CUANDO TODO ESTÁ EN CONTRA: VIOLACIÓN DE DERECHOS HUMANOS Y TRATA DE PERSONAS EN BOLIVIA



Introducción
Desaparecidos, secuestrados, explotados o simplemente humillados. Este parece ser el destino de miles de niños, niñas, adolescentes y mujeres jóvenes cuando han caído en las redes de tratantes y traficantes de personas. La esclavitud del siglo XXI tiene una expresión clara: la crisis estatal y la imposibilidad institucional para enfrentar este problema dentro de las actuales democracias. Si bien la defensa de los Derechos Humanos al interior de un sistema democrático representa un hecho elemental, hoy día esto puede parecer ilusorio al haberse desarrollado una serie de amenazas que destruyen casi por completo la seguridad de los ciudadanos. En algunos casos, se atenta contra la integridad física de cualquier individuo debido a la creciente ola de criminalidad en todo el país y, en otras situaciones, sencillamente la administración de la justicia se muestra incapaz en el momento de hacer respetar las leyes. Éste es uno de los factores más preocupantes al evidenciarse que el Estado boliviano en su conjunto, atraviesa por una crisis estructural donde las relaciones entre la aplicación de las normas, el funcionamiento de la Policía, la corrupción y los obstáculos institucionales que retardan la justicia en Bolivia, se encuentran en decadencia.
Si bien el ordenamiento jurídico intenta adaptarse constantemente a una realidad cambiante y ha tratado de modernizarse en diferentes momentos a lo largo de la historia del sistema democrático entre 1982 y 2013 (Ministerio de Justicia, 1997), las brechas entre lo establecido por la ley y diversas formas que impiden su obediencia son sumamente grandes. Una cosa es lo que está prescrito en el derecho y otra, muy diferente, es lo que el Estado puede hacer desde sus instituciones en materia de ejercicio del poder político para castigar una serie de delitos. En Bolivia persiste un vacío de autoridad estatal al tratar de imponer el orden del Estado de Derecho; además, la sociedad civil se acomodó, de una manera muy lamentable a la vejación de sus Derechos Humanos y a la ausencia de eficacia estatal para preservar el orden social. Es como si cualquier ciudadano estuviera acostumbrado a pensar que la injusticia predomine, además de actuar con total indiferencia cuando es testigo de diferentes hechos delincuenciales.
Una de las expresiones más claras de violación a los Derechos Humanos dentro del periodo democrático en Bolivia es la trata y tráfico de personas. Es por esto que llama la atención y, al mismo tiempo, indigna la difusión de fotografías de niños y jóvenes desaparecidos a través de los diferentes medios de comunicación y las mismas calles en toda Bolivia. Estas fotos marcan una crisis de los Derechos Humanos en el país, junto con la aparición de diversas situaciones de violencia estructural en los ámbitos urbanos. El tráfico con fines de explotación sexual es lo que determina al crimen organizado en el siglo XXI a lo largo de las Américas y Europa occidental, creándose de esta manera un nuevo tipo de aceptación social muy proclive a la legitimación de la prostitución como negocio global.
Muchos de los casos de trata tienen como origen algunos conflictos dentro del seno familiar pero gran parte de las denuncias sobre jóvenes desparecidos, permanecen en la incertidumbre y a la espera de una intervención efectiva por parte de la Policía que, en varias circunstancias, posterga e inclusive obstaculiza las investigaciones judiciales. El aumento de la prostitución como negocio urbano floreciente, junto con la persistencia de una serie de secuestros y abusos para la explotación laboral, indica la urgencia de responder eficazmente a la trata de personas[1]. En el terreno internacional, la trata es parte de algunas redes continentales del crimen organizado, lo cual dificulta todavía más las investigaciones transnacionales, así como la formulación de políticas públicas eficaces para ejecutar un control más drástico entre diferentes países.
