SALIDA AL MAR: ¿NO HAY MAL QUE DURE 100 AÑOS?


Si bien el refrán “no hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista” es muy conocido, tiene que reformularse para analizar el conflicto entre Bolivia y Chile sobre el problema marítimo. Desde que Bolivia perdió la Guerra del Pacífico en 1879, el conjunto de diversos tratados para recuperar un acceso al mar, ha caído en un sinfín de callejones sin salida. La invasión chilena fue injusta, sangrienta y arrastró una cadena de animadversiones que se prolongan hasta el siglo XXI. Con la demanda marítima presentada ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ) para reencauzar las negociaciones, Bolivia abrió un escenario interesante pero no por ello exitoso. Todavía resta mucho camino por recorrer y, de buenas a primeras, nadie debería pensar que podemos “obligar a Chile”, ni a negociar, ni tampoco a ceder territorio porque hay una enorme probabilidad de hostilizar demasiado el futuro de los acercamientos diplomáticos.

De hecho, Chile rechazó siempre la demanda marítima, primero cuestionando la competencia de la CIJ para reflexionar y actuar sobre el conflicto relacionado con la salida al mar con soberanía para Bolivia; y segundo, procediendo de manera amenazante porque las relaciones con Chile son muy desiguales, tanto desde el punto de vista económico, como militar. Bolivia está frente a un dilema muy complejo y la demanda ante la CIJ presentará consecuencias de doble filo.

La efectividad de una negociación internacional, siempre se mide sobre la base de los resultados logrados con miras hacia una solución aceptable para las partes en disputa. En el caso de Bolivia y Chile, los problemas se complejizaron demasiado con los resultados del Referéndum sobre el Gas del año 2004. Este hecho marcó una señal muy fuerte en la mentalidad chilena, en términos de un nacionalismo boliviano que se negaba a considerarlos como opción bilateral confiable. Bolivia se negó a la exportación de gas por Chile, creando una resistencia inmediata que despertó mayores susceptibilidades.

¿Cuáles fueron las reacciones chilenas? Las autoridades fueron muy cautas pero simultáneamente expresaron un sentido de superioridad y sutil desprecio por Bolivia, aunque algunos discursos del ex presidente Ricardo Lagos y la prensa chilena, poco a poco reforzaron también una actitud nacional-defensiva al estilo de los Estados dominantes que no se dejan intimidar ante nada. Chile se sabe fuerte, protegerá su soberanía y considera a Bolivia como un enemigo “latente” que le cierra las puertas por medio de presiones con la venta del gas y el acceso a otras fuentes de energía como el agua.

Las negociaciones bilaterales entre Chile y Bolivia no se agotaron, a pesar de los constantes choques. Sin embargo, una reorientación útil y estratégica para las reivindicaciones bolivianas es, precisamente, el análisis de los impactos y las recomendaciones que los diplomáticos chilenos identificaron luego del Referéndum de 2004. El problema del sistema hídrico Silala que pertenece a Bolivia, reabre otro frente de batalla donde los estrategas bolivianos se mostraron demasiado suaves y condescendientes en el periodo 2014-2018. De hecho, debe incorporarse otro conjunto de paquetes de información relacionados con la “crisis energética” chilena, especialmente la demanda de agua. Bolivia tendría que ser más exigente con Chile respecto al Silala. Sin embargo, tampoco se puede dejar de lado otras formas de “cooperación”, por ejemplo en materia de recursos humanos.

Bolivia y Chile podrían tranquilamente intercambiar profesionales con la finalidad de ir mejorando, progresivamente, las relaciones a través de la construcción de canales multidisciplinarios de comunicación intercultural, científica, técnica y experiencial. Esto no significa que deban implementarse formas sutiles de espionaje, sino todo lo contrario: aprovechar las buenas condiciones de educación de alta calidad que, por ejemplo, Chile posee, lo cual también serviría para fortalecer a los profesionales bolivianos. Por contrapartida, la apertura de puertas en Bolivia para mejorar la imagen de los chilenos en el territorio nacional, representaría una opción cooperativa necesaria.

En el periodo 2004-2010, la negociación bilateral fue ineficiente y con altas dosis de incoherencia. Una pauta realista es observar cómo Bolivia comienza algunos conflictos abiertos, incentivando la opinión pública nacionalista. La declaración del presidente Evo Morales en marzo de 2011 para iniciar un proceso contencioso ante la Corte Internacional con el fin de forzar una solución a la demanda marítima, no fue sorpresiva para Chile que utilizó dicha noticia como un dato más de ruptura en la construcción de los procesos de confianza.

Es probable que el “relacionamiento cooperativo” de mutua convivencia y reconocimiento: de chilenos hacia Bolivia y de bolivianos hacia Chile, vaya reduciendo los bloqueos mentales hipernacionalistas. Así, el constante acercamiento construirá puentes históricos de respeto y reconocimiento. El conflicto marítimo desde 1879 es uno de los pocos en el mundo donde el nacionalismo terminó convirtiéndose en la neurosis de los individuos: reacciones intolerantes y ambiguas que cultivan la demencia, distorsionando el análisis de soluciones con justicia. El primero de octubre de 2018 se espera el fallo de la CIJ. Independientemente de su inclinación a favor o en contra de Bolivia, lo que todos debemos reconocer es que la resolución del conflicto marítimo en términos pacíficos y justos, es una exigencia del mundo actual donde predomina la interdependencia. Chile depende de Bolivia, así como Bolivia depende de Chile.

Por lo tanto, la visión debería concentrarse en enfrentar el conflicto desde la perspectiva del reconocimiento de mutuas responsabilidades internacionales, dejando de lado la demagogia, el egoísmo, la electoralización del problema y, sobre todo, reposicionando la alternativa del canje territorial.

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