CAMBIOS GLOBALES Y NUEVOS BALANCES DE PODER: LOS PROBLEMAS DE LA SEGURIDAD EN UNA ÉPOCA DE DESEQUILIBRIOS
Introducción
La posibilidad de lograr un orden internacional más armonioso,
posiblemente tiene un trasfondo moral y, al mismo tiempo incierto, sobre todo
si evaluamos la terrible descomposición de todo el sistema social, económico y
político en Venezuela y Haití, así como las múltiples crisis del Estado en
países como El Salvador, Honduras o Guatemala. Esta situación de desequilibrios
y dudas en torno a la subsistencia de los sistemas democráticos y las ilusiones
para lograr una mejor integración regional, nos conduce una vez más a la
necesidad de retomar las reflexiones sobre los balances de poder, dejando de
lado los viejos temores sobre una dependencia latinoamericana subordinada a los
poderes hegemónicos localizados en Estados Unidos y Europa occidental. Hoy en
día existe la necesidad de comprender el carácter y la profundidad de nuevos
tipos de confrontación donde los intereses de cualquier Estado tienden a ser
protegidos desde políticas de seguridad y defensa, afincadas en la fortaleza
militar (Lake, David and Robert Powell, eds., 1999).
En el siglo XXI, se comprueba una vez más que no será posible limitar
fácilmente la carrera armamentista, sino es por medio del rediseño de nuevos
balances de poder que, eventualmente, puedan fomentar un compromiso en función
de la solidaridad, la necesidad de evitar una hecatombe nuclear, así como
fomentar una interdependencia constructiva y el cultivo de la paz en forma
duradera (MacDonald, 2010). Sin embargo, es aquí donde América Latina tiende a
rezagarse al no poder enfrentar con mayor determinación una agenda de seguridad
y defensa con plena fortaleza de acuerdo con los retos actuales. Al mismo
tiempo, tenemos la posibilidad de afrontar una oportunidad para reconstruir
nuevas estrategias de integración, con la finalidad de abordar amenazas
globales como la destrucción del planeta, el crimen organizado, la penetración
del narcotráfico en las estructuras estatales y una contribución más
responsable en materia de crisis y ayuda humanitaria (Mathieu, Hans and Niño
Guarnizo, Catalina (eds.), 2010).
Los procesos de globalización, sus impactos y la necesidad de
interpretar mejor el conjunto anárquico de las relaciones internacionales en
América Latina, promueven una serie de reflexiones sobre dos aspectos. En
primer lugar, la decadencia progresiva del liderazgo hegemónico de los Estados
Unidos y de la misma Unión Europea, afectados profundamente por una crisis
financiera y por la ausencia de soluciones durables que faciliten el
funcionamiento de un orden global armonioso. La persistente guerra civil en
Siria, junto a la progresiva insatisfacción sobre cómo atender los campamentos
de refugiados y los inmigrantes sirios en diferentes países de Europa, han
desactivado casi por completo las alternativas de Estados Unidos para continuar
con un liderazgo reconocido, lo cual, al mismo tiempo, aumentó un sentimiento
anti americano.
Esta decadencia de liderazgo provocó un estancamiento lamentable en la
identificación de soluciones políticas, diplomáticas e inclusive militares en
la crisis venezolana. El grupo denominado Mecanismo de Montevideo, iniciativa
impulsada por México y Uruguay, no pudo abrir los canales de negociación y
aproximación que se esperaban, tanto para evitar una mayor confrontación
violenta entre Juan Guaidó y Nicolás Maduro, como para reducir los peligros a
los que fue sometida la cooperación humanitaria. En lugar de una solución
pactada, surgió con fuerza la presencia de Rusia y China que respaldaron a
Maduro, provocando una mayor incertidumbre sobre cómo proteger a la sociedad
civil venezolana, en momentos donde la hegemonía estadounidense es cuestionada
en el continente mismo donde solía tener una influencia casi incuestionable
(Mijares, 2017).
Frente a este desafío continental, los Estados Unidos han planteado un
reajuste en su Estrategia de Seguridad Nacional, identificando a Rusia y China
como las principales amenazas a la seguridad y la paz en América Latina y el
mundo (Freier, Nathan P. (et.al.), 2017). Simultáneamente, la Cámara de
Representantes estadounidense, aprobó a finales de marzo de 2019, un proyecto
de Ley para reducir substancialmente la amenaza ruso-venezolana, con el
objetivo de limitar el acceso de armas
para Nicolás Maduro e incrementar la ayuda humanitaria. De cualquier modo,
existe una mayor suspicacia respecto a la efectiva capacidad que Estados Unidos
tiene, tanto para encontrar una solución política en Venezuela, como para
implementar el impulso de una intervención militar. Estas incertidumbres
abrieron el paso para que Rusia y China traten de conquistar un espacio, no
sólo diplomático, sino también económico-militar en materia de pugnas globales,
en función de un reordenamiento multipolar en América Latina (Rouvinsk, 2019).
Estados Unidos ha perdido mucho espacio pero, simultáneamente, busca recuperar
una hegemonía que es contantemente cuestionada debido a los pésimos resultados
obtenidos durante las intervenciones militares en Irak, Afganistán, Libia y
Siria.
Hay un resurgimiento de los Estados nación que parecían haber
desaparecido por las influencias comerciales y tecnológicas de la
globalización; sin embargo, las potencias como India, China y Rusia tratan de
expandir su fuerza global, paralelamente a la reivindicación de sus
nacionalismos y fronteras territoriales. Ya no existen garantías políticas,
económicas o ideológicas para fomentar sociedades globales más liberales y
democráticas. Aquí los Estados Unidos también se han rezagado y perdieron
credibilidad porque los 40 millones de pobres que luchan por sobrevivir,
terminan cualquier ilusión en torno al sueño americano de prosperidad y poder
ilimitado que, aparentemente, tenían después de la desaparición de la Unión
Soviética (Human Rights Council, 2018). El hundimiento de la hegemonía
estadounidense, abrió el paso para los problemas de seguridad mundial como el
cambio climático, la migración, el terrorismo, la desigualdad y el rápido
cambio tecnológico que aumentan la inseguridad, junto con el regreso del
populismo y el autoritarismo (Muggah, 2016).
