EN BUSCA DE UNA MAYOR SIGNIFICACIÓN TEÓRICA: LA INFLUENCIA SISTÉMICA EN LAS RELACIONES INTERNACIONALES


¿Cuál sería la mejor teoría o el enfoque teórico más apto para desarrollar y explicar los diferentes objetos de estudio en el terreno de las relaciones internacionales? La búsqueda de un estatus científico para garantizar objetividad y capacidad explicativa, aún es un esfuerzo monumental que constantemente realizan las ciencias sociales. Este también es el caso de la teoría de las relaciones internacionales, aunque se han generado importantes avances para interpretar cómo se comportan los distintos Estados y las economías en un mundo intensamente globalizado.

Una de las teorías y metodologías de interpretación es la sistémica, impulsada por David Easton desde la década de los años sesenta. Esta concepción considera que existe un “sistema político societario”, el cual puede extenderse hasta incorporar el funcionamiento de todo un Estado debido a la gran capacidad que éste tiene para ejercer varios poderes y movilizar diversos recursos. La unidad básica de análisis es la interacción, que surge de la conducta de los miembros del sistema cuando actúan como un conjunto de relaciones integradas.

Asimismo, el sistema político se caracteriza por establecer e imponer decisiones autoritarias para todos los miembros de la sociedad; es decir, una decisión es autoritaria cuando las personas orientan su conducta hacia dicha decisión de manera obligatoria. El interés personal, la tradición, la lealtad, un sentido de la legalidad o de la legitimidad, son variables adicionales significativas para explicar por qué un sujeto se siente obligado a aceptar decisiones con carácter de autoritarias.

El concepto de sistema es un recurso flexible que parte del supuesto donde todo funciona como una máquina. Esto significa comprender una articulación de funciones y procesos que permiten observar cómo ingresan demandas (input), las cuales son incorporadas a una estructura para la toma de decisiones que, a su vez, producirán unos resultados (output), los cuales retornarán a la sociedad como un conjunto de valores para ser obedecidos. Este mecanismo incorpora un medio ambiente (environment) que abarca la inserción del sistema político en un entorno internacional. Para David Easton, todo sistema es un instrumento metodológico que explica la vida política como un conjunto de interacciones que mantiene sus propias fronteras, estando inserto y rodeado por otros sistemas sociales a cuya influencia está sometido de modo constante. El concepto de “sistema político” mostraría aquellas interacciones importantes donde se manifiestan las asignaciones autoritarias de valores dentro de la sociedad, entendida como una totalidad. El sistema político puede representar, por lo tanto, al conjunto del Estado.

El mundo del siglo XXI es un mundo globalizado, un mundo internacional y un sistema demasiado anárquico. Por esta razón, la teoría de las relaciones internacionales se presenta como la mejor forma de comprender los retos de un sistema transnacional profundamente interconectado y desafiante. Aunque no existe un criterio unificado dentro de esta disciplina, ni en lo relativo a cuál es el enfoque o perspectiva más adecuada para estudiar a los fenómenos internacionales, ni en lo concerniente a cuál es el mejor método para realizar dichos estudios, es posible comprender que las relaciones internacionales han ido construyendo diferentes paradigmas de interpretación.

Unos favorecen la llamada perspectiva del realismo, otros la perspectiva de la interdependencia o pluralismo y otros apuntarán hacia la perspectiva de raigambre marxista conocida como dominación y dependencia; a esta perspectiva también la llaman “globalismo” pero es mejor evitar el uso de este término porque puede causar confusiones con el concepto de globalización. Éste se refiere al proceso multidimensional de interrelación económica, política, cultural y militar que el mundo vive hoy en forma crecientemente acelerada, haciendo posible un enfoque sistémico, es decir, explicando la interrelación de los diferentes Estados como un conjunto de redes yuxtapuestas, donde si bien no existe un Estado como estructura de poder universal, las grandes potencias tratan de imponer sus agendas de dominación geopolítica por medio de la expansión de valores autoritarios, con el fin de consolidar esferas de influencia y superioridad internacional.

Este ensayo tiene el objetivo de explicar, de manera global, todas las perspectivas teóricas de las relaciones internacionales, utilizando los aportes de la teoría de sistemas. Además del realismo, pluralismo y la dependencia, existen otras perspectivas, tales como la escuela histórico-sociológica, la teoría crítica y el feminismo. Todas estas corrientes poseen una considerable diversidad de manifestaciones, esforzándose por abrirse camino dentro del sistema de las relaciones internacionales desde finales del siglo XX.

Kenneth Waltz
 

El hecho de que la teoría de las relaciones internacionales incluya una variedad de enfoques y además diversidad de métodos, indica que esta disciplina todavía está en formación. En consecuencia, unos se inclinarán por cualquiera de las tres primeras perspectivas mencionadas; otros optarán por los métodos de análisis llamados “tradicionales” (propios de la  historia, la diplomacia, el derecho y la filosofía); mientras que los seguidores de las ciencias de la conducta o “behavioristas”, utilizarán los métodos cuantitativos, acercándose más hacia el campo empírico, tratando de probar sus hipótesis, trabajando en la creación de modelos teóricos y formulando teorías que, normalmente, requieren detectar tendencias y uniformidades en los fenómenos internacionales.

El enfoque sistémico como una orientación totalizadora

Los aportes teórico-epistemológicos de David Easton intentaron construir una teoría general unificada que facilite un análisis uniforme y comparable de la vida política en sus diferentes manifestaciones. Los seguidores de esta tendencia pretenden encontrar leyes que rijan el curso de los hechos políticos, los mismos que estarían determinados por factores sociológicos, culturales, económicos e internacionales. El modelo sistémico también trata de lograr predicciones; sin embargo, el descubrimiento de leyes es una meta eternamente elusiva y un ideal insatisfecho en las ciencias sociales.

El desenvolvimiento de los sistemas provoca una mayor complejidad y diferenciación, de tal manera que la ciencia y la epistemología se transforman en sub-sistemas con sus específicas condiciones de desarrollo, contradicción y auto-referencia para la generación de conocimientos, lo cual quiere decir que efectivizan sus capacidades problematizando las variadas dimensiones de la realidad. Es por esto que las distintas explicaciones sobre las relaciones internacionales tienen diferentes propósitos y modos de análisis. Unas son mayormente descriptivas, otras son explicativas, otras interpretativas, otras son normativas, otras son prescriptivas, y otras procuran no solamente efectuar diagnósticos, sino además predecir resultados, muy a menudo a través del uso de técnicas y modelos estadísticos.

En la teoría de sistemas se busca desarrollar un conjunto lógicamente integrado de categorías con trascendencia empírica, que haga posible el análisis de la vida política como sistema de comportamiento. Por lo tanto, son importantes las distintas formas que explican el funcionamiento de los sistemas políticos y los sistemas internacionales que son capaces de persistir y mantenerse, tanto en un mundo estable como en un mundo en constante cambio. Para el sistema internacional, a pesar de ser enormemente anárquico, las distintas escuelas de pensamiento tratan de identificar un esquema que priorice la estabilidad de las relaciones globales.

Asimismo, los seguidores de los métodos empíricos de investigación han sido o son influenciados por algunos de los postulados que corren a través de las diversas ramas del positivismo y creen (en distintos grados y con diversas tonalidades), que es posible la construcción de una ciencia de las relaciones internacionales inspirada en el modelo de las ciencias naturales. De cualquier manera, la principal aspiración de la teoría de las relaciones internacionales es estar libre de consideraciones axiológicas y de elementos normativos, evitando las reflexiones de tipo metafísico. Los investigadores que adoptaron el positivismo, creyeron que era posible descubrir leyes relativas a la conducta humana, similares a las que rigen al mundo natural. Otros (la mayoría), se conforman hoy con el descubrimiento de tendencias y regularidades de naturaleza más bien estadística.

El modelo analítico inspirado en la teoría de sistemas considera que el sistema internacional ha sido pensado como un mecanismo que sea capaz de asignarse fines previamente establecidos, debido a que está constituido por sujetos hábiles de anticipar, juzgar y actuar. Al mismo tiempo, se supone que los sujetos sociales podrían tratar de corregir aquellos disturbios que presumiblemente van a causar tensiones dentro del sistema. Para la teoría sistémica, las demandas y las decisiones que se toman pueden ser modeladas según los objetivos y deseos de los miembros del sistema, siguiendo los límites de los conocimientos, de los recursos y de las preferencias disponibles.

En general, el debate contemporáneo y las investigaciones en las relaciones internacionales, se realizan en dos grandes campos. En el primero están los “realistas”, “pluralistas” y “dependentistas”. Todos estos, desde el punto de vista epistemológico, encajan dentro de la llamada “tradición modernista”. El segundo campo, mucho más nuevo y, por ende, con una menor trayectoria, es el que se abrió en la disciplina de las relaciones internacionales a fines del siglo XX. Hasta hoy ha tenido menor peso que el primer grupo y está constituido por corrientes de pensamiento como el feminismo y la teoría crítica. Todas estas corrientes, a menudo, son ubicadas bajo el escenario del “post-modernismo”.

Sin embargo, ambos grupos incorporan la visión global de sistema internacional, debido a que este modelo ayuda a identificar el constante aumento de la complejidad en un mundo globalizado. La reproducción del sistema internacional es incorporada por las diferentes teorías de las relaciones internacionales como un proceso que se genera a partir de sus propios elementos (autopoiesis), razón por la cual el sistema-mundo aumenta su diferenciación, expandiéndose hacia más mercados, Estados, dimensiones culturales, aspectos militares, problemas de integración y conflictos de dominación.

La teoría de sistemas expande así su comprensión de las variaciones, los mecanismos de selección y estabilización por los cuales transcurre la reproducción del sistema-mundo internacional, fomentando que la epistemología se auto-refiera a sí misma y adquiera especificidad para continuar problematizando sus objetos de reflexión. Esto hace que la teoría de las relaciones internacionales delimite las condiciones de surgimiento del orden mundial, en la medida en que dicho orden está predeterminado por el sistema que ya existe como una realidad dada.

Las perspectivas dominantes en las relaciones internacionales han llegado a construir una mirada totalizadora sobre el sistema internacional, de tal manera que sus premisas pueden ser entendidas como un ejercicio crítico-teórico que no se moviliza por la búsqueda de regularidades ni fundamentos empíricos a ser medidos dentro de una tendencia hacia la generación de modelos matemáticos o predictivos, sino que con la ayuda de la teoría sistémica, la claridad explicativa estimula una visión donde la efectividad en las interpretaciones compete únicamente a tener conciencia del sistema y el reconocimiento de su existencia como una estructura que se funda a sí misma, trasladando su lógica de movimiento hacia diferentes mecanismos de comunicación y equilibrios que deben ser transmitidos como explicaciones globales que se manifiestan, de manera real, en el sistema internacional.

