DROGAS: ENTRE EL SENTIDO DEL ORDEN Y EL MIEDO AL CAOS

 


Los argumentos para condenar la legalización o suavizar la satanización en contra de la toxicomanía, por lo general giran alrededor de argumentos morales, policiales y militares; sin embargo, el peor error es una irracional estigmatización, tanto del consumo de drogas como de la descriminalización. Es absurdo poner la atención sobre supuestas perversiones que practican los drogadictos, los países productores de cocaína y el desastre familiar o delincuencial que generan. El “vicio” de la drogadicción supuestamente sería cultivado en gran escala por las clases pobres, marginales, emigrantes y el bajo mundo. Esta no es la realidad porque en el siglo XXI, tanto millonarios como la gente común consume drogas de todo tipo y costo. Descriminalizar el consumo de drogas se convierte en una necesidad, justamente debido al consumo expandido en todas las clases sociales.

El mundo de las drogas supone la existencia de una sociedad dual con una porción superior bien equilibrada y moralmente educada para que el futuro de jóvenes y niños no sea pervertido, frente a otra mitad inferior donde predominan los excesos, el alcohol y la criminalidad. En este panorama, la lucha contra las drogas y la resistencia en contra de su legalización, alimentan un clima de opinión donde impera el conflicto permanente.

La penalización de las drogas tiene un doble movimiento: por una parte, se condena a los consumidores de drogas, promoviendo el emblema del cuerpo sano en mente sana y, al mismo tiempo, se desvaloriza por completo a los drogadictos, situándolos jerárquicamente al lado del pecado, el error, la ignorancia y diferentes atrocidades. Por otra parte, al proponer la legalización de las drogas, para muchas personas estaríamos impulsando el acabose del mundo. Esta polarización sólo atiza el fuego del enfrentamiento.

 Hoy en día surge con intensidad la sociedad pos-moralista; una sociedad que repudia la retórica del deber austero, maniqueo y, paralelamente, corona los derechos individuales a la autonomía, al deseo y la felicidad sin restricciones. La sociedad pos-moralista habría desterrado las prédicas extremistas, otorgando crédito a las normas indoloras de una ética individualista. Esto coincide con las tendencias a favor del liberalismo y las economías de mercado, donde la oferta y la demanda son el fundamento para solucionar los problemas cuantitativos de una sociedad que enaltece al individuo con capacidad para elegir y auto-realizarse en un mar abierto de posibilidades. Aquí destacan las discusiones sobre la legalización de las drogas.

Si se dejara que las drogas sean sometidas al juego del mercado y a la despenalización absoluta, surgiría el problema entre ética y mercado, donde un exceso de permisividad puede llevar a borrar los límites a la acción de los individuos, vulnerándose los derechos de terceros. Así, podrían surgir campañas de marketing para el consumo de drogas, lo cual incrementaría el número de consumidores y la convicción de que, a la larga, todo intento por reprimir las pasiones y las decisiones del individuo sean algo incontrolable.

 Tanto los que defienden la legalización de las drogas, como los que quieren reprimirlas, ponen en el centro del debate el problema del miedo a perder el orden social, frente a la amenaza del caos. El miedo a estar dando a las generaciones jóvenes la oportunidad de ponerse una pistola en la cabeza.

 La legalización de las drogas se mueve entre dos polos: por un lado, la necesidad de poner fin al desastre ocasionado por la interdicción, y por el otro, el temor escondido ante las incertidumbres de una posible anomia colectiva, en caso que las fuerzas del mercado y la liberalización del consumo destruyan las demandas de ética que reclaman varios sectores de la sociedad.

 Detrás de las posturas más abiertas al consumo de drogas, el deseo de orden es muy fuerte porque el peligro de caos es verosímil. Constantemente, la gente siente amenazado su sentido de orden; es decir, lo que hace entendible y soportable la vida en sociedad. Cuando todo parece posible, como la legalización de las drogas, el terror al caos se convierte en algo perverso. Así cunde el pánico en su doble faceta: parálisis de toda voluntad, pero también fascinación por lo que va a venir.

 ¿Aun así, es posible legalizar las drogas? Sí. La legalización es uno de aquellos hilos del tejido social, a través del cual puede desencadenarse el miedo a perder el orden, aunque también emergería un nuevo tipo de estructura social más predispuesta al cambio, un nuevo mapa cognitivo que nos permita constituir espacial y temporalmente múltiples posibilidades.

 

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