Campaña presidencial del año 2002. Sánchez de Lozada venció por muy poco margen contra Evo Morales. Incluso recurriendo al apoyo de la Embajada de Estados Unidos y a asesores gringos, no pudo gobernar y sucumbió a su, en el fondo, ineptitud.
Introducción
La condena de Gonzalo Sánchez de Lozada (abril de 2018) por
la Corte de Fort Lauderdale en los Estados Unidos, durante un juicio civil debido
a ejecuciones extra judiciales durante su caída en octubre de 2003, exige una
reflexión profunda sobre los alcances y destrucción de un tipo de liderazgo que
Sánchez de Lozada impulsó desde que fue elegido presidente entre 1993 y 1997. Y
es que todavía existen un remolino de contradicciones y dudas para comprender
en su real dimensión la caída de Gonzalo Sánchez de Lozada el 17 de octubre del
año 2003.
A pesar de haber dirigido el Estado con relativo éxito durante su
primer gobierno de 1993, súbitamente todo se desmoronó porque su estilo de
liderazgo mostró un serio agotamiento y el control de su propio partido fue
víctima de tensiones internas que hicieron muy difícil el dominio coherente de
la coalición de gobierno en la segunda administración presidencial, que comenzó
con muchas expectativas en agosto de 2002. ¿Dónde están las raíces del
hundimiento luego de mostrar la imagen de un reformista esclarecido desde 1990?
¿Cómo explicar que cuando Sánchez de Lozada asumiera con absoluta contundencia
el mando del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), su energía política
duraría solamente diez años?
Una vez que Sánchez de Lozada reemplazara al histórico
Víctor Paz Estenssoro como líder del MNR en 1990, el caudillismo consubstancial
a la cultura política en Bolivia reinsertó un nuevo culto a la personalidad y
del apócope de Gonzalo: Goni, sobrenombre con que todos sus acólitos lo
llamaban, se desgajó la denominación de una supuesta doctrina reformista: el gonismo, estandarte electoral y adjetivo
que bautizaba a los nuevos dirigentes del MNR[1].
Los gonistas constituían una nueva
tendencia de renovación que desplazaba a la doctrina histórica del nacionalismo
revolucionario nacido en la década de los años cuarenta en el siglo XX. El gonismo se alineó también con el
neoliberalismo económico y la presencia del empresariado privado en la política
boliviana que declaraba abiertamente su deseo de convertirse en una elite
destinada a controlar el poder.
La victoria lograda por el MNR en junio de 1993 con 35,6%
de la votación nacional era, sin lugar a dudas, el símbolo de un éxito personal
y de una sólida legitimidad. No sólo hizo brotar rencores disimulados en sus
adversarios, sino también la sorpresa y esperanzas de gran parte de la sociedad
civil, sobre todo de aquellos intelectuales y militantes de izquierda que
después de haber perdido la brújula de la revolución fueron cooptados
fácilmente por la doctrina del gonismo
con el objetivo de llevar en alto las banderas del ajuste estructural de
segunda generación, que para el caso de Bolivia tal segunda generación giraba
alrededor de lo siguiente: nuevas capacidades institucionales, alivio a la
pobreza, participación y rendición de cuentas, establecimiento de un sistema
regulatorio, efectividad de gobierno, reglas de juego claras para atraer
inversiones externas y privatización de empresas importantes[2].
Sánchez de Lozada convenció con su proyecto de gobierno durante la campaña de
1993 y terminó llevando adelante su famoso Plan
de Todos con total holgura.
El treinta y cinco por ciento del total de los votos en la elección
presidencial de 1993, fue el caudal electoral que acorazó al MNR con la mayoría
absoluta: 69 representantes en todo el Congreso (17 senadores y 52 diputados);
sin embargo, esta mayoría parlamentaria, por sí misma, no representaba el único
aval para la implementación de las reformas gonistas,
sino que debe agregarse la legitimidad internacional que le permitió financiar
tranquilamente el Plan de Todos.
Tanto la Reforma Educativa ,
como la Ley de
Participación Popular y la
Capitalización de empresas estatales fueron ampliamente solventadas
y apoyadas febrilmente por los organismos multilaterales cuyos planes para
aplicar reformas liberales de segunda fase después de los ajustes
macroeconómicos en 1985, también coincidían con los planes de Sánchez de Lozada[3].
El control parlamentario en 1993 tuvo un excedente más,
pues el MNR logró un pacto de gobernabilidad con dos fuerzas políticas, en ese
entonces importantes en el país: el Movimiento Bolivia Libre de Antonio
Araníbar (MBL) y Unidad Cívica Solidaridad de Max Fernádez (UCS). ¿Por qué no
pudo el MNR convertirse en un partido hegemónico, capaz de generar un poder
absoluto similar al del Partido Revolucionario Institucional (PRI) mexicano?
¿De qué manera el liderazgo de Gonzalo Sánchez de Lozada terminó destruyendo
los viejos códigos ideológicos y las visiones del nacionalismo revolucionario
como tendencia histórica y política en Bolivia? ¿Cuáles fueron los contrapesos
para limitar las tentaciones del poder total que frenaron al MNR y cuál el
contexto socio-cultural que no pudo ser influenciado por las reformas gonistas?
Para las elecciones generales del año 2002, la
candidatura de Sánchez de Lozada junto con Carlos D. Mesa Gisbert como
Vicepresidente solamente lograron 22,5% de la votación nacional, lo cual obligó
a conformar una coalición de gobierno sumamente grande y dispersa; es decir,
esta vez ya no existía un Plan de Todos
o programa de gobierno innovador que permitiera el liderazgo incuestionable de
Goni como presidente transformador o, por lo menos, como proposición alternativa
para remontar las crisis de gobernabilidad provenientes de la guerra del agua
en la ciudad de Cochabamba y los conflictos del movimiento sin tierra que se
arrastraban del período anterior durante las gestiones presidenciales de Hugo
Banzer y Jorge Quiroga entre 1997 y 2002.
Ni mayores reformas ni mejores planteamientos, sino solamente una
ambición personalista por regresar al poder fue lo que caracterizó a Sánchez de
Lozada que lideró una campaña internacional para desprestigiar a Banzer por su
incapacidad de optimizar las reformas estructurales y por guiar una coalición
de gobierno amorfa y fragmentada; sin embargo, una vez que Goni fue elegido
presidente en agosto de 2002 cayó en similar desgracia porque sus aliados de
gobierno como el Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR), Unidad Cívica
Solidaridad (UCS) y Nueva Fuerza Republicana (NFR) se repartieron de tal forma
el aparato estatal que se hizo impensable la posibilidad de producir y
administrar un conjunto de políticas públicas coherentes, pues cada partido
caminó por su lado buscando réditos de corto plazo, fracturando una orientación
clara y un mandato presidencial sólido.
El reto del gonismo fue
simplemente detener la súbita irrupción del Movimiento Al Socialismo (MAS) con
Evo Morales a la cabeza que terminó como el segundo candidato presidencial más
votado en agosto de 2002; en este sentido, el posicionamiento de Sánchez de
Lozada nació atrapado por la necesidad de impedir, a toda costa, el ascenso al
poder del líder cocalero, antes que por una voluntad para articular un gobierno
capaz de profundizar políticas importantes y ya establecidas como la Reforma Educativa ,
tremendamente cuestionada desde 1999; la Participación
Popular , que para Goni no significaba la posibilidad de una
mayor descentralización para el país y tampoco la conexión con gobiernos
regionales autónomos como se plantearía después el año 2004; finalmente, su
propia Capitalización desencadenó una tenaz oposición porque la
comercialización de los yacimientos de gas cayó en un agujero de oscuridad y
favoritismos hacia las empresas multinacionales, frente a una nueva ubicación
de grandes sectores de la opinión pública que defendían la nacionalización de
los hidrocarburos.
Goni en sus años mozos.
Goni, durante el juicio en los Estados Unidos, ya acabado por la edad y el fracaso como político.
Este ensayo analiza los circuitos políticos por donde se desplazó el gonismo cuya vida fue de exactamente
diez años. Subió al poder en 1993, su partido perdió las elecciones
presidenciales de 1997, como oposición padeció de una seria debilidad
constructiva y, finalmente, ganó nuevamente las elecciones generales del año
2002 pero terminó cayendo en el despeñadero del autoritarismo, de la falta de
visión tolerante y, como una especie de embrujo maldito, Sánchez de Lozada y el
MNR cosecharon lo que se había sembrado desde la revolución histórica de 1952;
tal revolución fue capaz de destruir el viejo orden pero sin crear un verdadero
Estado democrático; la revolución social del año 1952 atacó las estructuras
enmohecidas de la sociedad boliviana pero no produjo, ni en lo social ni en lo
económico, una sociedad nueva; la revolución económica que el gonismo quiso instaurar embelezando a
los medios de comunicación y a muchos intelectuales, trató de acelerar la
modernización del país a partir de una serie de políticas neoliberales pero no
consiguió un verdadero desarrollo económico, no creó un vasto mercado interno y
prosiguió con la corrupción, una gangrena que, junto a la violencia en la
ciudad de El Alto, encendió protestas masivas hasta echarlo del poder en
octubre de 2003[4].
El camino hacia el poder
La figura de Sánchez de Lozada nació y se desarrolló en
un entorno plenamente democrático. El proceso político que tuvo lugar en
Bolivia desde 1985 permitió al MNR ser un actor central en las negociaciones
para articular gobiernos de coalición, de tal manera que el gonismo transmitió la idea de un
liderazgo capaz de otorgar estabilidad al sistema, facilitar la implantación de
consensos políticos y emitir signos de renovación para lo cual su acento inglés
y mal uso del lenguaje español le dieron un toque pintoresco que hábilmente fue
explotado como una novedad dentro de los medios de comunicación. A esto se suma
que Goni estuvo convencido de considerar a las elecciones como una excepcional
salvaguardia y el procedimiento mejor dispuesto para definir los límites y la
titularidad del poder; en un comienzo Sánchez de Lozada fue efectivamente un
líder demócrata pero quedó derrotado por su propia soberbia, anteponiendo
egoísmos personales a costa de dejar intactas las raíces de la desigualdad en
Bolivia para privilegiar solamente a los hombres poderosos de su entorno;
mentalidad mezquina que demostró ser ineficaz para mantenerlo en el poder y
convertirlo en un estadista de verdadera cepa liberal[5].