La mirada sistémica facilita la comprensión sobre cómo se produce un orden probable, orientando la investigación a partir de ambiciones teóricas que permiten entender el funcionamiento de la totalidad de las relaciones internacionales o sociales. Esta totalidad no es algo fáctico, sino un abanico de redes de construcción y existencias en constante readaptación que expresan un servomecanismo. El escenario internacional crecientemente interdependiente tiene un peso inmenso (y cada día mayor) en la vida de los habitantes de este planeta.

Uno de los autores más relevantes en las relaciones internacionales, Kenneth Waltz, explica que el sistema internacional actúa siempre como una variable independiente. El concepto de sistema explica que los fenómenos globales y los factores de poder no son, ni causalidad, ni tampoco un juego entre oponentes, sino que el poder es un medio de comunicación simbólicamente generado y guiado por códigos para ser transmitidos según las necesidades del sistema y la complejidad. El orden político internacional nunca sería alterado porque es dentro del movimiento del poder como código de comunicación que se transmiten mensajes y acciones posibles hacia los sujetos dominados, dando una direccionalidad específica a los deseos de cambio del ámbito internacional.

Las concepciones internacionales sobre el poder se remontan hasta uno de los más grandes internacionalistas como lo fue Tucídides (460-396 a.C.). Este célebre historiador y ex general griego, en su libro Historia de la Guerra del Peloponeso trató, tempranamente de explicar el poder como un elemento clave en las relaciones internacionales, el equilibrio y los balances del poder. La forma en que es percibido el poder político, para Tucídides era una forma de comunicación de los Estados fuertes con los débiles, desembocando en el temor como una de las causas de la guerra.

Por otra parte, Nicolás Maquiavelo (1469-1527) fue un magistral conocedor de la política internacional de su tiempo, siendo uno de los precursores de la perspectiva realista dentro de las relaciones internacionales, en la medida en que el florentino concentró su análisis sobre el Estado y sobre asuntos íntimamente relacionados con éste, tales como la seguridad y el poder, los balances de poder internacional y sus efectos en las relaciones entre los Estados y naciones, iniciando un preliminar esbozo del concepto de sistema como red de amenazas que todo príncipe debería comprender. Estas preocupaciones lo emparentan con Thomas Hobbes (1588-1679), cuya idea sobre la naturaleza humana es mucho más obscura y pesimista que la de Maquiavelo en los enfoques realistas. Para controlar las pasiones e impulsos que fomentan las tendencias anárquicas propias del hombre, cuya ley y meta fundamentales se reducen en última instancia a la supervivencia, Hobbes se inclinó decididamente por el Estado absolutista ante el cual el individuo virtualmente no tiene derechos, salvo el de exigir que el Estado gobierne y mantenga el orden y la paz, condiciones necesarias para la subsistencia y el progreso.

En cuanto al nivel internacional, Hobbes pensaba que lo que rige en aquél es, en última instancia, la fuerza como elemento envolvente de un sistema político. Si es cierto que en el ámbito nacional se puede evitar la “guerra de todos contra todos” gracias al poder del soberano, cuya fuerza y autoridad absolutas imponen orden y jerarquía, esto no es posible para el escenario internacional, dada la soberanía de cada Estado y la ausencia de instituciones y autoridades supra-estatales. En un cruel panorama internacional de esta naturaleza, la fuerza, las alianzas y el poder son pilares sistémicos de importancia primordial para que los Estados aspiren a sobrevivir.


 Tucidides

Así nace el realismo estructural que centra su atención sobre el sistema de Estados, como elemento clave para explicar las conductas estatales en la arena internacional. La perdurabilidad del realismo como perspectiva dentro de las relaciones internacionales es algo verdaderamente asombroso, más aún cuando se considera que sus raíces se remontan hasta Tucídides. Tal perdurabilidad se debe, entre otros factores, a la claridad del marco teórico realista (lo que incluye lucidez al definir sus objetivos y los temas a los que se refiere), junto al hecho de que lo afirmado por los teóricos del realismo, se acerca mucho a lo que hacen los políticos en la vida real, teniendo en mente un sistema que se adapta a una serie de influencias y donde la toma de decisiones es fundamental para producir resultados o prever ciertos efectos en los balances de poder.

Una primera premisa realista, por lo tanto, afirma que los Estados son los actores principales en las relaciones internacionales. Los realistas no niegan, (ni podrían hacerlo en la era actual) la existencia de un número creciente de importantes actores internacionales que no son Estados. La Organización de Estados Americanos, (OEA) la Organización Mundial de Comercio (OMC), la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM), el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), etc. Estas instituciones no son sino algunos ejemplos entre miles de organizaciones internacionales de diversa naturaleza que juegan diversos roles en el sistema internacional.

Su importancia no la niegan los realistas, pero consideran que la efectividad y la vida misma de los organismos intergubernamentales dependen, en última instancia, de las contribuciones, del apoyo y la cooperación (o de las disputas) entre diferentes estructuras estatales. Asimismo, dentro de las organizaciones internacionales, los Estados más poderosos son los que tienen mayor peso, tal como lo demostró la desaparecida Unión Soviética (URSS) dentro del también desaparecido Pacto de Varsovia, o como lo demuestran los Estados Unidos dentro de la OTAN o el Banco Mundial.

Además de las organizaciones intergubernamentales como las que se han señalado, existe en la arena internacional un enorme número de empresas transnacionales, dedicadas a actividades legítimas (industrias, servicios, etc.), como las grandes sociedades anónimas (Esso, Shell, ATT, Chrysler, Ford, Daimler-Chrysler, British Petroleum etc.) o dedicadas a actividades espirituales (la Iglesia Católica). Existen también otras organizaciones dedicadas a actividades ilícitas, tales como los cárteles de narcotraficantes, o los grupos considerados narcoterroristas por los Estados Unidos, la Unión Europea y el Estado colombiano, tal es el caso de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el Ejército de Liberación Nacional (ELN) de Colombia, o las bandas terroristas de Al-Qaeda en el Medio Oriente que se han extendido hacia muchos países. No obstante, la importancia de todas estas organizaciones, legales unas e ilegales otras, los realistas subrayan que el Estado moderno continúa siendo mucho más importante que aquéllas. El Estado sería el principal actor sistémico y la unidad de análisis en el estudio de la política internacional.

La segunda premisa realista considera al Estado como un actor unitario. Los realistas asumen que, dentro del sistema internacional, los Estados funcionan con una compacta y cohesionada unidad. Los visualizan como si fueran sólidas bolas de billar que corren a lo largo de ese enorme campo que es el mundo de la política internacional donde a veces chocan unas con otras en el peligroso y conflictivo escenario de las negociaciones internacionales.

Cuando los asuntos en juego son de vital importancia para el Estado, lo normal es que éste hable con una sola voz a través de los canales específicos del gobierno. Las excepciones a esta realidad son pocas, y según los seguidores de la perspectiva realista, sólo tienden a confirmar la regla. Vale señalar aquí que esta premisa no solamente se basa en la observación de la realidad, sino que, además, dicha premisa sirve para mantener el análisis a nivel de Estado.

La tercera premisa realista considera al Estado como un actor racional porque el sistema internacional posee un tipo inherente de racionalidad. Las racionalidades simplemente se manifiestan como reordenamientos funcionales del sistema para auto-equilibrarse, de acuerdo con ciertos mecanismos como la modernización y la estabilidad; por lo tanto, la perspectiva realista entiende que, en todo acto internacional, el Estado analiza sus objetivos, sus capacidades relativas, las posibilidades de lograr dichos objetivos, los costos en que va a incurrir y los beneficios que va a obtener. El análisis de costo-beneficio supuestamente conduce a que el Estado escoja opciones que maximicen sus beneficios en la arena internacional. La idea de visualizar y entender a un sistema como sociedad mundial o global, trata de manifestar concepciones totales sobre el sistema internacional dotado de racionalidad, la cual se vuelve a reproducir en el Estado como actor racional.

No obstante, esta presunción, a los realistas no se les escapa el hecho de que existen ocasiones en que los burócratas del Estado no hacen bien los cálculos y obtienen malos resultados y a veces hasta desastrosos. En realidad, los burócratas y políticos casi nunca tienen el cien por ciento de la información requerida para efectuar una decisión totalmente racional y segura en asuntos complejos e importantes. Esto es así, aún en esta era en la que la información es cada día más rica, dinámica y completa, gracias a los archivos, tanto tradicionales como electrónicos, las bases de datos, la televisión, el Internet, etc.

La limitación citada, además de otras propias de la naturaleza humana (prejuicios, debilidades, apresuramientos, etc.) no es (según los realistas) obstáculo para la validez general de esta tercera premisa pues aquéllos argüirían que si bien existen casos en que un Estado no hizo una elección óptima, al menos habrá procurado hacer una buena decisión, madurada y razonada. Esta presunción sirve de pie para la utilización de la teoría de los juegos, cuyo objetivo es analizar, con modelos matemáticos, las opciones de los Estados frente a determinado problema, tratando de optimizar la decisión que vaya a tomarse.

La cuarta premisa realista entiende a los asuntos de seguridad y poder como los más importantes dentro de la agenda de las relaciones internacionales. Los realistas asumen que los temas militares y político-militares son de crucial importancia en el peligroso mundo de las relaciones internacionales. Este mundo es anárquico, no en el sentido de falta de orden, sino en el sentido de que no existe una autoridad supra-estatal, ante la cual recurrir en la búsqueda de seguridad y justicia.

¿Existe un orden mundial? Desde la teoría de sistemas, sí existe dicho orden, pero éste se basa en las relaciones de dominación entre los Estados, donde en última instancia prevalece el poder. Muchos libros de relaciones internacionales ilustran esta última realidad con el dramático diálogo de Melos, ocurrido, según Tucídides, entre los habitantes de esa isla y los atenienses durante la guerra del Peloponeso, que enfrentó a Atenas (que lideraba la liga de Delos) contra Esparta (con sus aliados agrupados en la Liga del Peloponeso). Vale la pena recordar este famoso evento histórico.

Los atenienses habían invadido la isla de Melos con el fin de forzarla a abandonar su neutralidad y unirse al bando de Atenas. Los dignatarios de Melos expusieron toda suerte de argumentos religiosos, legales, morales y políticos ante la amenazante fuerza ateniense que demandaba la rendición de Melos, y su inmediata alianza con Atenas, so pena de esclavitud para su población y la destrucción total de la ciudad. El diálogo concluyó con el terrible dictamen del comandante de las fuerzas atenienses, que finalmente decidió arrasar, y en efecto arrasó, a Melos: “el débil tiene que hacer lo que le imponen y el fuerte hace lo que tiene que hacer.” Siglos después, el Cardenal Richelieu resumiría buena parte de la historia de la política entre las naciones en otra frase lapidaria: en asuntos de Estado, el débil nunca tiene la razón.

Aleccionados por la cruel y recurrente frialdad de la historia de las relaciones entre pueblos y Estados, los realistas (en forma que sus críticos califican de pesimista y hasta cínica en unos casos), piensan que el principal objetivo de un Estado es sobrevivir y defender sus intereses. De allí que los conceptos de poder, balances de poder, interés nacional y seguridad, tengan prioridad en la agenda internacional. El realismo considera que estos temas pertenecen a lo que ellos llaman alta política, mientras que los asuntos de otra índole (economía, cooperación, etc.) son de baja política o política menor.

