y fiscales, sino también por medio de reformas estructurales que buscaban, entre otros objetivos, la expansión del mercado doméstico. Tal expansión requeriría no solo incrementar la capacidad adquisitiva de los habitantes de cada Estado iberoamericano, sino aumentar igualmente la integración económica entre diferentes grupos de Estados dentro de la región. La integración comenzaría por una zona de libre comercio, proseguiría con una unión aduanera y llegaría a un mercado común iberoamericano. Finalmente, algunos países podrían, inclusive, pensar en una futura “unidad política”.

 

Bajo la estrategia de integración política, económica y substitución de importaciones, nació, por ejemplo, el Mercado Común Centroamericano (Tratado de Managua 1960). Después de diversos y fallidos intentos políticos para revivir a la Federación Centroamericana (que unió a Guatemala, Honduras, El Salvador y Nicaragua entre 1823 y 1838), el camino hacia la unidad se transitaría, lenta pero firmemente, por la vía económica. El Pacto Andino o Acuerdo de Cartagena también se basó en los ideales cepalinos, sobre todo por medio de la unión aduanera que funcionó por un tiempo entre todos los países andinos.

 

Sin duda, los ideales de la CEPAL eran atractivos y ambiciosos, inspirados en la filosofía de las ventajas comparativas, aunque contrarios a las tesis de la total apertura hacia los mercados internacionales. Hubo, además, una serie de factores que terminaron debilitando y liquidando al modelo propuesto por la CEPAL. Por una parte, muchas industrias nacionales, extranjeras o mixtas (incluidas las que en Centroamérica se denominaron “industrias de integración”, con capacidad para cubrir a todo el mercado centroamericano), tuvieron un desarrollo muy lento como para convertirse en firmas capaces de competir internacionalmente. Por el contrario, algunas industrias (al amparo de la generosa protección concedida por los Estados de la región) se conformaron con vender a un mercado cautivo, productos que, a veces, eran de inferior calidad, comparados con los extranjeros y, además, más caros.

 

Desde diversos círculos académicos y políticos se creó una cultura y, a la vez, un dogma, que calificaba como dañina a toda inversión extranjera. Se pasó por alto el hecho de que muchas posibilidades de inversión extranjera directa eran, precisamente, uno de los factores claves que, en otras latitudes, estaban transformando a diversos países, quienes transitaban desde el subdesarrollo hacia el estatus de países modernos y desarrollados. Tales eran los casos de Singapur, Corea del Sur o Taiwán. Este fenómeno se repetiría, posteriormente, en una escala dramática con el despegue de la China continental, que hoy día es ya la primera economía del mundo.

 

Además, hubo circunstancias políticas que hirieron gravemente a los procesos de integración previamente mencionados y anhelados por la CEPAL. Por ejemplo, la guerra Honduras-El Salvador (1969), que fue provocada por asuntos demográficos y migratorios. Esta guerra fue bautizada como “la guerra del fútbol”, porque estalló poco después de un partido entre las selecciones nacionales de ambos países centroamericanos.

 

La decisión hondureña de bloquear el tránsito a toda mercadería salvadoreña y la absurda prohibición al ingreso y venta de productos salvadoreños en Honduras, fueron graves errores que perjudicaron el proyecto del mercado común centroamericano. En otro escenario, la decisión del general Augusto Pinochet de retirar a Chile del Pacto Andino por las serias restricciones del pacto a la inversión extranjera, fue otro golpe a ese proyecto integracionista en la década de los años 70.

 

El “proteccionismo” inherente al modelo de Prebisch, quedaría relegado ante el impulso de dimensiones planetarias de la globalización, la creciente apertura de las economías internacionales y la ascensión del modelo económico neoliberal. La CEPAL, actualmente es una organización que continúa activamente dedicándose a la investigación socio-económica y efectúa importantes estudios sobre temas como la educación, infraestructura, salud, fortalecimiento del sector productivo, así como contribuye al diseño de instrumentos y estrategias de política pública. Sin embargo, no logró recobrar el peso que tuvo en el terreno teórico y político en los años 60 y 80 del siglo XX, cuando inspiró la formulación de políticas económicas en toda Iberoamérica.