En segundo lugar se tiene la emergencia de economías que están marcando
el horizonte de nuevos balances de poder, como es el caso de la Alianza del
Pacífico y el Foro para el Progreso de América del Sur (Prosur) que articula a
Brasil, Chile, Argentina, Colombia, Ecuador, Perú y Paraguay, opacando aún más
la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur). Estos impulsos diplomáticos y
comerciales buscan recomponer la correlación de fuerzas en el tablero regional
ante el decaimiento de Brasil, cuyas posibilidades políticas y económicas
buscaban convertirlo en una fuerza contra-hegemónica latinoamericana. El
horizonte discursivo se orientó hacia la coordinación en el Cono Sur de
políticas públicas, defensa de la democracia, independencia de poderes,
fortalecimiento de la economía de mercado y una adecuada agenda social con
sostenibilidad. Sin embargo, la gran pregunta que también surge con fuerza es
si un nuevo mapa de los balances de poder podrá desarrollar tratados de
cooperación en seguridad y defensa, la apertura de nuevas bases militares con
la ayuda de Estados Unidos y la participación en operaciones conjuntas, con la
finalidad de establecer un reequilibrio geoestratégico de mayor solidez, frente
a la presencia cada vez más fuerte de China y Rusia en la región.
Este artículo analiza las principales tendencias en la readecuación de
los balances de poder, donde América Latina sigue estando sometida al vaivén de
múltiples contradicciones. No logró reimpulsar sus condiciones de productividad
y competitividad, de manera que las crisis económicas han hecho que la
desigualdad se expanda constantemente, junto con el retorno de varias formas de
autoritarismo. Las promesas de un futuro promisorio gracias a la globalización,
tropiezan siempre con el auge económico más sólido de varios países en Asia, la
persistencia de la pobreza, la profunda corrupción institucionalizada y la
crisis de un Estado latinoamericano que ya no puede controlar sus fronteras, ni
tampoco la presión del crimen organizado. Estos fenómenos actúan como las
raíces que ponen en duda el optimismo de un avance substancial en materia
económica, además de convertir a la región en un escenario de constantes
desequilibrios (Kaplan, Globalization and Austerity Politics in Latin America,
2013).
Problemas que motivan
reflexión y escepticismo
El contexto internacional latinoamericano del siglo XXI parece
replantear los pilares geopolíticos actuales: control de fronteras para las
intensas olas migratorias, protección del orden social interno, desarrollo
económico de las naciones y fortaleza militar (Tickner, 2012). De cualquier
forma, no debe descartarse el hecho de que cualquier proyecto diplomático y
económico, siempre tiende a caracterizarse por una doble moral y por tácticas
de lucha por los balances de poder, detrás de los cuales se están enfrentando
las principales potencias como Estados Unidos, la Unión Europea, China y Rusia.
En este caso, por balances de poder deben entenderse al conjunto de posturas y
estrategias de política exterior de una nación o un conjunto de naciones para
protegerse de una serie de amenazas en el entorno anárquico internacional.
Asimismo, diferentes estrategias permitirían conectar el aumento del poder
estatal mediante la carrera armamentista, las redes de influencia económica, la
dominación en los mercados globales y las alianzas entre países fuertes, junto
con el cálculo de beneficios que pueden ser aprovechados en función de varias
previsiones hegemónicas y geopolíticas en diferentes regiones (Griffiths,
1992).
Tres hechos fundamentales deben motivar un análisis sobre cómo modificar
la política exterior y las políticas de seguridad en tiempos de globalización,
con el objetivo de fomentar nuevas estructuras de cooperación y solidaridad
para enfrentar los problemas más importantes en la segunda década del siglo XXI.
El primer aspecto se relaciona con la trágica evolución de Haití después del
terremoto de principios de 2010. La impresionante devastación movilizó
inmediatamente millones de dólares y compromisos para solucionar el sufrimiento
indescriptible de miles de ciudadanos, así como para reconstruir un país que
nunca estuvo en condiciones de generar estructuras estables y sostenibles en su
desarrollo, junto a la protección básica de los haitianos en materia de
derechos políticos, económicos, sociales y humanos.
América Latina trató de ofrecer recursos y apoyo sistemático, aunque la
lentitud de las acciones de intervención complicó la reconstrucción,
subsistiendo una vez más la idea de considerar a Haití como un Estado fallido
y, por lo tanto, irrelevante para el conjunto de mercados globales o
prioridades de integración internacionales (Piotrowski, 2010). La cooperación
internacional para el desarrollo fracasó casi por completo porque fue
innecesariamente burocrática, ineficiente en la logística donde no fue posible
privilegiar, antes que nada, las necesidades diarias de los damnificados, al
mismo tiempo que rebrotaron las tradicionales previsiones institucionales en
cuanto a metas definidas por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) o la
carrera profesional de influyentes funcionarios, más preocupados por su éxito
personal porque se imaginaban a sí mismos como héroes en momentos desastrosos.
Los problemas de la ONU y otros organismos de asistencia, revelaron que
Haití se convirtió en un país donde prevalecieron el sometimiento y los
intereses políticos de los Estados Unidos que trataron de remodelar un país
deshecho, según el formato de las utopías occidentales de una democracia y
economía liberales. Así, resultó imposible el ejercicio de la concertación en
medio de las calamidades, de manera que los problemas se agravaron con la
epidemia de cólera, el rechazo absoluto al trabajo de la ONU y unas elecciones
presidenciales realizadas en noviembre de 2010, donde las exigencias de simple
participación consciente fueron sobrepasadas por el agobio para sobrevivir,
comer y reducir la violencia urbana.
Las gestiones presidenciales de René Preval (2008-2011) y Michel
Martelly (2011-2017), condujeron hacia un callejón sin salida en medio de un
inmovilismo institucional donde se demostraba una casi absoluta ineficiencia
estatal. El presidente Jovenel Moise (2018-2019) tuvo que enfrentar las
acusaciones de un liderazgo débil y corrupto, sobre todo después del escándalo
relacionado con la malversación de 3,8 mil millones de dólares con PetroCaribe
para acceder a petróleo subvencionado desde Venezuela (Fauriol, 2019).
Los principales vecindarios de Puerto Príncipe continúan inundados de
miedo sobre el futuro, desconfianza hacia la cooperación internacional y rabia
reprimida hacia el liderazgo de los Estados Unidos que también está naufragando
en su propia reconstrucción económica, pues ni el gobierno de Barak Obama
(2009-20187, ni el de Donald Trump (2018) lograron retomar el control para
incrementar las fuentes de empleo en forma sostenida y modificar el caos de la
desregulación financiera en Wall Street. Los balances de poder parecen intentar
un realineamiento en la geopolítica pero también atraviesan por una crisis
institucional donde el sistema democrático no está respondiendo adecuadamente
para impulsar la equidad, contrarrestar la pobreza y la incertidumbre hacia las
posibilidades de efectividad que supuestamente tiene la democracia, en una
época donde la inseguridad ciudadana y el temor a las explosiones sociales constantes,
deshacen los basamentos más profundos de la confianza en un futuro mejor.