Todos los partidos políticos, el sindicalismo y los
grupos de presión de la sociedad civil, asumieron nuevas formas de hacer
política, dejando atrás concepciones violentas de la misma porque todavía
tenían legitimidad las condiciones de gobernabilidad y democracia pactada entre
las principales fuerzas con posibilidades de llegar al poder. En este sentido,
Sánchez de Lozada aprovechó el uso de la política, no como un escenario de
guerra, sino como el tablado para la persuasión-manipulación y la permanente
negociación, lo cual llevó a hacer uso de los llamados articuladores políticos
donde sacaron la cabeza Carlos Sánchez Berzaín, apodado el zorro y Guillermo, Chacho,
Justiniano; ambos recursos: negociación y manipulación, fueron los mecanismos
más aptos para la incursión de Goni en el poder, de tal manera que el gonismo ingresó al sistema político
dotándose de los mejores medios para influir dentro de la electoralización
política y, por lo tanto, generó todas las circunstancias que entronizaron a la
razón pragmática como el objetivo primordial para conquistar aliados o
deshacerse de competidores incómodos dentro y fuera del partido[6].
Este pragmatismo fue utilizado con maestría, tanto por el
MNR como por el Movimiento Revolucionario Tupac Katari de Liberación (MRTKL).
La presencia de Víctor Hugo Cárdenas como candidato en la fórmula del MNR en 1993
fue la expresión de una estrategia que ya no ponía en marcha intereses
absolutos e irreconciliables, sino razones electorales acompañadas de una buena
porción de cálculos para maximizar resultados con los menores esfuerzos o, en
su caso, para minimizar pérdidas y maximizar logros en condiciones adversas[7].
El MNR acaudillado por Gonzalo Sánchez de Lozada, dejó atrás para
siempre la hiper-ideologización de la vieja guardia del partido; es decir,
clausuró políticamente los últimos estertores del nacionalismo revolucionario,
al mismo tiempo que persuadió a la sociedad de la posibilidad de combinar
ajuste económico y modernización liberal, justicia social y desarrollo humano,
privatización de sectores estratégicos de la economía y capitalización de
beneficios que, supuestamente, llegarían a cada ciudadano mayor de 18 años; al
mismo tiempo, la suerte del gonismo
no fue echada en las elecciones presidenciales de 1993, sino en la convención
movimientista de 1990, año en el que se eligió a Goni como el nuevo jefe nacional
del partido y donde emergió un relevo generacional: el gonismo se impuso sobre el movimientismo.
Con las nuevas líneas liberales establecidas para junio del año 1993, tenían
muy poco que decir los viejos comodines como Walter Guevara Arze, Ñuflo Chávez
Ortiz, Pérez Alcalá, Alfredo Franco Guachalla, Luis Antezana Ergueta, Álvaro
Pérez del Castillo, Walter Costas Badani, Lidia Gueiler o Ciro Humbolt.
El nuevo estilo de convencer en política tuvo en Sánchez
de Lozada a un símbolo partidario cuya oratoria se vio signada por el sentido
del humor, la concisión en las propuestas del Plan de Todos y los cuestionamientos a la izquierda boliviana que
cayó en la trampa del espíritu modernizador del gonismo dejándose absorber y convirtiéndose en un nuevo grupo de
fieles impolutos. El gonismo rompió
así con el dramatismo y la monumentalidad del discurso político tradicional;
sus mensajes poco politizados y desideologizados, se complementaron con un
equipo de asesores de formación tecnocrática que guardaba semejanzas con lo ya
hecho por Paz Estenssoro durante su último gobierno en 1985. El colofón de la
razón pragmática gonista en el MNR
rezaba así: gobierno con el MNR y aun a pesar del MNR que archivaba sus
posiciones nacionalistas para asumir una identidad americanizada. Sánchez de
Lozada fue siempre una personalidad arrogante que despreciaba Bolivia, frente a
la cual buscaba liderar un proceso que lo beneficie a él y su entorno. Esta
característica lo identifica hasta el día de hoy como un líder de casta oligárquica
pero con ínfulas de modernidad que con sus millones, nunca pudo aportar por una
verdadera transformación estatal que lo encumbre como un reformador de
verdadera valía.
La ausencia de hegemonía
Una serie de notas de prensa y augurios parcializados en
favor del MNR entre 1993 y 1996, advirtieron sobre la posibilidad de que este
partido se convierta en una fuerza política dotada de un proyecto hegemónico de
largo aliento; mucho más después de que el MNR logró ganar en ocho de las nueve
capitales de departamento en las elecciones municipales de diciembre de 1993
porque concentró el 34,5% de la votación nacional, un rotundo triunfo que luego
se desvanecería para las municipales del año 2004 cayendo al 6,7%. De todos
modos, al aprobar sus principales leyes, Sánchez de Lozada empezó a soñar con
la posibilidad de prorrogarse como dominador del juego de reformas y, en este
sentido, el gonismo se tiñó de una
mentalidad presuntuosa que lindaba con la tentación de un predominio absoluto
pues había comprado un gran número de los corazones de periodistas, élites intelectuales y empresarios.
La realidad fue más contundente que cualquier delirio y
el gonismo no pudo convertir al MNR
en un partido que recorriera los mismos caminos que el PRI mexicano. Esto no
era posible por tres razones:
- Primero, debido al comportamiento electoral inestable de la
ciudadanía; hoy existe una fuerte desideologización en la política lo cual hace
que las fuerzas partidarias gocen de un estado gelatinoso que impide la
cristalización masiva de lealtades y afiliaciones partidistas, este fenómeno
muestra a una población electoral flotante y una lógica del interés
clientelista en buena parte de los votantes, haciéndose difícil que un solo
partido arrastre victorias fenomenales y consecutivas en las elecciones
presidenciales a lo largo del tiempo[8].
- Segundo, no hubo un proyecto explícitamente hegemónico en el Plan de Todos.
- Tercero, las características peculiares del sistema político boliviano
tienen una tendencia donde solamente concurren mayorías relativas en el ámbito
parlamentario; por lo tanto, es un sistema que no produce la hegemonía política
de un partido, ni siquiera de una coalición de fuerzas partidarias. Los pactos
de gobernabilidad siempre han sido muy volubles y se disolvieron fácilmente
cuando terminaron diferentes períodos presidenciales.
Aunque algunos sectores de la oposición que venían de Conciencia de
Patria (Condepa) elevaron un grito de desesperación cuando criticaron la Ley de Participación Popular
planteada por Sánchez de Lozada, no fue factible un dominio hegemónico, sino
que muchos se confundieron, cegados por la ira, al pensar que la política de
municipalización ejecutada por el gobierno gonista
podía extender un control total del MNR hacia las bases de la sociedad, espacio
donde tendría lugar un imaginario renacimiento de los viejos comandos
movimientistas. Si bien el MNR y su alianza de gobernabilidad se convirtieron
en un centro articulador de la política boliviana, éste fue un resultado lógico
de todo el proceso electoral de 1993; la alianza MNR-MRTKL consiguió 36 por
ciento de los votos, de manera que, en relación con la votación de los partidos
restantes, era evidente que todas las alianzas y negociaciones para capturar la
mayoría congresal tenían que girar alrededor del MNR.
De cualquier manera, nunca hubo una aspiración hegemónica
del gonismo a partir del Plan de Todos que solamente funcionó
como un proyecto de gobierno. La hegemonía constituye una cadena total de legitimación, capaz de abarcar muchas dimensiones
de la vida colectiva, un verdadero equilibrio entre las acciones del Estado
para imponer su autoridad y coerción, y donde la sociedad civil cree firmemente
en la eficacia de las instituciones y en la dirección definida por los líderes
políticos que detentan el poder. Así, se desemboca en un aparato de hegemonía
centrado en las elites que mandan, desde donde brota toda una visión de país y
de nación como un pacto general de dominación destinado hacia el largo tiempo[9].
En todo caso, la única hegemonía implantada en Bolivia fue aquella inyectada
por el Consenso de Washington; es decir, el peso de las políticas de mercado
bajo el control de los organismos financieros multilaterales[10].
Ahora bien, una vez tomadas las riendas del gobierno, la
alianza MNR-MRTKL reclutó un personal burocrático-estatal donde coexistió una
mezcolanza bastante heterogénea de tecnócratas relacionados con Maestrías para
el Desarrollo, un programa de postgrado instalado en la Universidad Católica
Boliviana, funcionarios identificados con tendencias comunistas obsoletas,
pasando por socialistas dubitativos y llegando, inclusive, hasta indianistas
que postulaban volver a las formas políticas y sociales de organización de los
ayllus andinos, especialmente en la Secretaría Nacional
de Participación Popular. El gonismo
simplemente consiguió convertirse en el centro umbilical que articuló las
demandas y algunos temas centrales que, en aquel entonces, tenían efervescencia
en la política boliviana.
La teoría del partido predominante en la escena política
al estilo del PRI permite afirmar que una vanguardia partidaria puede imponer,
por la vía estatal, un proyecto político de dominación. El Plan de Todos no era lo suficientemente consistente en todos los
flancos de su estructura por lo que estuvo fuera de lugar hablar del MNR como
un prototipo liberal del PRI en los años noventa; los éxitos del MNR residieron
en la dramaturgia ante los medios de comunicación y las relaciones públicas
porque sus dirigentes mostraron una singular viveza criolla para vender una
imagen modernizadora a la comunidad internacional, tanto desde el ámbito
gubernamental como desde el escenario de instituciones privadas productoras de
ideas como la Fundación Milenio ,
propiedad del gonismo; por lo tanto,
“las reformas del periodo 1993-1997 se destacaron en el fondo por su modestia
(como la Ley de
Participación Popular, que es un estatuto de municipalización) o por su
carácter enrevesado y sospechoso (como la privatización de las grandes empresas
estatales, que significó la venta de las mismas por la mitad del precio a
empresarios de dudosa solvencia)”[11].
Todo esto se ejecutó con la aquiescencia de conocidos intelectuales de
izquierda y aquellos cabecillas autodenominados progresistas que fueron
cooptados con mucho dinero por el gobierno del MNR y encabezados claramente por
Carlos D. Mesa Gisbert quien fuera luego Vicepresidente de Sánchez de Lozada en
agosto de 2002, abandonándolo en circunstancias trágicas y turbias el 13 de
octubre de 2003.