El realismo comprende que el poder económico de un Estado es crucial para su capacidad político-militar, es decir, no ignora o menosprecia al tema económico, sino que lo coloca como otro sub-sistema subordinado a las realidades de seguridad y poder. De acuerdo con la perspectiva realista se tiene lo siguiente:

          Los actores del sistema internacional (y la principal unidad de análisis) son los Estados. A éstos se les considera unitarios y racionales en sus decisiones.

          El sistema funciona por medio de procesos como la rivalidad y la competencia en un mundo no jerárquico (sin una autoridad supra-estatal). Aquí, la seguridad y el poder son los objetivos básicos de los Estados.

          Los resultados son un mundo anárquico (sin una autoridad suprema y sin un orden sancionable a nivel internacional). En tal escenario, el orden sistémico se logra por medio del poder, generalmente los balances de poder que pueden ser: unipolar, bipolar, o multipolar.

Aunque el realismo continúa vigente, a partir de los años sesenta, apareció dentro del proceso de desarrollo de la teoría de las relaciones internacionales una perspectiva rival que lo critica seriamente: la perspectiva del pluralismo o de la interdependencia. Si bien ésta no ha substituido al realismo, tiene en sus filas numerosos adeptos que retoman, sin embargo, una concepción totalizadora del sistema internacional. El pluralismo no considera al Estado como el único actor en la política internacional, sino que incluye a otros protagonistas internacionales. En cuanto a los temas a tratar, la agenda pluralista ya no prioriza las problemáticas del poder y la seguridad, sino que el concepto de interdependencia adquiere una mayor importancia en los asuntos económicos, ecológicos y de cooperación internacional. La perspectiva pluralista se basa en cuatro premisas.

La primera premisa afirma que las relaciones internacionales están constituidas por una multiplicidad de actores. La idea fundamental es que en la arena internacional existe también una inmensa red sistémica, una verdadera telaraña de relaciones en las que participan todo tipo de actores: el Estado, organizaciones inter-gubernamentales y actores transnacionales independientes del Estado. Los pluralistas no niegan la importancia del Estado, pero no están dispuestos a concederle el primer lugar y, menos aún, el único lugar en el escenario internacional.

Poca duda queda, dicen los pluralistas, de que las corporaciones multinacionales más grandes tienen mayores recursos financieros y tecnológicos, así como un mayor impacto sobre el escenario mundial que la mayoría de los Estados del Tercer Mundo (tomados individualmente), generalmente poco influyentes por el pequeño peso de sus economías y por la abundancia de sus problemas internos, muchos de ellos basados en la corrupción de sus sistemas y en su acelerado crecimiento demográfico. Además, las organizaciones no gubernamentales (ONG) de toda índole (religiosas, caritativas, ecológicas, de derechos humanos, etc.) tienen, indiscutiblemente, una presencia impresionante y creciente en el panorama mundial.

La segunda premisa pluralista considera que el Estado tampoco es un actor unitario. Las acciones del Estado son el producto de la interacción (a veces conflictiva) de diversos grupos dentro del mismo. Esta premisa es simple y es una negación directa de uno de los postulados realistas ya conocidos. Los pluralistas no creen que el Estado sea como “una bola de billar”, cubierto por una coraza impenetrable, que lo hace actuar como una entidad monolítica. Por el contrario, el Estado actúa en la arena internacional a través del resultado de todas las contradicciones internas y de toda la competencia y rivalidades existentes dentro de las diversas estructuras y círculos burocráticos que componen a un gobierno, Éste, a su vez, se ve presionado por grupos sociales, económicos y políticos de la más diversa índole.

La premisa del Estado como actor unitario en lo internacional no resiste un análisis, dicen los pluralistas, ni siquiera en el caso de gobiernos altamente centralizados y despóticos. Cuando la ex URSS decidió invadir en 1968 a la hoy desaparecida Checoeslovaquia para sofocar la apertura democrática que fuera intentada a través de la llamada “primavera de Praga”, se generó dentro de la URSS una enorme pugna intra-gubernamental, que demoró la decisión final del entonces Secretario General del Partido Comunista (PC), Leonid Brézhnev. Mientras el ejército y el ministerio de defensa soviéticos se inclinaban por la acción militar de la URSS junto con el Pacto de Varsovia, el ministerio de relaciones exteriores y el PC vacilaban, tomando en cuenta los elevados costos políticos internacionales e internos que tal acción le acarrearía dentro del sistema político soviético, tal como en efecto sucedió. Tal pluralidad de influencias dentro del Estado es más notoria en las democracias liberales u occidentales, en las que el poder se encuentra repartido tanto entre las diferentes estructuras del Estado, como entre los diversos sectores de la sociedad. Esto origina una situación de poliarquía, cuya robustez varía de un Estado específico a otro.

La tercera premisa pluralista supone que el Estado no es un actor racional. Nuevamente, ésta no es sino una negación de otra de las premisas realistas y está íntimamente ligada a la negación de la unidad del Estado como actor internacional. En efecto, si las decisiones del Estado son tomadas por grupos que hacen coaliciones y alianzas y tienen sus intereses burocráticos específicos y sus propios intereses de grupo, será difícil pensar que una realidad así permita que el Estado tome decisiones basadas en cuidadosas consideraciones de costo-beneficio, tendientes a optimizar cada situación. Las decisiones del Estado son, de acuerdo con el pluralismo, resultantes de diversas fuerzas partícipes del proceso o procesos decisionales. Las decisiones son producto de negociaciones y regateos inter-burocráticos y de grupos de interés, y no el producto de la racionalidad del Estado como actor. Sin embargo, las negociaciones se realizan dentro de un sistema internacional, entendido como realidad totalizadora.

Para la cuarta premisa pluralista, la cooperación e interdependencia es lo que predomina, junto a normas y reglas con que funciona la arena internacional. El pluralismo rechaza la idea de una agenda internacional jerarquizada en la que tienen un sitio privilegiado los llamados asuntos de “alta política” (temas de seguridad y poder), mientras que los temas de cooperación o interdependencia tienen menor categoría por ser de “baja política”. Tal división entre “alta” y “baja” política (estos últimos son para los realistas los temas económicos, sociales, ecológicos, de cooperación e integración) es arbitraria y errónea, arguyen los pluralistas. En realidad, los asuntos más importantes no son los militares, ni los relacionados en general con la seguridad y el poder, sino los mal llamados asuntos de “baja política”.

El mundo tiende a ser regido por normas y reglas, por regímenes internacionales; es decir, conjuntos de normas que más bien se han llamado instituciones que regulan un aspecto definido de las relaciones entre los Estados, por ejemplo, el derecho marítimo. En lugar de un mundo anárquico y peligroso como ven los realistas, los pluralistas observan un mundo que tiende a ordenarse y a actuar de acuerdo con normas legales e institucionales. La perspectiva pluralista puede resumirse de la siguiente forma:

          Los actores del sistema son muchos: nacionales y transnacionales, además del Estado. Éste ya no es ni el principal, ni mucho menos el único actor.

          En los procesos del sistema prevalecen la cooperación e interdependencia. (Muchos realistas acusan de utópicos a los pluralistas en este punto). Tales procesos incluyen temas económicos, ecológicos, etc. y no se limitan a los problemas de poder y seguridad.

          Los resultados: una configuración paulatina donde el escenario internacional está regido por normas y orientado hacia la interdependencia.

Estas perspectivas: realista y pluralista son propias del mundo industrial-occidental. Ambas representan las percepciones de los más fuertes. Desde los países del Tercer Mundo o en vías de desarrollo, la perspectiva de la dominación y dependencia ha sido considerada como un aporte importante en la teoría de las relaciones internacionales. En general, la teoría de la dominación y la dependencia tiene una inclinación prescriptiva que sus críticos consideran extremadamente simplista. Su aspecto prescriptivo está ideológicamente determinado y dirigido a proponer ciertos remedios radicales contra los males que denuncia.

Las concepciones sobre la dominación capitalista mundial, estuvieron fundamentadas en el pensamiento de Lenin que sirvió de base para las disquisiciones sobre el imperialismo, tema que subyace en la lógica que vertebra a la teoría de la dependencia. Entre otras cosas, Lenin intentó explicar la perdurabilidad del sistema capitalista, cuya longevidad desvirtuaba los pronósticos y las expectativas de Carlos Marx. Éste había pronosticado fallidamente una gran revolución proletaria en los países más industrializados, junto con la instauración del socialismo después de los triunfos insurgentes. Como esto no ocurrió, Lenin intentó explicar la pervivencia supuestamente anómala del capitalismo.

Lenin consideraba que el capitalismo había sobrevivido porque encontró en la expansión imperialista una válvula de escape para aliviar (durante algún tiempo) la presión de las contradicciones internas del sistema. El imperialismo no fue analizado en detalle por Marx, salvo sus críticas contra la barbarie del colonialismo británico en la India. Según Lenin, la explotación de las masas en los países colonizados permitía aliviar un poco la explotación del proletariado en los países industrializados, cuyas clases explotadoras dedicaron entonces a exportar sus excedentes financieros a los países marginales del planeta.

Con el imperialismo se ejecutaba la explotación inmisericorde de los países pobres a manos de los países ricos e imperialistas. Este era un proceso que implicaba la dominación financiera, económica y política de los países más débiles y menos desarrollados. Lenin expuso esta tesis en su libro El imperialismo, fase superior del capitalismo, tomando numerosos conceptos del teórico inglés John A. Hobson (1902).

La teoría de la dominación y la dependencia considera que, en las relaciones internacionales, los Estados son, en realidad, instrumentos de las clases sociales que los dominan. Por ello las clases son, en última instancia, los verdaderos actores internacionales. Los procesos internacionales originados por las contradicciones de clase deben estudiarse en su dimensión global, pues las clases dominantes tienen, en el sistema capitalista, una inmensa red internacional de conexiones e intereses comunes. El análisis de la arena internacional debe tomar en consideración temas socio-económicos, una perspectiva global, (el análisis del sistema capitalista en su dimensión internacional), y una base histórica.

El contexto internacional es, para los dependendistas, el escenario de una continua lucha entre los países del centro: desarrollados, industriales y capitalistas; en contraposición a los países de la periferia o subdesarrollados. El desarrollo del centro, para los seguidores de la teoría de la dependencia como Enzo Faletto, André Gunder Frank o Susan Bodenheimer, se debe a la explotación de los países periféricos. Según estos teóricos, el subdesarrollo de la periferia no es una etapa que eventualmente dejarán atrás en el camino hacia el desarrollo capitalista, sino que es una situación estructural necesaria para la prosperidad de unos pocos países explotadores. Estas condiciones producen un entorno internacional conflictivo y dominado por relaciones de explotación-sumisión que sólo serían superadas con la abolición del sistema capitalista mundial. Las premisas fundamentales del globalismo o dominación y dependencia son las siguientes:

La primera premisa dependentista mira a los actores fundamentales en la arena internacional en términos de clases sociales que dominan a los Estados dentro del sistema capitalista. El concepto de estructura sistémica permanece y se incorporan los siguientes elementos: Estados, clases y sistema global dominante. Éste debe abarcar factores económicos e históricos. No existe realmente un actor unitario en el sentido aceptado por el realismo.

