La pandemia del Covid-19 ha desencadenado, no
solamente pánico y desesperación, sino también transformaciones en medio de un
caos informativo y, al mismo tiempo, un exceso de datos y análisis que inundan
la vida diaria de millones de personas en la era digital de la información.
Comprender nuestro lugar en el mundo y la época en que vivimos no es, por lo
tanto, una preocupación filosófica. Todo lo contrario, se trata de asumir una
responsabilidad para marchar de acuerdo con los cambios y asumir retos que nos
posibilite enfrentar una nueva época saturada de información, a momentos veraz
y sólida pero también deficiente y distorsionada por la presencia de miles de
fuentes de dudosa confiabilidad. El Covid-19 demuestra, una vez más, que los
canales de información fluyen sin control, inundándolo todo a ritmos
frenéticos.
Nuevas
configuraciones
La economía global de integración masiva que hoy día
configura una red de empresas transnacionales y capital financiero con
tecnología informática, los patrones de conducta individualista y las enormes
masas de seres humanos pobres que se convierten en una población irrelevante
para las grandes metrópolis, muestran simultáneamente actitudes de resistencia
ante la sociedad red capitalista, a través de movimientos sociales con
reivindicaciones étnicas, religiosas, ecologistas y miles de noticias extrañas
que abundan en el mundo del Internet.
Con la pandemia del Coronavirus, está claro que nadie
se salva de una probable infección. Sin embargo, no hay tantos datos sobre cómo
trabaja el capital financiero internacional para retirarse de unos países e
insertarse en otros. La recesión económica es inevitable en todo el mundo pero
la información que se escurre cada día, no explica si el capital transnacional
contribuirá a una recuperación productiva o, sencillamente, dejará una nueva
estela de conflictos geopolíticos entre China, Estados Unidos, la Unión Europea
y Rusia.
Cuando se trata de calcular la dimensión de los daños
económicos, la consultora Capital Economics, estima que la pandemia costará
alrededor de US$280.000 millones durante los primeros tres meses de 2020, lo
cual también podría estimular políticas de “shock” como estrategia política
para paliar la crisis a gran escala e impulsar acciones que profundicen
sistemáticamente las desigualdades, protegiendo más a las élites financieras en
detrimento del resto de nosotros.
Asimismo, los miedos del Covid-19 reavivan el
enfrentamiento entre los críticos del sistema, los viejos intelectuales
tradicionales que todavía reivindican las ideologías de izquierda o derecha, y
el avance de los analistas financieros que buscan pescar en río revuelto, muy
lejos de una economía de la fraternidad que hoy reclaman millones de seres
humanos indefensos y sin trabajo, debido a diferentes políticas de cuarentena
que están aplicando varios países.
América Latina también está atravesada, tanto por el
poder financiero globalizado, como por el declive de la soberanía de los
Estados nacionales, ya que nuestras sociedades se encuentran sometidas a
cambios nunca imaginados hace dos décadas donde lo más impactante es la
efervescencia de información y desinformación que fácilmente conducen al
desorden y paranoia. ¿Podrá el continente salir adelante luego de la debacle
económica y sanitaria impuesta por el Coronavirus?
La guerra de opiniones, enfoques, análisis y reclamos
explota en varios ámbitos, pero sobre todo en las redes sociales de Twitter y
Facebook, donde se aprecia que América Latina está también frente a la
progresiva muerte de los intelectuales tradicionales, es decir, aquellos que
todavía están enfrascados en la polarización entre la izquierda progresista que
critica el fin del capitalismo y las reacciones en torno al regreso del
neoliberalismo como respuesta económica para enfrentar la crisis. Las políticas
de salud y la recuperación de miles de ciudadanos víctimas del Coronavirus, van
más allá de estas viejas posiciones porque como afirma Slavoj Žižek, “otro
virus ideológico, mucho más beneficioso, se extenderá y con suerte nos
infectará: el virus de pensar en una sociedad alternativa, una sociedad más
allá del Estado nación, una sociedad que se actualice a sí misma en la forma de
la solidaridad y la cooperación global”.
