Este ensayo apareció publicado en un libro colectivo coordinado por mi amigo Israel Covarrubias en México. Figuras, historias y territorios. Cartógrafos contemporáneos de la indagación política en América Latina, México: Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, Publicaciones Cruz O. S.A., 2015. Ofrezco mi capítulo aquí como un homenaje a mi amigo Felipe Mansilla.
Toda
obra teórica y científica en América Latina se presenta como una verdadera
hazaña: en primer lugar porque exige estar alejada de las tenciones políticas
del poder; es decir, no dejarse atraer por el dinero fácil, ilusiones vanas y
aquellas posiciones de influencia que los poderes oficiales ofrecen hasta
encandilar y, finalmente, destruir el pensamiento crítico. En segundo lugar, el
trabajo verdaderamente científico debe estar inmune a las certidumbres que las audiencias dogmáticas piden a gritos tratando
de no caminar sobre las dudas, la innovación y los horizontes abiertos al
descubrimiento. Estas dos características estimulan constantemente el trabajo
de Hugo Celso Felipe Mansilla, el filósofo boliviano que dedicó toda una vida
al estudio de la cultura política autoritaria y el desarrollo del escepticismo
como raíz epistemológica de la crítica racional latinoamericana (Cancino,
2005:7 y ss.).
La
lectura de los libros cargados de ironía y escepticismo son la marca principal
detrás de las tesis filosóficas existentes en las obras de Mansilla, puesto que
nace una sensación de estar lejos del banal realismo para enfrascarnos en la
reflexión decidida a demostrar todas las causas y desvelar todas las razones. En
síntesis, Mansilla invita a confiar en nuestra capacidad racional para comprender el presente, utilizando un
estilo ilustrado que lo coloca en el pedestal de la crítica convertida en incansable
pasión (Mansilla, 1991a).
En
la actualidad, Mansilla es uno de los líderes intelectuales más importantes que
desconfía de todo experimento político y utopía revolucionaria, donde emerge
siempre un tipo de hipocresía, es decir, no todo lo que brilla es oro y tanto
la derecha como la izquierda se esfuerzan para dar cabida a lo más oscuro de
los apetitos personales, degenerando en un conjunto de ideologías justificatorias que
esconden lo más vil del espíritu humano (Mansilla, 2008).
El espíritu perverso, la espiral
envolvente llamada futilidad y el miedo al riesgo
Felipe
Mansilla continúa la tradición crítica de pensadores tolerantes y democráticos
como los aportes a la historia de las ideas de Isaiah Berlin (1992) y el
ensayismo político de Octavio Paz (1994). Esto era de esperarse porque su
pensamiento se enmarca dentro de tres grandes áreas del escepticismo crítico y el desencanto: primero destacan las tesis
del efecto perverso; en segundo lugar
tenemos sus posiciones que giran en torno a la futilidad de toda propuesta de cambio revolucionario o intento de
transformación duradero (Hirschman, 1991: 14-20); y en tercer lugar aparecen
las tesis del riesgo en que caerían
la política y filosofía posmodernas, donde Mansilla se identifica con una
nostalgia por la aristocracia libre de perturbaciones amenazadoras (Mansilla, 1999).
Simultáneamente, afirma que su trabajo teórico puede resumirse en lo siguiente:
Mi preocupación ha sido el individuo
expuesto a los avatares de las sociedades modernas, la persona sometida al
sinsentido de la historia y el destino, el ser pensante topándose con las
perversidades del colectivismo, las tonterías de la opinión pública y las
maldades del prójimo. Yo también experimenté desde muy pequeño la
insignificancia de los humanos frente al mundo: la solidaridad es una actitud poco
frecuente. A pesar de las grandes creaciones de la literatura y el arte,
sentimos que la belleza del universo puede convertirse en un peligro y el
desamparo en la vivencia recurrente (Mansilla, 2009:283).
Es
muy complejo evaluar los aportes existentes en cincuenta y cuatro libros
publicados por Mansilla en Bolivia y España desde 1970. Sin embargo, al
reflexionar sobre Modernización y
progreso en cuestionamiento (Mansilla, 1984), Los tortuosos caminos de la modernidad (Mansilla, 1992), Autonomía e imitación en el desarrollo
(Mansilla, 1994), el artículo “Aforismos
sobre el poder y sus tentaciones” (Mansilla, 1997) y El carácter conservador de la nación boliviana (Mansilla, 2003),
el conjunto de los análisis muestran cómo el capitalismo, la vida moderna y el
socialismo como intento de industrialización acelerada y totalitaria, no han
hecho otra cosa que construir monstruos deformes, lejos del optimismo que la
conciencia colectiva tiene sobre la modernización y el logro de una sociedad
más humanitaria. Esto hace que dichos libros entiendan a la perversidad como un conjunto de acciones deliberadas incapaces de
mejorar algún rasgo del orden político, social o económico. Dichas acciones, al
mismo tiempo, sirven para exacerbar lo más negativo de las condiciones que en
algún momento se deseaba remediar.
Para
Mansilla, las sociedades pre-modernas, el subdesarrollo, la gravedad de los
problemas ecológicos y una eventual superación de nuestras tradiciones
autoritarias en América Latina que vienen desde la colonia española, terminan
por convertirse en fenómenos contradictorios a los que se opone otro tipo de
reacciones imprevistas e insatisfactorias: imitando al Occidente industrial
hegemónico y exitoso, de igual manera lo repudiamos y, por último, queremos
reproducir incluso las consecuencias nefastas de la modernidad como la
degradación medioambiental, la banalidad del marketing consumista y la ausencia de una conciencia crítica que
sepa diferenciar entre lo positivo y perjudicial de los procesos de
modernización. Por estas razones, América Latina tiende a desembocar en
situaciones perversas y destructivas.
A
estos análisis sobre la perversidad también se suman las novelas como Laberinto de desilusiones (Mansilla,
1984), y Consejeros de reyes
(Mansilla, 1993), que destacan por sus afirmaciones contundentes en contra de
las utopías revolucionarias y de crueldad innata que tiene la praxis política,
al embelesar a todo ser humano con las promesas del poder, generando un
resultado opuesto al bien colectivo y
al cultivo de la virtud en cualquier hombre. Por lo tanto, Mansilla cuestiona
“¿no estoy ya en medio de la pestilencia más atroz que es el deseo de gobernar
y mandar en el fondo del saco de pus que es el poder? ¿No me hallo acaso, como
lo manifiestan las pesadillas, en lo más hondo de un pozo repleto de cadáveres
[…]?” (Mansilla, 1993:216), todos ellos víctimas de los efectos perversos que
generan la política y la modernidad.
La
segunda directriz que caracteriza al trabajo de Mansilla son sus hipótesis
sobre la futilidad. Éstas consideran que las tentativas de transformación
social revelan una esperanza, la cual, vista con mayor objetividad, queda
invalidada porque, sencillamente, no logra hacer casi ninguna mella en la realidad enferma de
vulgaridad, donde la falsedad de los líderes profanos y el compromiso
disfrazado de utilitarismo, no favorecen sino los intereses más mezquinos que
socavan las buenas intenciones y pervierten toda lucha por el cambio.