La segunda premisa piensa que en la arena internacional ocurre un fenómeno de explotación y dependencia dentro del sistema capitalista mundial. Esto crea una situación conflictiva que no solamente produce contradicciones entre explotadores y explotados, sino también entre los sectores explotadores o dominantes. Aun cuando existe una lógica del desarrollo y la explotación capitalista, también existen contradicciones intra-clasistas en el seno de las clases dominantes de un mismo Estado y, más aún, entre las clases dominantes de diversos Estados. Desde la teoría de la dependencia no se puede pensar que las relaciones internacionales se originen en actores que actúan en forma unitaria y racional en el sentido realista. Tampoco se acepta que los actores de la arena internacional se encaminen hacia la cooperación y la interdependencia como señalan los pluralistas. Sin embargo, la estructura social capitalista fomenta la explotación y marca un sistema de contradicciones de clase que se transmiten en el orbe internacional, razón por la cual es imprescindible ejecutar una revolución o desarrollar una fuerza política que rompa las redes de dominación de clase.

La tercera premisa dependentista observa a los actores y procesos que rigen al sistema internacional, quienes solamente cambiarán cuando sea reemplazado el sistema capitalista mundial. Los dependentistas piensan que el derrumbe de este sistema será logrado a través de una conflagración revolucionaria. En términos de los actores, procesos y resultados, la perspectiva de la dominación y dependencia puede resumirse así:

          Los actores del sistema son las clases sociales dominantes, los Estados y el sistema capitalista internacional. En oposición a todos ellos están otros actores: las clases dominadas de los pueblos del Tercer Mundo.

          Los procesos del sistema son conflictivos, de acuerdo con relaciones de dominación y explotación. En realidad, se trata de una lucha de clases en el ámbito internacional, donde las clases dominantes del Tercer Mundo son aliadas-subordinadas de las clases dominantes de los países desarrollados.

          Los resultados del capitalismo como sistema-mundo señalan un proceso de empobrecimiento de la periferia y un enriquecimiento de los países ricos. El crecimiento de las contradicciones traerá, eventualmente, la revolución y el derrumbe del sistema capitalista a nivel global.

Cabe subrayar que aunque las tres perspectivas teóricas de las relaciones internacionales tienen sus propios perfiles y han originado entre sí intensos debates y antagonismos, en realidad es perfectamente posible utilizar algunos de los elementos de cualquiera de ellas de manera complementaria para el análisis. Esto es particularmente posible en el caso del realismo y del pluralismo. Por ejemplo, existen realistas que utilizan estudios económicos que, tradicionalmente, estarían dentro del campo pluralista o dependentista. Además, existen pluralistas como Robert O. Keohane y Joseph Nye que aceptan la enorme importancia del Estado y de los temas de seguridad como piezas centrales del sistema internacional, aunque rechazan que aquéllos estén a la cabeza de la agenda internacional. De cualquier manera, todos miran al orbe global como un sistema de Estados.

 

Robert Keohane

Retos de las relaciones internacionales en la era de la globalización

El mayor reto que enfrenta la ciencia de las relaciones internacionales es, por un lado, la gran complejidad del objeto u objetos sobre los que recae su análisis. Por otro lado, lo complicado del propósito de esta disciplina. Qué trata de hacer la teoría de las relaciones internacionales: ¿explicar?, ¿explicar y prescribir?, ¿predecir?, ¿proponer normas? En cuanto al objeto de estudio, de inmediato salta a la vista que la unidad de análisis básica (aunque no la única), es el sistema de Estados, una entidad cuya complejidad política, cultural, social y económica es innecesario resaltar. Esta disciplina tiene que estudiar las relaciones que se dan entre los Estados dentro del dinámico y complejo sistema internacional.

Las relaciones internacionales tienen que considerar a otros actores internacionales no estatales, como las corporaciones transnacionales, las organizaciones laborales, religiosas, científicas, etc. de alcance internacional; es decir, un conjunto de actores cada vez más relevantes en el mundo moderno. Esta es una realidad enérgicamente subrayada por la perspectiva pluralista o interdependencia. Es comprensible, por lo tanto, que una disciplina que se desenvuelve en un terreno tan desafiante, haya provocado y provoque tremendos debates internos acerca de la perspectiva y métodos más adecuados para enfrentar los desafíos propios de su peregrinaje hacia la explicación de la realidad.

De allí que, a modo de ejemplo, el realismo estructural o neo-realismo, considere válida la teoría que centra su estudio, no sobre la naturaleza ni las características internas de los Estados, (es decir las unidades del sistema internacional), sino que focalice su atención casi totalmente sobre el sistema de Estados porque considera que es el sistema (y no la estructura interna de las unidades, ni la naturaleza o tipo de Estado), lo que determina la conducta de éstos en la arena internacional. El propósito de la teoría neo-realista es restringir el número de variables a ser analizadas para construir una teoría más clara y con mayor poder explicativo.

También existen otros debates relativos al objetivo de las relaciones internacionales. En cuanto al propósito de la teoría de las relaciones internacionales, la investigación encontrará varios modos o modalidades para efectuar su trabajo. La selección de un modo o modos para enfrentar una labor teórica es una decisión muy importante que contribuirá decisivamente a la naturaleza de un estudio. Existen los siguientes modos de análisis sistémico para realizar una tarea. Estos modos pueden combinarse y complementarse mutuamente:

 

a)         Modo descriptivo.

b)         Modo explicativo.

c)         Modo interpretativo.

d)        Modo predictivo.

e)         Modo normativo.

f)         Modo prescriptivo.

Por medio del modo descriptivo se provee una narración que, se supone, debe ser fidedigna y concentrada en los elementos esenciales del objeto o de los sucesos bajo observación. Por ejemplo, la descripción de la Segunda Guerra del Pacífico entre Chile y la coalición peruano-boliviana se limitaría a presentar la secuencia articulada de los acontecimientos que generaron el conflicto, las acciones militares y los resultados de la guerra. En esencia, el modo descriptivo muestra a determinados hechos o realidades, “tal como son o como fueron”. Esto puede ser el punto de partida de un estudio más complejo que incluya otros modos totalizadores.

El modo explicativo va más allá del anterior, aunque no lo excluye. El modo explicativo señala por qué ocurre un evento o una realidad. Es el más relevante de todos para la construcción de una teoría científica. La explicación es la función fundamental de una teoría y es la condición sine qua non de la ciencia. Una teoría que no explica no es teoría, una ciencia que no explica, no es ciencia. La explicación requiere previamente el análisis de un asunto dado, su naturaleza, sus elementos, sus causas, los orígenes de éstas, las conexiones existentes entre todos esos elementos, el desarrollo del fenómeno, así como la naturaleza y amplitud de sus consecuencias.

A modo de ejemplo, un análisis explicativo de un fenómeno doméstico que tuvo muchos matices internacionales como lo fue la revolución sandinista en Nicaragua, intentaría cubrir desde los orígenes del movimiento insurgente hasta el día en que éste alcanzó el poder; expondría (sustentado en datos) cuál fue la matriz política de esa revolución, incluidas las condiciones de exclusión política que existían durante la era previa (la era de la dictadura somocista); se referiría a la ideología marxista-leninista de la dirigencia sandinista y a sus diferentes concepciones sobre la estrategia en la lucha por obtener el poder. Posiblemente analizaría por qué razones socio-económicas e ideológicas el campesinado nicaragüense (en su abrumadora mayoría) no apoyó a la insurgencia sandinista en el periodo 1962-1979; expondría la penosa transición desde la estrategia de la lucha popular prolongada en el área rural, hasta la estrategia de la insurrección urbana.

La explicación enfrentaría el tema de la naturaleza de los grandes sectores políticos, económicos, religiosos y militares de Nicaragua y las razones por las cuales unos no pudieron lograr el cambio del régimen somocista (y otros lo impidieron). Esas condiciones facilitaron el estallido político-militar que condujo al costoso experimento revolucionario de los años ochenta.

Para ofrecer un panorama más completo, el análisis incluiría una explicación sobre el clima internacional entonces vigente. Esto, probablemente, tomaría en cuenta la influencia de la revolución castrista y la labor de adoctrinamiento y apoyo desde Cuba a los movimientos radicales en Iberoamérica en los años sesenta y setenta. Además, integraría dentro del estudio consideraciones sobre el clima político de entonces en Centroamérica, en los países del Pacto Andino, y (a escala global) el clima de la Guerra Fría y el optimismo de la izquierda radical ante una serie de triunfos en Asia y África de los llamados “movimientos de liberación”. La explicación tendría que mostrar las relaciones entre todos esos elementos, su desarrollo, y el resultado que en este caso fue la toma del poder por un movimiento armado.

El modo interpretativo muestra un proceso donde la realidad pasa por el tamiz de la mente y del marco teórico e ideológico del investigador. Así, un historiador o un politólogo de formación liberal, probablemente interpretará la Guerra de la Triple Alianza (Paraguay en contra de Argentina, Brasil, y Uruguay en 1865), como el resultado de los reclamos fronterizos de Paraguay contra Brasil, relacionados con la visión estratégica del dictador paraguayo Solano López hijo. También debería incluirse en el conflicto otros factores como la personalidad del gobernante paraguayo y su dominio sobre las instituciones del país (Congreso, Poder Judicial, etc.). Estas instituciones no pudieron más que rubricar las acciones de Solano López, quien lanzó a la nación hacia una heroica pero desastrosa aventura militar.

En contraste, un politólogo marxista, posiblemente interpretará la guerra de la Triple Alianza como producto del capitalismo imperialista. Dirá que el capital inglés quería acceso al Río de la Plata manipulando a Uruguay e involucrándose con Paraguay para destruir “el mal ejemplo” que constituía en la región el modelo alternativo de desarrollo económico autóctono, impulsado por la férrea (y a la vez modernizante) tiranía de los Solano López.

El modo predictivo intenta pronosticar eventos. Las predicciones se basan en datos históricos (militares, económicos, demográficos, etc.) que se extrapolan por medio de técnicas matemáticas. Sin embargo, no se debe sobreestimar, ni el poder de tales herramientas, ni la indudable pero limitada utilidad del modo predictivo, dada la complejidad de la conducta humana y su pertenencia a un mundo que no está necesariamente determinado como el mundo natural, lo que hace difícil la predicción, que en todo caso se reduce a las probabilidades con un inevitable margen de error.

