Aunque
parezca una exageración, en el siglo XXI no es posible pensar la acción
política al margen de los partidos políticos. Éstos continúan siendo las
organizaciones más importantes para sacar adelante a cualquier régimen
democrático, al mismo tiempo que son el centro de toda crítica y rechazo por
parte de varios sectores de la sociedad civil en América Latina, donde se
percibe a los partidos como instituciones resistentes a la renovación y como
escenarios plagados de corrupción e intereses egoístas.
Los
partidos políticos son actores cambiantes y sumamente heterogéneos; esta es una
razón suficiente para analizar el complejo entramado del sistema de partidos en
la región. Las democracias del conjunto de América Latina no tienen nada que
envidiar a Estados Unidos o Europa. Por igual, los partidos tienen tendencias
oligárquicas y también estimulan el nacimiento de líderes de todo tipo, desde
los caudillos narcisistas hasta los grandes reformadores que movilizan miles
con propuestas audaces.
Las
organizaciones modernas que más destacan en las pugnas por la toma del poder,
siempre han sido los partidos políticos. Estas instituciones actuaron a lo
largo de la historia como estructuras ideológicas y programáticas cuya
capacidad se caracterizaba por la movilización de personas, ideas, dinero e inclusive
el incentivo de la violencia. En otras situaciones, la evolución histórica hizo
que los partidos se conviertan en aquellos actores que articulan las demandas
sociales y compiten por el favor de la ciudadanía en elecciones democráticas
para conformar gobiernos con su correspondiente oposición. Esta articulación de
demandas alrededor de los partidos identifica a las sociedades modernas; sin
embargo, si no fueran los partidos y se diera lugar al accionar directo de los movimientos
sociales, clases sociales y gremios extremistas para imponer sus visiones
unilaterales, el conjunto de la sociedad y la cultura se destruirían en medio
de un choque violento de posiciones sectarias.
En
América Latina, el sistema de partidos políticos tiene una tradición reciente
pero rica en contenidos y resultados. Desde el final de los gobiernos militares
a finales de los años ochenta en el siglo XX, toda la región empezó a
desarrollar las potencialidades de los partidos como el primer paso en el largo
camino de la consolidación democrática. Simultáneamente, se manifestaron varios
problemas como una lógica de élites, su incapacidad para la concertación y la
conformación de gobiernos de coalición que viabilicen la estabilidad política,
destacando también los escándalos de corrupción que desprestigiaron y todavía
desprestigian la eficacia partidaria ante los ojos de millones de personas. Los
partidos dan nacimiento a los políticos profesionales que pueden inmolarse o
dedicarse completamente a la lucha por el poder que es, finalmente, lo que
demanda el arte de hacer política.
La
desconfianza hacia los partidos, surge al mismo tiempo que el reconocimiento de
su existencia como una “necesidad” para el funcionamiento de la política
democrática. Como en otros continentes, los partidos aprendieron la administración
de intereses contrapuestos en el juego del poder, demostrando aptitudes para
adaptarse a la incertidumbre de perder elecciones y tratar de reconstruir su
legitimidad en medio de exigencias más arduas como la denominada
institucionalización de la democracia, o en el camino hacia el dominio de la
negociación para armar diversas situaciones de concertación, en función de
ungir gobiernos y alianzas de poder. La habilidad de hacer política dentro de
los partidos, quiere decir que éstos son capaces de negociarlo todo y a
cualquier precio, incluidas las ideologías porque el objetivo es conquistar el
poder, compartirlo o preservar una posición que esté lista para tomar el poder
en cualquier momento.
Por
otra parte, sería un error pensar que puede desarrollarse una teoría única
sobre los partidos, sus estructuras, desempeño y previsión de conductas
políticas. El sistema de partidos es un terreno profundamente heterogéneo en toda
América Latina. Llama la atención cuando se califica a los partidos en la
región como actores poco institucionalizados, poco democráticos o inhábiles
para recuperar legitimidad. Los partidos en Europa o Estados Unidos poseen los
mismos problemas, inclusive mostrando menos capacidades para fomentar la democratización
de los sistemas políticos.
El
accionar de los partidos siempre se sumerge en las aguas de un reencuentro con
la sociedad civil. La legitimidad electoral no se expresa solamente en la
cantidad de votos que un candidato partidario puede lograr, sino en la
posibilidad de tener sociedades donde la participación política sea intensa,
informada y donde se discutan ideas sobre el futuro de la sociedad, la cultura,
la economía, los riesgos a asumir, etc. En consecuencia, son las sociedades de
América Latina quienes deben cambiar para tener un mejor desempeño de los
partidos y de las democracias.
Los
partidos son instituciones necesarias cuya presencia siempre tendrá mucho que
decir en toda época. Fundar y mantener un partido es un reto que no cualquier
persona o momento histórico puede lograr, de manera que el sistema de partidos
es esencial para aprender el arte del liderazgo, así como el arte de la guerra
donde todo vale o todo se pierde, según sea la pasión que hierbe para el manejo
del Estado y la fuerza con que debe administrarse el poder.
Los
partidos políticos son una buena plataforma de representación, con sus pros y
contras. La mediación de los partidos políticos es más importante que la participación
directa de los ciudadanos porque se reducen y amortiguan mejor los conflictos.
El análisis del conflicto social se relaciona con la posibilidad que tiene un
sistema de partidos políticos para atenuar el enfrentamiento y equilibrar el
sistema político en función de concentrar los cuestionamientos en aquellos que
detentan el poder y, eventualmente, deberían ser cambiados durante los procesos
electorales. Por lo tanto, es posible afirmar que un sistema de partidos
competitivo protege a la sociedad contra el descontento de sus ciudadanos, pues
las protestas y los ataques son desviados del sistema en su conjunto y
dirigidos hacia los titulares del poder, es decir, hacia los políticos
profesionales que se encuentran en los partidos.
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