Los modelos socio-políticos sustentados en la economía de mercado y la
democracia presidencial que los Estados Unidos y América Latina vinculan con un
régimen de libertades benefactoras, dejaron de ser creíbles y, en algunos
casos, resultaron ser inclusive contraproducentes, sobre todo para Haití que, a
pesar del dinero recaudado en materia de cooperación para el desarrollo, sigue
postrado en la desilusión. Esto estaría desmoronando la buena fe de los
cooperantes para el desarrollo, quienes tendrían que abandonar la doble moral
de decir una cosa prometiendo maravillas y hacer otra, completamente distinta
debido al excesivo poder de los intereses políticos y burocráticos que viene
con los países que ayudan.
Los organismos de cooperación de Europa Occidental buscan aplicar sus
modos de hacer las cosas, sus formas de ser democráticos y, ante todo, buscan
dominar con un mismo molde político cuyos intereses expresan un balance de
poder realista que despierta el escepticismo en torno a la solidaridad
internacional y la cooperación pacífica e incondicional. Es por estas razones
que el eje de los problemas de la seguridad en América Latina, radica una vez
más en los programas sujetos a condicionalidades donde destaca, casi con
frecuencia, un abuso de poder de las misiones de cooperación que actúan con un
alto sentido paternalista y autoritario (Chomsky, 2007). Una de las
manifestaciones contradictorias de los procesos de globalización se expresa en
el espíritu más localista de las potencias globales como Europa y Estados
Unidos, debido al resurgimiento inusitado del nacionalismo con fuertes
características discriminatorias, al mismo tiempo que se disemina un discurso
universalista de occidentalización, globalismo de valores y de una aparente
ciudadanía global (Mignolo, The Mirage of universalism behind European
localism, 2018).
La elección de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos ha
puesto, en palabras de los expertos como Jeffrey Sachs, Bandy Lee y Ruth
Ben-Ghiat, al mundo en total “riesgo”, producto de las alucinaciones racistas
sobre la supremacía blanca que solamente estimuló los crímenes de odio, de
manera que el liderazgo estadounidense ingresó en un deterioro fatal, al mismo
tiempo que se están socavando las raíces de la democracia como aspiración
global de convivencia y equilibrio político saludable. Ya nada sería creíble
cuando se reivindican la democracia y un enfoque global de seguridad afincado
en balances de poder más justos, si Trump continúa estimulando abiertamente la
xenofobia y el odio hiper-nacionalista (Sachs, 2019).
Los organismos multilaterales de cooperación para el desarrollo están
reestructurando sus políticas en función de nuevas lógicas de condicionalidades,
donde la seguridad se presenta como un pre-requisito geopolítico fundamental:
los vientos soplan hacia la necesidad de cumplir ciertas metas en materia de
lucha contra el narcotráfico, combate al terrorismo, estabilidad
macroeconómica, reducción del tamaño del Estado, control de las migraciones
internacionales y compromiso con el apoyo a la democracia representativa.
América Latina se alinea alrededor de esta dinámica geoestratégica, aunque de
por medio están las dudas sobre la subsistencia del sistema democrático, en
medio de los riesgos que, como afirma Francis Fukuyama, conlleva el temor de
convertirse en un Estado fallido, incluidos los Estado Unidos, debido a una
degradación de la democracia a favor de los más ricos y en detrimento del aumento
constante de las desigualdades sociales y económicas, lo cual agrava las
tensiones sobre la inseguridad y el desorden político (Fukuyama, 2017).
De acuerdo con el Latinobarómetro, la conocida encuesta de opinión
pública anual aplicada en 18 países de la región, la confianza en los gobiernos
cayó de 45% en 2009 a 22% en 2018, mientras que la cantidad de personas
descontentas con la democracia aumentó de 51% a 71%, junto con la acentuación
del miedo a la violencia, la inseguridad y una mayor desconfianza hacia las
Fuerzas Armadas y la Policía (Latinobarómetro, 2018). Estas características
hacen que sea mucho más difícil que América Latina impulse una sólida
estrategia de seguridad con criterios de cooperación y ambiciones más definidas
en la globalización, debido precisamente a que el proyecto sobre un exitoso
orden liberal internacional prácticamente habría fracasado, producto de la
vulnerabilidad a la corrupción, la inestabilidad económico-política y una
retórica liberal que oculta prácticas constantemente autoritarias. Estas
condiciones desembocan en un tipo de relacionamiento ambiguo con China que, en
múltiples casos, es vista como una tabla de salvación para preservar la
soberanía estatal, o fomentar un nuevo tipo de imperialismo a través de la
introducción de su monopolio económico; mientras que en otros casos, China es
juzgada con desconfianza y temor (Long, 2018).
El segundo ámbito de problemas y anarquía internacional tiene que ver
con la lógica del balance de poder desarrollado por China, India, Estados
Unidos, la Unión Europea y Rusia en materia de control de armas nucleares.
Ninguno de estos países hace algo definitivo para moderar los riesgos de una
crisis y confrontación bélica, sobre todo cuando se analizan los conflictos
entre Corea del Norte y el Sur, Siria, Irak, Irán o las permanentes tensiones
militares en Osetia. Los conflictos en Venezuela, han hecho que China afiance
sus instalaciones para el rastreo de satélites en la Base Aérea Capitán Manuel
Ríos. A esto se agrega que Rusia también tenga una tecnología cibernética
instalada en la Base Naval Antonio Díaz Bandi en La Orchilla, una isla al norte
de Caracas.
El efecto desestabilizador que emana de Venezuela se articula con
Nicaragua, Cuba y Bolivia. De hecho, la situación boliviana es clave en el
apoyo a Venezuela, tanto para el reforzamiento de un discurso ideológico que
identifica a los Estados Unidos con la única causa del desastre
económico-político venezolano, como para atraer la influencia de otras
potencias que compitan con la hegemonía americana. Si bien el viejo esquema de
la Guerra Fría, de choque entre el mundo liberal democrático y el mundo
comunista desapareció, países como Bolivia todavía reivindican una aparente
idea socialista y anti-imperialista para replantear los problemas de la
dependencia, desde el punto de vista de una soberanía plena de los Estados
latinoamericanos.
Este convincente discurso para la gran mayoría de las masas de poca
educación sobre la soberanía estatal, es aprovechado por China, Rusia e
inclusive por Irán para tener una mayor influencia en América Latina. Bolivia,
como cófrade de Venezuela, no agrega mucho al rediseño de los balances de poder,
ni tampoco afianza la ideología comunista, sin embargo, refuerza una percepción
anticolonialista de no intervencionismo y relativa autonomía que todavía es muy
fuerte en la región (Mignolo, The role of BRICS countries in the becoming world
order: “humanity,” colonial/imperial differences, and the racial distribution
of capital and knowledge, 2012).