La fuerza de la coalición MNR-MRTKL en el escenario parlamentario no
se tradujo en una energía de gobierno; es decir, en cierta capacidad de
decisión dentro del marco de un tiempo apropiado porque el gonismo demostró una lentitud impresionante para tomar decisiones y
acelerar ciertos cambios; su propia agenda de capitalización se quedó corta al
no poder vender la empresa de Fundición Metalúrgica Vinto y casi fracasar la
capitalización del Lloyd Aéreo Boliviano (LAB)[12].
El potencial de rendimiento gubernamental fue afectado por la propia
reestructuración del Poder Ejecutivo que, en un principio, dio la impresión de
introducir mayor coordinación y racionalización para la toma de decisiones; la
concentración del poder fue tal que no aumentaron los niveles de coherencia,
eficacia y efectividad porque solamente tres Superministerios se atragantaron
con la potestad acumulada como Desarrollo Humano, Desarrollo Sostenible y
Capitalización sin conseguir delegar funciones a los secretarios y
subsecretarios; es más, inclusive el propio Sánchez de Lozada, debido a su
fuerte autoridad política dentro del gabinete, centralizó todas las
atribuciones bloqueándose el desenvolvimiento de una actuación más eficiente,
justamente por un exceso de personalismo, lo cual hizo que todas sus reformas
se desgastaran como el árbol de la higuera que no florece pero produce algunos
frutos dulces; es decir, mientras se suministren créditos internacionales[13].
Cuadro 1. Flujos de Inversión Extranjero Directa como Porcentaje del
PIB
País
|
1960-1974
|
1975-1989
|
1990-1998
|
Bolivia
|
-1,3%
|
0,4%
|
4,6%
|
Perú
|
0,1%
|
0,3%
|
3,1%
|
Venezuela
|
-0,5%
|
0,1%
|
2,5%
|
Ecuador
|
1,4%
|
0,5%
|
2,5%
|
Colombia
|
0,5%
|
0,9%
|
2,4%
|
Argentina
|
0,2%
|
0,4%
|
2,2%
|
Brasil
|
0,6%
|
0,6%
|
1,2%
|
Chile
|
-0,2%
|
0,6%
|
5,1%
|
México
|
0,6%
|
0,8%
|
2,3%
|
Uruguay
|
0,0%
|
0,6%
|
0,5%
|
Fuente: Banco Mundial, Indicadores del Desarrollo Mundial, 2000.
Los créditos internacionales para financiar la Reforma Educativa
y Participación Popular junto con la inversión extranjera, tropezaron con el
eterno patrimonialismo estatal, de tal manera que el gonismo estuvo imposibilitado de modernizar el Estado, entendiendo
a la modernización como una racionalización; es decir, la definición clara de
medios y fines, los mismos que, a su vez, están adecuados con los objetivos y
metas planteados por el programa de gobierno pero Sánchez de Lozada se contentó
con la llegada feliz de recursos frescos sin dirigir la orientación lúcida de
competencias y funciones en los ministerios. Hubo profusión de muchos reyes
chiquitos y faltó coordinación solvente, lo cual no condujo al aumento de la
eficiencia en las políticas públicas[15].
Los ministerios se manejaron como feudos de la coalición
gobernante y el trabajo tendió a ser disperso y heterogéneo sin construir un
Estado con alta capacidad normativa, es decir, legislativa, y con potestad de
hacer cumplir las leyes que se dictaron en el campo económico. Si bien el
Estado comandado por el gonismo fijó
algunas pautas básicas para el desarrollo de la economía no tuvo la conciencia
para redistribuir los beneficios del proceso económico.
En la medida en que nuestro sistema de gobierno es un presidencialismo parlamentarizado donde
el Congreso posee la atribución de elegir al Presidente de la República y la
legitimidad de éste proviene de los acuerdos y coaliciones parlamentarias,
dicho sistema conduce a una gobernabilidad que está sujeta al fortalecimiento
del parlamentarismo[16];
sin embargo, el gonismo hizo que sus
famosas leyes de Reforma Educativa, Participación Popular y Capitalización sean
impuestas sin una reflexión detenida y un análisis sobre sus riesgos y
requerimientos en función de los intereses de largo plazo para el país. Todas
las reformas fueron aprobadas por imposición, incluso valiéndose de un estado
de sitio en 1995 y, por lo tanto, el Poder Ejecutivo pasó por encima del
Legislativo aprovechándose de su mayoría parlamentaria.
El Parlamento nunca estuvo a la altura de las exigencias políticas y
fue despreciado por el gonismo que se
deleitó con la superflua lógica de litigio en que terminaban las discusiones
para analizar la Ley
de Capitalización, siendo muy evidente que el Congreso no podía dar pasos
contundentes dentro de la modernización del Estado para acompañar las reformas
y careciendo, al mismo tiempo, de la capacidad de modernizarse a sí mismo.
En consecuencia, los asesores de la Fundación Milenio
y del entorno de Sánchez de Lozada concluyeron que el Ejecutivo tenía la misión
de asumir iniciativas para forzar sus planes; sin embargo, cuando solamente el
Poder Ejecutivo se encargaba de conducir todas las riendas del poder al
observar que el Congreso actuaba de manera débil y poco imaginativa dentro de
la legislación, el proceso gonista
dio lugar a en una peligrosa asimetría para el proceso democrático que exacerbó
el dominio del Poder Ejecutivo para opacar al Legislativo, desigualdad que se
mantiene hasta nuestros días y no es una coincidencia que su Vicepresidente
Carlos D. Mesa Gisbert, quien reemplazó a Sánchez de Lozada en el poder cuando
éste dimitió, actuara con el mismo desdén, esforzándose por desprestigiar y
anular al Congreso Nacional entre enero de 2004 y mayo de 2005. El Parlamento
tiene el deber constitucional de complementar y conciliar iniciativas claves
para el funcionamiento del Estado y la democracia, porque su función
legislativa es más que la mera fiscalización; algo que el gonismo siempre descartó[17].
El comienzo de las dudas
Cuando se afirma que
la democracia significa una certeza en las normas e incertidumbre en los
resultados, las fuerzas políticas se encuentran en el terreno de la
indeterminación, del azar y la casualidad; es decir, existe un conjunto
legítimo de reglas de juego que norman las conductas partidarias otorgando una
institucionalidad sólida y confiable al sistema político democrático pero donde
el simple gusto y sabor de los partidos, así como las ciegas ansias del poder,
deben someterse fielmente a los resultados inciertos al final de las
elecciones. Así se impone la soberanía de la ley que declara posible el
recambio pacífico de un gobierno (nacional o municipal) por los votos de la
mayoría; en este sentido, cualquier elección es, en gran medida, una especie de
Juicio Final.
Esta situación se
impuso, como un balde de agua fría, sobre el MNR a través de los resultados
municipales de diciembre de 1995. Perdió las elecciones en ocho de las nueve
capitales de departamento; algo similar le ocurrió en el ámbito rural donde la
posición más expectable era el segundo lugar; por ejemplo, sólo ganó en dos
provincias tarijeñas: Méndez y O’Connor, mientras que no pudo imponerse en
ninguna provincia de Pando, obteniendo también resultados insubstanciales en
las provincias de Potosí y Cochabamba. En las principales ciudades obtuvo
solamente 23 concejales, mientras que en 1993 vencía como la primera fuerza
nacional al ganar en ocho capitales con un caudal de 391.029 votos, cifra que
representaba 46 concejales en las capitales de departamento.
Las elecciones
municipales de 1995 mostraron a un MNR todavía popular ante los ojos de los
intelectuales de la gobernabilidad, aunque convertido en un partido sin
vocación hegemónica, o con ansias de una hegemonía, pero sin rostro. Su máquina
partidaria había fallado en la organización de campañas para las capitales de
departamento y en la promoción de liderazgos regionales; la deficiencia
fundamental fue la falta de un jefe de partido en ejercicio con el suficiente
tiempo para seguir de cerca una estrategia electoral y con la capacidad para
concertar los enfrentamientos entre algunos dirigentes de la elite política al
interior del MNR.
En aquel entonces,
Sánchez de Lozada era, al mismo tiempo, jefe nacional en ejercicio de su
partido y presidente del país; sin embargo, su liderazgo centralista y
autoritario no pudo involucrarse completamente en la dirección política de los
procesos electorales. Desde la expulsión de Eudoro Galindo, las pugnas internas
entre Carlos Sánchez Berzaín, Germán Quiroga, Edil Sandóval, Guillermo
Bedregal, Guillermo Richter y el propio Juan Carlos Durán, mostraron que era
imprescindible la presencia de un jefe conciliador que pueda, mediante un
trabajo permanente, convocar a la unidad buscando también compromisos con
dirigentes medios y bajos en función de la renovación partidaria para el
fortalecimiento de nuevas figuras; sin embargo, el gonismo se negó a abrir originales espacios para fichas
alternativas de liderazgo.
El voto castigo por
las promesas incumplidas de los 500 mil empleos, no representaba una
explicación del todo valedera. Las razones se encontraban al interior del
propio gonismo. El MNR, que llegó al
poder promoviendo el liderazgo del binomio Sánchez de Lozada-Víctor Hugo
Cárdenas, revelaba en diciembre de 1995 que no tuvo tiempo de gobernar para la
modernización interna; es decir, no pudo reproducir otros líderes –propios y no
de alquiler– que se proyecten hacia la conquista de 311 noveles municipios
puestos en juego en aquellas elecciones municipales; un esfuerzo descomunal
para cualquier partido, pero también una prueba de fuego que trataba de llegar
hasta el último nervio del cuerpo humano nacional, lo cual exigía flexibilidad,
democratización auténtica y un permanente proceso de autocrítica para aprender
de los errores.
La puesta en marcha
de los cambios gonistas no estuvo
acompañada de centenares de rostros movimientistas que den la cara en función
de construir liderazgos alrededor de las reformas. Líderes que convenzan,
seduzcan, convoquen y, sobre todo, movilicen mediante un agotador trabajo bien
capacitado; por el contrario, fueron notorias las figuras conflictivas y
perturbadoras que promovieron buena parte de las hostilidades con la opinión
pública y distintos sectores sociales; es el caso del maquiavélico Sánchez
Berzaín, la imagen sospechosa de Germán Quiroga, la retahíla de sofismas con
Guillermo Bedregal o las poses de figurín en Guillermo Justiniano y Fernando
Illanes.
