En el siglo XXI,
los dilemas del transporte urbano masivo son de vital importancia. En primer
lugar porque los costos son millonarios y, en segundo lugar, porque la
subvención pública es precisamente una medida que no se puede obviar. En el
contexto latinoamericano, las experiencias de diseño e implementación del
Trans-Santiago en Chile como proyecto de transporte masivo, son de indudable
valor en toda América Latina. Junto con otras iniciativas similares como el
Trans-Milenio en Colombia y la red de buses en el entorno ecológico que trata
de desarrollar la ciudad de Curitiba en Brasil, América Latina empieza a
analizar las ventajas de modernizar los sistemas de transporte, especialmente
en las grandes metrópolis donde los procesos de urbanización demandan una
difícil combinación entre calidad de vida, eficiencia económica y gestión
pública previsora. Controlar el transporte urbano es el desafío más
trascendental para cualquier gobierno municipal o nacional.
El
Trans-Santiago se inauguró en febrero del año 2007 y como todo gran proyecto,
tiene aciertos, errores y desafíos complejos para su sostenibilidad en el
tiempo. La característica central es la articulación del transporte por medio
de trenes, junto con un sistema de buses que abastecen enormes distancias, en
una ciudad como Santiago cuya región metropolitana tiene 7 millones de
habitantes. El total de los viajes en promedio que se realizan cada día
utilizando el Trans-Santiago, alcanza a los 3,8 millones de recorridos.
Aun así, el
servicio debe ser mejorado, tanto en su cobertura como en la ingeniería
financiera porque tiene un tremendo déficit de 780 millones de dólares por año.
El transporte urbano masivo se debate entre la subvención pública excesivamente
costosa, la enorme evasión que se resiste a pagar los pasajes y las exigencias
de una ingeniería altamente sofisticada para la cual se necesitan profesionales
de alto nivel que planifiquen, dirijan y amplíen las redes de transporte con
previsiones de, por lo menos, veinte años.
Todo proceso de
urbanización muestra que la solución a los problemas presenta una red donde
participan los gobiernos centrales, los gobiernos municipales, la sociedad
civil, y los empresarios y sindicatos del transporte. Es por esto que surgen
varias complicaciones porque la vida urbana hace que los ciudadanos exijan
mucho más de lo que, efectivamente, se puede satisfacer. Las economías urbanas
y los mercados laborales requieren una movilización constante de millones de
servicios en el menor tiempo posible, lo cual requiere que el transporte aspire
a una “cobertura total”. Sin embargo, dicha irradiación hacia todos los
rincones de una metrópoli es prácticamente imposible, mucho más si consideramos
el caos urbano de miles de asentamientos ilegales en América Latina, así como
la incapacidad de varios gobiernos municipales que prefieren jugar con ofertas
insostenibles, antes que dirigir los procesos de urbanización. El transporte
masivo requiere millones de subvención municipal o estatal.
Además, la
cobertura debe considerar una millonaria infraestructura urbana y las
imprevisibles decisiones que toman los conductores particulares porque todo es
desorden. Nadie sabe conducir. La gestión eficiente del transporte debe ser
científica, organizada, previsora y evaluar las condiciones de un transporte
coordinado: conectar trenes, teleféricos, buses, taxis e inclusive bicicletas.
La contaminación generada por los automóviles es inmanejable, a lo cual debe
sumarse el incremento geométrico de vehículos diseñados para terrenos
escarpados pero que circulan en las urbes como artículos suntuarios, lo cual
acaba por colapsar el tránsito por medio de congestiones inaguantables.
¿A qué monto
debe ascender la subvención pública soportable? ¿Cuándo se hace financieramente
sostenible un proyecto de transporte masivo con trenes, buses y otras
alternativas? ¿El tránsito y la excesiva contaminación son susceptibles de un
control eficaz con proyectos como el Trans-Santiago o el Trans-Milenio? No
existe una sola respuesta para estas preguntas estratégicas, pero tampoco nadie
se anima a discutir los problemas estructurales que tienen lugar entre los
procesos de urbanización y el transporte. Sin
embargo, las subvenciones siempre son un espejismo pues no son sostenibles y el
transporte masivo se puede encarecer, a medida que crecen las exigencias de la
gente por un transporte de calidad. Por lo tanto, parece ser que los conflictos
crecerán y se agravarán porque el transporte urbano tenderá a ser más caro y
los usuarios se inclinarán a no pagar o exigir subsidios que, debido a su
politización, serán insostenibles.
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