Asimismo, Bolivia estuvo cultivando relaciones exteriores con Irán desde
el año 2009, de manera que se abrieron algunos canales de cooperación económica
con el financiamiento de plantas industrializadoras de leche, aunque de por
medio está la posibilidad del suministro de material radiactivo como uranio
(Martínez, 2010). El objetivo sería socavar, a cualquier precio, el cada vez
más deteriorado liderazgo hegemónico estadounidense (Lavie, 2009). Los acuerdos
de cooperación entre Bolivia e Irán llegan a 1.100 millones de dólares,
mientras que China se convirtió en uno de los más importantes acreedores para
el Estado boliviano, llegando a colocar una deuda de 5 mil millones de dólares,
además de grandes privilegios para obtener contratos con el Estado en materia
de explotación minera, construcción de carreteras y asesoramiento para mejorar
la seguridad interna con la Fuerza Pública boliviana. (Ellis, 2016). La triangulación
entre Rusia, China e Irán sería un programa secreto que Bolivia tiene para
recuperar cierta capacidad de acción en contra los Estados Unidos, en la medida
en que Venezuela y Cuba estarían ingresando en un estancamiento político en el
ámbito global.
Los peligros provenientes del contrabando de materiales nucleares,
armamento y tecnología para la guerra, hicieron que las embajadas de China,
Estados Unidos y Rusia, enlacen lo más importante de su política exterior a los
intereses de defensa que ponen en vilo al conjunto de la humanidad. Las
embajadas mezclan constantemente las tácticas geopolíticas, con las previsiones
de no proliferación de armas nucleares, aunque al mismo tiempo intentan
mantener un único fin: un balance de poder favorable y eficaz a sus intereses
económicos que segmenta el orden internacional con países de primera calidad y
otros de segunda. De hecho, a los pocos días de haber sido elegido Jair
Bolsonaro como presidente de Brasil en octubre de 2018, se dio a conocer que
existiría la posibilidad de negociar con Estados Unidos el acceso a una parte
del territorio brasileño para instalar una base militar.
Aquí es donde Bolivia ha ganado cierto terreno a su favor, con el
argumento de superar la dependencia e injerencia de los Estados Unidos,
expulsando a la Drug Enforcement Administration (DEA) y reorientando la
cooperación internacional de la lucha contra el narcotráfico hacia la Unión
Europea. El país andino considera que la soberanía boliviana habría vencido el
prejuicio de ser tratada como una nación mendiga, sometida a la supremacía
anti-imperialista. Sin embargo, la economía de la coca, difícilmente ha
superado uno de sus principales obstáculos: el problema de los circuitos de
producción de cocaína que han logrado conquistar importantes núcleos de poder,
lo cual agrava múltiples aspectos de la seguridad internacional en la guerra
contra las drogas de Sudamérica (The Economist, 2018).
Bolivia está tratando de mantener un difícil equilibrio entre una
relación distante con los Estados Unidos, y la apertura flexible con aquellos
países que promueven una globalización multipolar, aunque en materia de
narcotráfico y trata de personas, las acciones bolivianas muestran resultados
ambiguos: erradicación de cultivos de coca en medio de conflictos políticos y
debilidad institucional para controlar situaciones donde las fuerzas policiales
neutralizan una acción más decidida para castigar la trata de personas, sobre
todo por las vinculaciones entre algunos efectivos policiales y el crimen organizado.
La no proliferación de armas nucleares, la violencia de la guerra contra
las drogas y las pugnas geopolíticas que están impulsando China y Rusia en
América Latina, tiene un trasfondo geoestratégico bien definido: no abandonar
el balance de poder donde los intereses de cualquier Estado son protegidos a
partir de la fortaleza militar (The Weapons of Mass Destruction Commission
(WMDC), 2006). El hecho de no renunciar o no limitar toda carrera armamentista,
tampoco facilita un control más eficaz de los productos nucleares, del
narcotráfico y del crimen organizado, sino que fomenta una concepción
utilitarista y pragmática de las potencias como Estados Unidos, China o Rusia,
poniendo en duda un sistema internacional más igualitario y pacífico.
Globalización e
inseguridades persistentes
La proliferación de intensas revueltas sociales que van desde Santiago
de Chile, Atenas, Madrid, Nueva York, Caracas, Río de Janeiro, hasta El Cairo o
Trípoli, junto con la completa insatisfacción de los jóvenes ante el desempleo,
la falta de oportunidades de vida y una jerarquización internacional de
economías exitosas y mercados emergentes, demanda una nueva estructura
universal de armonía e integración con solidaridad en el ámbito global.
Tanto China como Estados Unidos tendrían que contribuir a la integración
y a la negociación pacífica de Corea del Norte, a su desarrollo y a la
eliminación de la zozobra reduciendo, por igual, todos los arsenales nucleares
en Oriente y Occidente. La comprobación vergonzosa de la inexistencia de armas
de destrucción masiva en Irak, debió servir como lección para impulsar nuevas
formas de negociación con Irán, reconociendo que la mayoría de los países
árabes advierten el peso iraní como determinante, tanto para el éxito económico
del mundo islámico, como para construir diferentes tendencias de integración
político-religiosa en el Medio Oriente.
Una probable invasión militar en Irán para desmantelar su programa
nuclear, rompería cualquier posibilidad de Estados Unidos para preservar su
imagen como una potencia benevolente y liberal-democrática, de tal manera que
su política exterior resultaría demasiado dura, con lo cual su poderío también
seguiría decayendo. El escenario actual se complejiza todavía más, debido a que
las decisiones del Presidente Donald Trump están fomentando mayores riesgos de
intervenciones militares, a partir de visiones que apuntan hacia una
globalización más inestable en materia de seguridad y nacionalismo occidental
blanco-americano (Seligman, 2018).
El éxito económico alcanzado por China, la colocó por encima de
Norteamérica y Europa; por lo tanto, ahora será fundamental un aporte chino al
restablecimiento de los equilibrios en Corea del Norte y al aumento de
iniciativas con mayor fraternidad internacional, en materia de comercio justo y
compromisos para preservar el medio ambiente o los esfuerzos para combatir el
calentamiento global. Pero la represión y el autoritarismo del sistema político
en China, constituyen una hegemonía de viejo cuño, totalmente contradictoria
con las perspectivas de apertura económica e integración globalizada con
criterios de una mayor equidad.
Pensar en un conjunto de cambios necesarios en los balances de poder,
tiene que ver con el surgimiento de nuevas estrategias de justicia
socio-económica y un orbe internacional más pacífico. Aquí destacan con fuerza
la erradicación de la pobreza y las Metas del Milenio. El África Subsahariana y
varios países de América Latina como Bolivia, Haití, Nicaragua, Guatemala y El
Salvador, probablemente no lograrán alcanzar algunas metas para reducir la
mortalidad materna e infantil hacia el año 2030, o el establecimiento de
armazones económicos cuyo objetivo sea mantener fuentes de empleo estables,
ligadas al incremento de los niveles de ingreso digno.