Los resultados
electorales también evidenciaron que los partidos políticos competían en un
mercado abierto de ideas y opciones, donde hubo una distribución desigual de
recursos políticos sin una inclinación básica, permanente y preestablecida
hacia alguno de ellos; por lo tanto, la desacumulación electoral del MNR y el gonismo conllevaron, efectivamente, a
una desacumulación política con miras a las elecciones presidenciales de 1997.
¿Quiénes serían los líderes presidenciables?, ¿cuál su viabilidad?, ¿cómo hacer
que el partido movilice alternativas creíbles y rostros confiables? El ritmo
propio que adquirieron los más de 300 municipios con la Participación Popular ,
así como las asambleas departamentales, fueron hechos políticos fundamentales
que destruyeron las viejas lógicas de bunker
y aparatos privilegiados de las elites partidarias, sea en el MNR o en
cualquier otra organización política.
La renuncia de Blattmann y el
choque entre liderazgos
La
renuncia de René Blattmann, ex Ministro de Justicia de Sánchez de Lozada, como
aspirante presidencial del MNR en febrero de 1997, dio mucha tela para cortar
sobre la confrontación entre lo que se denominó gonismo contra movimientismo.
El sorpresivo alejamiento de Blattmann después de haber funcionado apenas
veintidós días como candidato, marcó la controversia acerca de la viabilidad y
aceptación real que tienen los candidatos independientes dentro de las
estructuras partidarias de cualquier sigla política. El tropezón del MNR pudo
haber afectado a cualquier otro partido en Bolivia. Sin embargo, el fenómeno
Blattmann mostró el núcleo de lo que son las tensiones, a veces
irreconciliables, entre el liderazgo del político profesional y el liderazgo
del político independiente, si es que a éste le cabe –y lo convence– el
calificativo de político.
El gonismo
había elegido a Blattmann porque parecía ser el más apto para ocultar las
insuficiencias y cola de paja del partido. Además, tenía cierto prestigio al
vender la imagen de un abogado que hizo algo por terminar con la retardación de
justicia en el país. Al mismo tiempo, la no realización de una convención
nacional movimientista a finales de 1996, hizo que Sánchez de Lozada conceda
una bendición unilateral para lanzar a Blattmann sin un consenso unificador al
interior de todo el MNR. Todo resultó siendo un revés porque el flamante
candidato independiente se negaba a capitalizar las virtudes del paquete de
reformas gonistas, posiblemente por
incapacidad para aguantar los esfuerzos de una campaña electoral, siendo muy
sorprendente ver cómo un elegido de Sánchez de Lozada podía darse el lujo de
rechazar la postulación y negarse a ser identificado con los supuestos cambios
trascendentales.
Para
los asesores de campaña todo estaba dispuesto y, ciertamente, resultaba
inexplicable que Blattmann renuncie a las posibilidades de llegar al poder y
seguir canalizando las ofertas de financiamiento externo; de esta forma, el gonismo se desmoronó desde su interior,
mostrando que sus reformas no fueron lo suficientemente internalizadas por uno de sus mismos protagonistas como un conjunto
de transformaciones posibles y deseables para Bolivia. El razonamiento vulgar
de los operadores políticos y sus frías actitudes instrumentales terminaron por
espantar a Blattmann, forzando la elección de otra ficha política, aún sabiendo
que podían quedar en ridículo ante la opinión pública en pleno proceso
electoral, como realmente sucedió.
Los
problemas fueron más allá de un error de cálculo cometido por el MNR, pues la
candidatura independiente expresó los síntomas de incomodidad con la política
ya que Blattmann, en un abrir y cerrar de ojos, se desentendió de su liderazgo;
asimismo, el abandono indicaba que el gonismo
no conseguía mantener una linealidad de mando y manipulación sobre sus
propuestas, las instrucciones partidarias y el control de su candidato. ¿El
liderazgo político independiente fue otra mala creación del gonismo o el indicio de que Sánchez de
Lozada no tuvo nunca el control total de su propio partido? El prestigio de las
reformas importó muy poco porque predominaron las tácticas reduccionistas y
rencillas entre personalidades pues la cúpula del MNR intentó, en múltiples
ocasiones, contrarrestar el estilo de Goni tratando de politizar todas las
relaciones con el Presidente, exigiendo la movimientización del aparato estatal
y buscando imponer la lógica del poder; estas actitudes tenían, además, un
objetivo fundamental: aniquilar el ascenso de las pretensiones independientes
dentro del partido[18].
El
gonismo buscó evaporar las
condiciones estrictamente políticas de sus colaboradores, desvinculando a sus
independientes de toda regulación partidaria; es más, Goni creyó en los
independientes por el carisma profesional y tecnocrático sin buscar ninguna
relación con la profesión de político ya que, teóricamente, el liderazgo
independiente de Blattmann iba a transmitir las dotes de su oficio respectivo:
abogado justiciero. En este sentido, se dio por sentado que el líder
independiente, precisamente porque tenía carisma en su profesión, tendría también las suficientes guirnaldas de
trigo limpio para convertirse en un personaje público y saltar así a la
política, sobre todo si se gozaba del aval con que Goni protegió a algunos
independientes.
La
línea dura de los burócratas del MNR, expresada en Guillermo Bedregal, Juan
Carlos Durán, Edil Sandóval y Germán Quiroga, consideraba que el liderazgo del
político profesional debía ser, ante todo, el eje central y una prerrogativa
partidaria, negándose a aceptar que al independiente le baste con haber sido
cantante o cómico popular, juez conspicuo o deportista brillante para
transformarse en líder político. Blattmann reveló el conflicto entre la ética
de los principios del independiente moralista –que junto con una estrategia de
campaña, iba a vender las bondades populistas del gonismo– y la ética de los privilegios para el conjunto de
políticos profesionales del MNR, sin asumir nunca nuevas visiones de
modernización, un programa de gobierno que corrija los desaciertos de las
reformas gonistas o planteamientos
sobre “mecanismos deliberativos y consultivos para construir compromisos y
consensos sobre las políticas de Estado de largo plazo”[19];
es decir estrategias institucionales que necesitaba el país en función de
perfeccionar las condiciones de la gobernabilidad democrática.
El fracasó del MNR en las
elecciones de 1997
Los
resultados electorales de julio de 1997 pusieron al MNR contra la pared y
bloquearon todas sus aspiraciones de continuar con un liderazgo que le permita
proseguir con las reformas gonistas.
El MNR fracasó, tanto en los albores para la selección de candidatos
presidenciales, como en su estrategia de campaña, impregnada de una
polarización ineficaz y con un programa de gobierno carente de identidad; no
ganó en ningún departamento de Bolivia, mientras que en 1993 había triunfado en
ocho; las elecciones presidenciales de 1997 lo arrinconaron hacia el segundo
lugar en cuatro departamentos de los nueve y apareció en el tercer puesto a
nivel nacional en cuanto a número de parlamentarios.
Las pugnas internas terminaron por crear condiciones
pre-electorales inciertas desde la renuncia de René Blattmann, lo cual encendió
la mecha para una profunda crisis de legitimidad del partido ante la sociedad.
El MNR no pudo convencer al país que las reformas gonistas eran suficientes para reproducirse en el poder; las
candidaturas de Juan Carlos Durán y Percy Fernández jamás pudieron personificar
el carisma y representatividad que tuvo el binomio Sánchez de Lozada-Víctor
Hugo Cárdenas.
Por otra parte, la gestión gubernamental del MNR
entre 1993 y 1997 estuvo, inevitablemente, signada por una personalización del
poder en el Presidente de la
República. Este hecho ensombreció la posibilidad de encontrar
un sólido candidato que reemplazara la imagen de Sánchez de Lozada para las
elecciones presidenciales. La personalización del éxito en la aplicación de las
reformas y en la conducción partidaria del MNR, conformaron una caja de
resonancia donde todo crujido emanaba de la
imagen y convergía en el liderazgo de Goni.
La incertidumbre ante el temor de no saber cómo
sustituir al líder y asegurar la continuidad en el gobierno después de 1997, se
convirtió en una pesadilla infernal para la cúpula y los mandos medios del MNR.
Ya desde 1995 nadie sabía cómo fabricar un nuevo candidato que tuviera los
perfiles gonistas. Las sombras de la
personalización pronto se trastrocaron en fantasmas, acabando por fracturar el
sentido corporativo del partido y acentuando la división; mientras el movimientismo intentaba conducir la
maquinaria partidaria en función de la victoria en las elecciones
presidenciales, el gonismo tenía como
principal horizonte de visibilidad la aplicación final de los reglamentos que
necesitaba la Ley
de Capitalización; sin embargo, gonismo
y movimientismo no pudieron romper el
cerco tendido por la individualidad de Sánchez de Lozada que se había
convertido en Yo, el supremo, herencia mesiánica que se arrastraba desde Víctor
Paz Estenssoro.
Cuando Paz Estenssoro dejó la jefatura oficial del
partido en 1990, los medios de comunicación dictaminaban la sentencia después de mí el diluvio, aludiendo al
desconcierto en que caería el MNR para superar el atávico patriarcalismo en la
conducción política. Nadie intuyó que aquella sentencia iba a sellar la suerte
del propio Goni para 1997. La presunta modernización del MNR en absoluto
cimentó sus propias condiciones de renovación quedando anquilosada bajo el
sello de una estructura incapaz de ir más allá del jefe que gobierna el rumbo
de las elites partidarias[20].
El primer subjefe del partido, Guillermo Bedregal,
criticó a Sánchez de Lozada acusándolo de haber abandonado al partido por
dedicarse exclusivamente a los asuntos del Estado; para Bedregal y su entorno
palaciego, Goni jamás debió haber funcionado como jefe nacional del MNR y
Presidente de la República
simultáneamente. Pero, inclusive con Bedregal en la jefatura nacional en
ejercicio, el MNR tampoco hubiera podido escapar de la personalización del
poder ligada al liderazgo de Goni como encarnación del espíritu reformista.
