BRASIL Y EL REGRESO DE LULA

Brasil se encuentra en un callejón sin salida. La polarización política e ideológica entre el presidente electo Inacio Lula Da Silva y el saliente Jair Bolsonaro, alcanzó extremos de violencia casi imposibles de reconciliar. Todo está partido en dos: por un lado, se observan las visiones de un país que apuntan hacia el regreso de políticas sociales más ambiciosas donde puedan reconstruirse la Bolsa Familia y otros beneficios en la erradicación de la pobreza, un objetivo casi directamente identificado con el liderazgo de Lula. Por otro lado, están las posiciones que confían más en la economía de mercado para, supuestamente, optimizar la competitividad, junto a un conjunto de iniciativas privadas donde se fortalezca la llamada ciudadanía liberal y la ética conservadora de familias individualizadas que se rehúsan a debatir metas colectivas.

 Aunque se logró un ganador para ocupar la silla presidencial, el Congreso brasileño estará cargado, nuevamente, de un enfrentamiento entre las lógicas de la izquierda lulista que tratará de articular el Partido de los Trabajadores (PT), frente al Partido Liberal y sus aliados donde los seguidores de Bolsonaro continúan presionando por el combate para eliminar un inexistente “comunismo”, defender el militarismo en las pugnas por el poder y exigir un crecimiento económico imparable, descalificando las políticas medioambientales, consideradas como sensacionalistas. Los consensos de gobernabilidad están lejos de ser alcanzados en la dinámica parlamentaria, lo cual podría frenar las decisiones más urgentes, tanto en el diseño de la reconstrucción económica, como en la pacificación del país. De parte de Bolsonaro, las amenazas de un autogolpe y la autocracia, confirman su identidad como un fenómeno peligroso y, asimismo, como un liderazgo débil que, al no poder ganar, presiona para imponer una fuerza por medio de la violencia. Algo totalmente inútil.

 Por lo tanto, las elecciones presidenciales no lograron alcanzar la unificación como se esperaba en un primer momento. Tan solo fueron un interregno y, en consecuencia, Lula se ve en la necesidad de gobernar un país, devastado por un proceso de destrucción de la seguridad ciudadana debido al auge del crimen organizado, el agravamiento de la pobreza, el desempleo, la inflación, el endeudamiento y la asistencia de las familias que apenas se recuperan luego de los peores azotes del Covid-19. A esto se suma la urgencia de recursos inmediatos aunque el crecimiento económico no puede ir más allá del tres por ciento y, en algunos casos, tiende a estancarse. La innovación tecnológica no es una ventaja brasileña, los precios internacionales de las exportaciones han caído por la recesión mundial y la inversión extranjera directa jamás despertó la confianza del PT.

 En América Latina, Brasil fue el epicentro del mayor número de muertos durante los picos más fuertes de la pandemia, arrastrando al país hacia detestables desigualdades: protegidos versus desprotegidos. Lula tendrá la imprescindible exigencia de fomentar la unidad y, al mismo tiempo, mejorar la representatividad política de la figura presidencial. El principal obstáculo no son los resultados electorales tan polarizados respecto al derrotado Bolsonaro, sino la sombra de la corrupción.

 Está por verse si Lula podrá revertir los grandes fracasos como lo acontecido con la planta petroquímica Comperj, junto a dos refinerías ubicadas en Itaboraí del estado de Río de Janeiro. Este fue un multimillonario proyecto lanzado desde el año 2008 que nunca pudo concluir, inclusive hasta el año 2018 debido a que la corrupción llegó a sus máximos niveles con la operación Lava Jato. Esta planta, además, estuvo directamente vinculada a otros proyectos de infraestructura encargados a Odebrecht que, a su vez, fomentó el sobreprecio de los contratos, lavado de dinero y coimas en Petrobras. Por esto, la economía del petróleo dejó de ser la tabla de salvación para Brasil.

 Mientras Petrobras continúe siendo una empresa monopólica en Brasil, estará sometida al clientelismo político. En sus anteriores gestiones de gobierno, Lula cometió el error de politizar la empresa apoyando liderazgos que, en lugar de mejorar Petrobras con la perspectiva de una diversificación energética y orientación profesional, terminó eliminando la transparencia y posicionando el pragmatismo para colocar sobreprecio a cualquier plan.

 El PT se acostumbró a incentivar la venta de combustibles a precios inferiores a los del mercado internacional, deteriorando el déficit fiscal y precipitando constantemente las amenazas del desabastecimiento. Lula deberá convertirse en otra izquierda realmente confiable en la reforma profesional del Estado, con el objetivo de revertir la casi incontrolable deforestación de la Amazonía, combatir el hambre de 33 millones de brasileños en medio de la crisis medioambiental y debatir eficazmente si puede replantear o cerrar aquellos proyectos incompletos como la planta nuclear Angra Dos Reis. 


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