El modo normativo señala reglas de cumplimiento obligatorio (ya sea en el terreno legal, moral, o en ambos) porque, según supone quien disemina, defiende o impone determinadas normas, éstas encierran valores deseables y benéficos. Esas normas se orientan fundamentalmente a la obtención de un determinado objetivo, de contenido ético o legal, más que al logro de un resultado, algo propio de la prescripción.

En el terreno empírico, la prueba de una hipótesis o de una teoría deberá indicar si las mismas son verdaderas o falsas, mientras que, en el terreno normativo, una conducta será buena o mala (no verdadera o falsa). Si una norma no está sujeta a la comprobación, entonces, pertenece más al mundo de los valores que a la esfera cognoscitiva propiamente dicha. Básicamente, lo normativo se acerca mucho más a la esfera del derecho, la filosofía y la moral, que al campo de las ciencias sociales. Sin embargo, no puede haber una simple y brutal expulsión (por demás ilusa e impráctica) de lo normativo en las ciencias sociales.

El modo prescriptivo indica los medios o técnicas para lograr un fin determinado. Se refiere a temas que más bien se podrían llamar instrumentales. ¿Qué hacer para lograr una alianza entre los Estados “a” y “b”? ¿Cómo aumentar el poder militar del Estado “x” para frenar al Estado “z”? La prescripción indicaría los pasos para realizar, o al menos para intentar realizar, ciertas metas.

Una prescripción relativa a la conducta humana no tiene necesariamente que referirse a valores morales, aunque siempre encierra alguna implícita o explícita base ética. Nicolás Maquiavelo escribió una pequeña, debatida e inmortal obra (El Príncipe) que en gran parte es prescriptiva: cómo obtener el poder político y cómo conservarlo. El modo prescriptivo puede ser de gran utilidad si la prescripción está sólidamente fundamentada. Muchos investigadores de las relaciones internacionales, así como los practicantes de la política, han seguido el método prescriptivo para enfrentar temas como las formas de evitar la guerra o consolidar la paz.

Un reto primario que enfrenta la disciplina de las relaciones internacionales, es la difícil labor de estructurar racionalmente los datos de la realidad: organizarlos y arreglarlos para que tengan valor explicativo que generen respuestas clarificadoras sobre esa realidad compleja, proponiendo también interrogantes sólo contestables a través de una cuidadosa labor interpretativa. Dentro de este panorama, los analistas de las relaciones internacionales tienen que decidir, desde el inicio de sus labores, cuál será la unidad básica; es decir, el nivel sobre el que enfocarán su atención al efectuar un análisis. Kenneth Waltz, en su clásica obra Man, the State and war, estudió los distintos tipos de respuestas que a lo largo del tiempo han dado quienes se dedican al estudio de las causas de la guerra, y expuso que en aquélla búsqueda (y en general en el análisis de la política internacional), se pueden distinguir tres niveles analíticos: a) el individuo; b) el Estado; c) el sistema de Estados (en esencia, el sistema internacional).

El primer nivel para el análisis está constituido por el individuo y los grupos dentro del Estado. ¿Puede afirmarse que las causas de la guerra emanan de la naturaleza del hombre? Estos problemas han sido tratados desde hace mucho por pensadores como San Agustín, Spinoza, Maquiavelo, Rousseau y, muy posteriormente, por psicólogos y antropólogos. ¿O estarán las raíces de la guerra en la personalidad de los líderes? ¿O en la interacción de los individuos organizados dentro del Estado? (dirigentes del gabinete, en el Congreso, o en la estructura militar).

 

Henry Kissinger

El segundo nivel de análisis lo constituye el Estado. ¿Qué tipo de organización estatal está más inclinada hacia la paz y cuál es más proclive hacia la guerra? ¿Las democracias? ¿Las dictaduras?  ¿En qué grado la historia de un Estado influye en su conducta? ¿Cómo operan e interactúan las grandes entidades y sectores económicos, industriales y políticos del Estado y qué influencia ejercen sobre una conducta exterior pro-paz o agresiva?

El tercer nivel lo forma el sistema de Estados, ese creciente grupo de Estados independientes, cada uno de los cuales tiene como tarea última la de sobrevivir en una arena en la que no existe una autoridad superior, supraestatal, capaz de hacer cumplir las normas del derecho alrededor del mundo. Aquí cabe preguntarse una vez más qué es un sistema. En esencia, un sistema es un ente constituido por partes movibles e interactuantes. En esta entidad dinámica, las interacciones que ocurren dentro del sistema son las que determinan (en la arena internacional) la guerra o la paz, por encima de lo que deseen los individuos (primer nivel de análisis), o la estructura interna de los Estados (segundo nivel de análisis).

A primera vista, la opción más sensata sería la de estudiar detalladamente y con igual énfasis los tres niveles (a, b y c) en la búsqueda de una clave que permita comprender las raíces de la política internacional. Esta decisión sería, sin embargo, impráctica. Un estudio que incluya con igual detalle los rasgos psicológicos de un líder, sus fortalezas y debilidades intelectuales y morales, las influencias que ejerce sobre sus consejeros y grupos de poder inmediato, y las que recibe de éstos, las características de la personalidad de los miembros del grupo de confianza y la dinámica de éste, las características políticas, económicas, tecnológicas, culturales (incluidas las ideológicas) y geográficas de un  Estado, así como la estructura, dinámica y tendencias del sistema de Estados. Un estudio así sería inacabable.

Si una disciplina intenta ser algo más que un catálogo atiborrado de datos, tiene que seleccionar los más relevantes, debiendo discriminar entre las variables menos y más importantes, para luego hacer abstracciones y no simples inventarios. Aquí viene entonces el problema: ¿qué nivel es más importante y con mayor poder explicativo? Si fue escogido un nivel, ¿cuánta atención se le debe dedicar a los otros para no construir un trabajo claramente sesgado y unidimensional? En otras palabras, bien lo dice Waltz, el investigador tendrá que tomar en consideración los tres niveles señalados, pero normalmente deberá concentrar el grueso de sus esfuerzos en uno de ellos, muy probablemente en el nivel que tiene mayor peso durante el período analizado. Para Waltz el nivel sistémico es el que encierra el mayor potencial explicativo de la conducta de los Estados en la arena internacional.

Waltz expresa que las guerras tienen, tanto causas inmediatas, como causas permisivas. Las primeras se encuentran en el nivel individual (un tirano ambicioso, un guerrero sin escrúpulos, o un demagogo belicoso); y en el nivel estatal: un Estado irrespetuoso del derecho, acicateado siempre por la idea de expandir sus fronteras, o impulsado por la necesidad supuesta de poseer una extensa periferia para protegerse de posibles agresiones, tal como le pasaba a la Rusia zarista o a la ex Unión Soviética (URSS) en tiempos más recientes, dadas las experiencias sufridas a manos de Napoleón Bonaparte y, más de un siglo después, a manos de la Alemania nazi. Por otro lado, la causa permisiva se encuentra en el nivel del sistema de Estados: este sistema, por su naturaleza, no posee una autoridad jerárquica, y permite que los individuos o los Estados agresivos lleven sus países a la guerra, o a determinados tipos de conducta.

En todo caso, en este asunto de los niveles de análisis basta por ahora indicar que es un tema importante, y si bien diversos autores han optado por el primer nivel, o sea el nivel del individuo (y de grupos intra-estatales) para analizar determinadas realidades o situaciones, la mayoría de los analistas han concentrado su atención sobre el segundo nivel (el Estado u otros actores clave que comparten crecientemente la arena internacional), o por el tercer nivel, es decir, el sistema de Estados.

Cuál nivel es el más importante o el mejor. Esto depende de la decisión del investigador. En realidad, favorecer un nivel sobre cualquiera de los otros dos estará determinado, no sólo por el entrenamiento, las inclinaciones y los propósitos del especialista, sino también por la naturaleza y las circunstancias prevalecientes en la realidad que va a ser estudiada. Cabe subrayar que el hecho de optar por uno de los tres niveles mencionados no significa que deban ser excluidos totalmente del análisis los elementos de otros dos niveles. Éstos siempre pueden, y hasta deben, ser tomados en consideración, aunque en forma menos detallada.

Es clarificadora la explicación de Robert Mansbach, quien dice que la política exterior y las relaciones internacionales son como Jano, el dios bifronte de los romanos, el guardián del universo, quien (siendo una sola deidad) tenía dos caras: con una ofrecía la guerra y con la otra la paz. Así iniciaba su estudio de los diferentes actores y niveles de análisis en la disciplina, los cuales a pesar de su multiplicidad están integrados en una gran y compleja unidad.

Al referirse al nivel interior de los Estados y al estudiar a los individuos y su rol en la política exterior, Mansbach explicaba dos enfoques analíticos: el que estudia el proceso cognoscitivo, y el que estudia el proceso afectivo. El estudio del proceso cognoscitivo se enfoca en los procesos intelectuales por cuyo medio los actores y los líderes analizan y filtran la realidad para así tomar decisiones. Mansbach cita un estudio de Ole R. Holsti sobre el Secretario de Estado estadounidense, John Foster Dulles y su actitud de desconfianza y rechazo ante la URSS. Interesantes podrían ser otros estudios sobre los procesos cognoscitivos de, por ejemplo, Kim il Sung, de su hijo y sucesor Kim Yong il (y ahora de su nieto, tercero en la línea de esta dinastía social-absolutista, Kim Yong-un), o del desaparecido Fidel Castro, o su hermano y sucesor Raúl Castro, para ver de qué forma integran e interpretan el panorama de la política mundial de acuerdo con sus propios modelos, procesos mentales y marcos intelectuales o ideológicos de referencia.

En múltiples oportunidades, los actores políticos interpretan siempre como hostil, o como una movida táctica, cualquier acción del rival o enemigo (real o percibido como tal). En caso contrario, pueden interpretar como amistosa o inofensiva una acción dañina de un aliado, o de alguien percibido como socio en las negociaciones internacionales. Con esto, muchos líderes mantienen o preservan lo que los expertos en psicología política llaman la consistencia cognoscitiva.

En el caso de los procesos afectivos, los psicólogos señalan que las características afectivas también influencian en la toma de decisiones de los dirigentes de la política exterior de los Estados. Las características de la personalidad (grado de nacionalismo, autoconfianza en la habilidad para controlar eventos, necesidad de poder, necesidad de afiliación, complejidad conceptual y grado de desconfianza hacia otros), influenciarán la orientación de la política exterior, inclinada o no al cambio, hacia la cooperación e interdependencia, o hacia la confrontación.

Mansbach también se refiere a la tradición Estado-céntrica y al análisis a nivel de los Estados, que puede variar desde la perspectiva tradicional que considera al Estado como un actor racional y unitario, que actúa en la arena internacional como una bola de billar en movimiento y en choques con otras bolas de billar (otros Estados), hasta la visión que incorpora factores como el comercio internacional y que mira a la arena global (como lo propone Stephen Krasner), más bien como las placas tectónicas de la corteza terrestre: ésta se mueve, ondula, causa grandes terremotos, todo esto producto de numerosos elementos dinámicos e interconectados dentro del sistema internacional.