Si bien la cúpula movimientista reconocía que
Blattmann poseía una imagen representativa, se resistía a apoyarlo como un
líder del partido, por lo que su candidatura fue bloqueada apenas se empezó a
diseñar la campaña presidencial. El movimientismo quedó, entonces, aturdido
ante dos alternativas: prorrogar el mandato presidencial de Goni como lo
propuso el senador Guillermo Richter, o incorporar un candidato de repuesto que
nacía ungido en el calor del tradicionalismo movimientista. Así prevaleció Juan
Carlos Durán que puso en práctica una estrategia de campaña mecánica: hacer que
la sociedad boliviana se identifique con las reformas ejecutadas durante la
administración de Sánchez de Lozada y, por ende, lograr que la población
también se identifique con el MNR.
El carácter de la candidatura de Durán nació del
conflicto intra-partidario, mientras que la imagen de Goni en 1989 y 1993
recorrió un camino inverso: brotó del consenso. Goni tuvo una eficaz capacidad
para crear su propia historia, escrita en los pasillos del gabinete económico y
del Ministerio de Planeamiento de Paz Estenssoro. Este espacio configuró en
Sánchez de Lozada una vocación para crear y gestionar instituciones estatales,
simbolizando un modelo de concertación, eficiencia y representatividad. Sánchez
de Lozada fue la desembocadura remozada del proceso de recambio histórico que
tuvo el viejo nacionalismo revolucionario entre 1985 y 1989[21].
Juan Carlos Durán, en cambio, estaba anclado en una
raíz diferente. Venía de los entresijos del Parlamento, un ámbito estrictamente
político, de negociación perversa de lealtades partidarias, acostumbrado a los
aquelarres, negociaciones secretas y enfrentamientos, igual que su gestión como
Ministro del Interior en el último gobierno de Víctor Paz. Durán no pudo
contrarrestar el estigma de líder político de segundo orden con el que fue
visto por algunos sectores de la sociedad.
Es posible que el descalabro del MNR en 1997 tuviera
mucho que ver con esta génesis diferente de liderazgo. Goni provino del
escenario moderno de la economía y las elites empresariales, llegando a
constituir una personalidad atractiva para la sociedad y el sistema político,
mientras que Juan Carlos Durán no pudo aparecer como un líder que uniera al
partido y fuera más allá del gonismo,
pues su candidatura fue percibida como tradicional y sujeta a las rancias
prácticas en el ejercicio de la política.
Durante la campaña, Juan Carlos Durán intentó
mostrar la figura de un auténtico representante de las reformas estatales
implantadas por el gobierno, electoralizó el Bono Sol, una renta para los
ciudadanos de la tercera edad, polarizando en extremo el enfrentamiento con el
ex presidente Jaime Paz, candidato del MIR; nada de esto sirvió para obtener un
buen resultado electoral ni formar un cogobierno junto al ganador de las
elecciones, Hugo Banzer. Fue una ilusión, o un exceso de arrogancia, pensar que
algunos sectores de la población iban a convertir, de hecho, su apoyo a las
reformas en un sostén electoral para el MNR[22].
El carácter representativo de la candidatura de Juan
Carlos Durán dependía de la efectividad gubernativa del MNR, de la provisión de
resultados muy concretos pero, al mismo tiempo, estaba condicionado, como toda
actuación electoral, por la interpretación de cambiantes e inestables estados
de ánimo de la sociedad. La candidatura de Durán no se dio cuenta que existe un
inevitable divorcio entre la aplicación de políticas públicas y reformas
estatales que Goni llevó adelante, y la cultura política de los ciudadanos.
El MNR creyó que podía traducir en torrente
electoral algunos éxitos de la administración gubernamental pero tropezó con
dos obstáculos:
- Primero, la tendencia de nuestra cultura
política que se inclina fuertemente hacia la renovación de gobernantes,
apostando así por un recambio de liderazgo y, por lo tanto, reproduciendo el
beneficio de la duda contra cualquier candidato.
- Segundo, el autoritarismo de Goni
concentró a su alrededor el éxito de las reformas, manteniendo al grueso de su
equipo tecnocrático independiente de la estructura partidaria del MNR; esto
ocasionó que una parte de las cúpulas movimientistas, entre éstas Juan Carlos
Durán, apunten el faro hacia los salones del Poder Legislativo, sin poder, en muchos
casos, difundir las reformas logradas o participar en ellas con el objetivo de
dirigirse hacia un proyecto político de mayor alcance.
Asumido el fracaso electoral, volvió a hablarse del
retorno de Goni para el año 2002. Y así fue, regresó como candidato pero sin
articular ni modernizar su partido por medio de un liderazgo democratizador;
pasó a la oposición con el fin único de desprestigiar todas las políticas de
Banzer en los viajes que Sánchez de Lozada hizo al extranjero, sobre todo a
Estados Unidos, sin ser un actor regulador para realizar un seguimiento a sus
reformas. Se trató, en definitiva, de la imposibilidad de reconstruir la acción
política de Goni que siempre desestimó el reconocimiento
de los errores.
Política del avestruz y desprecio del compromiso
Cuando Sánchez de Lozada encabezó la
coalición de gobierno para agosto de 2002, no hubo nada innovador porque sus
presentaciones públicas fueron la imagen pálida de un estilo incierto y su
discurso político estuvo afincado en cuatro ejes fundamentales:
- La evocación de
eficiencia empresarial para el manejo de los asuntos públicos y económicos, lo
cual hizo que se autocalifique nuevamente como un empresario exitoso que podía
revertir las crecientes críticas contra el modelo neoliberal en Bolivia.
- La defensa sin
concesiones de las políticas de capitalización que habían ingresado en un
interregno de incertidumbre e inercia durante las administraciones de Hugo
Banzer y Jorge Quiroga; sin embargo, no ofreció nada para corregir algunas
distorsiones, especialmente en lo referido a la explotación de gas natural,
resistiéndose a realizar un referéndum sobre el destino de los hidrocarburos
que estaban en manos de poderosas empresas multinacionales[23].
- La exigencia de
reglas de juego claras, estables e inmediatas para efectivizar las políticas de
mercado pero sin proponer acciones destinadas al combate de la desigualdad como
eje central para favorecer a los sectores más pobres.
- Las
declaraciones si maquillaje para oponerse a la Asamblea Constituyente
utilizando las habilidades discursivas de su Vicepresidente, Carlos D. Mesa
Gisbert, que se reunió con diferentes sectores para convencerlos de la
inviabilidad de tal mecanismo de consulta y deliberación.
En el fondo, la segunda presidencia de Sánchez de
Lozada podría ser caracterizada como una práctica para mantener un bajo perfil
y cultivar una serie de negociaciones secretas en lo referido a la venta de gas
natural por medio del consorcio Pacific LNG. De esta manera, el gonismo se agotó como impulso reformador
para adaptarse a una nueva lógica: la política
del avestruz; en este sentido, era importante comprender cómo fue posible
la evolución de distintas especies a lo largo de millones de años. Muchos
animales fueron adaptándose a su medio ambiente, mientras que otros se
extinguieron inevitablemente. Algunos mantuvieron una extraña ligazón con su
género pero desarrollaron características anatómicas diferentes adoptando
habilidades de otras especies. Este es el caso del avestruz, una enorme ave que
habita en África y cuyo volumen corporal le ha privado de la capacidad de
volar. Sin embargo, su acomodo al ecosistema fue impresionante pues sus enormes
patas le permiten correr tan velozmente que el vuelo se revela como algo
innecesario.
El problema del avestruz es que,
posiblemente, también esté destinado a desaparecer pues tiene limitadas
capacidades para enfrentar el peligro. Frente a las amenazas de otros veloces
depredadores que quieren comérselo, el avestruz hace una evaluación confusa de
sus problemas. Inocentemente cree que evitando ver la dificultad, ésta ha
desaparecido. Oculta la cabeza dentro de la tierra sin darse cuenta de que su
cuerpo está a merced del perseguidor o que sus bellas plumas abiertamente
llaman la atención provocando lo peor, es decir, aquello que el avestruz
justamente quería impedir.
Las complicaciones del avestruz
muchas veces también contagian al liderazgo político, de tal manera que cuando
un líder evalúa sus posibilidades y límites en forma incompleta o desdeñosa, el
resultado es una triste analogía: ejercer la política del avestruz. No advertir
los problemas en su real dimensión, confundir la política a ejecutar con el
instrumento, las exigencias de lo inmediato con el largo plazo, la cáscara con
el contenido, minimizar los peligros y no prever costos políticos o económicos.
¿Cómo entender las fallas que ocasionaron el colapso del 12 y 13 de febrero de
2003, las amenazas de conspiración y el anquilosamiento en la reorientación
estatal?[24]
¿Por qué hubo un vacío de poder aquel fatídico febrero que culminó con la caída
definitiva ocho meses después?
Una hipótesis para explicar la
crisis del régimen de Sánchez de Lozada de febrero a octubre de 2003, radica en
que el nacimiento de su gobierno descansó estrictamente sobre la coalición
MNR-MIR-NFR; es decir, sobre objetivos partidarios de corto plazo y estrategias
de gobernabilidad inconclusas, dejando de lado la necesidad imperiosa de
proseguir con la reforma del Estado para gobernar por políticas que se
conviertan en una actividad normativa en función de evaluar las mejores
opciones de solución a los problemas públicos.
La gobernabilidad como acuerdo entre partidos se tornó
incapaz de promover el cambio social y tampoco supo conciliar intereses entre
el sistema político y los movimientos sociales, ni comprender lo que representa
el fortalecimiento de la sociedad civil; típicamente, la gobernabilidad llegó a
convertirse en una ramplona política de avestruz. Los pactos de gobernabilidad
confundieron la necesidad de obtener estabilidad que favorezca el ejercicio de
la presidencia, con un asombroso proceso de neo-patrimonialismo para controlar
bancadas parlamentarias e impedir una oposición intransigente proveniente del
MAS.
Sin embargo, los pactos nunca se articularon con el
diseño de políticas públicas que busquen comprometer
responsabilidades hasta obtener los productos de una auténtica
modernización política. La gobernabilidad no pudo repensarse en términos de gestión
pública, compromiso para el logro de resultados, control social
de los grupos afectados por diversas políticas y fijación de castigos
indispensables para quienes ejercían el poder al no reconocer que éste tiene
prohibiciones[25].