Este artículo analiza cómo la trata de personas fue convirtiéndose en un símbolo que representa el deterioro cosificado de los Derechos Humanos en Bolivia. Esto significa que cualquier delincuente relacionado con la venta de personas, el ejercicio del proxenetismo o los hombres que buscan su satisfacción sexual aprovechándose de la trata, han reducido toda consideración humana al estatus de una cosa u objeto que puede ser comerciado en el mercado, no solamente como una mercancía más, sino con el aditamento de evitar que la ley y el accionar del Estado protejan los derechos de las víctimas de este delito. El deterioro cosificado de los Derechos Humanos es una demostración de dominación de los delincuentes que creyéndose fuertes, miran a los débiles como cosas manipulables e inferiores, apareciendo así una tendencia horrenda hacia el ejercicio moderno de la esclavitud. La trata de personas es un delito de discriminación y lesa humanidad, el cual contiene varios aspectos pero, básicamente, se refiere a la comercialización de los seres humanos, ya sean hombres, mujeres o niños donde se evidencia una sistemática crueldad con diferentes tipos de violencia. En varias situaciones, dicha comercialización abre el paso para desbaratar diferentes mecanismos de trata, desde la captación de personas hasta el transporte, acogida o recepción de las víctimas.
Lo más importante es combatir la violencia física u otras formas de coacción que llegan inclusive a manifestar formas contemporáneas de esclavitud humana (UNODC, 2010; Asamblea Legislativa Plurinacional, 2102). Además, el problema debe dividirse entre la trata que se refiere directamente a la instrumentalización de una persona con fines de explotación para obtener provecho propio o de un tercero, utilizando la coerción o la limitación de la libertad individual a través de diferentes métodos (UNODC, 2010); mientras que el tráfico está vinculado con las migraciones internacionales de miles de personas, las cuales son humilladas por su condición de extranjeras, al mismo tiempo que se las sojuzga en trabajos degradantes[2].
Prácticamente todos los fenómenos de trata y tráfico humano afectan particularmente a los niños, niñas, adolescentes y mujeres jóvenes, aproximadamente entre los ocho y veinticinco años de edad, transformándolos en objetos de lo indigno. La degradación sexual a la que son sometidas las víctimas es, de hecho, una cosificación y los engaños para la esclavitud laboral les quita todo valor como personas con un derecho mínimo a condiciones de vida favorables, sujetas a un salario que sea el reconocimiento del valor de su trabajo. Estas condiciones verifican la violación sistemática de los Derechos Humanos, junto con el mantenimiento de diversas formas de servidumbre.
La trata de personas expresa, simultáneamente, una profunda crisis institucional y problemas de credibilidad existentes en organismos representativos como el Defensor del Pueblo y la Asamblea Permanente de Derechos Humanos de Bolivia (APDHB), que tampoco actúan clara y oportunamente para responder a los casos de desapariciones, las cuales van multiplicándose de manera incesante. La trata y tráfico cosifica a cualquier ser humano, perdiéndose de vista o destruyéndose el reconocimiento previo de su calidad como personas. La cosificación es un concepto que significa negar o echar por tierra  la dignidad de cualquier ciudadano como ser humano para reducirlo a la condición de una cosa sin derechos y subordinado a la violencia o el abuso (Honneth, 2005). Las relaciones entre todos los personajes implicados en los delitos de trata poseen una fuerte percepción de los ciudadanos como objetos. Los victimadores ven a la víctima, únicamente como un medio de lucro, placer o herramienta para conseguir dinero. Sin importar cuál sea el trato que reciba la víctima, ésta tiene una sola función: la de satisfacer los deseos de los victimadores en cuanto a la rentabilidad que pueden proveer muchas mujeres, niños, niñas y adolescentes. Las víctimas, sobre todo aquellas que se encuentran en situaciones de carestía, no toman parte consciente de sus actos al considerar como un trabajo, algo que en realidad es explotación o esclavitud. Del mismo modo, los victimadores no consideran esto un delito, sino una oportunidad para enriquecerse a costa del sufrimiento de terceras personas.
Por lo tanto, el artículo reflexiona también sobre el contexto ambiguo y cambiante en que se encuentran las formas de realizar un activismo específico a favor de los Derechos Humanos. La trata de personas en grandes centros urbanos como las ciudades de La Paz, Cochabamba y Santa Cruz, muestra la proliferación de una serie de amenazas que malogran constantemente la calidad de los Derechos Humanos en el actual sistema democrático. El método de investigación más útil fue la etnografía, las entrevistas en profundidad con víctimas y policías, así como el acompañamiento y observación participante de algunas denuncias de familiares afectados con la desaparición de sus seres queridos. El trabajo de campo se desarrolló en el denominado eje central de Bolivia donde existe un enorme movimiento económico, exposición hacia diversos negocios globales, contacto político y, curiosamente, tendencias hacia la desinstitucionalización permanente: las principales ciudades-capital como La Paz, El Alto, Cochabamba y Santa Cruz.