La lucha contra la pobreza, en medio de un sistema internacional de
equilibrios inestables y aspiraciones globales a un aumento de la riqueza
mundial, expresa un nuevo tipo de exigencias. No se puede condicionar el hecho
de vencer la pobreza, a otras políticas o intereses estratégicos para doblegar
gobiernos, sino que se necesitan, en todo caso, mayores esfuerzos de
cooperación (Clark, Helen, 2012; Ellis, 2016). De cualquier manera, en América
Latina los balances de poder relacionados con los Estados Unidos, buscan
siempre destruir la economía de plantaciones de coca, a cambio de mercados para
distintos productos de Bolivia, Perú y Colombia. Asimismo, la integración
latinoamericana está dividida, debido a la probable invasión militar y el elevado
número de víctimas civiles que podría tener lugar en Venezuela. Aquí, las
promesas de una modernidad occidental, ligadas a mejores condiciones económicas
de cooperación para el alivio a la pobreza, presentan un arma de doble filo:
por un lado, una mayor subordinación de Venezuela a los Estados Unidos, y por
otro, la permanencia de tensiones en toda la región, debido a que América
Latina ganaría mucho más si impulsa una concepción de interdependencia y
apertura hacia el Asia (sobre todo China e India).
Las tendencias de una probable explosión demográfica en el África e
India para el año 2050, además de la reducción de fuentes de abastecimiento de
agua, campos fértiles para la agricultura intensiva y las consecuencias
negativas del cambio climático –cuyos efectos serán catastróficos en caso de no
reducirse la cantidad de emisiones de gases con efecto invernadero– exigen que
cualquier discusión sobre los balances de poder, sea reorientada hacia un orden
internacional más humanizado. La guerra contra el terrorismo, el militarismo
desde una diplomacia preventiva y la preservación de concepciones
neocolonialistas, son siempre demasiado violentas, costosas y autodestructivas
(Krasner, 1999).
El comienzo de una segunda década en el siglo XXI demanda transformar la
doble moral y el predominio de estructuras hegemónicas represivas, con la
finalidad de lograr una visión orientada hacia el cultivo de una sociedad
internacional, capaz de contrarrestar las amenazas de su extinción por
indiferencia, irresponsabilidad y por políticas exteriores que desprecian la
solidaridad junto con la cooperación (Buzan, 2004). El sistema internacional en
América Latina tendría que evolucionar más allá de las luchas entre hegemonías
intransigentes que hasta el momento siguen reproduciendo Estados Unidos, China,
India y Rusia.
Reformas inciertas y
post-neoliberalismo en América Latina
América Latina confronta una disyuntiva: continuar impulsando la
integración hacia los mercados mundiales, o reestructurar sus prioridades políticas
en función de una agenda caracterizada por la resistencia y las exigencias de
mayor justicia, similares a las críticas del movimiento anti-globalización.
Esto es lo que condujo a la región hacia los debates en torno al
post-neoliberalismo puesto que otro de los problemas que la globalización hizo
rebrotar es la polarización de los pobres contra los ricos, lo cual revitalizó
el denominado populismo, así como las pugnas entre las posiciones políticas de
izquierda versus derecha, sobre todo por el desprestigio y la desconfianza
hacia la economía de mercado que América Latina experimentó en los comienzos
del siglo XXI (Klein, 2008).
El mercado agrandó la concentración de la riqueza en manos de las élites
económicas y políticas, sembrando el terreno para la intervención de liderazgos
mesiánicos que ofrecieron revoluciones socio-políticas como las campañas
desafiantes de Hugo Chávez en Venezuela y Evo Morales en Bolivia. Este tipo de
líderes fueron transformándose en la bandera de lucha para cuestionar lo poco
que se había construido en materia de cambios productivos, competitividad y
estabilidad de la democracia (Stiglitz, 2012). En estos casos, el populismo
funcionó como un tipo de carisma movilizador de las masas enardecidas por la
desigualdad, generándose fuertes demandas para tener políticas redistributivas.
Las discusiones sobre el postneoliberalismo, han hecho que la economía de mercado
sea equiparada con una maldición global, frente a la cual existirían pocas
alternativas de cambio (Metcalf, 2017). Actualmente, el continente parece
encaminarse hacia una época donde los esfuerzos por llevar adelante diferentes
tipos de reformas, se encuentran frente a un futuro lleno de incertidumbres.
Si reflexionamos con cuidado cuáles fueron las condiciones de
reinstalación de la democracia en América Latina a principios de los años 80,
tenemos que destacar cinco aspectos. Primero: el fin de las dictaduras de
ninguna manera rompió completamente con la cultura autoritaria, ni tampoco con
la debilidad institucional de los Estados. Segundo: la modernización económica
por medio de las políticas de libre mercado, tuvo resultados abiertamente
contradictorios en su relación con la democracia, debilitándola en unos casos,
o simplemente impulsando una relación negativa entre el sistema democrático y
la persistente desigualdad (Collins, 2019). En tercer lugar, la situación
particular de Centroamérica muestra una fragmentación política donde el final
de las guerras civiles y la implementación del ajuste estructural, tampoco
dieron origen a un modelo específico de consolidación democrática. Cuarto:
existe un gran déficit de liderazgo donde los partidos tradicionales o nuevos,
e inclusive las organizaciones de la sociedad civil, no pueden mostrar el
impulso de líderes jóvenes con plena vocación democratizadora. Finalmente, el
quinto factor se relaciona con la imposibilidad de construir una “Gran teoría”
en América Latina, tanto para comprender la sociedad como un todo, o para
identificar opciones de transformación política, económica y cultural.
La descomposición de los gobiernos dictatoriales al final de los años
ochenta vio el agotamiento de un tipo de Estado Autoritario que había dejado de
responder a las necesidades del desarrollo, manteniendo en la pobreza a
millones de personas y fracasando en la construcción de un nuevo orden social y
político para tener Estados fuertes o plenamente soberanos. Las diferentes
dictaduras en Argentina, Perú, Bolivia, Uruguay y Brasil señalaban que era
imposible seguir adelante sin la existencia de nuevos procesos de legitimidad,
participación de la sociedad civil pero sobre todo, sin la posibilidad de
regresar a un escenario con pacificación para llevar adelante los sueños de la
modernización y el desarrollo económico.
El modelo dictatorial de la modernización, vigente entre los años
sesenta y ochenta, desapareció aunque permaneció impasible un conjunto de
aspiraciones al desarrollo, todavía ligadas con factores autoritarios; es
decir, patrones de conducta que trataban de imponer las decisiones por la
fuerza, considerando que la movilización violenta es una constante del orden
político (Passi Livacic, Gastón and Martines Belieiro Jr., José Carlos, 2018).