Resultó inconcebible observar cómo
las cosas se descontrolaron cuando el gonismo
copió la actitud del avestruz: no mirar el contexto global de los problemas, no
hacer el esfuerzo por prever desastres, corregir tendencias erróneas, ni
superar viejos hábitos que sólo ocasionaron distorsión y necedad. Esconder la
cabeza no fue sinónimo de cobardía, sino simplemente aquel torpe momento en
que, por arrogancia o sentido de superioridad inexistente, se consideró viable
la posibilidad de remontar el peligro.
En el análisis de la política del avestruz se aprecia
que éste también tiene facultades sorprendentes como asimilar piedras y hasta
desechos de metal. Su poderoso aparato estomacal es capaz de ayudarle a
sobrevivir en entornos donde la comida es escasa pudiendo procesar basuras
increíbles. El gonismo tuvo que
tragarse el vacío de poder pero no pudo digerir los traumas del 12 y 13 de
febrero, volvió a tropezar con la misma piedra, no se comprometió con mayores
reformas para correr con prontitud, aplicar inteligentemente las políticas, y
la gestión pública de su gobierno no fue capaz de superar el elitismo y la megalomanía,
una enfermedad profesional muy generalizada en los tecnócratas gonistas.
En medio del cúmulo de dificultades
que constriñeron al horizonte político, el gobierno de Sánchez de Lozada
menospreció algunas alternativas, una de las cuales era el Sistema de
Seguimiento y Evaluación a la Gestión Pública por Resultados (SISER) que
funcionaba al interior del Ministerio de la Presidencia[26].
En realidad, el SISER es un Decreto
Supremo aprobado por el ex Presidente Jorge Quiroga el año 2001. Nació como
parte de Programa de Reforma Institucional (PRI) que buscaba continuar una
reforma estatal dirigida a lograr frutos objetivos. Cada ministerio estaba
obligado a presentar un pliego de compromisos por resultados y el SISER
rastrearía su cumplimiento cuantificando logros. Si algún compromiso no se
cumplía, el sistema informático de la Dirección General
de Gestión Pública del Viceministerio de Coordinación Gubernamental daría las
señales para que se corrijan estancamientos hasta efectivizar lo comprometido.
El gonismo utilizó al SISER como un disfraz para ocultar la
fragmentación de la gestión pública porque los partidos de la coalición
cooptaron diferentes ministerios sin obedecer ninguna directriz presidencial.
La gestión gubernamental se infectó de corrupción que nadie pudo limitar y todo
se paralizó sin saber cómo responder, estratégicamente, a cinco problemas:
- Primero, el
fraccionamiento del aparato estatal, que quedó bajo el control de diferentes
partidos de la coalición, evitó la realización de un proceso eficiente de
formulación, monitoreo, evaluación y retroalimentación de las políticas
públicas.
- Segundo, el gonismo aún negaba una descentralización
de la acción estatal, reproduciendo un Estado piramidal para controlar las
prefecturas, que también fueron presa fácil del reparto partidario y la
inmovilidad de la gestión pública.
- Tercero, no hubo
un desarrollo de capacidades para la administración intergubernamental cuyo
objetivo sea conectar al gobierno central con las regiones y municipios.
- Cuarto, el gonismo no visualizó ningún modelo de
organización flexible para corregir la burocracia y encarar el cambio continuo.
- Quinto, no se
quiso generar un nuevo estilo gerencial público.
Gobernar por políticas no fue una
táctica durante la segunda presidencia de Sánchez de Lozada; por el contrario,
se fomentó una teoría conspirativa de la sociedad después de la crisis de
febrero y ésta, a su turno, alimentó conspiraciones reales que estallaron entre
septiembre y octubre de 2003. El fracaso se precipitó sin pensar siquiera en
alcanzar una meta sencilla: diseñar y ejecutar políticas públicas consideradas
como un sentido común esclarecido y crítico para no provocar influencias
perniciosas. Los nuevos tecnócratas y políticos gonistas nunca comprendieron con claridad las políticas públicas
como instrumentos para criticar o mejorar el sentido común y, por lo tanto,
incumplieron todo lo ofrecido.
De pronto se esfumaron las razones
valederas para administrar el poder a través de mecanismos democráticos,
dándose lugar al Apocalipsis; de esta manera, se utilizó la represión sin medir
las consecuencias futuras durante las protestas en El Alto a partir de agosto
de 2003 y el aparato estatal se transformó en una máquina cuya legitimidad se
sostuvo solamente con la violencia; el gonismo
perdió su imagen democrática porque cuando irrumpe la violencia, lo importante
no es el grado de intervención represora, sino las formas, los medios y las
salidas concertadas para actuar con verdadera responsabilidad pero, en este
caso, el avestruz gonista no pudo
reconvertirse y sucumbió por extinción, ingenuidad e irresponsabilidad.
El péndulo desencajado: 2002, cincuenta años de la Revolución Nacional
de 1952
La memoria y el recuerdo, dos
facultades que nos hacen mirar hacia atrás para comprender mejor nuestra
historia o, por el contrario, para forzar el olvido, sobre todo cuando nos
obsesionan el temor y la vergüenza de experiencias pasadas que no deseamos
volver a repetirlas. Como un péndulo, nuestra conciencia se balancea entre los
recuerdos de ayer y la información sobre el presente: claridad, confusión,
angustia, rabia y perplejidad se convierten, finalmente, en un torbellino de
sensaciones que se desencadenan sin cesar hasta el último de nuestros días.
Al pasar cincuenta años desde la revolución
nacional de 1952, este evento significativo persiguió la segunda presidencia de
Sánchez de Lozada porque obligó a contrastar, permanentemente, lo que entonces
sucedió con los resultados de hoy, con la siembra contemporánea que se
reflejaba en el espejo del modelo neoliberal. Obreros y campesinos armados, una
vez tuvieron en sus manos la oportunidad de construir un país inédito. Sus
sueños no tenían límites como tampoco sus ambiciones de poder. Como un volcán o
la velocidad ardiente de un cometa imparable, la revolución otorgaba reforma
agraria, nacionalización de minas, voto universal, reforma educativa y un
proyecto político que, de golpe y sopetón, devolvía la dignidad a millones
abriendo surcos para sembrar la modernización boliviana.
De nada sirve revisar nuestra
historia para criticar destructivamente aquellas audaces medidas, cuya
legitimidad descansó en los fusiles y el sentido de justicia de aquellas masas
que resolvían en las calles, a puñetes o a bala, las deudas pendientes de la
oligarquía que había administrado el país como una finca gigantesca. La
pobreza, el pongueaje y la destrucción del desprecio de quienes tenían más
sobre los que nada tenían, encontraban en la revolución una luz de alivio que,
supuestamente, conduciría a una transformación sin parangón hasta ese momento.
Sin embargo, el ensueño duró poco y
en el año 2002 Sánchez de Lozada precipitó la necesidad de criticar sin
reservas las actitudes de las elites políticas y sindicales que, les guste o
no, terminaron por convertir a la revolución en un péndulo desencajado que,
hasta la caída del gonismo, ya no
tronaba ni sonaba. La revolución inició un proceso que trató de golpear el
péndulo hacia delante: crecimiento económico, los albores de una
industrialización agresiva, integración territorial y articulación ideológica a
través del nacionalismo. Lo que finalmente recogimos como cosecha seca e
inservible fue el golpe del mismo péndulo pero esta vez hacia atrás: agresiones
militares, ambiciones personales, egoísmos intolerantes, inestabilidad,
despilfarro para comprar a transitorios aliados políticos, corrupción y
nepotismo, que terminaron por arrojarnos en una crisis irremediable a comienzos
de los años 80.
Hoy en día, las condiciones
internacionales, políticas e ideológicas han sacudido tanto nuestras raíces
que, como una hipocresía de la historia, quienes había acaudillado la
revolución desde el poder destruían irreversiblemente todas y cada una de las
consecuciones del proyecto desarrollista de 1952. Víctor Paz Estenssoro como
iniciador del modelo neoliberal cristalizado en el Decreto Supremo 21060,
Hernán Siles Suazo y Juan Lechín Oquendo como actores del proceso anárquico
durante el gobierno de la
Unidad Democrática y Popular (UDP), veían fracasar o, en todo
caso, destruían con sus propias manos a partir de 1985 las expectativas y
ambiciones que alguna vez prometían un destino distinto.
Después de cincuenta años, siglo XXI
y año 2002, el gonismo confrontaba
una Bolivia que todavía era víctima de un encierro indignante en la pobreza,
exclusión y retardo económico. Carecía de recursos financieros y humanos
propios, era altamente dependiente de la cooperación oficial para el desarrollo
y la mayoría de su población veía con escepticismo o desconfianza la
posibilidad de superar nuestros problemas en conjunto como una nación sólida.
Cincuenta años de esfuerzo y decepción[27].
Jamás tuvimos una guerra civil prolongada, un conflicto internacional que nos
haga víctimas de bloqueos económicos o la tragedia de epidemias devastadoras;
nunca nos cayó una bomba atómica como en Japón, tampoco soportamos una secesión
como en Corea; no conocemos una explosión demográfica que condene a millones a
la inanición como en China. Nada de esto, pero Japón, Corea del Sur, China,
Tailandia, Malasia, Vietnam y algunos estados descentralizados dentro de India
registran niveles de desarrollo envidiables, crecimiento económico, prosperidad
y mayor equidad que Bolivia entre 1960 y los años dos mil. Esto debería
hacernos avergonzar por todo el tiempo perdido, la retahíla de mentiras y
traiciones en que nos hicieron dormir cientos de Paz Estenssoros, Siles Suazos,
Lechines Oquendos y muchos gonistas
que todavía amenazan como insectos venenosos en el sistema político y sindical
contemporáneo.
Las actuales generaciones constantemente deben
estudiar y seguir revisando las consecuencias de la revolución del 52, sus
protagonistas, lo que todavía falta por investigar o revelar. Nuestra memoria
no debe desfallecer a este respecto: recuerdo y reflexión, ansiedad y responsabilidad,
el ritmo del péndulo debe ser re-equilibrado y puesto en su lugar para seguir
adelante, aún a pesar de los magros resultados en materia de desarrollo,
modernización, dignidad y justicia social en Bolivia; es decir, a pesar de la
herencia inerte en que finalmente desembocó aquel experimento revolucionario y
que el gonismo intentó olvidar sin
siquiera sobrevivir más allá de los diez años. Ideal liberal o espuma
superficial sobre aguas estancadas, Sánchez de Lozada se desvaneció en medio de
explosiones de furia y violencia impune.