La trata y tráfico como fenómeno sociológico y político de descontrol en el siglo XXI
El nudo central del problema para comprender la trata y tráfico de personas en Bolivia (y probablemente en gran parte de América Latina), reside en la incapacidad institucional del Estado al efectivizar el cumplimiento de la ley, lo cual reproduce actividades delincuenciales que operan con violencia estructural; ésta es causada por un conjunto de estructuras, tanto físicas como organizativas, que no satisfacen las necesidades individuales para el ejercicio de derechos y responsabilidades (Galtung, 1995). Si bien existe una Ley Integral aprobada en julio del año 2012, con antecedentes que se remiten a 2006, ni la Fuerza Especial de Lucha Contra el Crimen (FELCC), ni el Ministerio Público pueden llevar adelante investigaciones constantes que aseguren la recuperación de las víctimas, la reparación de daños en caso de enjuiciar a los delincuentes, ni tampoco prever futuras acciones para evitar el surgimiento de nuevos casos que conectan la trata de personas con la explotación sexual y diferentes trabajos forzosos.
La “Ley Contra la Trata y Tráfico” es un conglomerado de normas de carácter retórico, bastante ambicioso teóricamente pero poco eficaz en el ámbito organizacional para asegurar su implementación. Innecesariamente, esta ley toma en consideración un total de ocho ministerios que no tienen una función punitiva, ni posibilidades de intervención en una investigación criminal. Todo es demasiado declarativo y la burocratización presente en todo el texto, probablemente alcanzará un impacto de prevención, a lo mucho. Esto es señal de una ineficacia estatal para la acción, junto con otra ausencia de gestiones concretas para involucrar directamente a las instancias legisladoras y penales con el fin de imponer un orden legítimo.
Se establece el funcionamiento de un Consejo Plurinacional de Trata y Tráfico, cuyas atribuciones serían estratégicas, aunque hasta junio de 2013 no existía un mínimo plan de acción. Este Consejo debería evaluar los casos de trata, colocándose como ente rector por encima de muchas instancias judiciales. Lo deficiente es la inexistencia de recursos económicos para dar rigurosidad al cumplimiento de todos los mandatos, aunque se enaltece la necesidad de tomar un control absoluto de las acciones de seguridad, protección de las víctimas, reinserción social de éstas y cuidado para evitar su revictimización. Sin embargo, en el Ministerio de Justicia no hay el mínimo interés, ni conocimientos solventes para conducir la ley de manera inmediata y coherente, sentando precedentes punitivos. La aspiración por tener una fuerte presencia del Estado en el combate de este delito es irrefutable, junto con otras estructuras autónomas-regionales y las naciones indígenas que deberían influir en la Ley, pero todo esto se halla en un marco de consideraciones solamente pomposas.
La Ley también señala que el Ministerio de Comunicación y la Policía deberán utilizar estrategias comunicacionales interculturales con el propósito de informar, sensibilizar y concientizar sobre las causas, riesgos, consecuencias y modalidades de la trata y tráfico de personas en Bolivia. El artículo 23 de la Ley Integral contra la Trata de Personas exige que los medios de comunicación contribuyan a la lucha contra este delito. Si bien la Ley prevé algunos mecanismos para emplear la comunicación como una forma de prevención, la realidad muestra que estas disposiciones son transgredidas, sobre todo por los periódicos, porque es impresionante la cantidad de propagandas y mensajes que promueven abiertamente los servicios sexuales y el negocio de la prostitución, lo cual indirectamente encubriría el estímulo de la trata de personas[3].
