EL ESCEPTICISMO PARALIZANTE DE H.C.F. MANSILLA EN BOLIVIA

 

Con H.C.F. Mansilla cuando comenté la presentaciónn de su libro "Espíritu crítico y nostalgia aristocrática" en el año 1998.

   Quienquiera que haya tomado tranquilizantes alguna vez, ha experimentado un proceso de relajamiento tal que, muchas veces, es indescriptible la sensación de sosiego y alejamiento de la realidad. Los párpados se cierran levemente y, de pronto, uno va ingresando vertiginosamente dentro de una dimensión de inacción, parálisis de los músculos o debilidad de la voluntad que nos reconcilia con aquel merecido descanso, completamente alejado del estrés y la desesperación de la vida cotidiana.

 No solamente podemos paralizarnos con un conjunto de fármacos relajantes, sino también mediante ciertas drogas prohibidas al dejarnos llevar por el suave éxtasis del opio, la heroína y, por qué no, a través de la lectura de libros cargados de sarcasmo, exceso de ironía o escepticismo como muchas de las tesis filosófico-críticas del escritor boliviano Hugo Celso Felipe Mansilla, cuyo estilo ilustrado lo coloca en el pedestal de la crítica convertida en inclaudicable profesión.

 En la actualidad, es Mansilla quien encabeza el grupo de los principales opositores teóricos hacia toda acción que se califique como revolucionaria o intentos de reformas políticas de carácter estructural. De hecho, Mansilla miró con desdén la ejecución de la Asamblea Constituyente en Bolivia el año 2006. Esto era de esperarse porque su pensamiento se enmarca dentro de tres áreas del escepticismo y el desencanto: las tesis del efecto perverso; sus posiciones pesimistas que giran en torno a la futilidad de toda propuesta de cambio revolucionario o intento de transformación duradera; y las tesis del riesgo en que caerían la política y filosofía postmodernas, donde Mansilla se identifica con una nostalgia por la aristocracia libre de perturbaciones amenazadoras.

 El espíritu perverso

 Es muy complejo evaluar los más de cuarenta libros publicados por Mansilla en Bolivia, América Latina y España desde 1970. Sin embargo, al reflexionar sobre “Modernización y progreso en cuestionamiento”(1984), “Los tortuosos caminos de la modernidad”(1992), “Autonomía e imitación en el desarrollo”(1994), el artículo “Aforismos sobre el poder y sus tentaciones”(1997) y “El carácter conservador de la nación boliviana”(2003), Mansilla muestra cómo el capitalismo, la vida moderna y el socialismo como intento de industrialización acelerada y totalitaria, no han hecho otra cosa que construir monstruos deformes, muy lejos del optimismo que la conciencia colectiva tiene sobre la modernización y el logro de una sociedad más humanitaria. Esto hace que dichos libros entiendan a la perversidad como un conjunto de acciones deliberadas para mejorar algún rasgo del orden político, social o económico, pero que solamente sirven para exacerbar lo más negativo de las condiciones que se deseaba remediar.

 Para Mansilla, las sociedades pre-modernas, el subdesarrollo, la percepción social de los fenómenos ecológicos y una eventual superación de nuestras tradiciones autoritarias que vienen desde la colonia española, terminan por convertirse en fenómenos contradictorios a los que se opone otro tipo de reacciones igualmente fuertes, por lo cual siempre terminaríamos en una situación perversa y destructiva.

 A esta tendencia de la perversidad también se suman sus novelas como “Laberinto de desilusiones” (1984) y “Consejeros de reyes” (1993), que destacan por sus afirmaciones contundentes en contra de las utopías revolucionarias y la maldad innata que tiene la acción política al embelesar a todo ser humano con las promesas del poder, y generar un resultado totalmente opuesto al bien colectivo y al cultivo de la virtud en cualquier hombre. Por ello Mansilla sentencia: “¿no estoy ya en medio de la pestilencia más atroz que es el deseo de gobernar y mandar y en el fondo del saco de pus que es el poder? ¿No me hallo acaso, como lo manifiestan las pesadillas, en lo más hondo de un pozo repleto de cadáveres (...)”, todos ellos víctimas de los efectos perversos de la política?