Las condiciones para un cambio masivo están dadas,
tanto por el poder destructivo del virus como por el pánico de no saber cómo
escapar de la pandemia. Todos debemos transformarnos y esta búsqueda dejará
inermes a los eruditos ilustrados, a los generalistas enciclopédicos y todos
aquellos que pensaban que con consignas ideológicas habían resuelto que era
suficiente la ilusión por un mundo mejor, pensado a la fuerza como ilusorio
socialismo o como aldea global pos-capitalista.
Hoy en día es fundamental hacer una diferencia entre
los “intelectuales”, los “investigadores” y la multiplicidad de “influencers” y
generadores de información que trabajan por medio de varios tipos de acciones
digitales sin buscar una trascendencia explícitamente política o cultural. Un
investigador es aquel que discute sus ideas, no solamente con palabras, sino
con datos e información. Toda investigación debería ser el resultado de estudios
empíricos donde hay que realizar trabajos de campo, recoger y construir muchos
datos, analizarlos y luego explicar la realidad.
La función del investigador, en alguna medida, sigue
girando en torno a la necesidad de identificar objetivamente los procesos
sociales, económicos, políticos y culturales que no son evidentes en un mundo
complejo como el de ahora, aun cuando haya abundante información. La
investigación es un trabajo riguroso que requiere de espíritu científico. Si
los resultados de una investigación se vinculan con diferentes formas de acción
política o social, es algo imprevisible. En la actual era de la información, es
fundamental romper con la vieja idea marxista donde, supuestamente, sólo
podíamos comprender la realidad a través de la praxis.
La pandemia del Covid-19 está mostrando que los
científicos vinculados con la medicina son invalorables. Quieren salvar vidas,
orientan sobre las formas de precaución para evitar los contagios masivos pero,
al mismo tiempo, sus aportes son desvalorados por muchos sitios de Internet
que, al unísono, afirman que no se puede hacer mucho: la humanidad estaría
frente a un azote biológico casi imbatible. Al mismo tiempo, en la sociedad de
las innovaciones digitales, el papel del intelectual está en decadencia porque
cualquier persona puede acceder a un mar infinito de información, vía Internet,
televisión por cable, redes globales de datos y programas de computadoras. Esto
significa que el común denominador de las personas ya no requiere de
intelectuales que les expliquen el mundo. El mundo digital aumentó las
libertades individuales, transformándose en una oportunidad para analizar la
realidad desde cientos de puntos de vista, datos y concepciones de mundo,
sepultando a los intelectuales tradicionales que solían otorgar precauciones
desde los ámbitos de la cultura ilustrada y las universidades
profesionalizantes.
En el siglo XXI, al parecer ya no necesitamos de
intelectuales, sino solamente de información. Los intelectuales estarían
desapareciendo, sobre todo aquellos que solían fundar organizaciones no
gubernamentales o fundaciones y hacerse pasar por expertos, gracias a ciertos
privilegios en el manejo de información. Este fallecimiento es un efecto
colateral de la pandemia del Coronavirus y va adquiriendo una tonalidad cada
vez más explícita, especialmente cuando se trata del activismo a través de
Internet.
Las interpretaciones de los años 90 donde se
reflexionaba sobre la crisis de los meta-relatos y los paradigmas
universalistas como el marxismo, en esta era digital encuentran una
confirmación mucho más sencilla y evidente: los conocimientos ligados a la
legitimidad de los intelectuales como autoridades epistemológicas, no son más
que el empequeñecimiento de un tipo de función social que, en el fondo, simplificaba
la realidad: la realidad mental del académico como autoridad del entendimiento.
Esto terminó para dar paso a la sociedad de la información donde muchos
ciudadanos son capaces de programar su propio menú de preferencias
informativas, educacionales y difundir sus opiniones como el meta-relato
interconectado en las redes sociales con diferentes tipos de impacto.
Las redes sociales no necesitan del intelectual de
salón y de corte solemne porque sus opiniones están cada vez más opacadas por
la era digital. En las redes sociales, el flujo de ideas y precauciones superan
la actitud del hombre ligado únicamente a una formación universal. Gran parte
de los intelectuales tradicionales describen y explican un mundo que llegó a
ordenarse de una determinada manera, sobre la base de criterios
ideológico-morales muy limitados, llegando a conclusiones casi siempre
ordenadas en torno al optimismo calculado, el fatalismo partidario o al
pesimismo existencial. El “intelectual general” siempre se situaba en una
especie de cima de montaña, es decir, como amo de todo lo que investigaba.