Desde una mirada puesta en el siglo XXI, el final de las dictaduras no
significó exactamente la fundación de sociedades verdaderamente democráticas,
razón por la cual el análisis de las reformas políticas y el éxito económico,
todavía plantean los siguientes problemas: ¿por qué persiste el autoritarismo y
las debilidades en el Estado para ser respetado como institución soberana,
tanto dentro de los países como en el contexto internacional de la
globalización?
El concepto mismo de reformas políticas tuvo una evolución que fue
transformándose desde una óptica estrictamente pragmática: terminar con las
dictaduras y ejecutar elecciones, hasta avanzar a situaciones más complejas
donde es fundamental reformar las prácticas políticas, las instituciones
estatales en su funcionamiento cotidiano, e inclusive reformar los horizontes
de cambio en el largo plazo, donde la democracia como un conjunto de
procedimientos o la función privilegiada de los partidos políticos, debe
enfrentar otras opciones de reforma, destacándose la democracia semi-directa y
la renuncia a los patrones de poder que fortalecen solamente a las élites
políticas, empresariales, profesionales o culturales.
La preocupación central de las reformas ejecutadas en el periodo
democrático 1985-2010 consistió en encontrar una nueva lógica para el orden
político, concentrándose en la modernización institucional y la necesidad de
mantener constantes los procesos electorales. De cualquier manera, las reformas
olvidaron vincular aquella modernización institucional con la generación de un
horizonte de sentido y transformación claros, lo cual exigía tener un orden
democráticamente estable para la cultura y el propio Estado. Los múltiples
conflictos e insatisfacciones desde la sociedad civil obstaculizaron las
reformas o las suspendieron indefinidamente, como por ejemplo, los fracasos en
el combate a la corrupción y la ineficiencia en los Poderes Judiciales (Méndez
E., Juan, O'Donnell, Guillermo y Pinheiro, Paulo Sérgio (comp.), 2002).
Gran parte de las reformas políticas, especialmente aquellas pensadas
para cambiar profundamente los Poderes Judiciales, mejorar la cooperación entre
el Poder Ejecutivo y los Parlamentos, así como todos los esfuerzos para
implementar políticas sociales de alivio a la pobreza con criterios de impacto
universal, perdieron la posibilidad de convertirse en catalizadores de cambio.
En la mayoría de los casos, se generaron burocracias que manipularon los
proyectos de reforma según objetivos electoralistas.
Las reformas no fueron consideradas como estructuras de comunicación
entre los líderes reformistas, la sociedad civil y las instituciones estatales
eficientes, con el fin de asegurar cadenas de efectos duraderos,
independientemente de las visiones de corto plazo o los intereses políticos,
restringidos a ciertos partidos y liderazgos. Esto hizo que las reformas
pierdan poder, credibilidad y, sobre todo, fueran neutralizadas por diferentes
sectores de la sociedad que rechazaron la implementación de una serie de
esfuerzos reformistas, al constatar la inexistencia de beneficios materiales
directos que cambien los códigos de conducta diarios dentro de una democracia
eficiente y con la capacidad de otorgar oportunidades de vida.
Tabla 1. Tendencias de las reformas en América
Latina
Países
|
Tipo de
reformas 1990-2005
|
Evaluación de posibles impactos e incertidumbres
|
Argentina
Bolivia
Brasil
Colombia
Ecuador
México
Perú
Venezuela
|
-
Reformas económicas de mercado: privatizaciones y
repliegue de las intervenciones del Estado en la economía.
-
Reformas político institucionales: de partidos
políticos, de los Poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial
-
Reformas Electorales.
-
Reformas en materia de políticas sociales: alivio
a la pobreza e incertidumbre sobre la desigualdad.
-
Ajustes o reducción del tamaño burocrático y
administrativo del Estado.
-
Reformas institucionales, sobre la base de
una imitación a las propuestas de modernización provenientes
de Estados Unidos y los países de la Organización para la Cooperación y el
Desarrollo Económico (OCDE).
|
-
Crisis de representatividad los partidos
políticos.
-
Problemas de independencia y conflicto de
poderes.
-
Recurrentes conflictos violentos que marcan
ingobernabilidad.
-
Inseguridad ciudadana y debilidad institucional
de la policía y las Fuerzas Armadas.
-
Deslegitimación del sistema democrático por
crisis de rendimiento.
-
Rechazo a la democracia por sus constantes deudas
sociales en el modelo político y económico.
-
Diferencias medibles entre los ideales de reforma
y los países reales donde persisten la corrupción,
discriminación, desigualdad y abusos de poder.
|
Fuente: Elaboración propia.
La democratización del sistema político y la modernización de los partidos
políticos junto con los sistemas electorales, significó un trabajo e inversión
enorme en toda América Latina. Sin embargo, las explosiones de violencia
constante en la sociedad civil muestran que diferentes clases sociales, pueblos
indígenas y otros grupos de interés no se apropiaron legítimamente de una
agenda de modernización democrática. Los linchamientos para hacer justicia con
las propias manos, la violencia urbana y la resistencia a obedecer los
lineamientos institucionales del Estado en los ámbitos de la gigantesca
economía informal, plantean serios vacíos y acciones inconclusas de
democratización en la sociedad civil y el conjunto del sistema social (Vilas,
2007).
¿Qué es la sociedad civil en tiempos de globalización y por qué
persisten el patrimonialismo y prebendalismo, que van caminando en un continuum
entre la sociedad civil y el Estado, o viceversa? La sociedad civil
latinoamericana es una gran campana de resonancia que tiende a alentar el
prebendalismo, como reacción directa y supervivencia dentro de una serie de
mecanismos egoístas de acción colectiva. La heterogeneidad social y la desigual
distribución de autoridad impiden defender una cultura cívica. La democracia se
oscurece en la vida diaria de la violencia intrafamiliar y la inseguridad
ciudadana. Una característica del postneoliberalismo consiste en una fuerte
interpelación de la sociedad civil que cuestiona las reformas de mercado,
reclama una mayor democratización pero reproduce, peligrosamente, una violencia
soterrada donde las mayores víctimas son las mujeres, las minorías sexuales y
los indígenas, quienes sufren en carne propia la discriminación y los déficits
de las reformas sociales para precautelar sus derechos.
La reproducción casi incontrolada de fundaciones y organizaciones no
gubernamentales (ONG), hizo que diferentes segmentos de profesionales e
intelectuales destruyan las posibilidades de acción independiente y
participativa de la sociedad civil. Las instituciones de desarrollo social y
las ONG no representan a todas las esferas problemáticas de la sociedad civil,
lo cual exige un análisis sobre estos ámbitos en materia de reformas, aplicadas
desde las bases sociales de la autodeterminación y la democracia directa en
América Latina.