 

¿Qué relación tuvo la CEPAL con la perspectiva dependentista? Por una parte, la CEPAL diseminó una idea que influiría como una fuerza cardinal, afirmando que la dependencia se produce por los “nexos” con el sistema capitalista en todo el ámbito internacional. Cuanto más cerca del “centro” capitalista estaba un país en vías de desarrollo, supuestamente más empobrecida quedaría su economía en la “periferia”. La CEPAL propuso guardar “distancia del centro” para permitir el desarrollo industrial de los países iberoamericanos. Sin embargo, esta tesis quedaría desvirtuada cuando se vio el positivo desarrollo alcanzado por aquellos países que ayer fueron subdesarrollados y hoy son potencias económicas por sus intensos nexos económicos, técnico-científicos y culturales con “el centro”. Los ejemplos más notorios son Singapur, India, Sudáfrica, Vietnam y Turquía.

 

La CEPAL cuestionó la apertura de las economías hacia los mercados internacionales, idea recurrente entre los teóricos dependentistas. Al mismo tiempo, la CEPAL también subrayaba la importancia del Estado en la formulación y dirección de las políticas económicas, así como enaltecía la presencia estatal en los sectores clave de la economía. La agenda dependentista más radical, inspirada por el marxismo-leninismo, otorgó al Estado una función mucho más trascendental que las ideas primigenias propuestas por la CEPAL.

 

Es importante aclarar que la CEPAL no era una institución con identidad ideológica marxista, ni tampoco se declaró enemiga absoluta de la economía de mercado, tal como lo expresara abundantemente el propio Prebisch. Lo que la CEPAL propuso fue una economía de mercado con una fuerte participación política estatal, recomendando controles y limitaciones al comercio internacional. En esencia, el ideario cepalino resultó ser un punto de partida para la teoría de la dependencia que, posteriormente introdujo al marxismo-leninismo con otra visión interpretativa e ideológica: el imperialismo, la revolución y el derrumbe inevitable del sistema capitalista en el circuito del centro industrializado.

 

Por otro lado, numerosos teóricos sostienen perspectivas enfrentadas sobre la importancia y calidad de los aportes marxistas a la comprensión de las relaciones internacionales. Posiblemente el más conocido especialista soviético en Derecho Internacional Público fue Grigory Tunkin, cuya obra Curso de Derecho Internacional, fue una auténtica guía para las generaciones de juristas que se inspiraron en el marxismo. Tunkin explicaba que la “ciencia soviética” del Derecho Internacional descansaba sobre la teoría marxista del Estado y del Derecho.

 

Siguiendo la ortodoxia soviética, el pensamiento marxista encontraba también un evidente incremento de la interdependencia en el sistema internacional (propio del crecimiento internacional del capitalismo y del mercado), y aceptaba (sin alternativa ante los hechos) la existencia de Estados soberanos capaces de desarrollar el capitalismo. Asimismo, los marxistas hallaban en el Derecho Internacional, un instrumento moderno de obligatoriedad para el cumplimiento de pactos y tratados (pacta sunt servanda).

 

Según Tunkin y el marxismo-leninismo, el Derecho Internacional tiene una base ineludiblemente clasista. La “lucha de clases” se transportaba al escenario internacional y explicaba la esencia del derecho porque las voluntades de los Estados que participaban en la creación del ordenamiento internacional, tenían un carácter clasista. En el Estado capitalista, el derecho es la voluntad de la clase dominante, es decir, de la burguesía, mientras que, en el Estado socialista, el derecho es la voluntad del pueblo que actúa bajo la dirección del movimiento obrero.

 

Los marxistas especializados en Derecho Internacional consideraban esencial responder a la pregunta ¿cómo explicar la existencia de un sistema legal que se basa en la lucha de clases, pero que rige de manera universal e incluye a los Estados de la más distinta naturaleza política, cultural, legal y económica?

 

La teoría marxista-leninista y no la ciencia jurídica internacional burguesa, es la que se vanagloriaba de resolver el problema de “dar vida” a un Derecho Internacional general, que funcionaba a partir de los compromisos y las voluntades de los Estados, proscribiendo el uso de la fuerza y la amenaza de recurrir a ella en las relaciones internacionales, oponiéndose al colonialismo, al racismo y al apartheid.

 

Cabe señalar que el marxismo ayudó a la eliminación del sistema colonial. Esta contribución teórico-política tenía para el sistema socialista, una finalidad no solamente humanista, sino también un propósito estratégico de política realista: “minar” la periferia del capitalismo, que era el gran antagonista histórico, con el propósito de lograr prosperidad económica, superando y destruyendo al centro capitalista e industrializado el cual, de manera estructural, explotaba a los países del Tercer Mundo.