Remolinos
de ideas sobre la futilidad sustentan las reflexiones de Tradición autoritaria y modernización imitativa (Mansilla, 1997), y Posibilidades y dilemas de los procesos de
democratización en América latina (Mansilla, 1991b), ensayos donde destaca
una desconfianza respecto a toda voluntad humana que, contrariamente, sólo
busca la megalomanía socio-política porque los grandes proyectos de
transformación pueden:
[…] degenerar en fuerzas demoniacas y
autodestructivas mediante el mal uso de los avances tecnológicos. El hombre, como
ser finito y, simultáneamente, inclinado al desacierto, a la soberbia y a la
sobreestimación de sí mismo tiende a considerarse la constancia y el telos
del universo, y puede, por lo tanto,
transformarse en un ídolo altanero que siente apetito por sacrificios
sangrientos y que pretende la mutación del universo según sus fantasías insanas.
En una época en la que éstas pueden devenir realidad mediante el progreso
científico y técnico, la fe religiosa puede significar un contrapeso al arcaico
pecado del orgullo disfrazado de proyecto tecnológico (Mansilla, 1997: 256).
Como
columnista de destacados periódicos de La Paz, Mansilla explicó con total dramatismo
que la esperanza no es otra cosa que una forma de vanidad frente a la cual todo
esfuerzo de cambio cae atrapado dentro del suministro viciado del pre-consciente colectivo, escenario de
valores preconcebidos que impedirá los intentos por superar nuestra cultura
política autoritaria, regazo donde la mayor parte de nosotros se niega a
abandonar el centralismo estatal, el neo-patrimonialismo, el irracionalismo, el
machismo y las corrientes antidemocráticas que representan los enemigos más
peligrosos del pensamiento crítico.
El
tercer rasgo que distingue a la epistemología critico-escéptica de Mansilla es
la tesis del riesgo. Sus libros como Espíritu crítico y nostalgia aristocrática (Mansilla,
1999),
Lo propio y lo ajeno en Bolivia (Mansilla, 2000a) y La
difícil convivencia (Mansilla, 2000b), argumentan que el costo del cambio o
reformas planteadas por las ideologías nacionalistas, socialistas o liberales
contemporáneas, fue demasiado alto porque llegaron a poner en peligro algún
logro previo y sobre todo, lo más apreciado de la época aristocrática, no
porque ésta represente a una forma social superior o mejor, sino porque la
actual sociedad de masas endiosó la trivialidad y trata hasta el día de hoy de
aplacar al escepticismo como un vasto horizonte que se muestra contrario a la
estrechez de mente. El contenido positivo del escepticismo es el individuo
libre, crítico, pensante y absolutamente consciente de todas sus limitaciones
(Horkheimer, 1982:145-159).
Asimismo,
Mansilla duda de las teorías sobre la posmodernidad y de cualquier ambición por
una mayor participación popular que reduce lo racional a las posiciones
endebles del relativismo y el multiculturalismo, considerado no como una
doctrina que busca una genuina comprensión flexible y democrática del otro, sino como una forma elegante o
congruente con las modas intelectuales del día que se destacan por su
indiferencia ética y pereza intelectual que evita cualquier responsabilidad
seria. En consecuencia, el escepticismo de Felipe Mansilla criticará siempre a
las propuestas políticas como los plebiscitos que son utilizados por los
caudillos como referencias épicas de referéndum, cuando sencillamente son
procedimientos incompetentes para resolver la complejidad y los dilemas de las
democracias modernas.
Frente
a los efectos perversos y sueños fútiles de un orden social superior o
técnicamente perfecto, Mansilla también considera que las teorías indigenistas
son entusiasmos ingenuos porque todo retorno a un periodo que exalta al mundo
indigenista sojuzgado, es otra calamidad que se agrega a nuestra contradictoria
vida moderna. Las culturas ancestrales son abiertamente conservadoras,
convencionales, autoritarias y resistentes a los criterios racionales que abren
los rumbos de la incertidumbre.
En
este caso, la crítica conduce a Mansilla hacia la búsqueda de lo más fino de
una aristocracia que supuestamente
podría preservar valiosos elementos del mundo no racionalizado instrumentalmente;
es decir, ir más allá de la modernidad o contra ésta, y contribuir a dar un
sentido de conformidad e identidad a la comunidad del mundo pre-moderno,
precisamente porque pueden rescatarse valores estéticos superiores y porque la
crítica del racionalismo simboliza la continuidad con el pasado histórico de
toda la humanidad. Por lo tanto, sería fundamental construir una síntesis entre lo tradicional y lo moderno (Mansilla,
2007a).
Esta
particular visión aristocrática y crítica constituirá una especie de lugar de paz, aunque sin superar el
miedo al riesgo de ensayar nuevas propuestas, por lo que para Mansilla, la
praxis política continuará siendo un campo de batalla improductivo. Si la
praxis política siempre es contraproducente, surge una profunda sensación
trágica y, al mismo tiempo, nihilista que prefiere reposar en las fronteras de
la inacción, en el espacio de la ironía que buscará desenmascarar las mil
mentiras de nuestra realidad pero dejándola tal como está para no empeorar las
múltiples gangrenas de la sociedad.
Aquí
se hace necesario criticar al crítico porque su pensamiento da lugar a que todo
se paralice y, por lo tanto, la actitud crítica va convirtiéndose en un sedante
mágico que prefiere el aposento caliente de las ideas y la exclusiva reflexión.
Dentro del pensamiento de Masilla se ha consumado un aletargamiento decidido a
negar la voluntad por hacer que, tal
vez, termine reduciendo el pensamiento crítico a una forma de entretenimiento,
sobre todo cuando este tipo de trabajo teórico es atrapado por la cultura de
masas dominada actualmente por los medios masivos de comunicación (Revel,
1993).
El escepticismo como fortaleza teórica
La
vitalidad de la epistemología crítico escéptica de Felipe Mansilla es indudable
para contrarrestar la ola de sentimientos apocalípticos y espejismos que
provienen de las ofertas teóricas donde únicamente está presente un collage de ideas al azar.
Ya
sea por el miedo a un súbito ataque a las convicciones más profundas, o por
explosiones sociales donde la seguridad y los derechos humanos distan mucho de
estar garantizados por completo, es notorio el brote de fatalismo sutil o
abiertamente declarado frente a la complejidad actual que envuelve en un
conjunto de incertidumbres a las viejas certezas teóricas, políticas e
ideológicas que terminan cayéndose como escamas inservibles a nuestro alrededor
(Castro-Gómez y Mendieta, 1998:14).
Esto
no quiere decir que debamos escondernos en las angustias del pasado, rezando
para el renacimiento de las fuerzas de un Estado controlador y protector, o
para el regreso de diferentes tipos de dogmatismo, siempre disponibles para
ofrecer soluciones ficticias al calor del autoritarismo, el liderazgo mesiánico
y el populismo irresponsable que ofrece cualquier cosa, sabiendo que no podrá
cumplir nada.
Todo
desconsuelo moral e indignación con las actuales formas de hacer política,
tienden a convertirse en escepticismo
político dentro del pensamiento de Felipe Mansilla; es decir, sus tesis
dejan entrever una forma de resistencia para
transformarse en un fenómeno supra-individual: el racionalismo crítico y
vigilante que no deja de dudar para interpelar a la realidad.