Ahora todos somos amos de lo que buscamos, imposibilitados también de copar con
millones de Terabytes de información.
La realidad no es ninguna de estas cosas. Es por esto
que la ideología neoliberal donde se creía que la historia llegó a su fin,
también es parte de una vieja configuración erudita que simplificó la historia
universal para favorecer una sola posición política de poder. El neoliberalismo
intelectual de Francis Fukuyama o Mario Vargas Llosa está en cuestionamiento y
declinación porque las investigaciones multidisciplinarias y la información
solvente de hoy en día, permiten afirmar que una sociedad donde solamente el
mercado dicta las normas, cae en la injusticia y en las desigualdades
insostenibles. El fin de la historia para la humanidad parece ser, en el caso
del mundo microscópico, el Covid-19. Algo más fácil de entender y muy doloroso
de experimentar.
Los datos en la expansión agresiva del Covid-19 hacen
ver que no vamos hacia la utopía liberal, sino todo lo contrario. El mercado se
estructura como una red de economías capitalistas bien programada, mediante la
conexión de capitales, información, tecnología y empresas competitivas. Sin
embargo, provoca que la sociedad red de mercado sea excluyente, produciéndose
una masa marginal de pobres que elaboran distintas estrategias de resistencia
frente a la necesidad mínima para sobrevivir. Por estas circunstancias, los
sistemas mundiales de salud ahora están obligados a mirar una cobertura
universal, con la protección de los grupos más vulnerables y la necesidad de
poner un alto a la privatización de los hospitales y la atención primaria para
evitar futuros desastres socio-políticos.
Si bien es importante sistematizar el infinito mar de
información del mundo digital, examinarlo y muchas veces educar a la población,
estas acciones ya no están en manos de los intelectuales. Los medios de
comunicación tranquilamente pueden controlar y articular la información para
reinterpretarla, guiando a la sociedad mediante el análisis. La era digital
junto con las iniciativas ciudadanas en las redes sociales y miles de sitios
web, destruyen el antiguo papel de los intelectuales.
En la era de la información se están rompiendo
diferentes monopolios. Muchos intelectuales del siglo XX se aprovechaban de su
condición porque concentraban cierta información, la cual los empujaba hacia la
arrogancia y el dogmatismo. Sus interpretaciones sobre la realidad sólo
sirvieron para convertirse en vacas sagradas. Esto tiende a terminar. La
sociedad del Internet y la gran variedad de formatos en los medios de
comunicación, crecieron enormemente porque ahora cualquiera puede tener
información y procesarla, resultando inclusive mucho mejor que una cátedra
universitaria.
Es por estas razones que las universidades en gran
parte de América Latina también se encuentran en crisis porque fueron copadas
por intelectuales que hoy son anacrónicos. Los investigadores y científicos son
muy pocos; además, la vulgaridad de las viejas ideologías amasadas por arcaicos
intelectuales, hizo que los estudiantes abandonen a sus profesores, ya que
muchos son únicamente repetidores de lo tradicional, carentes de ideas innovadoras
y monopolio simbólico. Los intelectuales del siglo pasado eran sacerdotes
laicos con un puesto privilegiado en la vieja sociedad poco instruida. Gozaban
de un poder social o, mejor dicho, los intelectuales se auto-asignaron un poder
que ningún ciudadano les dio; esto fue y sigue siendo el epítome de la
arrogancia.
Frente a la pandemia del Coronavirus, gran parte de
los intelectuales de izquierda todavía realizan análisis esqueléticos
vinculados con posibles conspiraciones para terminar con el mundo, sin
comprender que las políticas de salud, cobertura hospitalaria y recuperación
económica, constituyen actualmente desafíos multidimensionales que requieren de
especialistas, científicos y líderes flexibles que vayan más allá de los viejos
moldes de pensamiento encasillado en teorías ideologizadas.