Conclusiones: quiebre en las elites, ¿entonces hacia
dónde fue el modelo neoliberal?
Más allá de la clásica oposición
entre el modelo neoliberal y las fuerzas disidentes. Más allá de los conflictos
con los movimientos sociales o la aparición de partidos políticos
anti-sistémicos, en Bolivia existe una crisis, tal vez más grave que la de
carácter económico. Se trata de un quiebre en el bloque de poder de las elites
dominantes, cuya crisis es la pérdida de un horizonte de largo aliento, junto a
una total incertidumbre sobre su futuro papel en el actual modelo de libre
mercado. El hundimiento del gonismo
revela cómo las elites empresariales ya no son aquella clase social homogénea
–por lo menos desde el punto de vista ideológico– que rearticuló su poder y
gozó de privilegios desde 1985.
Cuando recordamos los fenómenos más
dramáticos en los últimos veinte años de historia política en Bolivia,
rápidamente salta a la memoria nuestra transición hacia la democracia en 1982.
En realidad, parece ser más correcto indicar que existieron tres transiciones
fundamentales. La primera transición fue el paso del autoritarismo militar
hacia el gobierno de la UDP ,
reconociéndose la legitimidad del ex presidente Hernán Siles Suazo. Lo más
sobresaliente de este acontecimiento fue que las Fuerzas Armadas quedaron sin
la más mínima posibilidad de participación política en el nuevo escenario
democrático[28].
La segunda transición se relaciona
con la crisis hiperinflacionaria que destruyó a la UDP entre 1982 y 1985, lo cual
dio paso a la llegada del Ajuste Estructural con el 21060, enterrándose al viejo capitalismo de Estado
que dominó desde 1952. Esta transición económica nos enfrentaba con mayor
radicalidad a la economía de mercado, procesos de competitividad mundiales y a
la poderosa influencia de instituciones financieras internacionales. La tercera
transición fue el desplazamiento de la política de masas y prácticas
populistas, hacia la reconstrucción de un nuevo Estado que recupere su
autoridad, basándose únicamente en la participación de las elites políticas y
empresariales. Éstas habían diseñado el nuevo orden económico del 21060 junto
con el pacto de gobernabilidad que sostuvo al gobierno del ex presidente Víctor
Paz Estenssoro.
Entre 1981 y 1985, la Confederación de
Empresarios Privados de Bolivia (CEPB), con Marcelo Pérez Monasterios, Carlos
Calvo y Fernando Illanes como sus figuras más notorias, representaba el
principal núcleo doctrinario para las reformas liberales y una reestructuración
política dentro de cánones democráticos. Asimismo, David Blanco, Ronald Maclean
y Mario Mercado Vaca-Guzmán armarían un grupo compacto al interior de ADN para
conectarse con la asesoría económica del estadounidense Jeffrey Sachs.
Paralelamente, las elites del MNR con Gonzalo Sánchez de Lozada, Fernando
Romero, Fernando Prado, Juan Cariaga, Guillermo Bedregal y Roberto Gisbert,
conformarían otro grupo para analizar el alcance y puesta en práctica de las
principales medidas de shock.[29]
Aquellas personas llegaron a convertirse en
importantes ministros de Estado, además de constituir elementos clave en el
mundo de los negocios. Estas elites no sólo lograron la viabilidad política del
21060, sino que se habían unificado en un bloque de poder con homogeneidad
ideológica y privilegios, frente a los cuales poco podían hacer los
trabajadores agrupados en la
Central Obrera Boliviana (COB) o el campesinado de la Central Única de
Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB), cuya influencia había sido
desterrada del sistema político boliviano.
Si comparamos agosto de 1985 con el período 2005
después de veinte años del modelo neoliberal, se observa que el bloque de poder
manifiesta ahora un agotamiento y serias discrepancias. Los enfrentamientos
entre Carlos Calvo y Ronald Maclean, entre Jorge Quiroga y distintas fracciones
de las elites empresariales en Santa Cruz, o la polarización entre Sánchez de
Lozada y su propio partido MNR para burlar el juicio de responsabilidades por
la represión en el momento de su derrocamiento, arrastra también a sus viejos
socios, siendo afectado el grupo de empresarios leales a Jaime Paz Zamora que
conformaron en algún momento la Nueva Mayoría en el MIR y, súbitamente, ven ahora
inviable su propia supervivencia porque se marchitó un nuevo consenso de dominación;
esta pérdida de consistencia explica plenamente la ruptura del empresario
Samuel Doria Medina con Jaime Paz. En todo caso, aquellos ciudadanos actúan de
manera aislada, con objetivos coyunturales y con metas cortas en función de las
elecciones generales de diciembre de 2005. Así han perdido todo control sobre
el horizonte económico de largo plazo para Bolivia porque no existe una versión
rejuvenecida del 21060 para el siglo XXI.
La crisis económica hace mucho que tocó a sus puertas
develando que las elites empresariales no pueden lograr, ni mayores volúmenes
de productividad, generación de empleo, o innovación, ni mayor fortaleza para
competir internacionalmente. Las elites no pueden suavizar la intensidad de una
economía de mercado donde las tasas de interés y la política monetaria en el
sistema financiero están sujetas a la aprobación del Fondo Monetario
Internacional (FMI), de manera tal que sufren al ver amenazados algunos de sus
privilegios para manipular concesiones en su favor. De pronto, su dependencia
financiera saborea también el vinagre de las instituciones internacionales
cuyas decisiones constriñen la capacidad de reacción de los empresarios
bolivianos, sin siquiera contar con la Capitalización
porque su presencia pesa muy poco. El gonismo
prefirió a las grandes empresas multinacionales extranjeras.
Actualmente, la
participación de Bolivia en el comercio mundial es del 0.0017%; es decir, nada[30].
La caída del gonismo, en el fondo,
golpeó tremendamente a las elites quienes no saben qué hacer con el modelo
económico imperante. No tienen unidad teórica, pues están carcomidas por la
incertidumbre. Una veces afirman que ha llegado el fin de la ortodoxia liberal,
como lo expresó el empresario y jefe del nuevo partido Unidad Nacional, Samuel
Doria Medina, pero en otras oportunidades tienen que agachar la cabeza para
recibir los créditos de la Corporación Andina de Fomento (CAF), cuyo
presidente, el boliviano Enrique García, ha expresado sutilmente en muchas
ocasiones que no será posible romper las duras condiciones impuestas desde
afuera y donde la integración comercial de toda América Latina marcha firme
hacia márgenes de competencia más drásticos, caracterizados por la
globalización y liberalización progresiva.
Las elites ya no tienen aliados en altas esferas de la
academia norteamericana, como en algún momento fueron Richard Musgrave y
Jeffrey Sachs, ambos profesores de la Universidad de Harvard. Actualmente, Sachs es uno
de los activistas más importantes en Washington DC para aumentar la ayuda económica
en favor de la lucha contra el Sida y la erradicación de enfermedades
tropicales en África. Esto le permite estar al margen de las desastrosas
consecuencias que su consejería generó en Bolivia y Rusia, dos países donde la
pobreza galopante, corrupción y el retorno de la inestabilidad política han
terminado por ahuyentar a este médico macroeconómico y financiero, cuyo
prestigio parece estar mejor protegido si se involucra con campañas masivas de
salud, antes que con una reorientación de la economía neoliberal en los países
pobres.
El gonismo
se agrietó y rompió amenazando con fracturar al bloque de poder de las elites
como conjunto, poniendo al descubierto su falta de previsión, su negativa
actitud excluyente en veinte años de ajuste, su incapacidad de auto-reforma y
su ausencia de compromiso con los intereses nacionales más ecuánimes. Para la
sociedad boliviana, el valor fundamental no es el futuro sino el presente; el
futuro es un tiempo falso que fue aprovechado por las elites para decirnos que
“todavía no era hora” de democratizar recursos, compartir riqueza y superar la
pobreza; de esta manera, lo único que consiguió el gonismo fue negar la realidad y negarnos como país. Lo que todos
queremos son transformaciones ahora
porque el gonismo trató de ofrecernos
un futuro incierto a través de sus reformas, favoreciéndose solamente a sí
mismo y edificando un presente que acabó encarcelando los verdaderos cambios. Su condena establece un antecedente vital para la democracia en Bolivia y en toda América Latina. Fue y es responsable por las muertes durante su caída. De nada sirvió la represión y, por lo tanto, Goni deberá aprender que ni sus millones, ni su aparente prestigio están por encima de los derechos humanos y por encima de la ley. La condena en Estados Unidos fue justa, así como necesaria es la reflexión sobre su gobierno que tanto despropósito sembró.
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[1] Para una análisis
semiológico y sociológico del gonismo
como discurso político, consultar: Mayorga U., Antonio J. Gonismo, discurso y poder 1985-1989, Facultad de Ciencias
Económicas y Sociología (FACES), Cochabamba: Universidad Mayor de San Simón
(UMSS), 1996, pp. 73-154.
[2]
Cf. Phillips Mandaville, Alicia. “Incentives of the Bolivian political elite to
promote pro-poor reform. Assessment report and program recommendations”; The
National Democratic Institute for International Affairs, Working Paper, October
2004, p. 18.
[3]
Cf. Drake, Paul W. (ed.). Money doctors,
foreign debts, and economic reforms in Latin America from 1890s to the present,
Wilmington , Delaware :
Jaguar Books on Latin America , 1994, pp.
236-266.
[4] Sobre los avatares y las
contradicciones del desarrollo presentes en toda América Latina, consultar el
siempre actual: Paz, Octavio. “El desarrollo y otros espejismos”; en: El laberinto de la soledad. Posdata. Vuelta
a El laberinto de la soledad, Madrid: Fondo de Cultura Económica, 1998, pp.
284-320.
[5] Cf. Mansilla, H.C.F. “La
tradición conservadora de los partidos políticos”; en: El carácter conservador de la nación boliviana, Santa Cruz de la Sierra : El País, 2003, pp.
65-77.
