Los medios de
comunicación se están transformando de una forma impredecible en Bolivia y todo
el mundo. No solamente cambian los formatos, debido a la poderosa influencia
del Internet, sino también la calidad de la información y el trabajo
periodístico. Vivimos en el tiempo de la manipulación, que creció a extremos
imposibles de imaginar hace quince años, por lo que es fundamental evaluar la
posibilidad de “regular” a los medios masivos en un sistema democrático, así
como analizar la necesidad de introducir algunos parámetros legislativos y
constitucionales para el desenvolvimiento de los medios, en los marcos de una
era digital.
Actualmente es
notorio el rol ambiguo que juegan los medios en la formación de opinión pública
en América Latina, sobre todo por los problemas de transparencia en la
construcción de información en la televisión y la radio desde comienzos de los
años dos mil. La exageración y grandilocuencia de las imágenes, dio paso a las
grabaciones caseras y los sitios como Youtube donde se difunden extravagancias
y absolutas falsedades.
Por otra parte,
el surgimiento de audios misteriosos y sabotajes que se difunden por medio de
pódcast, lanzan varios tipos de información como si fueran primicias, sin la
confirmación responsable de la investigación periodística. Esto se observa en
las campañas electorales donde la construcción de carismas artificiales en los
liderazgos, también está relacionada con encuestas de opinión que
sobredimensionan las posibilidades de varios candidatos. Se pueden realizar
encuestas a la carta y, de esta manera, tergiversar la dinámica democrática en
los procesos electorales. En otros casos, el propósito es confundir,
desprestigiar a personas e instituciones, además de aterrorizar con noticias
inexistentes, generando una ansiedad enfermiza que termina en múltiples
distorsiones.
La regulación de
los medios no pasa por acciones de “control” pero sí es importante repensar
cómo se podrían evitar las deformaciones de la realidad, a partir de la
doctrina de “justicia y equilibrios” en la transmisión de diferentes puntos de
vista y la cobertura de temas cruciales para la convivencia pacífica, con la
certeza de tener información fehaciente. La era digital hizo que cualquier
persona difunda hechos falsos o parcialmente confirmados, de manera que se
desvanece el balance de las posiciones y la calidad informativa.
Cada quien
quiere reafirmar “su verdad”, forzando los hechos de una manera cínica dentro
de un mercado de ideas absurdas y peligrosas. No es que los medios de
comunicación están únicamente en riesgo de quiebra económica debido al
Internet, sino que la calidad noticiosa degenera en insultos y amenazas bajo el
manto del anonimato. En esta época digital, el derecho a la réplica casi no
existe, estimulando un curioso incentivo para que los medios no aborden temas
controversiales. Muy poco vale la pena en el mundo del Internet y las redes
sociales. Lo que impacta es el contagio de la irresponsabilidad que penetra a
todo el sistema de medios de comunicación.
En la era de la
información digital, las regulaciones pueden ser una invitación a cambiar
actitudes, lograr equilibrios y cultivar cierta objetividad, pero tampoco se
puede obligar a los medios a ser más éticos o profesionales con chantajes de
sanción. La experiencia internacional muestra que dejando trabajar a los
medios, sin “forzarlos” a una cobertura con equilibrios en temas difíciles, el
periodismo de calidad sí ha respondido abordando los hechos con investigación y
varios puntos de vista.
Los medios deben
autosupervisarse y autocontrolarse todo el tiempo, antes del ingreso de la
acción coercitiva estatal. Los periodistas, ahora más que nunca, deben exigir
sus propios códigos de conducta y prácticas profesionales de calidad. La
regulación puede tener un doble canal: proteger los intereses del ciudadano y
el consumidor (promoviendo la competencia de información debidamente
investigada), así como mantener la pluralidad en los medios. En caso de
catástrofes o circunstancias donde exista mucha violencia y polarización de
fuerzas, los medios están en la obligación de transmitir advertencias y
precauciones para garantizar racionalidad en la calidad informativa. La
regulación siempre chocará con el derecho a la libertad de expresión; sin
embargo, es el mejor mecanismo para combatir la descomunal basura digital,
especialmente en las redes sociales. Ningún medio de comunicación debe
articularse con Facebook o Twitter, donde reinan solamente la animadversión y
el espionaje.
Comentarios
Publicar un comentario