Chile enfrenta múltiples desafíos luego de la elección
de Sebastián Piñera por segunda vez en la presidencia. A casi un año de su
victoria (diciembre de 2017), podrían destacarse tres aspectos: a) primero, generar
mayor equidad en la distribución de la riqueza, lo cual exige que Piñera
preserve importantes políticas sociales implementadas los últimos quince años
y, sobre todo, retomar la posibilidad de una educación superior gratuita, junto
con la necesaria incorporación de mayores acciones para enfrentar la deuda
social de un modelo económico donde los más fuertes en el mercado son quienes
sobreviven; b) segundo, reconstruir los lazos de solidaridad y crecimiento
económico con igualdad, colocando a Chile en un sitial importante para
demostrar que puede reposicionar en toda América Latina la confianza en las
políticas económicas de libre mercado y de integración dentro de la
globalización; c) tercero, reorientar sus capacidades de integración en Sudamérica,
haciendo énfasis en la región andina, donde Chile todavía representa un país
que prefiere mirar China, Japón, los Países Bajos y la Alianza del Pacífico,
antes que generar mayor equidad también, especialmente si se analiza la deuda
histórica con el acceso al mar para Bolivia.
Piñera y los
valores de la izquierda
La transición de gobierno entre la ex presidenta
Michelle Bachelet y el nuevo jefe del Estado Sebastián Piñera, mostró un giro
político decisivo: la izquierda chilena abandonó el ejercicio del poder luego
de más de 20 años de haber contribuido a la administración estatal con un
criterio absolutamente neoliberal y dejando de lado cualquier dogma extremo y
tradicional referido a la utopía revolucionaria o la transformación radical de
las estructuras sociales. Esta es la marca que acompañó a la izquierda en Chile
desde que Patricio Aylwin fuera elegido en 1989, luego de la derrota del ex
dictador Augusto Pinochet.
Durante la campaña electoral de noviembre de 2017, la
izquierda, sobre todo desde el Partido Socialista, trató de polarizar la
opinión pública enfatizando que los negocios y la política constituyen uno de
los peores enemigos de Chile. El objetivo era desgastar la figura de Piñera que
de acuerdo con la Revista Forbes, está entre los 50 hombres más ricos del
mundo. A esto se sumaba la todavía sólida popularidad de la ex presidenta
Bachelet que pasó a la historia manteniendo a Chile dentro de la Organización
para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), el club de los países más
ricos e industrializados que buscan combinar la economía de mercado con un
sistema mundial de democracia representativa. El retorno de Piñera al poder en
Chile refuerza la victoria de un aire político que muestra a la izquierda completamente
dominada por el mercado mundial, el capital financiero y las gravísimas crisis
de Venezuela y Nicaragua, países donde el modelo del socialismo del siglo XXI
es sencillamente una broma desfigurada y dictatorial.
La buena imagen de Bachelet fue insuficiente para que
su candidato, Alejandro Guillier, pudiera imponerse en las elecciones. La
sociedad chilena eligió a Piñera porque la izquierda y la social democracia en
el poder agotaron su discurso anti-dictatorial, sin modificar en absoluto el
modelo político-empresarial que prevaleció desde el final de la dictadura en
1990. Hoy día, la opinión pública en Chile quiere renovación y entrega su
confianza, una vez más, a la derecha que, en el fondo, significa la
continuación del modelo empresarial y de mercado que la centro izquierda –aglutinada
en la Nueva Mayoría– jamás cuestionó con fórmulas de protección estatal y la
restricción del poder financiero que oprimen profundamente en la política.
Lo paradójico descansa en que Sebastián Piñera, no
solamente venció en la primera y segunda vuelta electorales, sino que como
empresario identificado con la economía de mercado, tendrá a su cargo la
reconstrucción de un Chile más solidario, justo e igualitario, valores que imperan
como el timón ideológico, en medio de un país donde priman la riqueza y el
elitismo en todo ámbito social, cultural, económico y político. Piñera dejó de
ser atacado por varios sectores de izquierda, para asumir una agenda social que
podría cambiar las prioridades su presidencia, identificada normalmente con la
derecha de afiliación tradicional, la liberalización económica, el
republicanismo e incluso los nexos con el pasado del general Pinochet.