De
esta manera, Mansilla recoge lo más destacado de la herencia de Karl R. Popper,
para quien no existe ningún criterio absoluto de verdad. Aun cuando hayamos
alcanzado la verdad, nunca podremos tener certeza de ello. Existe un criterio
racional de progreso en la búsqueda de la verdad, y por lo tanto, un criterio
de progreso científico estrechamente unido a la idea de una ciencia entendida
como actividad crítica y donde un
escepticismo avizor facilita el examen crítico de nuestras hipótesis (Popper,
1994:62-63).
El
escepticismo significa no confiar en un sistema de pensamiento omnicomprensivo,
es poner en tela de juicio una supuesta felicidad dominante, desconfiando de
aparentes fuerzas que nos permitirían alcanzar un edén sin contradicciones y
especialmente sin esfuerzo. El escepticismo es un clima de opinión y actitud
razonada cuyo proyecto y sugerencias tienden a construir una concepción
política sustentada en la prudencia, la vigilancia epistémica y el
reconocimiento de nuestros límites y posibilidades escasas, sabiendo que somos
seres finitos y completamente falibles (Mansilla, 2006a). El espíritu escéptico
en Mansilla es todo lo contrario de la inútil inmortalidad en que creen habitar
los líderes orgullosos de sus vanidades y las lógicas de pensamiento
irrefutable.
La
crítica impenitente es el sello del escepticismo que jamás pensará en instaurar
paraísos sociales, sabiendo que la naturaleza humana es hipócrita y cambiante
según el oportunismo del momento. El escepticismo político impulsado por
Mansilla no trata de resolver los problemas por medio de soluciones inmediatas,
ni tampoco busca adormecer la reflexión bajo el manto del conformismo tímido o
el aburrimiento que clausura la existencia dentro de una vida abúlica y llena
de superficialidades.
El
escepticismo presente en las obras de Mansilla constituye una búsqueda ética que permite consolidar la
conciencia. Esto quiere decir que la mente abierta hacia las novedades, el
conocimiento y la honestidad, se alejan de toda creencia cerrada. La
epistemología crítico escéptica que irrumpe con el final de las ideologías del
antiguo sistema de valores fundados en fines absolutos: meta-historia,
comunismo, revolución, desarrollismo y crecimiento económico a toda costa,
debería convertirse en un estímulo para reflexionar sobre el sentido de toda
premisa y fundamentos teóricos sin ataduras, absteniéndose de participar en las
aclamaciones que rinden pleitesía al estatus quo y al avance neoconservador
que pregona la inutilidad de cualquier reforma o cambio. Si queremos cambiar,
cualquier cambio debe comenzar en las ideas, la convicción y la mente donde el
escepticismo da inicio a un aprendizaje maduro sabiendo que todo es pasajero e
indeterminado (Gensollen, 2006).
Desde
una perspectiva manifiesta, el escepticismo político de Mansilla se expresa en
las críticas que los hombres de ideas de la sociedad civil plantean a las
instituciones democráticas, la dinámica cultural y hacia el sistema de partidos
políticos. El escepticismo, en este caso, estimula el cambio por medio del
cuestionamiento al desempeño mediocre de las instituciones y los líderes, pues
tiene los pies sobre la tierra para no hacerse embaucar con promesas
inservibles.
El
escepticismo demanda, al mismo tiempo, recambios ideológicos y nuevas
concepciones. En otras palabras, exige una nueva ética crítica y una política
diferente que reconcilie el conocimiento de la realidad con soluciones
parciales pero concretas y para casos específicos. Si hay un verdadero enemigo
del escepticismo es aquella forma de hacer política que cree en
transformaciones revolucionarias y profundas para marcar la historia, cuando a
lo que se llega es una equivocación violenta por el hecho de forzar revoluciones sociales.
La
ética crítica en Mansilla sugiere dejar de lado toda consideración por sus
inclinaciones y refugios de certeza incuestionables. La inclinación o
preferencia ideológica no pueden ser motivo de un nuevo tipo de acción moral
porque ésta deberá realizarse según el
mejor saber y entender y a conciencia: esto implica tener cordura de las
acciones y conciencia que justifica las mismas, no mediante un fin ulterior
(dogmatismo) a cuyo logro podría servir como medio, sino que la conciencia
crítica prescribe las acciones sin condiciones y sin consideración por las
inclinaciones que podrían oponérsele (Nelson 1988:263-264).
Los aportes a la filosofía de la
historia
La
producción filosófica en Bolivia y América Latina se ha reducido drásticamente
debido al descrédito de las ciencias sociales en el siglo XXI y la devaluación
del pensamiento fruto del show mediático que, hoy en día, inunda las esferas de
la opinión pública. Precisamente por esto representa una alegría acceder a las
contribuciones de Mansilla a la filosofía de la historia, donde destaca su
libro Evitando los extremos sin claudicar
en la intención crítica. La filosofía de la historia y el sentido común (2008).
Se trata de otra gran obra cuya dirección apunta hacia otros aportes en la línea
latinoamericana heredada desde Leopoldo Zea con su Latinoamérica en la encrucijada de la historia (1981).
El
eje central del estudio responde a cuestiones como: ¿tiene la historia un sentido específicamente predeterminado?, ¿La
modernidad revela siempre sus aristas más horrorosas como el totalitarismo y la
barbarie, reduciendo toda confianza en la razón a un ensueño que desilusiona a
la humanidad y frente a lo cual no queda otra alternativa sino domesticar a la
misma razón por medio del compromiso ético? En realidad, son problemáticas que
Mansilla cultivó los últimos veinte años porque su pensamiento muestra suma
lucidez sobre las múltiples contrariedades de la modernidad, erigiéndose como
el teórico escéptico más importante de América Latina que va deconstruyendo
cualquier teoría de la modernización, debido a sus abordajes globales para
comprender el pasado y los rumbos posibles del futuro en la región y nuestra
época.
Además,
debe agregarse una distinción especial: Mansilla toma posición a favor de
juicios de valor en el desarrollo del conocimiento científico en las ciencias
sociales, afirmando: “Debemos atrevernos a juicios valorativos bien
fundamentados sobre las cualidades intrínsecas de los modelos civilizatorios
del planeta” (Mansilla, 2008: 14). Académicamente, el libro es un tributo al
trabajo erudito por la exhaustiva revisión bibliográfica y el análisis desde
diferentes perfiles en torno a las supuestas leyes obligatorias de la evolución histórica, la necesidad de una
teoría critica de la modernización, las confusiones y tretas ideológicas del
debate en torno al universalismo y particularismo, y un aporte sumamente
necesario en las ciencias políticas latinoamericanas: el desarrollo de una teoría critica del totalitarismo para el
siglo XXI.