[6] Un crítico importante
del gonismo que, de manera temprana,
llamó la atención sobre los abusos de la capitalización es José Luis Roca, de
este autor es muy útil la lectura de: Roca, José Luis. Bolivia, después de la capitalización. Una crítica al gonismo y sus
“reformas”, La Paz :
Plural Editores, 1999, 269p. Este libro, sin embargo, carece de un análisis
sobre la economía política de las reformas gonistas
y una reflexión vinculada a las influencias internacionales que precipitaron la
capitalización.
[7] Cf. Mayorga, René.
“Outsiders y kataristas en Bolivia: su rol en el sistema de partidos y la
democracia pactada”; en: Antipolítica y
neopopulismo, La Paz :
Centro Boliviano de Estudios Multidisciplinarios (CEBEM), 1995, pp. 85-158. Gamboa
Roacabado, Franco. “Víctor Hugo Cárdenas: el indio cartesiano”; en: Itinerario de la esperanza y el
desconcierto. Ensayos sobre política, sociedad y democracia en Bolivia, La Paz : Muela del Diablo
Editores, 2001, pp. 169-176.
[8] Cf. Romero Ballivián, Salvador.
Geografía electoral de Bolivia, así votan
los bolivianos, La Paz :
CEBEM-ILDIS, 1993, pp. 247-270.
[9] Para comprender el
debate clásico sobre el concepto de hegemonía, ver: Buci-Glucksmann, Christine. Gramsci
y el Estado, Siglo XXI, México, 1988, p. 35, passim. Asimismo, Labastida,
Julio y del Campo, Martín (coord.). Hegemonía
y alternativas políticas en América Latina, México: Siglo XXI, Instituto de
Investigaciones Sociales UNAM, 1985, 486p.
[10]
Cf. Birdsall, Nancy and De la
Torre , Augusto. The
Washington Contentious. Economic policies for social equity in Latin America,
Washington D.C. : Inter-American Dialogue, 2001, 84p.
[11] Mansilla, H.C.F. El carácter conservador…, ob. cit., p. 74.
[12] Vinto se vendió en el
año 1998 y hoy se investiga por qué fue comprada por la empresa inglesa Allied
Deals que se declaró en quiebra y, a su vez, revendió la empresa a COMSUR cuyo
dueño es Sánchez de Lozada; por otra parte, sobre el LAB se ciernen las sombras
de corrupción más patéticas entre 1996 y 2002. Cf. Soliz Rada, Andrés. La fortuna del presidente, La Paz : Los Amigos del Libro,
2002, 324p.
[13] Cf. El voluminoso libro
que es una apología de las reformas gonistas
sin el más mínimo sentido crítico pero que muestra el molde de apoyo de los
organismos multilaterales como el Banco Mundial y el Fondo Monetario
Internacional; Chávez Corrales, Juan Carlos (coord.). Las reformas estructurales en Bolivia, La Paz : Fundación Milenio, Serie:
Temas de la modernización, 1998, 604 p. Además, un ejemplo de desgaste del
aparato público donde las reformas gonistas
no sirvieron de mucho, es la influencia de la economía informal que va
socavando el funcionamiento del Estado; sobre este problema, consultar: “La
economía informal y la pérdida de legitimidad de las instancias estatales y de
la administración pública”; en: Castedo Franco, Eliana y Mansilla, H.C.F. Economía informal y desarrollo
socio-político en Bolivia. Transformaciones socio-culturales, erosionamiento de
la legitimidad estatal y perspectivas de lo informal, La Paz : CEBEM, 1993, pp. 107-123.
[14] Cf. Hausmann, R, and E. Fernández-Arias. “Foreign
Direct Investment: Good Cholesterol?” in: Foreign
Direct Investment versus other flows to Latin America, Development Centre Seminars, OECD Publications, 2001, p. 18.
Consultar también: Vial, Joaquín. “Foreign investment in the Andean countries”,
Center for International Development (CID), Harvard University ,
Working Paper No. 85, January 2002, 33p.
[15] Cf. Las hipótesis sobre
la debilidad estatal y las ilusiones del crecimiento económico en Bolivia:
Pacheco, Mario Napoleón. “Apuntes sobre las transformaciones de la economía
boliviana, 1986-1997” ;
en: Valdivia Urdininea, José (et. al.). Reflexiones
sobre el crecimiento económico, La
Paz : Fundación Milenio, Serie: Temas de la Modernización , 1998,
pp. 77-109.
[16] Cf. Gamarra, Eduardo.
“Presidencialismo híbrido y democratización”; en: Mayorga, René Antonio
(coord.). Democracia y gobernabilidad.
América Latina, Caracas: CEBEM-ILDIS-Nueva Sociedad, 1992, pp. 21-41.
[17] Un testimonio que
intenta ser autocrítico pero que termina siendo una justificación entristecida
de algunas acciones parlamentarias, son las reflexiones de un ex diputado del
MBL y ciego aliado de Sánchez de Lozada, Urioste, Miguel F. de C. ¿Valió la pena? Cuatro años de gobierno,
La Paz : Huellas,
1997, 115 p. Este libro está prologado, además, por Carlos D. Mesa Gisbert
donde se percibe un tono ardientemente explícito a favor del gonismo.
[18] Cf. Bedregal, Guillermo.
Presente y futuro de la política, La Paz : Los Amigos del Libro,
1997, pp.81-84. Este libro, como otros del mismo autor, está plagado de ideas
confusas pero promociona la candidatura de Juan Carlos Durán y trasluce las
orientaciones maniqueístas que siempre caracterizaron al MNR y vencieron al gonismo.
[19] Mayorga, René. “Sistema
político. La democracia o el desafío de la modernización política”, excelente
ensayo que analiza la evolución del sistema democrático desde una perspectiva
histórica y aboga por una recuperación de las complejas funciones que los
partidos cumplen para la democracia. En: Campero Prudencio, Fernando. Bolivia en el siglo XX. La formación de la Bolivia contemporánea,
La Paz : Harvard
Club de Bolivia, p. 353.
[20] Sobre
este punto, ver similares tendencias en el ámbito latinoamericano: Franzé,
Javier. “La sociedad civil frente a la crisis de la política. Control y
desentendimiento”; Nueva Sociedad,
No. 134, Caracas, noviembre-diciembre de 1994, pp. 102-117.
[21] Ver el video con los
testimonios del propio Sánchez de Lozada para el público de habla inglesa, en: www.commandingheights.com,
disponible.
[22] El dilema de todo
político es siempre si puede utilizar ciertas reformas para avanzar en el
desarrollo de una sociedad más democrática y un Estado eficiente, o jugarlo
todo en función de clientes, favoritismos y cálculos electorales; por esto, es
útil consultar: Geddes, Barbara. Politician’s
dilemma: building state capacity in Latin America,
California Series on Social Choice and Political Economy: University
of California , Berkeley , 1994, 246p.
[23] Cf. Villegas, Carlos. Privatización de la industria petrolera en
Bolivia. Trayectoria y efectos tributarios, La Paz : Plural Editores,
CIDES-UMSA, 2003, 134p.
[24] La crisis del 12 y 13 de
febrero se desencadenó por intemperancia y falta de concertación. La noche del
11 de febrero, un grupo de policías se amotinaron exigiendo mejoras salariales
y una serie de beneficios. Al día siguiente, ni el Ministro de Defensa, ni el
Ministro del Interior pudieron evitar una balacera entre militares y policías
en la Plaza Murillo ,
escenario del poder presidencial; es muy probable que el mismo Sánchez de
Lozada haya dado la orden final para desbaratar la protesta policial mediante
la intervención violenta del ejército. De cualquier manera, entre la una y las
cuatro de la tarde del 12 de febrero, el Presidente y sus Ministros
desaparecieron del palacio de gobierno, los saqueos y la enajenación colectiva
coparon las calles y el vacío de poder duró dos días. Al final, el gonismo realizó un cambio de gabinete pero
las principales actitudes hacia la administración estatal se mantuvieron tal
cual; se menospreció la crisis de gobernabilidad hasta salir huyendo del país
el 17 de octubre de 2003.
[25] Cf. Banco Mundial. Bolivia, del padrinazgo al Estado
profesional. Análisis de la situación institucional y de gobernabilidad en
Bolivia; Tomo I, Informe principal: La Paz , Informe No. 20115-BO, 25 de agosto de 2000,
65p.
[26] Como consultor del
Ministerio de la
Presidencia entre marzo y diciembre de 2003 pude ver de cerca
la insensatez que dejó de lado al SISER, el acecho de la corrupción porque
muchos asesores del propio ministro se dedicaron a exigir cobros indebidos a
una serie de funcionarios, solamente por el hecho de otorgarles una fuente de
trabajo. Las negociaciones de diferentes conflictos fueron improvisadas sin
tener una agenda mínima para preparar la solución de los problemas; por último,
el gonismo se compró gratis una serie
de protestas a pesar de tener financiado el núcleo de sus principales proyectos
en el Plan Bolivia.
[27] Cf. Merilee S. Grindle and Pilar Domingo (ed). Proclaiming
Revolution: Bolivia in Comparative Perspective, Cambridge, Mass.; London:
David Rockefeller Center for Latin American Studies, Harvard University;
Institute of Latin American Studies, University of London, 2003, 424 pp.
[28] Las transiciones de
gobiernos militares a democráticos obligan también a observar un aspecto más
profundo: la cultura política, entendida como aquella matriz de relación entre
Estado, estructuras político-partidarias, sociedad civil y el sentido que la
gente otorga a la política y a las acciones colectivas; esta cultura política
en Bolivia, está todavía cargada de resabios autoritarios que cuestionan
constantemente la legitimidad democrática y nos empujan otra vez al precipicio
de la dictadura. Sobre esto consultar: Garretón, Manuel Antonio. “Política,
cultura y sociedad en la transición democrática”; Nueva Sociedad, colección especial de 30 años, No. 180-181, julio-agosto
y septiembre-octubre de 2002, pp. 199-220.
[29]
Cf. Conaghan, Catherine M. “Reconsidering Jeffrey Sachs and the Bolivian
economic experiment”; in: Drake, Paul W. (ed.). Money doctors…, op. cit. pp. 236-266.
[30]
Rey de Marulanda, Nohra and Guzmán Julio. “Inequity, human development and
social policy: the importance of ‘initial conditions’”; Inter-American
Development Bank, INDES Working Papers Series I-51, December 2003, pp. 12-30.
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