El concepto de reforma política cambia desde los perfiles de la sociedad
civil, convirtiéndose en un foco de atracción para los movimientos sociales, e
inclusive en ambiciones mayores donde las reformas se convierten en una
posibilidad de ruptura constante con las relaciones de dominación.
Una revisión de los ajustes estructurales para colocar a todo el aparato
productivo y competitivo en la región, dentro del cauce de la economía de
mercado desde comienzos de los años 90, trae necesariamente a la discusión
aspectos pendientes. Los contradictorios procesos de privatización, el
consecuente desenvolvimiento de los modelos político-empresariales y la
apertura de los Estados ocasionaron, al mismo tiempo, una pérdida de soberanía
política en beneficio de los mercados globales, generándose efectos disímiles
en América Latina. Las privatizaciones debilitaron la infraestructura del poder
estatal, fomentaron en muchos casos la corrupción y distorsionaron la toma de
decisiones, que tiende a ocultar las relaciones poco claras entre los
organismos multilaterales de desarrollo, las transnacionales, los partidos
políticos, la lógica de élites y la reproducción de los pobres en la región
(Chong, Alberto y López de Silanes, Florencio (comp.), 2005).
Chile se presenta como un ejemplo exitoso en este proceso, aunque las
consecuencias de la dictadura militar dejaron intactos muchos aspectos
cruciales como la transición del autoritarismo hacia el fortalecimiento del
presidencialismo y la formación de coaliciones donde germinaron resistencias al
cambio y a una mayor participación de la sociedad civil. Chile todavía es un
país dividido entre aquellos que apoyan las estrategias autoritarias de
desarrollo y modernización, contra otros sectores que esperan mayor pluralismo
y un sistema político que vaya más allá de la plutocracia. Al mismo tiempo,
posee un lastre muy profundo que evita su crecimiento económico de manera más
fluida; según Ricardo Hausmann, director del Centro para el Desarrollo
Internacional de la Universidad de Harvard, el principal problema de Chile es
la incapacidad de las empresas para abrirse a nuevos negocios y crear las
condiciones que permitan a los empleados independizarse y emprender negocios
productivos propios (Guzmán, 2015).
Cuando se habla de crecimiento, Hausmann centra su análisis en cuánta
innovación poseen los procesos productivos con el objetivo de expandirla dentro
de la economía. Chile tiene un grave problema de crecimiento que no se origina
en la incertidumbre frente a las reformas laborales o tributarias, sino en la
cultura empresarial extremadamente cerrada. El ambiente empresarial y de
negocios es excluyente porque se asemeja a una especie de club elitista casi
con los mismos apellidos; si bien se publicitó el cartel de Chile neoliberal y
exitoso, también es muy evidente que no puede competir con otras economías del
Asia debido a la ausencia de innovación y porque los extranjeros y chilenos
talentosos con otro origen, son excluidos. El nacionalismo autoritario heredado
de la dictadura bloquea, tanto las perspectivas de consolidación democrática,
como un futuro económico caracterizado por la innovación y las debilidades en
cuanto a una economía de los conocimientos (Hausmann, 2015).
Los mismos dilemas pueden expresarse en la agenda de reformas para
América Latina porque sigue siendo una incertidumbre si la vía democrática
profundizará el desarrollo, o por el contrario, es la fuerza y la violencia
impuesta verticalmente lo que traerá mejores tiempos para el Estado y la
economía (Lee Bravo, Heilen Isabel y Ciro Jaramillo, Jhon, 2013).
Otros países como Bolivia, Venezuela, Ecuador y Argentina tuvieron
graves problemas que se expresaron en crisis políticas y económicas,
cuestionando profundamente el modelo de economía de mercado, abriendo el paso a
la expresión de alternativas como los movimientos sociales, partidos políticos
de una supuesta nueva izquierda anti-sistema y nuevos caudillismos, aunque
tampoco se despejó el terreno en términos de una mejor calidad de la
democracia.
Es fundamental reflexionar sobre la conformación de partidos y el
nacimiento de líderes donde el debate entre las fuerzas de izquierda
revolucionaria versus las posiciones neo-liberales o de mercado, marcan las fronteras
de una democracia inestable pero, simultáneamente, de regímenes democráticos
más pluralistas donde tienen lugar la fuerza participativa de los movimientos
indígenas, la equidad de género, los movimientos ambientalistas y las
constantes exigencias para tener un Estado protector, en términos de políticas
sociales eficientes, solidarias y universales que traten de erradicar la
pobreza.
En Centroamérica, las discusiones todavía giran en torno a la
reconciliación luego de las guerras civiles de las décadas de los años 80 y
principios de los 90. Si bien cualquier movimiento armado dejó de interpelar a
las masas para actuar en política, la violencia permanente desde los procesos
de desmovilización, presenta la necesidad de estudiar con cuidado el papel del
Estado como estructura plenamente institucionalizada para guiar las decisiones
sobre modernización o su progresiva destrucción, fruto de las amenazas y el
desafío al orden político que detentan diferentes grupos violentos al rechazar
la legitimidad estatal.
En el sistema político centroamericano no está plenamente resuelto el
problema de la solidez y validez de lo que significa un Estado Nacional.
Asimismo, el final de las guerrillas aún no pudo canalizar un nuevo modelo de
desarrollo por medio de los tratados de libre comercio, ya que éste tampoco es
totalmente homogéneo e incuestionable. En varios casos, las élites
empresariales reforzaron las condiciones autoritarias para profundizar la
economía de mercado, instrumentalizándola en el contrabando, la erosión de
marcos regulatorios y el peligro ascendente del narcotráfico que se erige como
amenaza global. Posiblemente, la excepción sea Costa Rica donde hay una
concatenación positiva entre la eficiencia en el funcionamiento del Estado, una
burocracia pequeña pero profesional, la provisión de servicios, el crecimiento
económico y la estabilidad política democrática.
En realidad, Centroamérica concentra las contradicciones políticas de
otros países en la región donde el debate para establecer zonas de mercado
libre, impulsar el desarrollo económico en condiciones de inversión extranjera
e intentar una combinación sin conflictos entre democracia política y
estructuras de mercado globales, resulta en una crisis de identidad
socio-cultural. Esto ha ocasionado la emergencia de fuertes demandas sociales
para posibilitar el desarrollo de un Estado que unifique a las clases sociales
y culturas, antes que utilizar sus capacidades estatales, únicamente como un
conjunto de instituciones subordinadas a la acumulación de capital.