Las
principales reflexiones de Mansilla expresan tres momento a lo largo del libro:
primero, la historia no tiene un sentido
particular y mucho menos un destino sujeto a leyes trascendentes, susceptibles
de descubrimiento. Segundo, si el conjunto de peligros que laten detrás de la
modernidad en sus diferentes expresiones tienden a entronizar la racionalidad
instrumental -es decir, el cálculo productivista del capitalismo industrial
depredador- entonces corresponde a los intelectuales una postura comprometida
con el sentido crítico, que para Mansilla se manifiesta en la admiración dentro
del cosmos, en el reconocimiento de la falibilidad del saber humano y en la
prudente aceptación de que cada una de nuestras vidas es transitoria y endeble,
motivo por el cual deberíamos contentarnos con la obligación ética para dudar de cualquier utopía y los embustes de
líderes irresponsables (Mansilla, 1976). Tercero, Mansilla plantea que no
estaría mal rescatar los aspectos más humanizados del mundo tradicional (por
oposición a la modernidad) y de las creencias religiosas para apreciar más de
cerca el valor de todo ser humano, al margen de experimentos revolucionarios
que tranquilamente degeneran en masacres indescriptibles.
En
Mansilla, la filosofía de la historia retoma sus consideraciones sobre el efecto perverso; es decir, es pesimista
en torno a toda propuesta de cambio revolucionario o intento de transformación
mesiánico. Mansilla quedó profundamente decepcionado, como muchos también lo
estamos, con los atroces resultados teóricos y prácticos del marxismo y el
comunismo; en consecuencia, Mansilla establece algo que los científicos
sociales nunca deberíamos olvidar:
El marxismo como doctrina institucionalizada prescribió un modo lógico y un modo histórico de comprender la evolución humana: mientras el primero, basado en los inalterables principios y modelos de la dialéctica materialista, persiste en su validez a través de las edades a causa de su carácter abstracto, purificado de los hechos aleatorios de la esfera empírica, el modo histórico puede producir fluidamente conocimientos, teoremas e hipótesis en torno a los asuntos humanos que pueden ser superados por el desarrollo efectivo de los mismos, sin que esto afecte en lo más mínimo el modo lógico [...] Este conocido programa ha mostrado ser una enorme contribución a la dogmatización del error y al establecimiento de una estrategia intelectual que se inmuniza frente a toda crítica (Mansilla, 2008: 72-73).
El
marxismo fue uno de los edificios teóricos más notables de la modernidad y como
tal, responsable no sólo de los fracasos de toda utopía política, sino de haber
cercenado el sentido común reemplazándolo por una oferta societal nebulosa y
vanamente inhumana, pues el materialismo histórico y dialéctico constituyeron
una secularización revolucionaria pero pagando el alto costo de transformarse
en una teología autoritaria, materializada en los regímenes marxistas, leninistas
o maoístas de la desaparecida Unión Soviética, Corea del Norte, Casmodia,
China, Cuba y los fallidos movimientos guerrilleros en Nicaragua, El Salvador,
Colombia o el terrorismo sanguinario del extinto Sendero Luminoso en Perú.
Mansilla retoma de forma magistral algo que ha quedado olvidado en el siglo
XXI: los desastres del comunismo deberían servir de escarmiento para vivir con
lo inevitable de las contradicciones humanas, al mismo tiempo que también
debería estimular una mirada más sencilla, humilde y de sentido común para
mejorar las calamidades sociales y políticas (Sartori, 1994; Paz, 1990).
La
historia no tiene ni tendrá nunca un sentido predeterminado pues no existe
ningún demiurgo que sopla sus leyes de cumplimiento ineludible, pero tampoco
tiene la razón moderna ninguna fórmula de transformación y progreso que la
humanidad pensó encontrar desde el nacimiento del Iluminismo. No hay destino ni
sentido absolutos, pues tanto el socialismo -que para Mansilla era otro intento
más de modernización imitativa- como las sociedades opulentas del capitalismo
contemporáneo, prometen bienestar a todos pero generando una inexorable
destrucción equivalente, de manera que la única solución viable es volver al
principio clásico de la moderación:
algo que es fácil de enunciar y difícil de llevar a cabo (Mansilla 2008:
287-303).
Si
la sociedad industrial y los procesos de globalización quieren evitar los
extremos, la entropía social, la crisis ecológica y demográfica, así como la
democracia alienada y convertida en farsa tecnológica manipulada por los medios
masivos de comunicación, entonces lo más recomendable es propugnar un equilibrio, es decir, apuntar hacia los
términos medios utilizando el sentido común guiado críticamente que según
Mansilla exhibe un aspecto importante: guardar distancia frente a todos los
intentos por modificar radical y racionalmente el mundo y la historia,
sopesando los resultados poco valorables de los experimentos revolucionarios a
lo largo del siglo XX.
La
filosofía de la historia en Mansilla critica las ideologías posmodernistas que
representan esfuerzos desordenados para los cuales existe una variedad tan
inmensa de valores axiológicos y modelos de organización social, que resulta
imposible hacer comparaciones y menos aún establecer jerarquías y gradaciones
entre ellos. Para Mansilla, los posmodernistas son sencillamente oportunistas
capaces de tolerar, por comodidad, cualquier régimen despótico y cualquier
práctica autoritaria, disfrazando su irresponsabilidad con el ropaje del
relativismo ético y teórico, una tendencia que se expande vertiginosamente en el
trabajo académico del siglo XXI.
Esta
dura crítica se estrella posteriormente contra los intentos de modernizaci6n
imitativos que caracterizan al Tercer Mundo y específicamente a nuestra América
Latina. Mansilla considera que si también fracasó la confianza en la revolución
y el progreso en el mundo en desarrollo, permanece la amenaza del desorden, del Estado anómico y de los resultados destructivos de la modernización
porque la cultura autoritaria de América Latina se desliza peligrosamente hacia
una modernidad copiada de las sociedades aparentemente triunfantes de Europa o
Estados Unidos, pero bajo el asomo del totalitarismo que en nuestra región
asume la forma del populismo latinoamericano.
Una
de las reflexiones más precisas del libro se halla cuando Mansilla -retomando
ideas de Erich Fromm- considera que el pensamiento crítico sólo puede ser
fructífero, si está unido a la cualidad más valiosa del ser humano: el amor a la vida. El sentido común
guiado críticamente, para Mansilla expresa que nuestra vida es corta y
demasiado inconsistente para aventurarnos en aspiraciones totalitarias.
Al
finalizar la lectura de Evitando los
extremos, nace una sensación de liberación, apertura hacia nuevos temas de
investigación pero también una duda sobre si la epistemología critico-escéptica
de Mansilla cumple una función de estar alerta con la producción de ideas, o el
mismo Mansilla se convirtió en una especie de rebelde metafísico que, si bien
jamás suscribiría ningún tipo de postura revolucionaria dogmática, anhela una
sociedad más esclarecida, deseosa de responsabilidad pero sin aclarar del todo
si hay algún mapa cultural epistemológico para llegar al éxito. ¿Sera que la
humanidad es tan esquiva con su propia felicidad, con su ciencia y razón o es
que Mansilla, en el fondo, se rebeló contra su propio racionalismo?
Estamos
de paso y es mejor apreciar la vida humana conociendo nuestras limitaciones
políticas y teóricas. En esto estamos de acuerdo; sin embargo, la filosofía de
la historia en el pensamiento de Mansilla también da la impresión de que se
acerca mucho al existencialismo porque no basta con condenar a todos los
hombres y a uno mismo. ¿Sera que el sentido común es un intento por devolver el
reino humano al nivel del reino de los instintos? El rechazo con que Mansilla
trata a las contradicciones y la doble moral con la cual muchas veces se
manifiesta la razón moderna, posiblemente regrese hacia lo elemental que es uno
de los signos de las civilizaciones en rebeldía contra sí mismas.
