LA SOCIEDAD DEL INDIVIDUALISMO


Nuestra época puede describirse como un desenfreno donde el individualismo se apodera de todo. La sociedad dejó de ser un colectivo para transformarse en un mar de egos fragmentados. Cada individuo da rienda suelta a cualquier apetito, sobre todo resaltando el placer y los instintos de dominación. En la contemporaneidad del siglo XXI, la sociedad no es más que un conglomerado individualizado que endiosa el goce narcisista como si fuera una fuerza sobrenatural.

Múltiples situaciones empiezan a cambiar, no en términos de una sociedad más justa y libre, en el sentido de lograr una comunidad política con derechos que se desarrollan junto a las responsabilidades de individuos comprometidos con la colectividad. Ahora irrumpe una explosión particularista que favorece las pulsiones más profundas, pues se considera fundamental vivir en el presente donde predomina el particularismo, antes que esperar un futuro incierto ligado a una ética de sacrificios. Este es el drama actual. La sociedad individualizada destruye la solidaridad, no porque se la considere inservible, sino porque el siglo XXI nos encierra en los placeres del momento.

Un eterno aquí y ahora que nubla la posibilidad de mirar las necesidades de las futuras generaciones. Lo que ahora vivimos es una soledad del presente versus la evaporación de los intereses colectivos donde se hace muy difícil encontrar un sentido en común porque no se podría mirar hacia el mañana.

El presente es entendido como la necesidad de sobrevivir, de conseguir el sustento de cada día, de avanzar bajo la sombra del dolor diario y reconocer que existe, supuestamente, una sola vida, siempre y cuando se haga todo lo posible para alcanzar algunos objetivos individualistas. Así se destaca la libre expresión del yo, que puede ser definido como la consciencia de cualquier individuo en contraposición a las identidades colectivas. Por lo tanto, es más importante la satisfacción del placer personal antes que las responsabilidades con la sociedad y la construcción de un conjunto de libertades. Ahora está de moda ser esclavo de uno mismo, con visiones de corto plazo y gustos pasajeros.

La fuerza del yo irrumpe como un huracán, afectando a todas las clases sociales y culturas. La propaganda y las tendencias del consumo de masas transmiten constantemente la obsesión de lograr el placer a toda costa, ya sea por medio de la posesión de mercancías o a través del dominio sobre la sexualidad de otras personas. Así se genera una nueva violencia: soy yo primero. Y si el otro muere, no me afecta porque nadie debería imaginar un futuro como colectividad copartícipe.

Hoy en día, los individuos sólo quieren aprovechar la ocasión. Esto implica dejar a un lado los prejuicios morales y lanzarse en picada hacia la obtención del máximo hedonismo. Estos impulsos se convierten en una ola gigantesca que neutraliza la poca solidaridad que subsiste a duras penas en la postmodernidad del presente. El individualismo está encerrado en los episodios del ahora porque tiene miedo de una construcción colectiva del futuro.

La sociedad individualizada explica el constante aumento en el consumo de drogas blandas y duras los últimos veinte años. El alcohol, barbitúricos, estimulantes y diversos tipos de efedrina son utilizados por jóvenes y adultos. A esto se suma la publicidad sexual que, prácticamente, acorta el periodo de tránsito de la pubertad hacia la juventud y la adultez. Todos quieren ser mayores de edad cuanto antes para justificar el ejercicio de su sexualidad y el placer. El presente perpetuo del goce tienta también al riesgo para involucrarse en cualquier actividad donde destaquen el dinero fácil y el salto al éxito inmediato. Nadie quiere esperar a un futuro inconcebible.

La contradicción principal entre el yo y sus deseos de placer, radica en el aumento de la inseguridad en todo tipo de actividades. Epidemias como el Sida, la proliferación vertiginosa de enfermedades de transmisión sexual en los jóvenes de secundaria en todo el hemisferio occidental y el consumo de drogas peligrosas, hacen ver que la fuerza del yo conduce a procesos más rápidos de autoeliminación. El aumento de alcoholismo en las universidades, señala también que el individualismo se impuso por encima de la educación. ¡Para qué educarse si el futuro no permitiría acceder rápidamente a diferentes placeres!

El yo insaciable del siglo XXI transmite la equivocada idea que uno tiene de sí mismo, completamente separado de los demás y del mundo solidario. Los goces del presente son una fuerza capaz de justificar el imperio del placer como algo primordial, hasta cometer el exceso más extremo; sin embargo, el límite a la libertad del placer es el crimen y la soledad inútil. La actual sociedad individualizada es una contradicción que siempre tropezará con su propia autodestrucción.




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