 La espiral envolvente llamada futilidad

      La segunda tendencia que caracteriza al trabajo crítico de Mansilla son las tesis sobre la futilidad. Éstas sostienen que las tentativas de transformación social revelan una esperanza que está inválida porque, sencillamente, no logra hacer casi ninguna mella en una realidad enferma de vulgaridad, donde la hipocresía de profanos líderes y el compromiso disfrazado de utilitarismo, no favorecen sino los intereses más mezquinos que socavan las buenas intenciones para luchar por el cambio.

    Los remolinos de la futilidad absorben las reflexiones de “La cultura del autoritarismo ante los desafíos del presente” (1991), “Posibilidades y dilemas de los procesos de democratización en América Latina” (1991) y “Tradición autoritaria y modernización imitativa” (1997), donde se burla de toda voluntad humana que busca la megalomanía socio-política porque puede “(...) degenerar en fuerzas demoníacas y autodestructivas mediante el mal uso de los avances tecnológicos. El hombre, como ser finito y, simultáneamente, inclinado al desacierto, a la soberbia y a la sobreestimación de sí mismo, tiende a considerarse la consciencia y el telos del universo, y puede, por lo tanto, transformarse en un ídolo altanero que siente apetito por sacrificios sangrientos y que pretende la mutación del universo según sus fantasías insanas”.

     Como columnista, Mansilla también explicó con total dramatismo que la esperanza no es otra cosa que una forma de vanidad, frente a la cual todo esfuerzo de cambio cae atrapado dentro de la cloaca maloliente del preconsciente colectivo, escenario de valores preconcebidos que impedirá los intentos por superar nuestra cultura política autoritaria, regazo donde la mayor parte de nosotros se niega a abandonar el centralismo estatal, patrimonialismo, irracionalismo, machismo y las corrientes antidemocráticas que representan los enemigos más peligrosos del pensamiento crítico.

 El miedo al riesgo como sedante

      El tercer rasgo que distingue al escepticismo de Mansilla es la tesis del riesgo. Sus libros como “Espíritu crítico y nostalgia aristocrática” (1999), “Lo propio y lo ajeno en Bolivia” (2000) y “La difícil convivencia” (2000), argumentan que el costo del cambio o reformas planteadas por las ideologías nacionalistas, socialistas o liberales contemporáneas, es demasiado alto llegando a poner en peligro algún logro previo y, sobre todo, lo más apreciado de las épocas aristocráticas.

 Mansilla desconfía sin contemplaciones de las teorías sobre la postmodernidad y de cualquier ambición por mayor participación popular que reducen lo racional a las posiciones endebles del relativismo y al multiculturalismo considerado como una doctrina que no busca una genuina comprensión tolerante y democrática del Otro, “sino una forma elegante, congruente con las modas intelectuales del día, de indiferencia ética, pereza intelectual y de evitar toda responsabilidad seria”. De esta manera, el escepticismo de Mansilla siempre criticará a las proposiciones políticas como el Referéndum y la Constituyente.

 Frente a los efectos perversos y sueños fútiles de un orden social mejor, Mansilla también considera que las teorías indigenistas son ilusiones ingenuas porque todo retorno a un periodo que exalte a las culturas andinas sojuzgadas, simplemente es otra calamidad que se agrega a nuestra contradictoria vida moderna.

 La crítica conduce a Mansilla hacia la búsqueda de lo más fino de una aristocracia o monarquía que, supuestamente, puede “(...) preservar valiosos elementos del mundo no racionalizado instrumentalmente y contribuir a dar un sentido de continuidad e identidad a la comunidad (...) precisamente porque contiene valores estéticos superiores y porque simboliza la continuidad con el pasado histórico de toda la humanidad”.

 Esta visión aristocrática como lugar de paz nunca superará el miedo al riesgo de ensayar nuevas propuestas, por lo que, para Mansilla, la acción política continúa siendo un campo de batalla improductivo. Si la práctica política siempre es contraproducente, surge una profunda visión trágica y, al mismo tiempo, nihilista que prefiere reposar en las fronteras de la inacción, en el espacio soporífero de la ironía que buscará siempre desenmascarar las mil mentiras de nuestra realidad, pero dejándola tal como está para no empeorar las múltiples gangrenas de la sociedad.

 Todo se paraliza y la crítica va convirtiéndose en un sedante mágico que prefiere el aposento caliente de las ideas. Dentro del pensamiento de Mansilla se ha consumado así un aletargamiento decidido a negar la voluntad por hacer y que, posiblemente, termine como su maestro Herbert Marcuse ya lo previó, reduciendo la crítica a una forma de entretenimiento.

 

Con H.C.F.Mansilla en una visita a su casa.

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