LA GLOBALIZACIÓN ESTÁ LLEGANDO A SU DERRUMBE

 


            Este año 2020 se cumplen 75 años desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. El genocidio nazi y la destrucción de Europa representan aspectos vitales para comprender los rumbos más desastrosos de los procesos de globalización. A partir de 1945, la comunidad internacional se embarcó en una nueva etapa de reconstrucción del sistema internacional, bajo el liderazgo de los Estados Unidos, que en el siglo XXI se encuentra totalmente debilitado, así como la globalización muestra su extenuación y rostros más inhumanos. Está llegando a derrumbarse porque las promesas de una revolución tecnológica para mejorar las condiciones de vida y conectar culturas, personas, mercados y oportunidades, se convirtió únicamente en un arma de doble filo; en todo caso, tuvo lugar un aumento de la desigualdad, la exclusión y la degradación incontrolable del medio ambiente con la crisis mundial del cambio climático.

Es probable que el período que va desde 1945 a 1985 haya articulado un escenario hasta entonces desconocido donde resaltan las siguientes facetas de la globalización: a) la faceta cultural, en la cual el mundo industrializado tenía una ciega confianza en el progreso eterno e inevitable; b) la política de la Guerra Fría donde se exigían grandes estrategias, tanto para evitar una hecatombe nuclear, como para promover diferentes iniciativas de integración internacional polarizada; y c) la demográfica, apareciendo sobrepoblación que iba convirtiéndose en una bomba de tiempo para el medio ambiente y la supervivencia del género humano.

No todos los grandes actores internacionales tuvieron una igual participación en el período de la reconfiguración de la globalización desde 1945. El bloque socialista, sepultado desde 1990, tuvo una existencia menos activa en el ámbito de la innovación tecnológica y científica, así como una influencia menos productiva en la economía mundial, en comparación con las naciones industrializadas de Occidente, donde Japón demostró un éxito sin precedentes luego de su derrota en la Segunda Guerra Mundial.

El desaparecido bloque socialista fue parte de la globalización en ámbitos como el militar e ideológico. Dada la serie de factores que multiplicaron desde 1945 el ímpeto del intercambio económico, comunicacional, cultural y demográfico, el proceso globalizador creó una tupida red de conexiones financieras internacionales alrededor de instituciones poderosas de alcance global, tales como el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM) y la Organización Mundial del Comercio (OMS). El propósito inmediato de la nueva arquitectura económico-financiera fue reconstruir a la Europa de post-guerra, logrando resultados positivos que perduran hasta ahora, aunque la eliminación de la pobreza en la mayor parte del mundo, todavía es un asunto pendiente y casi imposible de alcanzar en aquellas naciones donde reina el autoritarismo y la corrupción de las instituciones financieras.

En algún momento, Estados Unidos estuvo dispuesto a incluir en este esfuerzo a la misma URSS y hacerla partícipe del célebre Plan Marshall. Sin embargo, el dictador soviético José Stalin rehusó la ayuda, embarcando al comunismo soviético hacia el descalabro económico, el totalitarismo y la ineptitud de la planificación centralizada. Aquellas organizaciones financieras prosiguen sus operaciones para reforzar una estructura económica global, construida alrededor de la idea del libre mercado. Igualmente, en ese entorno institucional se promueven políticas de disciplina fiscal que globalizan varias decisiones estatales y múltiples proyectos de desarrollo económico. Las mismas instituciones colaboran para que los Estados mantengan estabilidad en las tasas de cambio de sus respectivas monedas, otorgando préstamos a los Estados miembros en casos de iliquidez y problemas en sus balanzas de pago. La crisis mundial generada por la Covid-19 está haciendo que el FMI y el BM vuelvan a la carga con paquetes de reajustes económicos y promoción de créditos para combatir la recesión.

Desde 1945, la globalización empezó a llegar a su tope con la crisis financiera iniciada en 2008 que se prolonga hasta la actualidad sin una solución clara a la vista, complicándose todavía más con los efectos destructivos de la pandemia. Hoy existe un creciente movimiento para reevaluar la función de esas instituciones internacionales y se acrecientan cada día más las dudas sobre las bondades de la globalización. Ahora se aboga por un mayor y más activo rol regulador del Estado en la esfera financiera.

 En los países en desarrollo está fortaleciéndose la idea de exigir al Estado una mayor presencia en el circuito de las políticas sociales. En contraste, en la Unión Europea impera la austeridad fiscal y los recortes de los gastos sociales en medio del cuasi-estancamiento económico y del creciente desempleo. Gran parte del debate en la Europa de hoy se centra en el dilema sobre cómo solucionar la crisis de los migrantes internacionales, el cambio climático y la imposibilidad de pensar más allá de los intereses del mercado mundial. En Europa, la sociedad civil desconfía de la globalización porque no se sabe si es preferible seguir el modelo impulsado por Alemania de austeridad y recortes fiscales, o buscar estímulos para reactivar la economía, aunque esto traiga un mayor endeudamiento para los países. El panorama global interconectado ha traído más inestabilidad financiera y, simultáneamente, reprodujo rostros de mayor hambre, desigualdad, falta de oportunidades, nacionalismo racista y, por último, no se sabe qué hacer para reorientar la globalización hacia un futuro más promisorio. Tal vez nunca se consiga lograr una estructura social donde reinen las políticas con equidad y una verdadera ciudadanía global con plenos derechos.

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