Las tendencias
de la era digital
Los intelectuales tradicionales de una estructura
cultural ilustrada y restringida, siempre quisieron atribuirse cierto poder
pero cayeron vencidos al interior de la actual era de la información, donde
cada individuo se enriquece a sí mismo y trata de encontrar un lugar en el
mundo. Ahora que se desató una pandemia global, está claro que nadie tiene una
vacuna o soluciones definitivas para problemas estructurales como la destrucción
irreversible de la naturaleza y la real posibilidad de una raza humana en
peligro de extinción. Al cimentar nuevas formas de libertad, la era digital
está acabando con la figura del intelectual como lector que, en algún momento,
accedía solamente a diferentes tipos de manuales. Este fue el caso
específicamente de los intelectuales marxistas, siempre más tendientes a la
exageración y al ciego dogmatismo, que al reconocimiento de sus errores y la
apertura hacia el pensamiento crítico.
Por otro lado, no todo es una taza de leche en la era
de la información porque también ha surgido un fenómeno decepcionante. El
Internet y los medios de comunicación se caracterizan también por mal utilizar
la información, manipularla, comerciarla y confundir todavía más a la sociedad.
Las críticas más tempranas fueron
formuladas por el politólogo italiano Giovanni Sartori, cuando afirmaba que es
altamente probable que la televisión anule el raciocinio. ¿El fin de la
racionalidad y la capacidad de pensar, también involucra a las redes digitales
y todas las formas de expresión en el mundo del Internet? El Coronavirus, junto
con los debates sobre la posverdad, se convierte en un eje de preocupación
respecto al futuro de la libertad de expresión y la democracia electrónica porque
con el pretexto del control epidemiológico, se elevan las apuestas a favor de
la vigilancia digital. Se supone que en el big data, la humanidad podría
defenderse de la pandemia. En Asia, como bien lo recuerda Byung-Chul Han, las
epidemias no las combaten únicamente los virólogos y epidemiólogos, sino
también los informáticos, especialistas en macro-datos y los espías
teledirigidos.
De todas maneras, los medios de comunicación no se
condensan solamente en las noticias, la inmediatez o la maniobra. Aunque las
falsedades (o fake news como se denomina ahora) saturan las redes sociales con
fine oscuros, la tragedia actual del Covid-19 y todos sus efectos devastadores
de largo plazo, están mostrando que nuevos líderes en los ámbitos de Youtube y
sitios web relacionados con la gestión del talento y la responsabilidad en la
calidad de todo tipo de información, trabajan para guiar mejor a la sociedad
civil. La gran cantidad de mensajes para protegerse del Coronavirus y tener
precauciones durante los periodos de cuarentena, ha sido veraz y casi la misma
desde Lombardía, Wuhan, Nueva York, San Salvador, Santiago o La Paz.
Actualmente, hay una oferta muy variada en el mundo
digital y cualquiera también puede beneficiarse con reportajes de
investigación, análisis y páginas culturales impecables. La televisión digital
no es del todo entretenimiento o aburrimiento. Siempre están plenamente
vigentes los reportajes de la BBC o Frontline de PBS que orientan e ilustran
con un periodismo de investigación de primera calidad. Los medios masivos de
comunicación tienen diferentes alternativas para hacer comprensible la realidad
y tampoco serían un gran negocio, si solamente fueran meros instrumentos de
difusión mercantilista y publicitaria.
El intelectual como monopolizador de la opinión y como
intermediario entre la sociedad y el Estado, terminó. Está siendo enterrado
porque fue sustituido por una sociedad más abierta, por los investigadores,
científicos, activistas digitales y por los periodistas profesionales que
informan, analizan y abren nuevos horizontes para la formación del criterio.
En consecuencia, el intelectual como letrado
modernista que solía vivir al amparo del poder estatal, derivando
posteriormente hacia la especialización profesional y la independencia económica
en un mercado de ideas que dio lugar a otras formas de periodismo, crónicas,
artículos y las actividades de un escritor, ahora se transforma en un tipo
anacrónico. La sociedad de la información digital ya no necesita de una crítica
o de temores hacia la modernización y la modernidad. Ahora todos podemos
utilizar la palabra, la imagen, los símbolos y cualquier forma de comunicación,
utilizando el escenario del Internet para traspasar los Estados y conectarse
con la globalización en red.
Los medios de comunicación tampoco son un poder
omnímodo. Todo lo contrario, son plurales porque la televisión o la radio están
obligadas a tener un formato y estilo cada vez más diversificados. Hay una
inagotable oferta de imágenes y contenidos. Los medios de comunicación y las
maravillas de la tecnología como bases de datos remotas por medio de Internet,
posibilitan una educación masiva y nueva, donde cualquier persona es capaz de
programar el desarrollo de sus capacidades. Esta es la palabra: “programar” sus
ideas, organizar la complejidad del mundo contemporáneo y auto-determinarse
individualmente en función de lo que a uno le interesa.
