COLOMBIA: ANFITRIÓN INTERNACIONAL Y LÍDER DE LA IMPUNIDAD

Colombia vuelve a tomar notoriedad por ser la sede de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Biodiversidad (COP-16), un evento internacional que se llevó a cabo del 21 de octubre al 1 de noviembre de 2024 en la ciudad de Cali. Sin embargo, no podía pasar desapercibida la discusión sobre la biodiversidad y la protección de la naturaleza, junto con el hecho de seguir soportando los más difíciles obstáculos en la pacificación. Obstáculos que se generan dentro de Colombia y causados por los mismos actores que organizan una serie de convenios internacionales.

 Toda esperanza por alcanzar la paz, llena de alegría y deslumbra cualquier voluntad para mirarnos como seres humanos. La paz es un aire fresco de tranquilidad que nos hace vivir plenamente, aunque los históricos compromisos de paz que han sido discutidos en Colombia, dentro del periodo 2016-2024, han llegado a un punto muerto. No sólo se trataba de poner fin a un camino sangriento que duró cincuenta años de “guerrillas”, sino que hoy obligan a pensar en lo inútil, demasiado costoso y nihilista que resultó ser la organización de grupos armados para tomar el poder.

 Las negociaciones de paz en Colombia se encuentran actualmente en una situación compleja porque están paralizadas, especialmente en lo que respecta al Ejército de Liberación Nacional (ELN), la última guerrilla activa. A pesar de las negociaciones con el gobierno de Gustavo Petro, las conversaciones están congeladas desde mayo de 2024 porque, además, expiró el cese al fuego bilateral que se acordó hace un año. Todo fue interrumpido por una serie de atentados atribuidos al ELN, declarándose así la inviabilidad del proceso de paz. La violencia sigue siendo el pan de cada día y los atentados asesinan también a dirigentes indígenas y activistas que luchan por la naturaleza y el medio ambiente.

 El diálogo de paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) ha avanzado desde la firma del Acuerdo Final en el año 2016, permitiendo la reincorporación de las FARC a la vida política como partido legal, aunque permanecen varios desafíos relacionados con la implementación efectiva de los acuerdos y la seguridad de los excombatientes. Mientras las negociaciones con las FARC lograron ciertos progresos, el proceso con el ELN tiene serias dificultades y retrocesos, complicando aún más el panorama de paz en Colombia.

 De acuerdo con el informe “Basta Ya” del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) de Colombia, entre 1958 y 2013, se estima que la guerra dejó, al menos 220 mil muertos. Sin embargo, según el Registro Único de Víctimas (RUV) del gobierno, hasta septiembre de 2021 se registraron más de 9,3 millones de víctimas del conflicto armado desde 1985, que incluyen muertos, desaparecidos, desplazados y afectados por diversas formas de violencia. Por lo tanto, se supone que el número total de muertos en la guerra civil aumentó significativamente desde el informe del CNMH de 2013.

 ¿Cómo aprecian la paz aquellos que decían jugarse todo, con el fin de transformar el mundo? Resulta irónico escuchar los aplausos de varios ex militantes de la izquierda revolucionaria que gritaban eufóricos para colocarse a favor de los acuerdos de paz, cuando en sus épocas juveniles, se embriagaban con las estrategias del foco guerrillero, obnubilados por el Che que todavía figura como un héroe rebelde. Este guerrillero jamás habría apoyado la paz en Colombia. Hoy día como ayer, aquellos que defendieron la lucha armada, jamás pensaron en el vacío al que conducen los experimentos de un conflicto armado.

 Simultáneamente, las negociaciones de paz en Colombia están evitando debatir el logro de la “justicia”. Se dejará en la impunidad, tanto los crímenes de guerra de las FARC, el ELN, como la violación a los derechos humanos cometidos por los paramilitares. Acordar la paz, no necesariamente significa hacer justicia a las víctimas civiles, sino aumentar la arbitrariedad, para convertir a los guerrilleros en futuros políticos que postularán a cargos públicos. En Colombia existe una lamentable incomprensión sobre lo que significa servir a las víctimas con paz y justicia.

 Las negociaciones muestran también que, si el viento soplaba hacia la izquierda y se podía ganar alguna ventaja sin estar plenamente esclarecido sobre mayores esfuerzos, muchos aplaudían la revolución violenta, aunque se morirían de pánico al ver su propia sangre. ¿Qué pueden decir con argumentos claros, ideas sensatas y conducta ética algunos revolucionarios, a sus hijos en este siglo XXI sobre el papel de la lucha armada? Quizás junto a unas cervezas, buena comida, cumbres internacionales, noches de rumba, un cigarro y la tranquilidad del hogar, podrían expresar que “no valió la pena”. En la guerrilla, todo fue impulsividad, pero con consecuencias nefastas.

 Desde el entrenamiento militar, la disciplina corporal para aguantar una campaña armada, hasta la transformación de la conciencia que se anime a asesinar e inmolarse por razones tácticas o ideológicas que liquiden al enemigo, el tipo de persona que enaltece la lucha armada no es un ser cualquiera. Declarar la guerra, sabiendo que todo engloba un sacrificio de dudosa recompensa espiritual o ética, es una decisión delincuencial. En algún momento, un conjunto de recompensas materiales atrajo al grupo armado, pero no satisficieron el aliciente inicial que, aparentemente, era el fundamento de la revolución: la transformación social, económica, cultural y política que otorgue una verdadera emancipación.

 ¿Realmente podemos ver en las armas, la violencia y la sangre, una ventana hacia diferentes formas de liberación? Las armas son instrumentos de mal agüero cuando son utilizadas para desatar masacres. La revolución es un asunto tenebroso y da miedo pensar que haya gente que pueda apoyarla sin reflexionar sobre el sufrimiento, la muerte, la extorsión, las heridas del alma, los lisiados, la venganza y un abanico de sinsentidos que jamás justificarán el logro de resultados positivos. Además, en Colombia, tanto las FARC, como el ELN y los paramilitares, mezclaron sus acciones con el narcotráfico. La pregunta es: ¿cómo pudieron seguir viviendo con todo eso alrededor? La impunidad se presenta como un camino muy largo.

 La lucha degeneró en delincuencia y traición a los principios revolucionarios, puesto que el instinto de autodestrucción y supervivencia en cualquier empeño violento, hará que predomine lo inhumano. Las FARC financiaron su larga lucha con el narcotráfico, el secuestro, los crímenes de lesa humanidad que cometieron y, por último, se quedaron atascados: no tomaron el poder porque sencillamente no podrían conducir un Estado donde se requiere una legitimidad popular que no descansa en las armas.

 Los acuerdos de paz enseñan que Colombia está a punto de consolidar la impunidad, sobre todo por los escándalos de la familia del presidente Gustavo Petro con probables casos donde se aprovecharon las negociaciones, vinculando a narcotraficantes que se hicieron pasar por guerrilleros. Todos olvidaron el comunismo y rebrotó la hipocresía ideológica que muestra a la lucha armada como una absoluta equivocación. Así se presenta Colombia ante el mundo, a pesar de la cumbre internacional COP-16.


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