Es un placer especial la redacción de ensayos. El
ensayo es un género flexible y, sobre todo, armonioso con la libre expresión
del pensamiento. Es durante el ejercicio del criterio –la plena libertad para
transmitir cualquier análisis crítico– que el ensayo encuentra a uno de sus
mejores vehículos, ya que los esfuerzos vertidos en la reflexión invitan a la
posibilidad de articular la investigación científica con el discurso de la
opinión pública. Es por eso que a través del ensayo, la Ciencia Política puede
difundirse de manera más expresiva. El ensayo expresa un verdadero homenaje al
lenguaje y éste manifiesta un especial aprecio por el ensayo como expresividad
inagotable: crea mundos, los deshilacha y reproduce interpretaciones
inagotables. Es un tipo de hermosura que se transforma en la identidad de un
logócrata, como diría George Steiner.
En el siglo XXI, las Ciencias Sociales continúan
atravesando por un momento de incertidumbre. No sólo están en duda la
efectividad científica de sus planteamientos, sino también sus métodos de
investigación porque éstos se rebelan como débiles expresiones para cultivar la
objetividad. El ensayo tratará de contrarrestar estas falencias al transmitir
las ideas de una forma contundente y con cierto rigor teórico.
De hecho, es el mejor escenario para el ejercicio de
la duda y la discrepancia, debido a que los diferentes perfiles teóricos en la
Ciencia Política coinciden con la exposición sistemática del ensayo como género
abierto al análisis multidimensional. Así se cumple también una premisa muy
importante: todo es contradicción pero, al mismo tiempo, el choque entre un
polo positivo y otro negativo, tranquilamente puede desembocar en una síntesis,
una especie de oposición complementaria que facilita el fluir del pensamiento a
través del examen de la realidad socio-política.
El ensayo de análisis político, histórico o literario
es la mejor alternativa para no dejarse aplastar por el desánimo respecto a los
métodos científicos de comprobación de hipótesis, precisamente cuando surgen
altas expectativas de objetividad. El ensayo es un formato compatible con la
ecuanimidad, en la medida en que el lenguaje claro demanda una enorme fidelidad
con el análisis justo de los fenómenos sociales, económicos y políticos.
La Ciencia Política no podría ser absolutamente
objetiva, en el sentido neopositivista o racionalista, pues sencillamente
tropieza con una situación muy propia de nuestro entorno: los actores
políticos, los liderazgos y la dinámica de intereses de clase y luchas
elitistas, hacen que los paradigmas teóricos sean siempre insuficientes y muy
rudimentarios para comprender la subjetividad de la cultura política, las
obsesiones del poder y las contradicciones de una sociedad como la boliviana,
intensamente influenciada por la desigualdad y la traición de los principios y
las ideologías. Así es el análisis político: un ir y venir que deberá ser
aprovechado por el ensayo como la manera más amigable de expresarse para
comunicar la reflexión sobre todo tipo de contradicciones.
A través del ensayo queremos también vivir para contar
cómo experimentamos la realidad. Existir por medio de la palabra y ejercitar el
criterio a través del ensayo es una satisfacción especial. El ensayo invita a
la libertad de expresión, moviendo las cuerdas de un género versátil y
enormemente retador para cultivar las habilidades del lenguaje. Con el ensayo
estamos obligados a pensar de manera directa y con tenacidad para cultivar un
espacio que no da lugar a la abundancia de demostraciones y evidencias. Tenemos
que ser concretos y adiestrar el criterio con una alta dosis de responsabilidad
y efectividad.
Otro argumento a favor del ensayo es la irreverencia
con la teoría política formal y los métodos de investigación empíricos en las
ciencias sociales. El ensayo tiene un valor inagotable: el respeto por la
multidisciplinariedad, junto con el reconocimiento de nuestra existencia
frágil, inacabada e ideológicamente endeble. Como seres humanos, también somos
un ensayo.
Debido a la magia de la palabra, el lenguaje se
convierte en un instrumento que esperamos dominar y comprender. Esta es nuestra
única arma que, junto con la argumentación, ayuda en la difícil tarea de
explicar la realidad. El ensayo no tiene el objetivo de señalar el camino correcto.
¿Cuál es, dónde está? ¿Qué significa tener la verdad? El ensayo sólo intenta
mostrar conjeturas que tranquilamente serán refutadas por la realidad y el peso
definitivo de aquello que no sabemos cómo es. Nos aproximamos y descubrimos que
nuestra ignorancia es la única certeza.
El ensayo nos lleva, entonces, a reflexionar sobre los
contenidos del diario vivir y sobre los riesgos que nos amenazan para
empujarnos hacia diferentes encrucijadas. De nuestro paso momentáneo en un
remolino existencial que todavía tratamos de asir, es importante dejar
testimonio por medio del ensayo, entendido como una lucha constante con
dimensiones difíciles de abordar. A través del ensayo se revela mi identidad
particular: el lenguaje y la palabra que me ayudan a entender por qué el ensayo
es una verdadera acción mágica. El lenguaje y el ensayo son irreverentes y
verdadera liberación, no aptos para mercenarios de ideas y sentencia de muerte
para repetidores y farsantes, como los hay, sobre todo en las universidades
bolivianas.
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