Tras examinar también el nivel del sistema de Estados, Mansbach concluye que ningún nivel puede explicar satisfactoriamente por sí mismo el panorama de las relaciones internacionales. Se inclina más por el modelo de la política transnacional, que toma en consideración, no solamente la diversidad de actores (estatales y no-estatales) en el escenario internacional, sino que subraya la borrosa frontera entre lo nacional o interno y lo internacional. Este modelo es mucho más comprensivo, pero, a la vez, mucho más complejo. Por ello, se insiste en que, si bien lo indicado es que se tomen en consideración todos los niveles y su interrelación, lo más práctico será que el investigador concentre fundamentalmente su atención en un solo nivel, aquel que más se relacione con el tema principal de su trabajo. He aquí un reto, tanto para la disciplina de los estudios internacionales, como para el investigador.

La explicación es el segundo de los grandes retos generales que confronta la teoría de las relaciones internacionales. Vale reiterar que la dimensión explicativa es la faceta más importante de cualquier ciencia. La explicación presupone buscar, delimitar, definir y ordenar un grupo de variables relevantes de una realidad determinada, discutir sus orígenes o causas, evaluarlas, encontrar las relaciones existentes entre ellas, su desarrollo y efectos, así como exponer todo esto en forma sistemática, coherente e inteligible. Para la ciencia, la labor de explicar es más importante que la labor de predecir, aunque esta última pueda parecer más espectacular, útil y fascinante.

Existen ejemplos históricos de actividades predictivas que no alcanzaron el nivel de quehacer científico porque carecían de una adecuada faceta explicativa, ya que no se había llegado a comprender bien la naturaleza, causa, desarrollo, interrelación y efectos de las variables integrantes de un determinado fenómeno. Tal es, por ejemplo, el caso de los sumerios quienes predecían eclipses, pero no podían explicar la causa de los mismos.

En este ejemplo, los sumerios tenían la capacidad para predecir algunas realidades en astronomía, actividad que mezclaban con elementos mágico-religiosos, pero no ejercían una actividad científica en el correcto sentido del término. La explicación se puede referir a procesos y resultados fatales o necesarios, como los de naturaleza física, o a patrones y tendencias, como ocurre con los fenómenos sociales. La búsqueda de una mayor significación en la investigación, permite la explicación y la construcción de conclusiones fructíferas. Todo ello indica que la simple acumulación de datos en una investigación científica es un paso necesario, pero claramente insuficiente para lograr explicaciones relevantes y llegar a conclusiones válidas.

El estudio de las relaciones internacionales (que implica tener que lidiar con un gran número de datos (militares, económicos y políticos), tiene que enfrentar el reto de la selectividad honesta y juiciosa de la información relevante, así como su organización. Solamente así se puede llegar a la meta de una explicación que ilumine un tema. La labor de teorizar, es el tercer reto que enfrenta la teoría de las relaciones internacionales, actividad íntimamente vinculada con el problema de encontrar y aplicar la metodología más adecuada. En este punto, la pregunta básica es si debe la disciplina de las relaciones internacionales dedicarse a hacer teoría y qué tipo de métodos debe usar esta disciplina en la elaboración de aquéllas.


 Hans Morgenthau

Es importante explicar que una disciplina que carece de teoría o teorías, debe renunciar a ser una ciencia. Una actividad que renuncia a la teoría puede ser algún tipo extraño de arte, especulación, o creación imaginativa refrescante como una novela agradable, o simple charlatanería, pero jamás será ciencia. Por ello, antes de proseguir, resulta útil clarificar la idea de lo que es una teoría.

El término teoría tiene al menos dos acepciones de interés para el presente análisis. Para quienes emplean el término en un sentido muy amplio, toda teoría es un tipo de conocimiento sistemático, ordenado, que puede provenir de la razón pura, de la intuición, e incluso de la convicción. En cambio, en un sentido más restringido, la teoría científica nace del razonamiento lógico y de la observación empírica. Por lo tanto, existen sobre este punto dos posiciones divergentes o más bien contrapuestas. Por un lado, están los que entienden el concepto de teoría en su sentido más amplio. Ellos piensan que pueden elaborarse teorías sobre temas morales y normativos, es decir, sobre temas no sujetos a prueba empírica. Por otro lado, los que entienden el concepto de teoría en su sentido más estricto niegan tal posibilidad, pues afirman que la teoría debe estar edificada sobre una base empírica.

Desde la década de los sesenta del siglo XX, los investigadores de las relaciones internacionales se trabaron en una dura disputa entre dos campos, que en líneas generales corresponden a las dos formas arriba citadas de entender lo que es una teoría. El primero y más antiguo de los dos campos en pugna favorecía (y favorece) la metodología clásica, apoyándose en los métodos tradicionales de la historia, la diplomacia, el derecho, la filosofía. En el otro campo estaban (y están) los seguidores de una línea más moderna, quienes expresaban que la teoría de las relaciones internacionales debía construirse, fundamentalmente, por medio de la observación empírica, la comprobación de hipótesis y la formulación de modelos que lleven el trabajo teórico al plano de la teoría científica en su acepción más restringida o rigurosa. Cabe señalar que hay distintos tipos de teorías, cuyas diferencias se basan en la naturaleza de cada uno de estos tipos, incluidos sus propósitos. Las tres categorías de teorías más conocidas son: las teorías abstractas, las teorías empíricas y las teorías normativas.

Es cierto que cualquier teoría es una abstracción, y por lo tanto llamar teoría abstracta a un tipo específico de conjeturas puede parecer redundante. Los especialistas llaman teorías abstractas a las que se construyen y existen separadas del mundo de lo factual, de los hechos, de lo tangible. Este tipo de teorías generalmente se construyen mucho antes de que se les pueda, (o se les quiera) encontrar una aplicación práctica. Tal es el caso de algunas teorías matemáticas muy avanzadas. Las teorías empíricas, en contraste con las abstractas, se refieren a hechos, a la realidad objetiva. Tienen como finalidad examinarla, comprenderla, explicarla y (si se puede) predecirla. Se dirigen a diferenciar lo verdadero de lo falso.

Las teorías normativas se refieren a la construcción, evaluación y explicación de juicios de valor. No se refieren a lo que es, sino a lo que debe ser. Una teoría normativa se enfoca hacia la diferenciación entre lo bueno y lo malo. Sus juicios no están sujetos a pruebas empíricas, encaminadas a demostrar la exactitud o el error.

El quehacer dentro de la teoría de las relaciones internacionales favorece actualmente a las teorías empíricas, frente a las abstractas y a las normativas. Sin embargo, no puede decirse que el campo de lo normativo haya quedado (o deba quedar) abandonado. En lo relativo a su alcance o ámbito, hay que distinguir al menos dos tipos de teorías: la teoría general y la teoría media o de alcance medio. La teoría general, engloba en su seno la explicación (y si es posible, la predicción) de un fenómeno amplio y general. Por ejemplo, una teoría sobre las causas de la guerra. En claro contraste, la teoría de alcance medio trata de explicar un asunto restringido, algo inscrito dentro una realidad más general. Por ejemplo, una teoría sobre la toma de decisiones en situaciones de crisis.

A continuación, se ofrece una explicación esquemática de cómo se construye una teoría empírica, desde el punto de vista más tradicional. Después se harán referencias a algunos puntos un poco más complejos relativos a ideas propuestas por teóricos del conocimiento tales como Karl R. Popper, Imre Lakatos y Thomas S. Kuhn.

El primer escalón en la construcción de una teoría empírica, o teoría en el sentido restringido o riguroso, consiste (en el caso de las ciencias sociales) en la observación de la realidad. Como un segundo paso sigue la formulación de una hipótesis. En el caso de las relaciones internacionales, esto presupone el haber elegido un nivel de análisis, haber estudiado previamente una realidad y haber extraído algunas conclusiones preliminares y tentativas. Por ejemplo, el estudio de una serie de guerras entre dos o más Estados podría llevar al investigador a formular en forma tentativa la hipótesis de que en tiempos de guerra, crece la tasa de natalidad de las poblaciones involucradas en el conflicto. Obsérvese que aquí el investigador ha elegido el segundo nivel de análisis, es decir, observará la conducta de uno de los elementos básicos de un Estado, como lo es su población y los recursos para sustentarla.

El segundo paso consiste en comprobar la hipótesis que ha sido formulada. En este caso, se procede (siguiendo el ejemplo del párrafo previo) al estudio detallado de una serie de conflictos internacionales y al análisis comparativo de las tendencias demográficas en tiempos de paz y también en tiempos de guerra. De esta comprobación (que tendrá que incluir una cantidad de datos debidamente organizados) pueden surgir dos distintos escenarios.

En el primer escenario, la hipótesis es descartada si el estudio de treinta guerras internacionales demuestra que durante esas crisis, contrariamente a la hipótesis planteada, la tasa de natalidad descendió. La hipótesis, por lo visto, ha resultado errónea, o puede requerir enmiendas, ajustes y nuevas comprobaciones. En casos así puede suceder que el investigador reoriente su investigación y prosiga en la búsqueda de otras variables que expliquen lo ocurrido. Pero puede suceder que el investigador se decepcione y abandone el proyecto por falta de tiempo, voluntad, interés, o recursos. En el otro escenario, cuando la hipótesis resulta validada o confirmada, el proceso de construcción teórica proseguirá (normalmente) por la ruta de las explicaciones científicas.

El tercer y cuarto pasos consisten en la generalización y después en la formulación de una teoría (tras la comprobación de la hipótesis bajo una serie de circunstancias que reiteren su validez). Si existen resultados contradictorios, la teoría debe ser reformulada a la luz de los resultados de las comprobaciones empíricas, o el proyecto se descarta.

El cuarto y más difícil paso en la labor de construcción de una teoría empírica, consiste en el descubrimiento y formulación de leyes. Una ley solamente puede ser tal, en el sentido clásico y estricto cuando se descubre una relación causal entre un conjunto de condiciones y el efecto provocado por tales condiciones. Las leyes así entendidas son más propias de las ciencias naturales que de las ciencias sociales. En todo caso, las leyes se formulan cuando empíricamente se comprueba que existe una certeza absoluta (una probabilidad estadística elevadísima o una estrecha correlación), entre la existencia del conjunto de las condiciones “a-b” y la aparición de los resultados “c-d”; es decir, cuando se puede afirmar con al menos elevada certeza estadística que los resultados “c-d”, se derivan de “a-b” y siempre que existan estas condiciones causales, resultarán “c-d”. En esta lógica de razonamiento, la teoría sistémica ha promovido un análisis multicausal y multivariado de gran utilidad para formular probabilidades estadísticas, junto con la identificación de escenarios prospectivos.

El descubrimiento y formulación de tal tipo de leyes ha sido la meta y la ilusión de múltiples científicos sociales, entre ellos algunos dedicados a las relaciones internacionales, enamorados del rigor metodológico y de la robustez teórica de las ciencias naturales, particularmente de la reina de éstas: la física. Sin embargo, tales leyes son muy difíciles de encontrar y formular en el mundo social, en el que todo resulta complicado por la muy difícil predictibilidad de la conducta humana.