Asimismo, casi todos los Estados centroamericanos han fracasado en su
búsqueda de preservar los mínimos estándares de seguridad, debido a que la
violencia urbana y el crimen organizado generaron tal desequilibrio, que seis
de cada diez migrantes de Centroamérica prefieren lanzarse hacia los Estados
Unidos en las peores condiciones, antes de permanecer sofocados por la posible
desaparición, en medio de un Estado anómico que pacta su funcionamiento con las
bandas de jóvenes vinculados al narcotráfico y la trata de personas (Arguiano
Téllez, María Eugenia y Villafuerte Solís, Daniel (coord.), 2016).
Esta fotografía ganó el premio de prensa internacional 2018. Una mujer
de Centroamérica es requisada por un policía de la frontera en Estados Unidos.
Su pequeña hija llora impotente, reflejando la inmadurez y el fracaso de
América Latina para ofrecer a sus hijos un futuro promisorio.
Conclusiones
En su conjunto, América Latina está, una vez más, frente a múltiples
vías de transición: primero, transita hacia una modernización plena donde las
economías fuertes de México, Colombia, Perú y Brasil específicamente, marcan
diversas oportunidades. Segundo, se presenta una transición difícil y desigual
en múltiples niveles hacia una democracia de baja calidad y posible derrumbe
donde aún existen más de 186 millones de pobres, amenazas de desmantelamiento
del orden político, destrucción del sistema de partidos, el regreso de golpes
de Estado como el de Guatemala en abril de 2009 y el de Paraguay en junio de
2012, así como la instrumentalización de varias reformas políticas y
constitucionales para favorecer las reelecciones de caudillos presidenciales en
Bolivia, Venezuela, Nicaragua, Ecuador e inclusive Colombia. Este panorama hace
que los conflictos de seguridad y los peligros internacionales de crisis
ingobernables tiendan a aumentar.
Una vez más, está pendiente aquella transición hacia la integración con
plena autodeterminación, pues América Latina sigue fragmentada y, por lo tanto,
constantemente debilitada frente a otras fuerzas hegemónicas como los Estados
Unidos, la Unión Europea y el peso específico de China en el contexto
internacional (Kaplan, Banking unconditionally: the political economy of
Chinese finance in Latin America, 2016).
La descentralización del Estado en la región, junto con una mirada desde
los gobiernos municipales, presenta varias incertidumbres porque los problemas
de carácter nacional se han reproducido en una dimensión local como la
apropiación ilegal de fondos públicos, el patrimonialismo, la ineficacia
institucional y el bajo rendimiento en términos de decisiones políticas para
viabilizar un desarrollo municipal duradero y con efectos positivos hacia los
ámbitos nacionales.
Un tema que es muy difícil de ser medido y abordado por los estudios
tradicionales de ciencia política, relaciones internacionales, economía y
sociología, está referido a los liderazgos para el cambio, sea éste
revolucionario, institucional o democrático. ¿Cómo se gestan los líderes en el
siglo XXI y la sociedad del conocimiento? ¿Cuáles son los obstáculos a superar
por los líderes jóvenes y de qué manera es posible construir liderazgos fuertes
en el largo plazo, dentro de las instituciones o en los movimientos sociales de
la sociedad civil? ¿Por qué se ha desvanecido, casi por completo, en las
discusiones políticas y teóricas de hoy, las relaciones entre el desarrollo de
liderazgos transformadores, las perspectivas morales de la sociedad y los
procesos pedagógicos para llevar adelante el desarrollo de las virtudes en los
seres humanos, así como la confianza para forjar un desarrollo con autodeterminación
y proyección de futuro?
Estas problemáticas pueden ser naturalmente ampliadas. Sin embargo,
también se requiere una delimitación teórica e histórica con el objetivo de
precisar y aclarar el lugar en que se encuentran los diferentes países. Esto
significa colocar los análisis en una perspectiva pluralista que facilite
obtener buena información, pero con una visión global sobre la situación
contemporánea de los Estados y las varias manifestaciones de la sociedad civil
en la región.
Un aspecto adicional también queda claro. Aún a pesar de que las
discusiones teóricas e ideológicas en los últimos treinta años sobre democracia
son diversas y con una enorme bibliografía, surge también la constatación de no
tener una Gran Teoría general o ambición de generalización interpretativa sobre
América Latina (Centeno, Miguel Ángel and López-Alves, Fernando, 2000). Este es
otro ámbito de insatisfacción pues desde la academia, una sola teoría desde
América Latina para comprender la misma, hoy en día prácticamente ha fracasado.
Hacia adelante debe clarificarse cuál es la racionalidad de nuevas
reformas políticas, entendidas como procesos de cambio dotados de sentido. Toda
reforma política impulsada con un sentido de racionalidad significa un diseño
observando las circunstancias específicas a reformar pero con el regreso de
utopías y enfoques de futuro. Las reformas no pueden carecer de utopías porque
esto implica vaciarlas de racionalidad. Las utopías políticas tienen que
regresar al debate ideológico del cambio porque especifican dos elementos:
dirección y contenido.
Las reformas políticas se reorientarán mejor, rechazando los abusos del
poder y ratificando una confianza en la Razón como guía de nuevas conductas
democráticas y morales. Aún así, las posibilidades de éxito son inciertas
cuando la Razón se aplica al cambio político, pero es importante optimizar el
papel de las élites, los procesos de legitimación social y el liderazgo de las
reformas. La economía tampoco representa una Razón absoluta de orientación y
éxito en la región, al haberse convertido, en todo caso, en un tipo de
conocimiento que reforzó la irracionalidad de las desigualdades y la desazón
respecto al futuro (Zakaria, 2019).
Las reformas tampoco fructificarían sin un liderazgo y conocimientos
para otorgarles sentido. Por lo tanto, repensar las reformas políticas en
América Latina exige adicionar, necesariamente, un sentido de transformación
que siempre especifique sus fundamentos, que tenga unidad como racionalidad
viable e imagine una finalidad como objetivo futuro y un horizonte alternativo.
Los procesos de complejización hacen que sea cada vez más dudoso tener
un solo marco interpretativo y, por ello mismo, las ventajas de la teoría
democrática en el continente deben descansar en las múltiples visiones, la
irrenunciable crítica y la reflexión sobre varias posibilidades donde puedan
preverse otras perspectivas para una sociedad mejor, facilitando el regreso de
utopías políticas esperanzadoras. Éstas todavía son caminos opcionales hacia un
mundo más humano y noble desde América Latina, como un continente expuesto a su
autodeterminación y también vigilante de su propia consciencia colectiva.
Asimismo, uno de los objetivos cruciales descansa en la necesidad de
contrarrestar cualquier estrategia hegemónica donde la violencia tienda, por la
fuerza, a homogeneizar las democracias, los Estados y las sociedades.
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