 

La teoría de la dependencia reconoce una posición liberacionista y revolucionaria para terminar con la dominación del “centro”; sin embargo, resulta cuestionable la fundamentación puramente clasista del Estado y del Derecho, que tendrían que desaparecer (según la doctrina ortodoxa, sobre todo leninista) en la sociedad comunista. Por otro lado, suponer que el Derecho Internacional nació desde la antigüedad para responder a los designios de diferentes clases dominantes a lo largo de la historia, es una concepción errónea por varias razones. Ni los egipcios, griegos o romanos, pudieron construir un sistema legal que fuera la base del Derecho Internacional; éste solo aparece en la Edad Moderna, como un resultado creado también por el Estado moderno y sus instituciones.

 

La era moderna es la época del capitalismo mercantilista, de la creación de innumerables conexiones económicas, de la expansión colonialista, así como de alianzas y rivalidades entre diversos Estados a escalas sin precedentes. Estas redes de cooperación, conflicto e integración de Estados y mercados capitalistas, fueron la cuna y el escenario para el nacimiento del Derecho Internacional. Pero, ¿realmente podría existir el Derecho Internacional si su naturaleza fuera clasista y si existiera un Derecho Internacional burgués y otro socialista? ¿Cada uno basado en intereses de clases contrapuestas?

 

Además, existe una contradicción entre los postulados y la finalidad del Derecho Internacional  burgués, que fomenta la cooperación y solución pacífica de las controversias y, por otro lado, la doctrina marxista que considera al Derecho Internacional como una instancia que tiene una finalidad conflictiva, porque el Derecho, desde la visión socialista, es en esencia una simple expresión súper-estructural de determinados modos de producción y de las manifestaciones específicas de la lucha de clases en el orbe internacional. De esta forma, el Derecho objetivo pasa a ser un arma de lucha, más que un instrumento de armonización o de adjudicación institucionalizada de los derechos subjetivos de las partes.

 

Si los Estados reflejan los intereses de las clases antagónicas y si, a la larga, todo el sistema internacional desembocará en su destrucción debido a los conflictos estructurales del capitalismo, entonces la lucha de clases en dicho sistema, es más importante que cualquier teoría sobre los derechos. Sin embargo, a pesar de los conflictos, las partes antagónicas también pueden cooperarse en temas de naturaleza estructural y, a largo plazo, indicaría que el Derecho Internacional tiene una base esencial que va más allá de los intereses clasistas. Entonces, ¿cuál es la naturaleza del Derecho Internacional socialista? ¿Existen realidades sociales que no responden a la infraestructura económica, ni a los intereses de determinadas clases sociales? La respuesta marxista-leninista ante este problema es, en el mejor de los casos, una especie de hipótesis muy general: “preservar la paz” y “construir un mejor futuro”.

 

El Derecho Internacional muestra la existencia de estructuras político-legales, capaces de abarcar a diversos “modos de producción”, los mismos que no son ni el producto del conflicto clasista, ni una simple manifestación supra-estructural, frente al predominio exclusivo de la infraestructura económica.

 

Asimismo, la desaparición de la Unión Soviética y de todo el mundo socialista presenta otro problema a la teoría marxista del Derecho Internacional. ¿Desapareció con la URSS el Derecho Internacional moderno? Cómo explicar los avances en el Derecho Internacional, en términos de acuerdos comerciales, Derechos Humanos, el nacimiento de la Corte Penal Internacional y otros hechos ocurridos después del colapso de la URSS. Es necesario puntualizar que los instrumentos y conceptos básicos del Derecho Internacional, fueron y son producto de siglos de evolución del derecho, calificado como “burgués” por los marxistas.

