En Bolivia, el pensamiento indianista llegó a su fin.
Ya no representa una forma de comprensión desafiante para explicar una serie de
conflictos y problemas de la identidad colectiva boliviana, porque
sencillamente quedó anquilosado en consignas ideológicas que, asimismo, se
convirtieron en interpelaciones inútiles carentes de valores éticos para
impulsar las conductas colectivas en el siglo XXI.
Básicamente, el indianismo se enmarca dentro de la
teoría de la descolonización que resalta y refuerza las esperanzas por
preservar el legado del viejo imperio de los incas y las aparentes bondades del
Tawantinsuyu. Éste es un pasado que, bajo la mirada indianista, hubiera sido
siempre “mejor” y superior a la degradante violación de la conquista española.
En el fondo, se trata de un pensamiento autóctono-regresivo que tiene el
objetivo de conservar diferentes costumbres de carácter pre-moderno rechazando,
al mismo tiempo, todas las metas normativas del mundo occidental, tanto en el
terreno técnico, científico, cultural como económico.
Esta orientación ideológica es un enfoque
distorsionado ya que defiende un tipo ideal de la sociedad incaica, considerada
virtuosa y modelo a seguir, para luego reconocer una supuesta identidad
profunda: la “identidad india”, una especie de añoranza que mira hacia el
pasado pero condenándolo permanentemente porque si no hubieran venido los
colonizadores, nada malo nos habría sucedido. Esta angustia no tiene sentido
luego de haber transcurrido más de 500 años. En todo caso, representa un
rechazo irracional al desarrollo histórico y a las transformaciones evolutivas,
encapsulando el pasado indígena como si fuera un único momento de verdadero
comienzo y fin de la humanidad.
El error del indianismo radica en la trillada tensión
entre los principios universales del mundo occidental y los valores
particulares del pensamiento indio que es, a la vez, naturaleza, comunitarismo,
igualdad y energía telúrica. “El indio es tierra que piensa”, solía decir el
ideólogo Fausto Reinaga, identificando cuatro elementos de la civilización
occidental que debían ser completamente eliminados porque esclavizan a los
indios de América: el derecho romano, el código napoleónico, la democracia
francesa y el marxismo-leninismo. Por lo tanto, el indianismo constituye un
tipo de pensamiento que es la voz de un silencio de 500 años y fuerza
liberadora con la misión de sepultar al pensamiento de Europa.
El indianismo no logró liberar ninguna sociedad como
proyección revolucionaria. Sólo fue un intento de crítica ideológica para ganar
un espacio en el escenario democrático. De hecho, fue la democracia
representativa que le dio una oportunidad al indianismo para contribuir a la
búsqueda de políticas igualitarias y acciones democratizadoras. Sin embargo, el
pensamiento indianista fue totalmente instrumentalizado por el Movimiento Al
Socialismo (MAS) y Evo Morales, que lo divulgaron como una ideología que
justifique el ejercicio del poder de algunos dirigentes indígenas. Si éstos
cometieron actos de corrupción, abusaron de su autoridad y no lograron mejorar
las condiciones de pobreza del área rural, el indianismo instrumentalizado iba
a servir como indulgencia manipuladora.
Así se hizo de la vista gorda en una serie de
arbitrariedades clientelares, linchamientos, ignorancias y mediocridades que
caracterizaron a la acción política de los defensores del indianismo. El MAS
corrompió al indianismo pero éste tampoco se puso en guardia porque su radical
rechazo de las esferas política y cultural de la modernidad occidental, se
diluyó con la aceptación pragmática y con frecuencia entusiasta, de los
adelantos tecnológicos y la buena vida solamente para algunos.
El sindicalismo indianista y campesino se encargaron
de atestiguar cómo las ideologías de la descolonización y el pensamiento indio
sirvieron como cortinas de humo para las estrategias prebendales de la acción
mestiza del MAS y otras fracciones que, en el fondo, estuvieron invariablemente
cómodas con la modernidad occidental y la estructura de poder construida por el
ex Vicepresidente Álvaro García Linera, para quien la revolución india se
convertiría es una estrategia utilitarista para instalar nuevas élites, con un decoro
solamente discursivo a favor de los indios en el poder. El poder sería
ejercido, no por el pensamiento indianista, sino por la viveza criolla para
proseguir con la raíces de un Estado administrado como mafia organizada.
El rechazo de otras formas de representatividad
política por parte de los partidos tradicionales que gobernaron entre
1985-2005, derivó en una crisis que hizo posible el salto del indianismo como
alternativa democratizadora y supuesto aporte a la fundación del Estado
Plurinacional. De todos modos, este impulso fue traicionado por los líderes
indianistas del MAS, destruyéndose un valor mínimo: ser fiel a lo que
profesaban en la crítica de los 500 años de colonialismo. El indianismo jamás
le pidió rendir cuentas a Evo Morales, aceptando sin más la depredación del
medio ambiente, los terribles incendios que hicieron desaparecer cerca del 40
por ciento de la Amazonía virgen en el oriente de Bolivia, evitando también que
los funcionarios indígenas puedan implementar verdaderos proyectos de
desarrollo para combatir la desigualdad. En la actualidad, Bolivia sigue
teniendo uno de los porcentajes más altos de pobreza rural de América Latina y
la inseguridad alimentaria más dramática en las comunidades indígenas
dispersas, tanto andinas como amazónicas.
El indianismo no superó jamás la actitud intransigente
en la acción política, ni el pragmatismo de aceptar acríticamente cargos bien
pagados. Finalmente se apagó en la globalización actual, derretido ante la
fuerza de las nuevas perspectivas de la democracia multicultural que también
posee el pensamiento occidental y defiende los derechos colectivos de las
diversidades sociales, étnicas y sexuales, toda una lucha dentro de los
procesos de construcción de ciudadanía e institucionalización de un sistema
democrático moderno.
Hoy en día, la perspectiva es multidimensional porque
entrelaza las dimensiones económicas, socio-culturales y propiamente políticas
de una democratización que pone en relieve las tensiones emergentes de la
construcción de igualdad política, no la raza ni la descolonización. El
indianismo quedó anacrónico y se convirtió en un aparato viejo del
resentimiento ideológico, incapaz de comprender la complejidad del
calentamiento global y la lucha contra la desigualdad económica, en medio de la
democracia como opción de gobierno verdaderamente pluralista.
La crítica a mi artículo fue publicada por el intelectual indianista Carlos Macusaya: "El fin y la inutilidad de la crítica al indianismo". Agradezco mucho su gentil y lúcida respuesta.
https://jichha.blogspot.com/2020/04/el-fin-e-inutilidad-de-la-critica-al.html?fbclid=IwAR0r9pawby6SgUEKFPfHz_WC_2ulM1MEK-8QBy-rbiy7V6n85mB264uBwX4
Otra reacción fue escrita por Pedro Portugal, ideas que son respetables:
https://www.paginasiete.bo/opinion/2020/4/29/vigencia-perspectivas-del-indianismo-254030.html
Otra reacción fue escrita por Pedro Portugal, ideas que son respetables:
https://www.paginasiete.bo/opinion/2020/4/29/vigencia-perspectivas-del-indianismo-254030.html
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