En Bolivia, todos
los intentos democratizadores desde 1982 están fuertemente vinculados a
diversos conflictos para congregar a un pueblo sufriente como sujeto de toda
interpelación, junto con instituciones débiles, caudillismos fuertes en las
estructuras partidarias y una cultura populista que se vincula con el
divisionismo étnico y profundas animadversiones transmitidas por diferentes
tipos de ideologías marxistas e indianistas. El resultado es un sistema
político donde se realizan elecciones presidenciales con carácter únicamente
formal, para dar paso a distorsiones donde los líderes populistas utilizan el
ejercicio del poder como si fuera un cheque en blanco para tomar decisiones que
deslegitiman constantemente la democracia.
El populismo
desarrollado por Evo Morales agrandó los clivajes sociales y culturalistas de
tipo violento en sus 14 años de gobierno. Su estilo de liderazgo desestabilizó
casi todos los esfuerzos para institucionalizar una democracia de corte
inclusivo y racional, mostrándose como insustituible. ¿Se puede calificar al
populismo de Evo como una política leninista de baja calidad, o un régimen que
llevó a cabo elecciones como si fueran sólo un barniz, para esconder las
verdaderas preferencias que favorecieron un presidencialismo autocrático?
La caída de Evo se
debió a una crisis de su estrategia populista que reivindicaba al mundo
indígena como la esencia humillada históricamente, en contraposición a las
clases medias, los partidos tradicionales y las élites económicas
privilegiadas, calificadas como un eje social racista. Esto generó un
divisionismo muy pronunciado que fue controlado por medio de acciones
represivas en contra de toda oposición y, simultáneamente, a través del pago
sistemático de bonos de carácter social, los mismos que no tuvieron
sostenibilidad financiera respaldada en políticas sociales bien diseñadas.
Morales y su
entorno creyeron que el pueblo necesitaba un efecto demostración de éxito
revolucionario, aprovechando la inyección de millones de dólares provenientes
de la renta petrolera. De esta manera, Evo se vio a sí mismo como el equilibrio
refundacional del sistema político, administrando un gobierno que llevaba a
cabo una constante campaña electoral, con la finalidad de instalar una nueva
élite en el poder e instrumentalizar las movilizaciones sociales y un discurso
indianista-indigenista que denunciaba la incompatibilidad entre democracia y
colonialismo interno. Sin embargo, Morales no representó ningún tipo de
equilibrio, sino más bien una polarización constante que dinamizó una suerte de
lógica leninista, expresada en el choque entre camaradas versus enemigos.
El leninismo del
MAS apareció como una ideología anti-imperialista y descolonizadora. Al mismo
tiempo, la carencia de políticas públicas solventes, fomentó el clientelismo
estatal, junto con nuevos grupos corporativos privilegiados como los cocaleros,
mineros cooperativistas y empresarios que buscaron contratos estatales sin
ninguna responsabilidad democrática.
Esta política leninista
fue un fracaso porque sólo contribuyó a conformar una “élite del partido” que
era capaz de lanzar las principales directrices autoritarias, controlar la
selección del personal burocrático del Estado e imponer una ciega disciplina
sobre el Congreso, donde los dos tercios de mayoría parlamentaria iban a servir
para consolidar el presidencialismo que, en el fondo, era el culto a la
personalidad de Evo, reforzándose un discurso de ajusticiamiento histórico a
favor de un supuesto nuevo tipo de Estado: el Estado Plurinacional.
El leninismo
anacrónico se expresó también en la tesis de lograr que el MAS se convirtiera
en un partido vanguardista, con la finalidad de introducir la “conciencia” de
clase revolucionaria y la ideología indigenista sobre el conjunto de las masas
movilizadas, garantizando la destrucción de las ideologías de mercado y la
misma democracia, considerada como un tipo de gobierno únicamente formal y
defectuoso al promover la alternancia en el poder. Esto fue lo que presionó
para la reelección indefinida, demanda que se desgastó hasta convertirse en una
crisis de gobernabilidad con el Referéndum de febrero de 2016 y terminó con el
fraude electoral del 20 de octubre de 2019.
Las élites del MAS
utilizaron el culto a la personalidad de Evo para reforzar la identificación
entre las masas campesinas, pobres, cocaleras e indígenas, con la figura de un
líder que, fenotípicamente, era igual a ellos: de poca formación, piel morena y
simultáneamente osado para llevar hasta las últimas consecuencias las utopías
revolucionarias. Empero, la política leninista se equivocó por completo, tanto
en su desprecio por el espontaneísmo de las masas, como en la idealización de
una élite partidaria favorecida. Evo era plenamente reemplazable porque,
además, así estaba previsto en la Constitución y en las raíces mismas del
sistema democrático.
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