Vale aclarar que diversos especialistas en filosofía de la ciencia, así como los estudiosos dedicados a temas básicamente metodológicos, recogen la noción de David Hume respecto a que el concepto de relación causal es innecesario, y en todo caso (dicen) no es demostrable. Lo que se puede decir o ver es una conexión necesaria entre dos fenómenos. Y desde esta realidad se pueden construir generalizaciones.

Si se presenta en una forma todavía más esquemática al proceso de construcción de una teoría empírica, éste puede verse así: 1) Observación; 2) Formación de conceptos; 3) Formulación de hipótesis; 4) Prueba de la hipótesis. En esta etapa, la hipótesis puede ser rechazada, modificada, o confirmada por la prueba. Si es confirmada, se pasa a la etapa siguiente: 5) Generalización; 6) Formulación de teoría; y 7) Formulación de una ley.

En todo caso, el descubrimiento de ciertas regularidades de la conducta humana, estadísticamente mensurables, ha ayudado a la predictibilidad (relativa y cualificada) de ciertas situaciones. Por otro lado, la búsqueda de leyes en el sentido estricto es un tema que continúa provocando hasta hoy largos debates. Es muy discutido, incluso no solamente lo posible, sino además lo deseable de ese viejo propósito de convertir algún día a las ciencias sociales en un reino similar al de las ciencias exactas o de la naturaleza. Gran parte de esta discusión nace de una circunstancia bastante sencilla, como es el insuficiente énfasis dado por muchos científicos sociales a hechos esenciales como los siguientes.

Primero: el objeto de las disciplinas sociales. Tal objeto es el hombre en su dimensión histórica, cultural, económica, psicológica y política. Ocurre que el hombre más allá de su dimensión estrictamente biológica es irreductiblemente distinto al objeto de cualquier otra ciencia natural. En consecuencia, no pueden utilizarse para el estudio del hombre histórico-social los mismos métodos utilizados en las ciencias naturales. Precisamente, por razones éticas y prácticas, las ciencias sociales se limitan a la simple observación de su objeto de estudio. Por el contrario, las ciencias naturales se dedican a la experimentación, lo que les permite estudiar y manipular las variables bajo estudio en un ambiente controlado, por ejemplo, un laboratorio donde se pueden aislar determinados reactivos, combinarlos en la forma que desee el laboratorista, y observar o medir los resultados.

En segundo lugar: las ciencias sociales, para ser ciencias respetables, no requieren ser construidas sobre leyes al estilo de las ciencias naturales. Basta que detecten tendencias, procesos, explicando la realidad en forma sistemática, ordenada, coherente y lúcida. Si la explicación es la aspiración y la función fundamental de cualquier ciencia, es evidente que las ciencias sociales llenan esta función. Ellas son capaces de proveer explicaciones lúcidas y rigurosas sobre los fenómenos sociales, aunque sus capacidades predictivas sean limitadas, dada la naturaleza de su objeto.

La explicación hasta aquí ofrecida sobre la elaboración de las teorías y de su finalidad, presupone lo siguiente: 1) el conocimiento es una forma de contacto con la realidad y de interpretación de la misma; 2) es una relación entre un sujeto cognoscente y un objeto por conocer; 3) no es un fin en sí mismo, sino un medio para actuar en el mundo. El sujeto es quien conoce, es el agente activo. Construye la relación de la que surge el conocimiento, asimila y produce una representación interna del objeto.

El objeto es la entidad que el sujeto tiene frente a sí. Le da un contenido específico al conocimiento y además modifica al sujeto. La mente humana nace en blanco y es la experiencia, el contacto del sujeto con los objetos lo que va creando el conocimiento en una relación dinámica e interactuante. Dentro de esta línea de pensamiento, la verdad se basa en la correspondencia fiel entre el concepto y su correlato objetivo, aunque lo que se considera verdad científica, evoluciona a medida que se descubren nuevas facetas de la realidad y nuevos métodos e instrumentos para estudiarla.

 


Thomas S. Kuhn en su ya clásica obra The Structure of Scientific Revolutions (La estructura de las revoluciones científicas) expresa que el conocimiento científico no es verdaderamente acumulativo (Kuhn, 1970). En realidad es una sucesión de paradigmas normales o dominantes que explican la realidad y, por medio de ellos, la ciencia logra períodos de desarrollo normal de dichos paradigmas, aceptados por la comunidad científica durante algún tiempo. Los paradigmas, según Kuhn, son realizaciones científicas universalmente reconocidas, que durante cierto tiempo proporcionan modelos de problemas y soluciones a una comunidad científica.

Ocurre, por lo tanto, que con el paso del tiempo los paradigmas comienzan a mostrar fallas, anomalías o deficiencias en su capacidad explicativa a medida que se descubren nuevas facetas de la realidad. Finalmente, los viejos paradigmas prevalecientes son reemplazados por otros nuevos, lo que causa una revolución científica. Después de cada una de esas revoluciones se instituye una nueva “ciencia normal”, basada durante algún tiempo en nuevos paradigmas o modelos, hasta que surgen nuevas anomalías en los paradigmas dominantes y así sucesivamente.

Karl R. Popper rechazó esta tesis de Kuhn y expresó que el progreso científico no ocurre a manera de saltos discontinuos y revoluciones sino por medio de un proceso constante de conjeturas y refutaciones. Para Popper, toda proposición científica debe ser refutable o falseable para ser verdadera; es decir, tiene que ser sometida a la prueba y la constatación, lo cual no puede ocurrir, por ejemplo, con dogmas o con juicios de valor. Como consecuencia de ese proceso, la validez de las teorías científicas es o puede ser temporal.

No obstante, Popper, cuya obra The Logic of Scientific Discovery (La lógica de la investigación científica) (1935), fue un gran aporte en el terreno de la metodología de las ciencias sociales, sin caer ni en el empirismo ingenuo, ni tampoco en el nihilismo del que lo acusan algunos de sus críticos. La tesis popperiana lo llevó a criticar tanto al inductivismo de los empiristas a ultranza, como al criterio de verificabilidad defendido por los neo-positivistas del Círculo de Viena.

El filósofo de la ciencia, Imre Lakatos, explicó la utilidad que posee para el desarrollo de las teorías científicas, lo que él llamó programa de investigación científica. Esta concepción metodológica ha atraído a algunos teóricos de las ciencias sociales y, dentro de ellas, a investigadores de las relaciones internacionales. En esencia, la idea consiste en que toda teoría debería apoyarse en un programa de investigación, cuya utilidad fundamental debe ser la de evaluar, comparativamente, las teorías científicas, su validez y su poder explicativo.

Un programa de investigación científica contiene presunciones y condiciones iniciales que definen su alcance o ámbito. Tales presunciones son inviolables. Si fallan, todo el programa se destruye y hay que regresar a la formulación de uno nuevo. Un programa científicamente útil debe, además, contener otros dos elementos de crucial importancia: hipótesis observacionales y una capacidad heurística positiva. Con estos dos elementos el programa de investigación abre el camino a la formulación de una teoría sólida, porque durante la construcción de una teoría, el investigador se encontrará con anomalías, con hechos o tendencias que no encajan adecuadamente dentro del marco general que se viene construyendo.

Entonces, el programa de investigación intentará proteger o defender los presupuestos fundamentales que ya han sido construidos en la elaboración de la teoría. Para efectuar tal defensa por medio del programa, se construyen hipótesis auxiliares, encaminadas a explicar las anomalías con las que ha tropezado la teoría. De esta forma se evitará cuestionar el marco general ya construido. Hay que añadir que un programa de investigación, si es bueno, no puede limitarse simplemente a explicar con sus hipótesis auxiliares, caso por caso, las anomalías que encuentra, es decir, las desviaciones o contradicciones que surjan respecto de la teoría principal sometida al análisis. Este tipo de explicaciones, llamadas por Lakatos hipótesis degenerativas o regresivas, capaces solamente de proveer explicaciones ad hoc, serían como simples parches que no evitarían el hundimiento del programa.

Por lo tanto, es necesario contar con algo más sólido: se requieren hipótesis auxiliares progresistas. Éstas son como defensas periféricas del programa, y para ello deben descubrir hechos nuevos y relevantes para la construcción teórica. En la forma indicada, los programas de investigación científica ayudan a conseguir una comprensión más exacta y lúcida de la realidad, iluminando el camino hacia la edificación de teorías plausibles.

Por otra parte, Robert O. Keohane señala que la concepción de Lakatos se dirigía a las ciencias naturales. Por ello, ninguna ciencia social (incluida la economía y su teoría de los oligopolios, usada en las relaciones internacionales por los realistas estructurales) pasaría la prueba rigurosa de los verdaderos programas de investigación. No obstante, continúa expresando Keohane, las propuestas metodológicas de Lakatos proveen un criterio útil para la evaluación de las tradiciones científicas y ello se aplica también a las relaciones internacionales. Keohane, uno de los críticos más penetrantes del realismo, explicaba que éste no pasaría la prueba si se le aplicara el diseño metodológico desarrollado por Lakatos. Sin embargo, tampoco pasaría tal prueba el enfoque pluralista porque, en rigor, todos los enfoques de la teoría de las relaciones internacionales son solamente recursos mentales heurísticos para explicar, provisoriamente, el comportamiento de los Estados dentro de un sistema internacional que funciona en condiciones de permanente incertidumbre y alta complejidad.

La perspectiva sistémica contribuye a que, desde el punto de vista epistemológico, podamos asumir que la construcción del conocimiento no siempre supone una total comprobación de hipótesis, ni el fomento de críticas racionales sustentadas en la refutación de teorías. Los enfoques sistémicos configuran un nuevo tipo de razón: la aparición de contingencias. De esta manera, existen diferentes modos de observar, considerar y diferenciar en los intentos de dar una mayor significación a las explicaciones sobre cómo se mueve la realidad. Las explicaciones siempre serán contingentes. Tales contingencias representan nociones de posibilidad y probabilidad. En el sistema internacional, todas las acciones llevadas a cabo por aquellos que toman decisiones en materia de política exterior, o los movimientos sociales que tienen un impacto en la globalización son, ineludiblemente, contingentes, y es por esto que los sistemas sociales y el sistema internacional no tienen otra alternativa que auto-fundarse, aumentando así su complejidad y una mayor contingencia.

Cabe subrayar que en todas las propuestas citadas, (Kuhn, Popper y Lakatos), subyace la conclusión de que no hay ningún tipo de conocimiento científico permanente, ni de verdad científica inmutable, ni invulnerable al tiempo, ni al descubrimiento de nuevas realidades, o de nuevas facetas de aquéllas. Por esto, es necesario subrayar con igual énfasis que debe existir la posibilidad de renunciar a la búsqueda de la verdad científica.