Las actuales circunstancias de la pandemia y los
temores de estar al borde de una hecatombe biológica, también dan lugar a la
aparición de líderes éticos en los ámbitos de la sociedad civil. Periodistas
respetables con un sentido de tolerancia fundamental, profesionales y
representantes cívicos que realizan campañas y ejercitan la opinión por medio
de podcasts y vídeos creativos. Éstos buscan embeberse de las fuentes de
información masivas y articulan un discurso en el que expresan los problemas de
la sociedad, haciendo frente a las agresiones del poder político y al mercado
enceguecido por la acumulación sin calidad humana.
Los nuevos líderes éticos que podrían estar surgiendo
en la era digital, quisieran que la información masiva se democratice y alcance
a todo ciudadano para que sea éste quien pueda comprender las cosas por sí
mismo. Este es el sentido de transformación que debemos rescatar, junto a las
propuestas democratizadoras para participar en los procesos sociales y
políticos, en función de alcanzar una sociedad pacífica. Los múltiples líderes
éticos de la época digital en el siglo XXI pueden contribuir a tomar conciencia
sobre cuál será nuestro ambiente cuando se detenga la expansión del
Coronavirus, como paso previo a la reflexión personal haciendo uso de múltiples
núcleos de información. Todos debemos cambiar algo y aprender mucho de esta
pandemia. Esto podría viabilizar la gestación de proyectos alternativos de
convivencia democrática, con el objetivo de habitar en una sociedad más
tolerante que estimule también un mayor respeto hacia la naturaleza.
Lo demás: ideologías de izquierda y derecha, visiones
revolucionarias de corte marxista y la búsqueda de tranquilidad financiera,
parece inútil. Asimismo, los viejos intelectuales que ahora están siendo
amenazados en su existencia, siempre tuvieron la tentación de convertirse en
sacerdotes de oráculo, pues trataron de imponer sus cuestionables puntos de
vista respecto del bien y el mal, mientras que en el siglo XXI vivimos en un
mundo de fragmentación. Existe una fragmentación de ideologías y utopías. Por
lo tanto, tampoco se puede hablar de una ideología dominante.
Lo que está mostrando la pandemia del Covid-19 es la
pervivencia de un mundo profundamente diverso de identidades étnicas,
religiosas, nacionalistas, ecologistas, preferencias sexuales, experiencias
místicas y estrategias de supervivencia. Estas son “resistencias abiertas” que
construyen sus propios sistemas de valores, muy distintos al de las redes
capitalistas del sistema financiero y de los antiguos esquemas mentales del
intelectual esclarecido que, desde su “caverna”, suponía que era posible
cambiar el principio de funcionamiento del sistema. Esto simplemente
ya feneció.
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Estimado Franco:
La lectura del artículo “La muerte del intelectual” me ha llevado a las
siguientes reflexiones.
Propiamente es la muerte de los “pseudo-intelectuales” (como así los
denomino desde hace ya muchos años) que se corresponden a esa descripción de arribistas
acomadaticios que reproducen discursos desde oeneges y cómodas cátedras
universitarias, PERO principalmente desde periódicos y revistas que difunden sus
ideas de manera masiva, inundando de no-información y pensamiento en reversa a la opinión pública.
¿Por qué es importante esta modificación de un nombre?
Primero porque los científicos son intelectuales, siempre lo han
sido (así se lo ha designado y yo lo comparto),
hoy más que nunca es necesario su aporte. Segundo porque hoy
perentoriamente se requieren auténticos y comprometidos intelectuales
que intenten (en forma
colectiva y cooperativa) encontrar los nuevos sentidos y visiones de
mundo ante
los acontecimientos que nos están superando y dejando a la deriva con el
peligro de caer en manos de fundamentalismos simplistas.
Por último, los intelectuales formados, consicentes, responsables, en contacto con la universidad no
pueden eludir esta tarea por mucho que sea inquietante y remueva el espacio de
confort “intelectual” en el que nos hemos situado.
Atentamente
José Luis Baixeras28 de marzo de 2020
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