No todos los conflictos de gobernabilidad tienen
explicación en la dinámica interior de nuestra cultura democrática, pues
actualmente la profunda influencia de los medios masivos de comunicación en la
vida cotidiana disemina una ideología que expresa cierta ambigüedad entre
radicalismo e imposición autoritaria de las propuestas más absurdas para salir
de la crisis. Los medios de comunicación han estado acostumbrados a transmitir
un conjunto de concepciones donde una expertocracia
ligada a los dueños de periódicos y canales televisivos, concentró cada vez más
las decisiones en las manos de ciertas élites tendiendo a no democratizar las
estrategias de desarrollo y modernización. Al interior de los medios de
comunicación se puede encontrar más confusión que horizontes ideológicos claros
dignos de seguir.
En Bolivia los medios de comunicación pesan demasiado en la mentalidad de la
mayoría y su influencia es ambivalente y dificultosa. Por un lado, los medios
hacen ver un mundo democrático y relativamente igualitario donde muchos tienen
oportunidades de ascenso social; por otro lado, las imágenes de violencia
familiar, étnica y social son expresadas en forma intensiva y sofisticada desde
el punto de vista visual.
El perfil negativo de los medios de comunicación masiva hace que los ciudadanos se encuentren
frente a un mundo donde no saben cómo orientarse claramente, lo cual da lugar a
la anomia colectiva, especialmente en
situaciones turbulentas como los saqueos del 12 y 13 de febrero de 2003, los
enfrentamientos con los campesinos cocaleros en septiembre de 2000 y los
impactos inmensos que tuvieron las declaraciones del ex embajador
estadounidense Manuel Rocha cuando cuestionó la candidatura presidencial de Evo
Morales en el periodo electoral del año 2002.
En teoría, la anomia produce frustración y ésta conduce a
la violencia. Frente a la frustración irrumpe la agresión. El desorden
estimulado por los medios de comunicación liquida la gobernabilidad, exagera
los costos de cualquier crisis y, en consecuencia, la vida cotidiana se atasca
en medio de una cadena amenazadora que cabalga entre la anomia, confusión,
frustración y agresión. El sistema democrático debe encarar las políticas de
comunicación e información no desde un ministerio creado para tal propósito,
sino estimulando en los movimientos sociales y algunas organizaciones de la
sociedad civil, la necesidad de regular
a todos los medios de comunicación.
Por otra parte, la población pobre al conocer un nivel de
vida más alto en los principales centros urbanos por intermedio de los medios
de comunicación masiva, asume dicha influencia como si fuese una posibilidad
inmediata de obtener modernización, y al no poder conquistar el ideal deseado mucha gente elabora una
serie de resentimientos junto con actitudes
antidemocráticas porque cree que al poner en primera línea los beneficios
materiales, todo está al alcance de la mano y todo es posible sin límite
alguno. Así se tienen dos tipos de actitudes: o uno se aferra irracionalmente a
las tradiciones más retrógradas, como es el caso del fundamentalismo étnico, o
uno trata de alcanzar ese mundo de satisfacciones modernas por el atajo más
rápido posible tomando el fusil en la mano como los movimientos sociales
violentos que ponen en vilo la gobernabilidad de cualquier régimen.
En el fondo, las metas de los movimientos sociales
radicales son extremadamente modestas: agua, luz, teléfono, conexión de gas,
viviendas baratas, ingreso a la escuela; aunque sean movimientos
autoidentificados como izquierdistas o indígenas originarios, sus consecuciones
pueden enmarcarse dentro de las metas capitalistas y beneficios de mercado.
Para citar otro ejemplo cercano, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de
Colombia (FARC) expresan una profunda discrepancia entre la radicalidad de los
medios: violencia, secuestro, una gigantesca logística con estrategias
militares imponentes, y la modestia de sus fines que se congelan en metas de
poca estatura: mejor nivel de vida, salud para todos, reivindicaciones que
cualquier reformista puede también lograr sin tanta muerte.
La gobernabilidad está tensionada en la cotidianidad
porque vivimos en una sociedad donde la modernidad, el progreso tecnológico y
la implantación de sofisticados medios de comunicación produjeron un estado de
desconcierto total, en el cual parece que cada uno tiene que abrirse paso en la
vida a codazos incubando
peligrosamente diferentes comportamientos antidemocráticos.
Los medios han instaurado una especie de sociedad de la información donde
cualquier persona accede a un mar infinito de información vía Internet,
televisión por cable, redes globales de datos, o programas de computadoras.
Esto significa que el común denominador de las personas ya no requiere de una
autoridad que defina pautas de conducta o explique el mundo. Para los medios de comunicación masiva, la vida
cotidiana ya no necesita de intelectuales o patrones políticos de democracia,
sino solamente de información.
Si bien es fundamental la dupla información y análisis, los medios de
comunicación tranquilamente pueden controlar y articular la información para
reinterpretarla, orientando a la sociedad mediante diversas explicaciones; esta
acción destruye cada día el rol de los intelectuales y las instituciones
democráticas porque la gobernabilidad está condicionada en gran medida por lo
que muestran o no muestran, por lo que declaran o no declaran los medios
masivos. La gobernabilidad tiende a caer vencida por la era de la información,
donde cada individuo se enriquece a sí mismo y trata de encontrar su lugar en
el mundo, sin necesariamente preguntarse por el destino democrático de la
colectividad en su conjunto.
Los medios de comunicación estimulan una ruptura entre la economía
internacionalizada y los actores sociales fragmentados y orientados hacia sí mismos, más que hacia la vida pública. Cuando
hay esta separación entre la economía, la cultura, el mundo social y político,
la capacidad de integración y politización desaparece desatando una crisis de
gobernabilidad. Por lo tanto, este espacio vacío queda ocupado por los medios de comunicación cuya función no es
negativa en sí ya que pueden contribuir a la formación de una opinión pública
favorable a la democracia. Sin embargo, los medios de comunicación forman una
especie de neblina en la vida
política que no puede transformarse en lluvia; es decir, no puede convertirse en
una gobernabilidad clara con estrategias políticas de integración y visión de
futuro.
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