El
escepticismo crítico de Mansilla se transformó en una rebeldía metafísica pues
ya no se trata de parecer, por un esfuerzo obstinado de la conciencia, sino de
no ser en tanto que conciencia. Así, la filosofía de la historia de Mansilla se
encuentra a la altura de El hombre
rebelde de Albert Camus (2005), invitándonos a la búsqueda de una nueva actitud ética.
Por
su parte, y en medio del escepticismo que se confunde con la desesperanza,
mucha gente piensa que todo estaría fuera de control ya que la normalidad
parece disolverse al calor de múltiples transgresiones. Otros consideran que
estamos ante una encrucijada moral sin posibilidad de alternativas y temiendo
que en cualquier momento quedemos atrapados en la destrucción del orden social
(Lipovetsky, 2002). Por lo tanto, nada estaría tan hondamente arraigado en
nosotros como el deseo de una ley del
equilibrio en la temperatura moral (Kolakowski, 1970); es decir, la súplica
para que el mundo en que vivimos gire hacia un estado de cosas donde el mérito
y el trabajo, la culpa y el pecado sean pagados justamente; donde el mal sea
castigado como se merece y el bien encuentre su premio decisivo; donde surja el
día para superar toda injusticia; en fin, una situación en la que los valores
humanos alcancen su plena y definitiva realización.
El
escepticismo crítico de Mansilla ayuda a preguntarnos: ¿pueden ser realizados
plenamente los valores humanos que nosotros reconocemos? ¿Se mueve la historia
en una dirección determinada, la cual promete una compensación última y una
justicia universal?, ¿estamos abandonados ante el destino como una fatalidad?
La
historia de las religiones del mundo muestra innumerables respuestas a estas
preguntas, pero Mansilla también explica que la política es otra contestación
porque aun sin apelar a Dios, resulta posible consolar a los hombres con la
promesa de un final feliz hacia el que se encaminan los sufrimientos y fatiga.
Tanto la teología como la política (sucesora de la religión en la sociedad
moderna) tratan de ofrecer un más allá gratificante o un juicio final
histórico.
En
consecuencia, la vida de mucha gente tiende a moverse en dos sentidos: por un
lado, existe el riesgo de perder los valores presentes a cambio de los valores
últimos de un más allá esperado, los cuales son mejores pero quizá ilusorios;
al contrario, hay quienes piensan en el riesgo de perder valores mayores por
dilapidar la vida en los valores del día Entonces: ¿vale la pena esperar un
juicio final, o todo da igual pues la vida no es más que un desengaño?
En
medio de estas concepciones existe la idea -pesimista y optimista al mismo
tiempo - de que en la historia de la humanidad nada ocurre en vano, nada puede
perderse y todo sufrimiento es cuidadosamente anotado en el registro de la
historia o de la misteriosa lógica del universo, creciendo así la esperanza de
obtener beneficios para las generaciones futuras. Esto es una ilusión que
favorece la pereza, el conservadurismo y la desidia, de tal manera que algunas
expectativas se convierten en un escudo protector, detrás del cual podemos
esconder nuestra pasividad frente a los auto-reproches y frente a la crítica
racional.
Creer
en un juicio final o pensar en que las cosas que sufrimos tienen un fundamento
después de todo inevitable, es un intento de encontrar respuestas fuera de
nuestra propia vida, un sostén que sea absoluto; es decir, es la insistencia de
seguir abrigando dogmas y certidumbres hechas a medida. Surge entonces la
cuestión de: ¿en qué medida el individuo puede o no puede resistir a los
influjos independientes de él y que determina su conducta?, ¿hasta qué punto el
individuo es responsable de su conducta o atribuye esa responsabilidad a otras
fuerzas sobre las que no tiene poder?
En
gran medida, vivimos el peligro de la irresponsabilidad como modo de vida, ya
que la tendencia a encontrar certidumbres de todo tipo oculta el creciente
apego a responsabilizar a otros por la pesada carga que llevamos al cometer
errores y abrirnos hacia lo incierto. Cada vez se impone la tendencia a
encontrar culpables, allí donde estos son necesarios para eximirnos de nuestras
equivocaciones o, en caso contrario, para acercarse al regazo de líderes
carismáticos y poderosos tratando de lograr protección.
El
espíritu crítico-escéptico contribuye a no perder el sentido de la responsabilidad personal, sino que impulsa a tomar
decisiones a favor de una visión del mundo que nos abra ciertas perspectivas
para hacer coincidir elementos como valentía sin fanatismo, inteligencia sin
desesperación y esperanza sin absolutismos.
En
las tesis sobre el sentido común que Mansilla defiende para sustentar su
filosofía de la historia, el recurso más apto para combatir la
irresponsabilidad es una nueva actitud
ética como oportunidad humana. Ésta sería el intento racional de averiguar
cómo vivir mejor y organizar nuestra existencia, huyendo de la estática
asfixiante de un orden de cosas que evita tratar a las personas como a cosas y
a las cosas como a personas. La ética y el sentido común en Mansilla
permitirían reinventar nuestra vida y no simplemente vivir los supuestos
proyectos que otros han inventado para uno. La ética critica viabilizaría la
responsabilidad con uno mismo.
La
ética inspirada en el escepticismo crítico recupera la noción de libertad y amor propio, dejando a un
lado cualquier desmoralización siniestra (Savater, 2008). Algunos replicarán:
estamos tan profundamente programados por la naturaleza y la sociedad que se
hace imposible ser libres o elegir cómo vivir mejor sin recurrir a la autoridad
o a un ser omnipotente; sin embargo, por mucha programación biológica o cultural
que tengamos, siempre podemos optar finalmente por algo que no esté en ningún
programa político o escatológico; podemos decir sí o no, quiero o no quiero,
sin tener nunca un solo camino a
seguir sino varios. La epistemología critico-escéptica de Mansilla aporta a
inventar y elegir, en parte, nuestra forma de vida: elegir dentro de lo
posible.
Una
nueva actitud ética a la que inducen las obras de Mansilla, se transforma en un
tipo de crítica y un arma para rescatar un complemento imprescindible de la
libertad y la responsabilidad: la
humanidad de nuestra existencia. Lo que hace humana a la vida es el
acompañamiento de otros seres humanos: hablar con ellos, pactar y comprenderlos
con sentido común, siendo respetado, incluso corriendo el riesgo de ser
traicionado, haciendo planes, o sencillamente sintiendo la presencia de los
otros. Una nueva actitud ética, mal podría servir para saber cómo alimentarnos
mejor o cual es la manera más aconsejable para protegerse de una dictadura. No
dice nada acerca de qué hacer para lograr el crecimiento económico o ser más
rico.