 

Por otra parte, cuando Tunkin y sus seguidores afirmaban que el Derecho Internacional socialista logró el triunfo de la razón sobre la amenaza y el uso de la fuerza, se constató una serie de contradicciones, especialmente con la invasión soviética a Hungría en 1956 y con la “doctrina Brezhnev” que se aplicó en la invasión de Checoeslovaquia en 1968, autorizando a la Unión Soviética a invadir cualquier Estado socialista que intentara desertar de su órbita de influencia política. El socialismo en Europa del Este estaba sitiado y subordinado a la URSS, sin posibilidad de negociación alguna. La violencia socialista resalta en la invasión contra Afganistán en 1979, la invasión de China contra el Tibet y la breve guerra de China contra Vietnam en 1979. Así, queda evidenciado que el uso y abuso de la fuerza, no eran una característica atribuible solamente a Occidente. Las desviaciones y arbitrariedades cometidas en contra de los principios del Derecho Internacional por parte del campo socialista, estuvieron lejos de respetar los mínimos preceptos de paz en el sistema internacional.

 

El último secretario general del Partido Comunista y presidente de la URSS, Mikhail S. Gorbachev, impulsado por la crítica situación decadente que vivía el sistema soviético, intentó salvarlo por medio de reformas, tanto internas (con la perestroika o reestructuración), como externas (con su llamado “nuevo pensamiento”). Con sus reformas redefinió las relaciones internacionales de su país, apartándose de la tendencia señalada por el Derecho Internacional socialista, cuyas bases teóricas alentaban la confrontación, supuestamente clasista, en el ámbito mundial. Para evitar el horror de una hecatombe nuclear, Gorbachev propuso desmantelar varios arsenales nucleares, a pesar del aplastante poder atómico de la URSS.

 

Para Gorbachev, las relaciones internacionales se debían regir por el mutuo respeto entre los Estados. La fuerza no debería ser nunca más un instrumento en política exterior y la seguridad solamente podía ser “mutua”, no a costa de un Estado para beneficio de otro. Cada Estado, según Gorbachev, debía tener el derecho de escoger su propia ideología sin interferencias extranjeras; con esto desautorizaba a la “doctrina Brezhnev. Por lo tanto, las ideologías tampoco debían impulsar la conducta internacional, de manera que la política exterior soviética podía guiarse por los “intereses generales” de la humanidad y no por intereses de clase o de nación.

 

Daniel Treisman, en su libro The Return. Russia’s Journey from Gorbachev to Medvedev (New York: Free Press, 2011), afirma que Gorbachev consideraba la vida humana como el “valor supremo”, emparentándose con las ideas expresadas por el Derecho Internacional burgués y evidenciando el declive del Derecho Internacional socialista, como amenaza destructiva que la lucha de clases transmitía hacia la arena internacional. Así se constataba que la URSS, nación madre del socialismo, estaba abandonando varias ideas marxistas-leninistas, siendo Gorbachev, el artífice de la posterior desaparición de la Unión Soviética y un gran reformista que fortaleció el Derecho Internacional, al evitar una guerra nuclear y reorientando el liderazgo político hacia una estrategia diplomática que terminó con la Guerra Fría y sepultó al socialismo de Europa del Este. El marxismo-leninismo, en el fondo, no hizo ninguna contribución seria a la disciplina de las relaciones internacionales.

 

Los aspectos más sólidos del análisis marxista fueron pensados para el ámbito doméstico: el funcionamiento del modo de producción capitalista dentro de las sociedades industrializadas como Inglaterra. Hubo poca dedicación para estudiar el sistema internacional. Las ideas cosmopolitas de Marx fueron muy generales y resultaron ser de naturaleza, más bien, profética y fallida: la muerte de los Estados nacionales para la posterior instauración del comunismo, en reemplazo de las sociedades occidentales modernas. Marx percibía una “sociedad comunista mundial”, aunque de manera nublada, sin la calidad de sus análisis concentrados en el capitalismo de Inglaterra, Francia y Alemania.

 

Para la teoría de la dependencia inspirada en el marxismo, el concepto de “imperialismo” ayuda a descubrir las raíces del sub-desarrollo iberoamericano, iluminando al mismo tiempo el camino hacia el desarrollo. La dependencia es una situación condicionante que determina los límites y posibilidades para la conducta y desarrollo de las sociedades modernas. La dependencia de Iberoamérica ocurre dentro del contexto de la economía global. El mercado mundial ha condicionado a sus propias necesidades, las funciones y el desarrollo de las economías iberoamericanas.

