Es
increíble lo insoportable que significa ver la televisión hoy en día. Ni el
sistema de televisión por cable ni los canales de acceso abierto o las
ofertas de televisión satelital constituyen un recurso de calidad y
medianamente aceptable. La comunicación masiva, sobre todo el periodismo de la
televisión, junto con sus múltiples ofertas telemáticas por medio de internet y
emisiones a través de los sistemas de suscripción, representan algo que no vale
la pena.
Todo
está atrapado en medio de publicidad extenuante, mediocridad y transmisión de
programas improvisados y sin profesionalismo. La tecnología con millonarias
inversiones para estrategias comerciales se atascó en una programación vacía,
amarillista e irresponsable. Mucho se discute sobre los efectos de la
televisión y el mundo evanescente de internet, pero el efecto es uno solo: la
televisión deforma y no contribuye a la salud mental de los niños, jóvenes y
adultos.
Al
mismo tiempo, se ha debatido bastante acerca de cómo las tecnologías de
información y comunicación son los supuestos monstruos ideológicos que difunden
el consumismo y la mercantilización de la sexualidad o el morbo. Sin embargo,
jamás veremos ponerse de acuerdo a los que condenan a la televisión –condena
que alcanza la intensidad de una profecía apocalíptica como lo hace el famoso
politólogo italiano Giovanni Sartori– con aquellos que endiosan las
posibilidades ilimitadas de una tecnología que hipnotiza nuestra vida
cotidiana, convirtiéndola en una realidad virtual permanente.
Una
cosa sí está clara: la televisión es una comodidad hipnótica que solamente
sirve para alimentar el ego patológico de miles de personas, además del
consumismo de cualquier basura mercantil.
Cómo
evitar, en términos prácticos, ser víctima de la pésima televisión. Miles de
canales, centenares de distracciones, brutalidad y caos son el horizonte
inabarcable. Por lo tanto, es vital desarrollar estrategias de “selección” para
separar el trigo de la paja, siendo que todo está a nuestro alcance y depende
solamente de ejercitar cierta voluntad de elección para no dejarse amodorrar
por los medios masivos.
Éstos
actúan en la medida en que la voluntad humana es arrastrada por la simplicidad
y el impulso acelerado de la comunicación de dudosa calidad. La
televisión agranda las inclinaciones agresivas y la represión sistemática del
periodismo de calidad. En cierta medida, es más fácil hacer reality shows
aburridos y atontados, o recurrir a la piratería para copiar programas
extranjeros, que esforzarse en emprendimientos propios y seguir la programación
ordenada de un sistema de televisión altamente profesional.
La
televisión nos enfrenta a una necesidad imperiosa: hacer uso de nuestra máxima
capacidad para autoformarnos, obligándonos a desarrollar una habilidad en la
toma de decisiones, a la hora de escoger un canal o recurso informativo. Si la
televisión y la red global de internet brindan un arsenal de posibilidades, es
fundamental elegir dónde formarse o informarse.
Si
la oferta es, en todo caso, sexo, violencia o espectacularización de la vida
diaria, también se abre la alternativa para elegir qué tipo de actitudes asumir
ante el abuso comunicativo y, específicamente, ante el hastío de ver siempre lo
mismo. Las tecnologías de información y comunicación no necesariamente rompen
nuestras facultades críticas; en todo caso, promueven un dolor de cabeza y
estimulan la flojera por conveniencia. Para reducir esta migraña, debe
activarse una nueva disciplina personal, con el fin de viabilizar nuestra
capacidad de decisión para combatir la mala calidad de la televisión.
Esta
es la forma de enfrentar con algo de optimismo a la insoportable televisión
actual: el espíritu crítico que debe ser cultivado por los padres de familia,
los educadores responsables y la ciudadanía reflexiva. El llamado de sirenas
mediático puede ser destruido o neutralizado. Si bien sus efectos negativos son
impredecibles, tarde o temprano quedarán desactivados por una nueva demanda
que no quiere hundirse en el facilismo y la excesiva bosta televisiva.
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