Felipe
Mansilla nos invita a identificar una ética y un sentido común para vivir una
vida más humana, frente al tiempo nublado que ahora parece acosarnos como si
fuera una tormenta. La mayor ventaja que puede obtenerse de la ética es el
afecto de un mayor número de seres libres y responsables consigo mismos. La
responsabilidad ética recupera al escepticismo crítico como una forma de
compasión por los otros, con el fin de ofrecer y acceder a múltiples
oportunidades. Para entender a los otros, no hay más remedio que apreciarlos en
su humanidad, aplicar el sentido común y ser capaces de conseguir una justicia
ética.
Aquellos
que quieren destruir su responsabilidad, como parece ser hoy la nueva ola del
egocentrismo insaciable y consumista, dejan de ser libres y se convierten en
marionetas de la propaganda. La oportunidad que ofrece la ética de Mansilla es
comprender que aceptando el sentido de responsabilidad, es posible darse cuenta
de que cada uno de nuestros actos nos va construyendo, definiendo, inventando y
ofreciendo soluciones dentro de una sociedad más humana y más allá de cualquier
proyecto totalitario.
La
producción teórica de Mansilla aboga por una ética que es capaz de apostar a
favor de una vida que vale la pena ser vivida por medio de la libertad y el uso
reflexivo de las responsabilidades. Estos intentos buscan nuestro propio bien,
a través de un camino con plena identidad personal. Este reto es una
oportunidad para dejar de pensar que estamos en una época perdida (pues siempre
nos tocara vivir momentos difíciles). Por el hecho de existir, gozamos de una
oportunidad para cambiar y ejercer nuestra libertad. Cambiar sería, en gran
medida, crearse a sí mismo, ética y responsablemente.
Es
por estas razones que en la actualidad necesitamos un respiro para decir las
cosas como son, sin disimulos ni dogmas o temores, y Mansilla refuerza
enormemente este propósito. Aquí es donde el escepticismo permite indagar
buscando explicaciones que, por supuesto, no serán jamás esclarecidas con
plenitud porque es imposible adivinar el conocimiento del futuro.
El
escepticismo se materializa en una conducta que pretende labrar la conciencia en
el campo de la curiosidad con imaginación creadora, del relativismo y del
reconocimiento de las profundas limitaciones que acompañan nuestra vida humana,
ya que tiene siempre en la memoria el derrumbe de los absolutismos y los
proyectos totalitarios del socialismo o el etno- nacionalismo que abrigan un cúmulo
de mentiras sobre una serie de cambios que no son duraderos ni tampoco justos
en el largo tiempo.
El
creciente avance del escepticismo en la cultura compleja de la globalización y
en medio de escenarios plagados de incertidumbre existencial, no constituye una
rebeldía sin rumbo, sino más bien uno de los efectos de la democracia política
que requiere el afecto y aceptación de valores e ideas diferentes a nuestras
convicciones, consideradas muchas veces como verdades inmodificables. Por 1o
tanto, el relativismo es el complemento necesario del escepticismo y ambos
representan los valores de una sociedad democrática, intentando asegurar la
convivencia civilizada entre las personas, grupos étnicos, religiones,
filosofías y demás creencias que apuntan hacia la posibilidad de un mundo,
siempre más humano.
Los
aportes teóricos de Mansilla llevan a pensar que en el centro de la sociedad relativista se levanta el
escepticismo fuertemente ligado, más que con el pesimismo triste o los
arranques de subversión violenta, con la desmitificación
de la realidad política, económica y social (Mansilla, 2011). El relativismo y
escepticismo democráticos inauguran inéditos momentos de divergencia pero, al
mismo tiempo, de aceptación del/los Otro/s diferente/s y, por lo tanto,
plenamente válido para la construcción de un Estado sujeto a instituciones
racionales y legitimidad democrática en una sociedad libre.
El
escepticismo puede ser cultivado en discusiones que cuestionen todo el orden
social y político donde se instauren, libremente, situaciones favorables a una
activa opinión pública informada, contagiando un suave aire de incredulidad en
las esferas familiares, el trabajo, las asambleas políticas, los ámbitos académicos
y la propia conciencia individual.
Tal
vez el caudal más importante del escepticismo político de Mansilla, sea su
tentativa para generar un conjunto de opiniones públicas responsables a través del
diálogo y la constante discusión. Sin embargo, es también importante aclarar
que el escepticismo no es de ninguna manera una conducta que colinda con el
nihilismo, es decir, con aquella forma de ver el mundo desde el vacío y la
inutilidad sombría que condena, desde las teorías posmodernistas, los esfuerzos
humanos.
Al
contrario, el escepticismo en Mansilla podría ser entendido como una lucha
contra las estrategias de inmunización de aquellos pensamientos únicos que tratan de hacer ver que en las actuales
tendencias del mercado mundial y la política oportunista, ya no hay nada por
hacer en la búsqueda de una ética renovada junto a una política libertaria que
vaya en pos de mayor justicia social, o un futuro mejor para los débiles y
desposeídos (Mansilla, 2007b).
El
escepticismo quiere romper con todo monopolio político de la verdad, aceptando
que todos nos equivocamos para caminar en conjunto hacia la consecución de
verdades relativas. El escepticismo punza con suavidad en la pregunta: ¿cómo
lograr que nuestra sociedad se adapte a los cambios y a un ritmo histórico que
combine el movimiento con el reposo, e inserte lo relativo en lo absoluto
mediante una sana dosis de incredulidad creativa?
Finalmente,
el escepticismo es un antídoto para evitar la intoxicación ideológica,
defendiendo la libre concurrencia de puntos de vista, apoyando una sociedad
abierta y rechazando el culto a la personalidad de todo líder o promesas
irrefutables para cambiar la sociedad, el Estado y la cultura, de golpe y por
la fuerza. Nadie tiene una misión irrenunciable para hacer la revolución a como
dé lugar, así como es mucho más saludable un escepticismo que no queda ciego
frente a los absurdos delirios de aquellos que tontamente quieren hacernos
creer que no tenemos limitaciones. Tenemos límites y moriremos tarde o temprano
como pillos o héroes de la conciencia donde no debería vencer el absolutismo
sino el escepticismo.
La
epistemología critico-escéptica no es el fin de toda creencia. Al contrario, es
una manera de reforzar la creencia en uno mismo, es la fuerza de la voluntad
por cambiar con calma y de manera gradual, buscando la fidelidad con nuestra
conciencia. Sólo así podremos renovarnos y enfrentar transformaciones.
Toda una vida dedicada a la crítica
La
producción teórica de Mansilla transmite una forma de vivir humilde, como es él
realmente, lejos del ruido de las preocupaciones materiales. A esto apuntan
también sus memorias donde el pensar
sobre los éxitos y fracasos siempre arrastra una serie de sentimientos
contradictorios: arrepentimiento por tantos errores cometidos, junto con la
nostalgia de aquellos momentos mágicos y alegres que se acurrucan en la memoria
como un refugio inexpugnable, al cual recurrimos para sentirnos vivos. Recordar
no es sólo un ejercicio particular del género humano, sino una pasión
fundamental que nos convierte en los únicos seres con la capacidad para
autocriticarse, reinventarse y agradecer o maldecir por el destino que nos ha
tocado experimentar.