En última instancia, el progreso del pensamiento, el avance de la ciencia y de la técnica de Occidente (en la que se basa la del resto del mundo), se erigen en una actitud, en una cosmovisión y en una ética, que impulsan la búsqueda del conocimiento de la realidad objetiva. Esto es así por más que los instrumentos conceptuales o materiales con los que se intenta estudiar esa realidad (y su evolución) cambien con el transcurso del tiempo.

En contraste con esta actitud existen corrientes que niegan la posibilidad de tal conocimiento. Las corrientes postmodernistas afirman que es imposible el contacto inmediato entre sujeto y objeto, declarando imposible, equivocada y estéril la que históricamente ha sido una interminable e inacabada pero fructífera labor de perseguir la verdad objetiva. Las corrientes contrapuestas al racionalismo y al empirismo que han signado la evolución del mundo occidental, nacieron básicamente dentro del campo de la lingüística y se han aplicado a la teoría literaria y a la construcción imaginativa, desde donde han sido trasplantadas al ámbito de las ciencias sociales.

No obstante, no son pocos los que consideran tal trasplante como un hecho de dudosa utilidad, contrario al avance científico, y que (entre otras cosas) ha llevado a las ciencias sociales hacia una pérdida de todo potencial explicativo con solidez racional. Tal es la opinión que expone Keith Windshuttle en su obra The killing of history (El homicidio de la historia) (Windshuttle, 2000).

Estas últimas corrientes están representadas en la teoría de las relaciones internacionales dentro de los llamados paradigmas alternativos, usualmente postmodernistas. Sin embargo, no todas las propuestas alternativas son tan radicales como para desafiar los presupuestos epistemológicos predominantes en las ciencias modernas. Un ejemplo de propuesta alternativa no radical en este sentido, es la escuela histórico-sociológica.

Para concluir, cabe expresar que es fácil sucumbir ante la tentación de hacer trabajos de ciencias políticas y relaciones internacionales, sin un marco teórico definido, para concentrarse en asuntos tales como estudios de casos muy específicos y con aspiraciones muy limitadas, que no van más allá de describir y, quizás, explicar algún tema muy concreto. Pudiera parecer que la renuncia a una base teórica simplificaría el trabajo en las ciencias sociales, pero es necesario aclarar que los trabajos huérfanos de rigor teórico, limitados a la labor descriptiva, o a interpretaciones superficiales de “sentido común”, no pueden tener una naturaleza científica y, difícilmente, pueden llegar a ser contribuciones verdaderamente serias en el desarrollo de las relaciones internacionales.

Los esfuerzos en este campo, cuando no poseen un marco teórico, o una meta teórica, apenas podrán tener valor explicativo rescatable. Quienes renuncian a una base teórica, pueden fácilmente convertirse en obreros que acumulan material de construcción sin tener la menor idea de un plano que defina, que le dé forma y sentido a la obra, sin poder explicar dónde y cómo serán utilizados dichos materiales.

Algunas problemáticas abiertas

La búsqueda de una significación teórica y científica en las relaciones internacionales, ha sido y continúa siendo un desafío de gran magnitud. En consecuencia, la teoría de los sistemas o los enfoques sistémicos, aportaron de manera substancial, tal y como lo mostraron los esfuerzos de David Easton y Niklas Luhmann. Las escuelas más importantes como el realismo, el pluralismo, la teoría de la dependencia, e incluso algunas teorías postmodernistas en relaciones internacionales, incorporan el modelo sistémico para explicar aquella estructura integrada de múltiples relaciones que es el sistema internacional. Éste constituye un mapa mental que asume plenamente la labor de teorizar.

El conocido internacionalista James N. Rosenau, relataba que en una ocasión una alumna se le acercó diciéndole que le gustaría aprender a pensar teóricamente. Dice Rosenau que no solamente tomó el reto de enseñarle a pensar la teoría, sino que diseminó entre sus alumnos y lectores nueve consejos para enfrentar con entusiasmo la construcción de teorías en las relaciones internacionales. Recordemos las más importantes de aquellas recomendaciones:

a)         Tener una idea clara acerca de si se aspira a teorizar en el terreno de lo normativo o en el campo de lo empírico.

b)         Ser capaz de aceptar que los asuntos humanos se fundan en un orden subyacente. La teoría de sistemas presume la existencia de un orden preexistente que se auto-reproduce en el ámbito global.

c)         Estar predispuesto a preguntar acerca de la forma en que cada evento, cada situación, cada fenómeno observado es una instancia o una parte de un contexto más amplio.

d)        Estar listo para aceptar y apreciar la necesidad de sacrificar las descripciones detalladas en aras de observaciones amplias. Este es un reto que despierta la teoría de sistemas.

e)         Ser tolerante con algunas ambigüedades, focalizarse en probabilidades y desconfiar de concepciones absolutas.

f)         No tratar la teoría con la rigidez con que procedería quien trate de formular una definición apropiada de teoría.

Las relaciones internacionales no fueron creadas para quedarse flotando en el aire, como un cúmulo de esencias intelectuales desvinculadas de la realidad. Su objeto de estudio lo constituyen los actores internacionales, sus tendencias y patrones de conducta; es decir, realidades que tienen efectos tangibles e importantes (a veces de vida o muerte) sobre la existencia de millones de seres humanos.

Por estas razones, la mayoría de quienes se dedican al cultivo de esta disciplina piensan que la misma debe tener (o aspirar a tener) aplicabilidad práctica: ser capaz de influenciar la realidad, de ayudar a moldearla en un determinado sentido y con un propósito. Las relaciones internacionales no tienen únicamente una dimensión descriptiva y explicativa, sino, además, facetas prescriptivas y normativas, que vinculan este campo teórico con la realidad práctica, pues cada razonamiento político ayuda a modificar los hechos que juzga. El pensamiento político es en sí una forma de acción política. La ciencia política es no sólo la ciencia de lo que es sino también de lo que podría ser.

La afirmación precedente indica en forma lúcida que la labor teórica también tiene y debe tener un impacto en la realidad práctica. Lo afirmado aquí es, desde luego, un juicio de valor. No es algo axiológicamente neutro. Y no hay que dar excusas por ello. En efecto, cabe advertir que ni siquiera el cultivo de las ciencias naturales está libre de juicios de valor, a pesar de que la naturaleza de tales ciencias las hace muchísimo menos vulnerables a las consideraciones valorativas. No es difícil ver que cuando un científico decide estudiar cierta área de la física, su preferencia por esa área incluye elementos de subjetividad.

Nada extraño hay, por lo tanto, que en las relaciones internacionales también exista el propósito, basado en juicios de valor, de contribuir a modificar algunos aspectos de la realidad social, persiguiendo determinados fines dentro de la parcela correspondiente a su campo de estudio. Sin embargo, la construcción de un análisis moderno en las relaciones internacionales, como campo derivado de las ciencias políticas, no puede dedicarse simplemente a temas axiológicos ni especulativos, sino (en forma sistemática) al estudio empírico de la realidad.


De esta manera, numerosos teóricos de esta disciplina estudian el complejísimo fenómeno de la guerra con la finalidad de buscar formas de prevenirlo. Otros estudian las redes de cooperación internacional para hacerlas más efectivas en la promoción del desarrollo, la protección del medio ambiente, etc. Los estudiosos de las relaciones internacionales expresan que la relación entre la teoría y la práctica, así como la existencia de elementos valorativos o axiológicos, en nada debe afectar al rigor metodológico, ni a la búsqueda de teorías cada vez más certeras en este campo de estudio.

Se puede argüir que el problema fundamental de las relaciones entre la teoría y la práctica yace en el terreno de la efectividad y de los resultados, más que en el terreno de los propósitos. Esta observación, aunque es indudablemente válida, debe ser cualificada. Es cierto que la efectividad de la teoría de las relaciones internacionales para fomentar (por ejemplo) la cooperación global, ha sido hasta hoy bastante limitada. Sin embargo, hay que recordar que se trata de una disciplina nueva y que no obstante su juventud, ha provisto a los políticos prácticos más ilustrados (y a sus asesores) de una serie de herramientas analíticas, útiles en la labor de todos ellos.

También hay que tener en cuenta que las dificultades en el logro de los objetivos prácticos de una labor teórica-científica no invalidan a una disciplina. ¿El derecho, como disciplina, debe ser abandonado porque no cumple perfectamente su objetivo? ¿O en el terreno de las ciencias biológicas, la inmunología es descartable porque no se han inventado todavía vacunas efectivas para un inmenso número de enfermedades? Poco a poco, las relaciones internacionales van permeando, no solamente en el mundo académico (dentro del cual está ya firmemente establecida y en proceso de crecimiento), sino también en el mundo de quienes toman decisiones políticas en los más diversos niveles, ayudando al análisis y a la comprensión del sistema internacional, sus estructuras, tendencias y posibles escenarios futuros.

Aunque existe un generalizado acuerdo alrededor de la idea de que los resultados de los estudios de política internacional deben tener utilidad práctica, esto no implica orientar la disciplina hacia lo puramente prescriptivo o hacia los actos de los dirigentes políticos. Por el contrario, la teoría de las relaciones internacionales no puede renunciar a su vocación de observación empírica, formulación y prueba de hipótesis, así como a la creación de teorías destinadas a guiar la actividad científica en este campo del conocimiento, a menos que se convierta en un instrumento en las manos de los poderosos.

El enfoque sistémico también ha marcado una profunda huella, debido a que los líderes políticos tratan de diseminar una concepción del poder como aspecto medular del sistema internacional. El poder, entendido como un medio de comunicación del sistema, hace que se transforme en un supuesto inevitable cuyo ejercicio puede ser instrumentalizado por algunos actores racionales que buscan sistemáticamente su control.

Para los realistas, pluralistas y revolucionarios de la teoría de la dependencia, aquel que instrumentaliza los criterios del orden-sistema, podría restringir las alternativas de escape o insubordinación hacia el poder. Una lectura luhmanniana del Leviatán de Thomas Hobbes, permitiría afirmar que el poder no es nunca una posibilidad, sino todo lo contrario, la excusa para encontrar el momento específico de atraparlo, entenderlo, preservarlo y utilizarlo constantemente, en la medida en que el orden social y político se inter-penetran como un sistema dotado de racionalidad para su organización y dominación.

Las preocupaciones por el orden del sistema internacional transpiran un vaho donde los Estados fuertes y débiles se retan mutuamente, desplazando aquellas demandas que reclaman una dosis autoritaria por mayor poder, el cual va a depositarse en pocas manos: las élites que formulan la política internacional, o aquellos caudillos que gobiernan los Estados en un terreno anárquico. El orden del sistema internacional se convierte en una preocupación teórica, aunque, paralelamente, denota ciertas inclinaciones neoconservadoras que tratan de entender al sistema de Estados como una máquina programable y alterable únicamente en los términos del mismo orden.

En general, quienes se dedican a estudiar las relaciones internacionales, aspiran a que sus construcciones teóricas sean rigurosas, y que dichas construcciones no queden en el aire como esencias intelectuales inertes, sino que sirvan para alumbrar el camino hacia una práctica más edificante de la que, hasta ahora, ha prevalecido en la arena internacional.

 

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