 

Dentro de esta perspectiva, el sistema internacional está integrado por una red de relaciones económicas, políticas, militares y culturales, organizadas alrededor del capitalismo mundial y su expansión global. Los aspectos fundamentales del sistema internacional, según los dependentistas, son: a) predominio del sistema capitalista industrial y financiero; b) satisfacción de las necesidades de las naciones dominantes, a costa de las naciones dominadas (bienes agrícolas, minerales, mano de obra barata); c) concentración de capital en las naciones dominantes; d) concentración del poder en una nación dominante en determinado momento histórico (España, Inglaterra, Estados Unidos); e) predominio de alguna forma histórica del capitalismo (mercantilismo, libre comercio, proteccionismo).

 

En contrapartida, las características de un país iberoamericano dentro del sistema internacional se resumen así: a) solamente son proveedores de productos agrícolas, materias primas, poseen algunas manufacturas, son compradores de bienes manufacturados y receptores de inversión extranjera; b) aumentan su grado de autonomía cuando se alejan del “centro industrial”, especialmente en los períodos de crisis (durante guerras y crisis financieras); c) los principales sectores económicos están controlados, en mayor o menor grado, por los intereses extranjeros; d) por lo tanto, para las naciones dependientes, es importante analizar cuidadosamente la naturaleza de los nexos políticos con el poder dominante.

 

Existe una infraestructura de la dependencia, y por medio de esta, los países iberoamericanos son cada vez más dependientes. Tal dependencia varía de acuerdo con las épocas históricas del desarrollo capitalista. De esta manera, en el siglo XIX prevaleció la economía de exportación/importación por medio de “enclaves” (tales como las bananeras extranjeras en Costa Rica u Honduras). Hoy, la dependencia se caracteriza por el capitalismo industrial y financiero avanzado. En consecuencia, el sistema internacional causa “directamente” el subdesarrollo. Asimismo, lo alimenta indirectamente a través de ciertas instituciones, clases sociales y procesos de índole industrial y urbanización. La industrialización en Iberoamérica está atada a intereses extranjeros, por lo cual no basta construir fábricas para pensar que se está logrando la independencia industrial. Finalmente, en los países dependientes, existe una “clase clientelista”, dependiente de socios extranjeros, pero dominante dentro de sus propios países, lo cual perjudica políticamente la consolidación de una substitución de importaciones favorable a los intereses nacionales.

 

Según la perspectiva dependentista, la mayoría de las teorías sobre el sistema internacional, aceptan que los Estados tienen algún grado de autonomía en la arena internacional, lo cual sería erróneo porque las teorías sobre el imperialismo son más acertadas, ya que no se puede separar el imperialismo del sistema económico. En contraste, las teorías marxistas demuestran la íntima conexión entre la economía y la política imperialista. En realidad, la política imperialista sería una consecuencia de las realidades económicas. Para los dependentistas, el imperialismo no es, ni irracional ni accidental, tampoco es una política fugaz, sino una etapa en el desarrollo del capitalismo como sistema mundial. El capitalismo corporativo de las grandes transnacionales, tiene interés en que Iberoamérica alcance un cierto grado de desarrollo, aunque limitado a los intereses del centro industrializado.

 

En esencia, las teorías sobre el imperialismo examinan los mecanismos de dominación ejercidos “desde arriba”, por las potencias dominantes. La teoría de la dependencia estudia los mecanismos y los efectos sobre los países dominados. La dependencia y el imperialismo son dos nombres de un solo sistema: el capitalismo como sistema mundial.

 

La teoría de la dependencia tuvo el mérito de “poner en el mapa” de las relaciones internacionales al Tercer Mundo, a su rol, sus problemas y su importancia en la arena internacional. La dependencia fue “la visión de los de abajo”, contrapuesta a la visión “de los de arriba”; es decir, las perspectivas del realismo y el pluralismo o interdependencia. Estas dos últimas perspectivas representan la mirada del mundo industrial que, a menudo, vio al resto del mundo desde un cristal parcialmente desfigurado y con información insuficiente.

 

Esta tendencia subraya también la necesidad de reformular el estudio de las “causas del subdesarrollo”, focalizándose en los factores internos de las sociedades pobres, sin eliminar a los factores internacionales. El uso de algunos conceptos tomados de la dependencia como arma política para movilizar a determinados sectores, ha erosionado a la teoría, quitándole seriedad. ¿Por qué hay tantas sociedades subdesarrolladas? Es la pregunta que inspiró el nacimiento de la dependencia como herramienta analítica para la política y la economía internacionales. Esta preocupación sigue vigente en un sistema global que, en el fondo, continúa alentando las desigualdades y perpetuando el caos.


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