Diversas
religiones como el cristianismo y el budismo se alimentan constantemente de la
necesidad de reflexionar sobre el recorrido de la vida. En la Biblia, Jesús
exhorta a sus discípulos tratando de despertar la posibilidad de renacer para
auto-transformarse. Los budistas nos recuerdan que el karma es una carga muy pesada pero posible de ser sobrellevada
mediante la reencarnación y el ejercicio del bien en las vidas futuras: la
filosofía es otro instrumento para regresar sobre nuestros pasos, facilitando un
reencuentro con la honestidad ante uno mismo.
La
honradez frente a la consciencia y la vida, es lo que ofrece Felipe Mansilla en
su libro: Memorias razonadas de un
escritor perplejo (2009), un aporte sustancial sobre todo para los jóvenes,
donde el filósofo reflexiona con nostalgia, desconfianza y tristeza sobre su
trayectoria como intelectual en Bolivia y su relación con el mundo,
recapitulando sus aspiraciones truncadas.
El
libro es de fácil lectura, interpelándonos sobre lo que significa el fracaso, los
éxitos momentáneos, el dolor que se siente cuando la sociedad moderna,
autoritaria, clientelar e ignorante, arrincona en la marginalidad a todo
esfuerzo académico y teórico. Mansilla se crítica a sí mismo al afirmar que las
metas intelectuales, así como la alegría de escribir para comprender el tiempo
que se vive, no representan sino una extraña mezcla entre pesimismo teórico e
ingratitud de parte del orden imperante. Para Mansilla, nuestra época no
aprecia a sus intelectuales, el valor de la cultura, ni tampoco la posibilidad
de ir más allá de los convencionalismos.
Esta
ingratitud provoca desengaños, rabia e impotencia; sin embargo, las memorias de
Mansilla van más allá: él se reconoce en varios pasajes del libro como un escritor desencantado, al tiempo que se
percibe racionalmente como la expresión del compromiso con la crítica íntegra,
convertida en pasión profesional, a la cual su vida dedicó un largo trabajo. Es
aquí donde quizá Mansilla no se da cuenta que el reconocimiento colectivo y las
gracias son lo de menos.
Su
existencia avanzó por los senderos de la reflexión y la oscuridad del dilema en
torno a ingresar en la política y la traición como modo de vida, frente a la
paz del espíritu que indaga hasta entristecerse con el conocimiento, al
constatar que la actitud común se reduce al dinero, a la modernidad
capitalista, a la irresponsabilidad de varios líderes y la vulgaridad de
aquella viveza criolla que, en el
fondo, dibuja una sonrisa estúpida en la cara de muchos impostores en el
interior de muchos países de América Latina, que muchas veces se engañan a sí
mismos.
Memorias
razonadas de un escritor perplejo es un libro para el debate,
aunque simultáneamente es un testimonio para mirar nuestro propio camino, bajo
la lupa implacable de la consciencia crítica: nuestra única salvación llegado
el momento de la vejez. Es importante leer a Mansilla, estar en desacuerdo con
él, conocerlo y asumir el reto para cultivar nuestra riqueza personal y
enriquecer a Bolivia con múltiples miradas en torno al presente y el futuro. Por
lo tanto, es fundamental desarrollar un pensamiento crítico que no pueda parar
de ser pensamiento crítico, que no deje de encontrar contradicciones, que no se
canse de emitir juicios divergentes en condiciones de paz y no de
enfrentamiento.
La crítica sin miramientos
La
crítica racional escéptica es la nueva matriz de reflexión que debemos aprender
con fuerza. Las viejas garantías de la ilustración racionalista demandaban
sacrificios, ilusiones y actitudes míticas en pro de la modernidad. El
liberalismo venera la modernidad, los mitos del mercado y exige sacrificios
para la democracia representativa; el marxismo endiosó a un sujeto histórico de
la revolución: la clase obrera y ahora parece incorporar a los indígenas como
masas desafiantes, pero sin cuestionar a la modernidad que se basa en la
edificación de una sociedad industrial.
Estas
viejas garantías o exigencias míticas de equilibrio con el mercado capitalista
o la idea de revolución para destruir el orden de la sociedad industrial, están
agotadas. Un pensamiento crítico no está sometido a ninguna ilusión y, por eso,
lo que ahora parece despuntar es el nacimiento de una crítica sin ataduras a
ninguna camisa de fuerza o dogmatismo disfrazado de campañas heroicas
(Mansilla, 2006b).
La
crítica como pasión sin remordimientos en el caso de Mansilla no se detiene a
tomar posiciones. La nueva ética y política que quisiéramos encontrar en el
interior del pensamiento crítico, cuestiona las posturas intransigentes de
conocimiento y pretende instaurar una oferta abierta a múltiples alternativas,
más allá del culto a los movimientos sociales como portadores de trauma y
ajusticiamiento; más allá de la celebración ingenua del mercado; más allá del
instrumentalismo del conocimiento y la astucia de aquellos que quisieran
sembrar la anarquía.
El
ejercicio crítico también debe renovar las instituciones desde donde se
practica la producción de conocimientos. Es fundamental una renovación de las
universidades y las actitudes políticas en el interior de éstas (Mansilla,
2012). La crítica actual pone en tela de juicio la forma tradicional sobre cómo
se han estado produciendo los conocimientos en las universidades, centros de
enseñanza o institutos de investigación, preocupados muchas veces sólo por acaparar
dinero para financiar estudios que traslucen la vanidad de un grupo reducido de
veleidosos del momento.
El
pensamiento crítico no busca la resurrección de un compromiso con ciertos
actores sociales o utopías de cambio radical. Al contrario, la crítica como
pasión y sin temores está fuera de la influencia romántica de compromisos al
viejo estilo propuesto por el filósofo francés Jean Paul Sartre. El compromiso sartreano era un tipo de
solución a lo que fue la vinculación entre producción de conocimientos y
transformación social marxista, hoy caduco para comprender nuestra situación
contemporánea.
El
pensamiento crítico de Mansilla deja de lado cualquier visión salvífica,
lanzándose más bien a cuestionar las universidades o los centros de
investigación y explicando que estas instituciones están para producir saberes y no solamente tecnologías como
si se tratara de fábricas.
El
nuevo pensamiento crítico debe pasar de la producción de un conocimiento
representativo: aquel producido por las élites de intelectuales versadas en
diferentes disciplinas, al conocimiento abierto e imaginativo que se abre hacia
otras perspectivas y posiciones, sin esperar que todo dependa de los
privilegios que tiene un círculo de sabios o que brinda la supuesta
omnipotencia de la razón moderna. El trabajo teórico de Felipe Mansilla muestra
que el horizonte último de la crítica y el conocimiento, es un diálogo con
todos y la interacción con diferentes actores sociales que nos lleve hacia una
pacífica y sana innovación del sitio en que vivimos.
Todo
diálogo exige el intercambio de información; sin embargo, en nuestros días estamos
expuestos a cantidades inagotables de información y conocimientos, al mismo
tiempo que observamos con pavor cuánto se agrandó la brecha entre aquellos cuyo
poder radica en el conocimiento científico y aquellos que están subordinados a
éste o sufren sus consecuencias, de tal manera que la identidad del mundo de
hoy no sólo es el creciente desempleo y la absoluta desigualdad, sino el
divorcio entre los países productores de conocimientos y aquellos que solamente
copian o consumen conocimientos, sin posibilidades de innovación.