Lo mismo puede decirse respecto al artículo 24 de la misma Ley donde el Ministerio de Trabajo, Empleo y Previsión Social tendría que garantizar la reinserción socioeconómica de las víctimas, además de regular a todas las entidades privadas que ofertan contratos nacionales, especialmente para los ciudadanos extranjeros. El Ministerio de Trabajo, supuestamente, debería otorgar autorizaciones e implementar diversos controles pero no lo hace. Muchos casos de trata se originan en ofertas de trabajo que mienten respecto a sueldos y buenas oportunidades, resultando ser convincentes y atractivos para la población joven; sin embargo, hasta la fecha el Ministerio de Trabajo sería incapaz de copar con una gama infinita de empresas pequeñas o ficticias que operan con el fin de reclutar personal, explotarlo y aumentar así la cifra de víctimas de este delito.
El meollo del asunto está en otro lugar. Los problemas estatales graves en Bolivia se caracterizan por una desinstitucionalización que estimula la comisión de varios delitos y apuntan principalmente a la pérdida de autoridad política e ideológica para conducir adecuadamente la defensa de los Derechos Humanos fundamentales, como por ejemplo, el derecho a la vida y las libertades de los ciudadanos. La desinstitucionalización[4], en el asunto de esta investigación, representa una completa incapacidad para regular el orden social-legal mediante la interpretación y uso efectivo de las leyes, de manera que irrumpen múltiples procesos de indefensión, terminando por destruirse diferentes estructuras de integración social y confianza en el derecho positivo. El hecho de que prosigan varias formas de linchamiento en Bolivia, abusando inclusive de algunas personas inocentes que fueron confundidas con ladrones o malhechores, da pábulo a que los ciudadanos desconfíen de cualquier patrón de justicia (Defensor del Pueblo, 2008).
Asimismo, los hechos de violencia contra las mujeres quedan constantemente impunes como el ejemplo más publicitado del asesinato de una conocida periodista como fue Hanalí Huaycho en febrero de 2013 (CIDEM, 2013)[5]. Estos delitos violentos son pruebas evidentes de la ineficacia estatal para hacer respetar el conjunto de los derechos fundamentales reconocidos en la Constitución Política. En consecuencia, la sociedad es víctima de la anomia, es decir, de una casi completa ausencia de reglas claras de conducta, orientación y esquemas de integración que dan como resultado una explosión de conductas desviadas, las cuales ponen en vilo la seguridad personal de los ciudadanos, aún cuando exista un régimen democrático donde se pregone la preponderancia del Estado de Derecho. La anomia se refiere a dos tipos de fenómenos:
a)     La carencia de leyes donde predominan las acciones de violencia constante, la anarquía e ilegalidad como costumbre amenazadora porque ninguna persona puede sentirse segura de nada.
b)     La sobreabundancia de leyes como en el caso boliviano donde existe una confusa variedad de regulaciones que impide que los afectados por delitos y transgresiones puedan guiar sus comportamientos, con el fin de reclamar justicia o reparaciones de algún tipo. La principal fuente de anomia en Bolivia parece residir en que casi nadie cumple con la ley, y en el choque entre la insubordinación de los ciudadanos que desconfían del Estado, junto al acelerado deterioro de las instituciones públicas donde reina el egoísmo clientelar que confunde a la gente con acciones arbitrarias.
De manera central, la trata y tráfico hacen que la desinstitucionalización adquiera un perfil especial porque el negocio ilegal de servidumbre humana y vejación de derechos, ha impulsado una lógica mercantil donde la prostitución en las principales capitales de Bolivia como La Paz, Cochabamba y Santa Cruz, está ampliamente difundida y aceptada en la conciencia colectiva de la sociedad civil. Al legitimarse la prostitución, se genera un caldo de cultivo ideal para la trata de personas que funciona sin muchas limitaciones, además de aprovechar la indiferencia existente por parte de las autoridades judiciales y policiales.
La trata y tráfico de personas es una de las representaciones más claras de distintas disfunciones en el sistema democrático. La defensa de los Derechos Humanos de aquellos ciudadanos sometidos a la explotación sexual y laboral se torna en un esfuerzo débil, ambiguo y contradictorio. Por una parte, se diseminan diferentes estereotipos, como por ejemplo, los ideales de éxito inmediato y dinero fácil que los tratantes difunden para engañar a sus víctimas, sobre todo menores de edad. De esta manera, la prostitución de niñas y niños en el país tiene connotaciones que se identifica con actividades de sobrevivencia, pero cuando se vincula con la trata de personas, los niños o menores son reducidos a objetos de placer, manipulación y burla que la misma sociedad no puede contrarrestar. En entrevistas con familiares de niños desaparecidos, se recalcaba constantemente que la pobreza y falta de ingresos, aparentemente habría impulsado a las víctimas a recurrir a cualquier estrategia que, probablemente, atrajo la atención de tratantes.
