La crisis del sistema democrático en Bolivia, puede ser entendida como una crisis de las instituciones públicas y del conjunto del Estado, pero también como una crisis de los liderazgos que ejercen la política de carne y hueso. Finalmente, todas las acciones políticas son llevadas a cabo por personajes con fobias, sentidos éticos, conductas corruptas y ciertas capacidades que los degradan o encumbran en el éxito. En el centro del debate está la forma en que los líderes toman decisiones.
En el caso boliviano, y de manera contundente, la “indecisión” y un mar de dudas es lo que está carcomiendo el liderazgo presidencial de Luis Arce Catacora, quien, lejos de marcar el rumbo con decisiones estratégicas, como reducir o suspender la subvención al diésel y la gasolina, pretende confundirse a sí mismo para convocar a un referéndum que, desde el punto de vista constitucional y a la luz de la dinámica del poder, es inútil.
La esencia de lo político es tomar decisiones. Sin embargo, Luis Arce destruye su liderazgo, reduciéndolo a reacciones de corto plazo y profundizando los problemas de gobernabilidad que, fundamentalmente, se expresan en la crisis estructural de la economía del gas, junto con la acumulación de conflictos, debido a que el presidente es víctima de su increíble temor a tomar decisiones firmes y profundas. Cuando nombra a sus ministros de Estado, se supone que es Arce quien detenta el poder y ejerce sus prerrogativas dentro del sistema presidencial, pero no es así. Arce está cercado por intereses corporativos y pequeños liderazgos anodinos que toman decisiones por el presidente, lo afectan, le hacen cometer errores y, por último, lo arrinconan en una discusión bizantina en torno a una inexistente democracia directa.
Al no tomar decisiones de Estado que involucren únicamente a su liderazgo específico, para Luis Arce, el ejercicio del poder está bloqueado pues ya no puede imponer ninguna estrategia de dominación, en el sentido de tener plena legitimidad y respeto de parte de la sociedad civil y política. Si bien busca la reelección en el año 2025, eso no quiere decir que Arce posea un liderazgo solvente. Sus perspectivas se derrumbaron porque el poder de decidir está acorralado entre miles de dudas que lo alejan de las decisiones políticas como una fuente “independiente de soberanía política”. Luis Arce es incapaz de compatibilizar la participación democrática, el liderazgo eficiente para articular consensos y las estrategias de estabilidad política.
Luis Arce dejó de representar a la soberanía democrática como origen último para viabilizar su legitimidad porque, si bien fue elegido presidente para tomar decisiones, ahora posterga sus funciones para proponer un referéndum, apelando, esta vez, a la “soberanía del derecho”, en contraposición a su propia soberanía como jefe del Estado. Esto es lo esencial porque la acción política y el manejo del poder, demandan la intervención directa de un liderazgo que “impute decisiones” en las situaciones de excepción: por el bien de la economía, suspender la subvención de los hidrocarburos, ajustar el tipo de cambio del dólar, optimizar la política monetaria y, eventualmente, pedir ayuda al FMI, algo natural, como lo hicieron otros países, especialmente para enfrentar los desastres causados por los impactos negativos del Covid-19 en el desarrollo económico. La contención de las crisis políticas requiere de un presidente que tome decisiones y se haga cargo, personalmente, de las consecuencias de mediano y largo plazo.
Luis Arce no entiende que el liderazgo debe ser capaz de garantizar la toma de una decisión en “última instancia”, soportando la responsabilidad del mando y abriendo las puertas de la Razón de aquellos hombres libres y plenos de autodeterminación, pues son éstos que ponen en funcionamiento un gobierno o una autoridad, con la capacidad para construir el orden político. La soberanía tiene que tomar decisiones, convirtiéndose en el eje del liderazgo político porque, “soberano” sería únicamente aquel que decide sobre todo tipo de “situaciones excepcionales”. En el caso de Arce y su planteamiento de referéndum, así como su encierro detrás de ministros que no valen la pena, todo apunta hacia el envilecimiento del liderazgo junto con su soberanía.
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