El
desempleo y la reproducción de la pobreza siempre constituyeron un elemento
inherente a la estructura de producción capitalista. Lo que hoy día
presenciamos, son nueve formas de dominación
y dependencia que actúan a través de un arma más poderosa y sutil como es
el conocimiento. La obra de Mansilla invita a generar conocimiento crítico como
el mejor camino para combatir la subordinación de América Latina hacia los
centros eurocéntricos de producción científica.
Los
problemas que actualmente confrontan los países pobres siguen girando en torno
a la influencia proveniente del mundo desarrollado que, gracias a su
superioridad en materia de conocimientos, cree tener suficientes motivos para
considerar éticamente aceptable la intervención en muchos países, sea mediante
una presencia militar, presión diplomática o asesoramiento externo en materia
de desarrollo.
Cuando
se considera a la educación, información y saber científico como las riquezas
del siglo XXI, lo que se está aceptando es un modelo único de conocimiento afincado en la más antigua tradición
del racionalismo europeo y el positivismo. Detrás de estos paradigmas descansa
una premisa que da lugar al sentimiento de predominio que caracteriza a las
potencias globales: el conocimiento científico no solamente ha sido comprobado
en la realidad a través de siglos de investigación, sino que su principal
contribución está en el ámbito de la producción y economía capitalista,
verdadero canon de prosperidad y referencia para cualquier sociedad.
En nuestros días se ha llegado a una situación
donde no hay otra forma de desarrollarse sino es a través del mercado y el
capitalismo, como tampoco existe otra alternativa de imaginarse el futuro, sino
es mediante el impulso por alcanzar la modernización occidental de inspiración
europea.
Este
es el molde que se expande con la presencia de expertos extranjeros en
diferentes países pobres de América Latina, arrastrando un conjunto de valores
y formas de considerar a la realidad donde el conocimiento científico acaba
convirtiéndose en una ideología de
supremacía. Incluso aquellos que dicen ser contestatarios, simplemente son
opositores momentáneos, insertos en varias agencias internacionales,
caracterizadas por un estilo de vida enraizado en la más plena modernidad
capitalista.
Aunque
muchos lo nieguen, todo tipo de asesores económicos, políticos, ecologistas,
científicos, ingenieros, incluso teólogos, aparecen como los poseedores de
claves teóricas o estrategias prácticas para intervenir en la realidad de otras sociedades, juzgadas como menos
afortunadas y retrasadas. Si bien muchos tratan de adaptar su conocimiento a
las particulares condiciones culturales de otros países, rápidamente se impone
un tipo de conducta en la que su bagaje profesional y experiencias son
considerados como el escalón superior.
Por
lo tanto, existen tres ámbitos en los que hoy se utiliza el conocimiento para
reforzar las relaciones desiguales entre los países ricos y pobres que es
necesario criticar. El primer escenario es la intervención militar por razones humanitarias, como las operaciones
llevadas a cabo por la Organización del Atlántico Norte (OTAN) y Estados Unidos
en los Balcanes, Medio Oriente y África.
Estas
acciones consideran que es plausible romper toda soberanía estatal para imponer
equilibrios dictados por el conocimiento geopolítico militar. Estos equilibrios
pueden ser: a) la protección de inversiones transnacionales; b) la defensa de
intereses juzgados como seguridad
nacional, al estilo del nacionalismo estadounidense que va más allá de sus
fronteras; c) el salvamento a poblaciones civiles de masacres étnicas; y d) la
contribución al establecimiento de democracias de mercado a escala global.
En
Europa y Estados Unidos, un arsenal de institutos de investigación está
dedicado al conocimiento sobre temas de seguridad, guerras de baja intensidad y
control de armas nucleares, mientras que las poblaciones que han presenciado
diversas intervenciones, están condenadas a ser víctimas de la diplomacia
preventiva y el saber especializado de los expertos militares.
El
segundo ámbito es la economía de mercado,
donde el conocimiento está estrechamente conectado a instituciones de
desarrollo y corporaciones que controlan ingentes volúmenes de inversión. Aquí
destaca el conocimiento económico, el cual considera que la sociedad debe ser domesticada de acuerdo con patrones de
alta productividad, competencia, desregularización y acelerada modernización.
Aunque algunos planteen una mayor participación de los pobres en la toma de
decisiones, es el conocimiento de teorías sobre costo-beneficio y macroeconomía
lo que actualmente avasalla, llegando inclusive a los centros de investigación
de izquierda que perdieron la brújula en materia de innovación teórica.
El
tercer escenario es el tecnológico donde
la ingeniería genética, telecomunicaciones, astronáutica y cibernética son
espacios de conocimiento, exclusivamente cultivados en los países ricos. Si
bien varios informes de las Naciones Unidas sobre el desarrollo mundial
analizan las contribuciones de la tecnología para superar la pobreza, está
claro que los países subdesarrollados son solamente receptores, antes que
productores de conocimiento tecnológico.
La
dependencia tecnológica no sólo se incrementó, sino que para muchos países no
existe la posibilidad de tener acceso a los beneficios procedentes de la
tecnología. La angustia de hoy no es la inabarcable producción científica o la
confusión entre información y conocimientos, sino un patrón mundial donde el
mundo desarrollado va construyendo orientaciones, normatividades o estereotipos
de progreso donde los pobres son identificados una vez más con el primitivismo,
razón por la cual sería justo intervenir
en la soberanía de otros países imponiendo conocimientos y generando así mayor
subordinación. Frente a este panorama, el único antídoto de reestructuración es
el pensamiento crítico en todos los ámbitos de la vida: institucional, personal
y cultural.
La
dependencia no funcionaría sin un complemento: la crisis de los sistemas universitarios en los países en desarrollo.
Si bien en algunos casos, la matriculación puede haberse incrementado,
facilitando el acceso a la educación superior de mujeres y otros grupos
marginados a comienzos del siglo XXI, lo cierto es que los centros
universitarios están muy cómodos repitiendo cualquier conocimiento generado en
los núcleos de dominación occidental-modernos (Mansilla, 2008).
En
consecuencia, las universidades acríticas de gran parte de los países
latinoamericanos facilitan explícitamente las relaciones desiguales de poder
donde el conocimiento se transforma en tecnología y estrategias populistas
(Mansilla, 2012). Nadie cuestiona el determinismo tecnológico y muchos
institutos de posgrado se conforman con mostrar sus convenios con las
universidades dominantes, reproduciendo una manipulación mental y generando las
mejores condiciones para la hegemonía de los países productores de un
conocimiento politizado y de un populismo sempiterno en América Latina.
Estas
nuevas formas de rezago en los conocimientos penetran sigilosamente en las
mentes de hoy, mostrando una realidad donde el mercado y los sistemas políticos
del occidente industrializado van construyendo una noción de universidad a
partir de sus intereses y maneras de entender el mundo.
La
crítica de nuestra contemporaneidad, entonces, se hace no solamente
imprescindible, sino que demanda, como lo hace Mansilla, el compromiso con una nueva praxis cuyo eje descanse en un
pensamiento abierto y en las lecciones que a lo largo de 70 años, H. C. F.
Mansilla fue plasmando por medio de una obra valiosa y digna de ser reconocida.
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