Por otra parte, el aprovecharse de las condiciones de pobreza, destrucción familiar y marginalidad, hace que los contactos entre los clientes y los/las menores prostituidas (os) tengan la forma de relaciones de mercado, de lo cual los/las niñas (os) son las víctimas (Sandóval-Vera, 1990). La trata de seres humanos, en consecuencia, es una miserable actividad de supervivencia que refuerza la exclusión, discriminación y desórdenes sociales mayores. Los menores son prostituidos como un juego de la calle que en Bolivia empieza a ser considerado inevitable o de baja naturaleza, dadas las condiciones de crisis económica, moral y familiar.
En síntesis, existe una mutua retroalimentación donde está conectada la trata de personas y su humillación por medio de la explotación, con otros delitos como la prostitución forzada que afecta, por igual, a mujeres, niños, niñas y adolescentes. Esta retroalimentación, a su vez, es la expresión de una crisis institucional-estatal en Bolivia que desemboca en la desaparición acelerada de los Derechos Humanos como basamento del Estado democrático.
La desinstitucionalización también marca el nacimiento de un modelo de comportamiento inestable y socialmente amenazador que se halla imposibilitado de poner en funcionamiento la legalidad y la fuerza política del Estado como conjunto de instituciones organizadas. La fuente básica de dicha inestabilidad es la imposibilidad de generar compromisos sociales. En la trata y tráfico de seres humanos, algunas víctimas que escaparon al suplicio de la prostitución y otros familiares cuyas hijas e hijos aún están perdidos, afirman de manera contundente que ni el Defensor del Pueblo, ni la Fiscalía, las Defensorías de la Niñez, u otras organizaciones pro Derechos Humanos, han manifestado un compromiso abierto y real para solucionar punitivamente el delito.
Si bien la mayoría de lo que hacemos en la vida cotidiana debería estar regulado por las leyes, cuando las conductas colectivas se enfrentan a la violencia y el tráfico de personas, las instituciones que por mandato están obligadas a defender los Derechos Humanos dejan de trabajar como redes de protección y previsión. Esto destroza la protección estatal y la ciudadanía no se siente resguardada (Selznick, 1996).
Las principales preguntas que cuestionan intensamente la agenda de derechos humanos en Bolivia, giraron en torno a: a) ¿de qué manera la desinstitucionalización estatal en Bolivia se transformó en un acelerador del Estado anómico, el cual estimula situaciones que favorecen la trata y tráfico de personas?; b) ¿cómo afecta la violencia estructural dentro de la sociedad boliviana, de tal manera que hay una tendencia a legitimar el tráfico de personas?; c) ¿cómo los Derechos Humanos se están deslegitimando y perdiendo eficacia ante los ojos de la sociedad boliviana?
Como correlato inmediato, este estudio plantea como hipótesis que en Bolivia, la protección de los Derechos Humanos está desinstitucionalizándose aceleradamente y se ha distorsionado al mismo tiempo todo objetivo de respeto básico a las garantías fundamentales de libertad y reproducción de la vida; por lo tanto, la trata y tráfico de personas arruina el normal funcionamiento de los patrones predecibles de administración de justicia, especialmente en la defensa de los derechos de los niños, niñas, adolescentes y mujeres entre ocho y veinticinco años de edad.
La característica principal de dicha distorsión se concentra en las pautas de comportamiento de parte de la Policía Boliviana y el Ministerio Público, instituciones encargadas de sancionar drásticamente los delitos de trata de personas. Tanto el accionar de los Policías como de los jueces responsables de aplicar la ley, dan lugar a conductas anómalas y abusivas que amplifican la inseguridad de las víctimas de la trata y tráfico. Si bien la institucionalidad democrática supone el ejercicio pleno de las garantías constitucionales, en la desinstitucionalización dominan las normas ilegítimas y autoritarias, posibilitándose la declinación, degradación y posterior desaparición de los Derechos Humanos.
