Los cocaleros tuvieron una victoria política que desafió al poder de Estados Unidos y a todo pronóstico entre 1993 y 2005
Hay
extrañas similitudes: el Chapare es un hermoso paraje de bosques tropicales y
el asiento de las plantaciones de coca, que estuvieron en el centro de los
conflictos con la política antidrogas de los Estados Unidos entre 1987 y 2008.
Este periodo es crucial para entender los rumbos por donde transitaron la
economía de la coca y la fallida guerra contra las drogas. Vietnam es un país
ubicado en Asia Sudoriental, con 95 millones de habitantes y bosques tropicales
de ensueño; hoy en día es la viva expresión de una victoria militar que dejó
humillado a Estados Unidos, luego de una cruenta guerra que tuvo lugar entre
1964 y 1975.
En ambos casos, los Estados Unidos llevaron a cabo una estrategia militar con un fuerte sentido de dominación que, en los hechos, resultó ser una grave equivocación. La guerra de Vietnam se desarrolló bajo la premisa de evitar que el comunismo genere un efecto dominó, poniendo en riesgo la estabilidad política de Indochina y amenazando la seguridad nacional de Estados Unidos. Un país de apenas 331.230 Km². no representaba ninguna amenaza, ni militar ni estratégica; sin embargo, Vietnam fue utilizado como un escenario de tensiones geopolíticas durante la Guerra Fría. Se presume que fueron lanzadas seis millones de toneladas de bombas en toda Indochina.
Las
consecuencias destructivas fueron devastadoras hasta la actualidad. Robert
McNamara, Secretario de Defensa estadounidense de 1961 a 1968, reconoció, en el
año 2003, que considerar a Vietnam como un dominó peligroso fue, sencillamente,
un error que costó la vida a más de un millón de vietnamitas. Habiéndose equivocado,
los Estados Unidos insistieron en una estrategia de hostigamiento y
militarización, impulsando la Guerra Contra las Drogas en los años ochenta,
supuestamente como una política de contención para destruir la producción de
cocaína, entendida como una amenaza para la salud de Norteamérica y el mundo.
Esta concepción también estuvo equivocada, por el simple hecho de criminalizar
a los productores de coca, desvalorizando las demandas campesinas en Bolivia,
Perú y Colombia, como si fueran conflictos de seguridad militar y sobreponiendo
la hegemonía bélica por encima de la concertación económica y pacífica.
Esta fotogrfía cambió el rumbo de la Guerra de Vietnam, revelando la crueldad y lo inútil del intervencionismo estadounidense.
El
Chapare ahora es un escenario diferente. En el siglo XXI, los cocaleros ya no
viven en una economía de subsistencia, ni son presa de los enfoques de
confrontación en las discusiones sobre el desarrollo económico. Las tareas de
interdicción han sido reemplazadas por iniciativas de emprendimiento. Si se
analizan con cabeza fría las cadenas de diversificación, la economía cocalera
no está vinculada únicamente al control del tráfico de drogas, sino que también
se pueden evidenciar las inversiones en turismo con hoteles, restaurantes,
intenso comercio de automóviles, electrodomésticos, e inclusive proyectos
hidroeléctricos. Villa Tunari, por ejemplo, posee buena infraestructura urbana,
escuelas, centros de salud y cuando se visita la zona, los viejos miedos de la
represión para erradicar la coca, prácticamente han desaparecido.
El
Chapare pasó de ser una zona demonizada y de supervivencia, a un espacio donde todos
se consideran un “polo de desarrollo”. Si bien toda su historia está
inevitablemente ligada al circuito coca-cocaína, es precisamente por este
motivo que la orientación estadounidense unida al desarrollo alternativo como
una economía campesina, hoy ha sido desplazada por una posición donde los
cocaleros se ven a sí mismos como microempresarios. No es casual que el
Viceministro de Defensa Social y Sustancias Controladas, Felipe Cáceres, fuera visto
con azoro y catalogado como un acaudalado.
Desde
el fracaso de la guerra contra las drogas y la derrota de los Estados Unidos
como factor hegemónico, la trayectoria de varios cocaleros puede ser evaluada como el auge
de empresarios medianos ligados al turismo, la producción de frutas, riqueza piscícola
y otras oportunidades económicas. Hoy, ningún cocalero quiere ser un simple
campesino, sino un emprendedor con la posibilidad de ganarse respeto económico, inclusive más allá de
la economía de la coca. Esto replantea muchos dilemas y la necesidad de tener otros
paradigmas para enfrentar el narcotráfico, entre ellos, la legalización de las
drogas.
La actual
estrategia de lucha contra el narcotráfico fue nacionalizada y construida sobre
el fracaso de los Estados Unidos como potencia hostil hacia otras formas de
desarrollo. Fueron derrotados en el Chapare, de una manera similar a lo
sucedido en Vietnam. Se invirtieron millones en interdicción. De alguna forma
hubo otro resultado. El Chapare no es una región pobre; de hecho no existe
mendicidad. La política antidrogas ahora dio un giro, haciendo que los
cocaleros se autoperciban como emprendedores y, al mismo tiempo, como ejes de
poder, desde la presidencia hasta el centro del sistema democrático. Ningún
gobierno podrá revertir esta situación. Al igual que en Vietnam, no se puede
retroceder, ni tampoco detener las consecuencias de largo plazo que hoy en día genera
el Chapare.
Como
corolario, existen también varios temas pendientes que representan un desafío
ineludible para el Chapare. Específicamente, debe evitarse la proliferación de linchamientos,
de manera que se fortalezcan la administración de justicia y la protección de los
derechos humanos. Es fundamental que las zonas cocaleras muestren un esfuerzo
para alcanzar equilibrios entre el imperio de la Ley como eficacia estatal y la
institucionalidad que permita el ejercicio de la autoridad política necesaria.
Es vital un proceso de modernización en la toma de decisiones y la contribución
al fortalecimiento del Estado por parte de las seis federaciones del trópico
cochabambino.
Otro
aspecto gira alrededor de la protección del medio ambiente, en especial cuando
se observan las enormes deficiencias en el manejo de la basura. El municipio de
Shinahota es un mal ejemplo, por el momento, de los daños al medio ambiente que
podrían convertirse, a su vez, en una amenaza para el desarrollo sostenible y
la misma economía del turismo. Al mismo tiempo, el uso controlado de pesticidas
y la reducción de la contaminación debido a malas prácticas en la producción de
coca, están relacionados con la necesidad de preservar otros recursos genéticos
nativos que eran parte de la alimentación tradicional y la positiva diversidad
de la producción local y nacional. El manejo sostenible de los monocultivos,
exige que pueda protegerse la biodiversidad, junto con la planificación y
prospectiva económicas; de esta manera se tendría un efecto favorable dentro
del nuevo perfil de los cocaleros con una proyección previsora hacia el futuro.
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