Las promesas de reforma del Estado chileno y el sector
privado, colocan al gobierno de Piñera en una posición envidiable. Este
millonario tendrá que mostrar nuevamente sus capacidades de liderazgo, sobre la
base de un escenario donde predominan los valores de izquierda como la
distribución de riqueza y oportunidades para todas las clases sociales,
empujando las señales de una política social que debe ir más allá del mercado
libre. El Partido Socialista fue vencido, a pesar de la sólida figura nacional
e internacional que cultivó Michelle Bachelet, viéndose obligado a contribuir
de manera constructiva, a partir de una situación política donde los imaginarios
de izquierda se mantienen para lograr una transformación del sistema de
previsión social, salud y protección estatal que demanda la mayoría chilena.
Las prioridades inmediatas del actual gobierno se
afincan en salud, vivienda y educación. La agenda social “un techo para Chile”,
“un Chile más solidario” y la campaña “Chile ayuda a Chile”, hubiera sido el
escenario de gobierno que la izquierda siempre ambicionó pero que ahora la
historia pone por segunda vez en manos del millonario y presidente Sebastián
Piñera.
El enfoque
internacional
En cuanto a las relaciones internacionales, Chile
privilegió su integración comercial con las economías de mercados emergentes y más
influyentes, pues sus principales socios de exportación son China, Estados
Unidos, Japón, Corea del Sur, los Países Bajos, Italia y Brasil, el único país
de Sudamérica con quien tiene fuertes orientaciones estratégicas en materia
económica y política. Sin embargo, la Alianza del Pacífico coloca a Chile como
un serio contendor de liderazgo internacional frente al enorme debilitamiento
de Brasil que tiene muchas dificultades para crecer económicamente más allá del
2 por ciento.
A esto se suma que la opinión pública chilena tiene
una visión más cosmopolita de las relaciones internacionales, pues según diferentes
encuestas realizadas por el Instituto de Relaciones Internacionales de la
Universidad de Chile y el Instituto de Ciencia Política de la Universidad
Católica, la gente considera que los objetivos de política exterior deberían
priorizar la protección del medio ambiente, la atracción de inversión
extranjera, la defensa de las fronteras terrestres y marítimas, así como el
combate al narcotráfico y el crimen organizado. Asimismo, está claro que Chile
prefiere postergar el multilateralismo abierto y la integración regional, para
favorecer los acuerdos bilaterales directos, patrocinando específicamente los tratados
de libre comercio que le permitan obtener ventajas directas en cuanto a inversiones
y exportaciones. El área andina no es una prioridad urgente para Chile.
Perú y Bolivia continúan siendo percibidos por los
chilenos como una amenaza y rivales incómodos. Pero, posiblemente, la agenda
internacional de Sebastián Piñera cambiará muy poco, pues el problema de las
fronteras marítimas se mantendrá en los marcos de un tratamiento discreto con
Perú y el histórico conflicto con Bolivia dependerá, como siempre, del incierto
largo plazo en cuanto a una salida soberana al Pacífico, así como persistirá una
relación desigual en sus componentes militares y estratégicos.
La demanda que Bolivia presentó ante la Corte
Internacional de Justicia para denunciar los incumplimientos de Chile frente a
la herida histórica de la usurpación del Litoral boliviano, hace que Piñera
retome una estrategia de concertación y mayor reconocimiento, con el fin de
saldar las deudas históricas. Si Chile refuerza su nacionalismo segregacionista
respecto a Bolivia, entonces retrocederá como liderazgo continental. El reto de
Piñera es brindar visos de solución a un conflicto de larga data, bajo el manto
de una integración más justiciera con Bolivia.
Las buenas relaciones personales entre Michelle
Bachelet y Evo Morales, probablemente nunca jugaron un papel central, puesto
que el fiel de la balanza con equidad no existe. Chile, más allá del importante
cambio de gobierno con un líder de derecha en el poder, mantiene un fuerte
sentimiento nacionalista en los sectores más conservadores que se resisten a
flexibilizar las negociaciones marítimas con Bolivia. Por lo tanto, el
pragmatismo y sentido de oportunidad podrían anunciar diferentes escenarios
entre Piñera y los intereses bolivianos.
Lo que está claro es la continuidad de la política
exterior, pues Chile apuesta por el modelo de globalización económica y los
tratados de libre comercio, aspectos donde sobresalen únicamente las grandes
economías de Estados Unidos, Brasil y la Alianza del Pacífico. Chile todavía
carece de aspiraciones latinoamericanas de liderazgo y esfuerzos
constructivistas para mostrar un nuevo rumbo, apropiándose de las agendas de la
izquierda y la derecha, en busca de una decisiva transformación estatal en
medio de la economía de mercado.
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