La actual institucionalidad en Bolivia ha ido moviéndose entre el clientelismo estatal para que los políticos de turno se aprovechen del aparato estatal, y las expectativas para reformar el Estado, con el fin de alcanzar un nuevo tipo de modernización política y democrática; sin embargo, todavía persiste la corrupción, los excesos del poder y la imposición de la fuerza, antes que el respeto del Estado de Derecho. Estos problemas resaltan especialmente en la Aduana, las Fuerzas Armadas, la Policía, el Poder Judicial, la Universidad pública y las agencias recaudadoras de impuestos.
Las reformas al Estado constituyen una tarea siempre riesgosa y al mismo tiempo fundamental, no solamente para orientar las políticas públicas, sino para reconciliar permanentemente la comunicación entre la sociedad civil y la legitimidad de las estructuras estatales, con el objetivo de frenar o impedir el surgimiento de la anomia. La agenda de reformas estatales, junto con sus construcciones conceptuales, adquirió un especial énfasis en la década de los años noventa. En aquel entonces, se hablaba de generar las mejores condiciones institucionales para la gobernabilidad y las transformaciones económicas en el marco de las reformas de mercado y, sobre todo, en el escenario de la privatización.
Fue aquí donde surgió una burda desorientación porque se asumió que el núcleo de las reformas del Estado giraba en torno a la reducción de su participación en la economía y la desburocratización. Si bien estos retos eran importantes, todo se desvió para privilegiar la gobernabilidad como equilibrios políticos en los gobiernos que detentaban el poder, relegándose la reforma estatal, negándose su fortalecimiento político y afectándose mucho más su débil autoridad y capacidad institucional.
Las reformas del Estado durante la implementación de las políticas de mercado, contrariamente debilitaron las instituciones estatales, promoviéndose los arreglos estratégicos del sistema de partidos políticos, los procesos electorales, las coaliciones gubernamentales y la integración de los actores marginales: indígenas, mujeres, pobres y algunos movimientos sociales. La integración, supuestamente, democratizaría más el sistema, siempre y cuando todos se adapten a la economía de mercado.
Esto fue una falacia porque dicha integración representó, en muchos casos, la desmovilización de la oposición y la gobernabilidad se transformó en una lógica de élites y oligarquías competitivas para conquistar el poder (Gamboa, 2011). El Estado no superó su debilidad como autoridad soberana y cuando las reformas de mercado no generaron los ingresos y los éxitos esperados, todo se derrumbó sin que el Estado pueda controlar las crisis.
Hoy día, la agenda de las reformas estatales se debate entre el replanteamiento de la gobernabilidad, y la identificación de nuevas propuestas para reconstruir las capacidades del Estado como escenario de lucha de clases, integración de actores sociales y el desarrollo de la sociedad civil.
Las reformas del Estado requieren que éste sea más él mismo, es decir, un “Leviatán” de verdad; esto significa, el ejercicio real de la autoridad política donde el Estado imponga su fortaleza como red de instituciones eficientes y generadoras de orden socio-político. Ahora bien, es aquí donde se perdió la brújula. Muchos temen que al fortalecerse el Leviatán, rebrote la violencia y la democracia se destruya; sin embargo, los regímenes democráticos están siendo erosionados, precisamente porque el Estado funciona mal y se ha convertido en un Estado anómico. La agenda de reformas necesariamente debe devolver al Estado sus derechos como autoridad legítima y, sin duda, el Leviatán tiene que consolidarse, por la razón o por la fuerza.
Asimismo, la gestión pública de la institucionalidad se ha convertido en un saber estratégico para la administración de los asuntos públicos dentro del Estado. Esta visión enriqueció las ciencias de la administración planteando reflexiones políticas sobre una mejor forma de lograr equilibrios entre el Estado y la sociedad civil, previendo situaciones de conflicto y recomendando acciones específicas, especialmente en cuanto a la provisión de bienes y servicios desde los ámbitos gubernamentales.
El gran problema es que a pesar de las contribuciones de la gestión pública para una administración “racional” del Estado, no se haya explicitado casi nada sobre qué tipo de Estado tenemos, dadas un conjunto particular de condiciones históricas muy disímiles que precisamente dieron origen al Estado. Prácticamente, desde la fundación de la República de Bolivia en 1825, la autoridad estatal sufre un “déficit de legitimidad” y debilidad para tomar decisiones, capaces de articular instituciones e integrar grupos sociales.
Al mismo tiempo, debemos analizar con mucho cuidado cómo manejar los instrumentos característicos de la gestión pública, dentro de una coherente “gestión estatal”. Esto es totalmente diferente. La gestión estatal se conecta con una comprensión de las deficiencias del Estado que se remiten a su origen histórico. Gestionar el Estado es comprender que las transformaciones en la gestión pública pueden no tener ningún impacto de largo plazo, así como si se logra un cambio substancial en la gestión estatal, históricamente el conjunto de la sociedad avanza y efectiviza el éxito de la gestión pública.
La gestión pública es más coyuntural, episódica políticamente, eficiente en la planificación y el control de situaciones concretas para el Estado; sin embargo, la gestión estatal es mucho más estratégica, profunda en el largo plazo, y más difícil en cuanto a la posibilidad de sugerir reajustes estructurales que ejerzan un impacto verdaderamente duradero en la misma sociedad civil, con el propósito orientado hacia la superación del Estado anómico (Prats, et. al., 2003). El Leviatán, en este caso, nuevamente debe surgir como la esencia del proceso continuo que va entre el Estado, capaz de regir y crear a la sociedad civil, y ésta que genera también un tipo de Estado en busca de plena legitimación.
Esta investigación constató que otro grupo de problemas institucionales se encuentra en la politización surgida al interior del Defensor del Pueblo y la Asamblea Permanente de Derechos Humanos de Bolivia (APDHB). Si bien estas instituciones tienen un largo trabajo, éste no siempre se caracterizó por la calidad pues existen indicios donde el activismo a favor de los Derechos Humanos ha sido suplantado por rasgos clientelares, con el objetivo de ganar un espacio de trabajo en el Estado o expresar posiciones ideológicas alineadas alrededor de partidos políticos y ciertos liderazgos, juzgados como la expresión de una opción revolucionaria o progresista.
El fenómeno de la trata en las ciudades del eje central de Bolivia: La Paz, Cochabamba y Santa Cruz, presenta un conjunto de fronteras movibles que mezclan el comercio de los seres humanos con la prostitución como nueva legitimidad social, admitiendo el ejercicio de la ilegalidad, junto a la delincuencia ligada a los abusos sexuales abiertamente consentidos. Esto hace muy difícil toda campaña o acciones para salvaguardar los Derechos Humanos desde las organizaciones públicas y civiles que tratan de combatir la discriminación y las injusticias cometidas por el tráfico de mujeres jóvenes, niños y niñas. Una segunda hipótesis plantea lo siguiente: en la medida en que la Policía Boliviana continúa siendo calificada como una institución ineficiente, cargada de escándalos de corrupción, entonces la delincuencia vinculada a la trata y tráfico de personas encuentra un aliciente para operar con seguridad, mediante amenazas a las víctimas y la captura de nuevas personas que convierten el negocio en una actividad muy lucrativa al encontrar pocos límites policiales y judiciales.
Al mismo tiempo, el funcionamiento aparentemente incompetente del Ministerio Público hace que se produzcan otros incentivos negativos porque la justicia no interviene oportunamente para proteger a las víctimas o prever los delitos. La excesiva burocracia e indiferencia en la mayor parte de los casos, se transforman en estímulos para que la Policía Nacional siga actuando de forma improductiva, sentándose las bases para legitimar el delito de trata de personas en todo el país.
Las condiciones de pobreza y carestías materiales nublan las percepciones de algunos grupos sociales que consideran que el negocio de la trata es pragmática, económica, social y moralmente legítimo. La investigación comprobó que la Fuerza Especial de Lucha Contra el Crimen (FELCC) apenas puede esclarecer entre el dos y cinco por ciento de los casos denunciados y, por lo tanto, este fenómeno queda injustamente operando junto con la deslegitimación de los Derechos Humanos y la desinstitucionalización que está sujeta a una violencia, abierta o soterrada, pero permanente en Bolivia.
Los Gobiernos Municipales, en general, no tienen instrumentos legales y penales para el control de una serie de lenocinios donde se ejerce la prostitución. En algunos casos, una serie de prostíbulos cuentan con la autorización de los Servicios Departamentales de Salud (SEDES) y en otras situaciones, las alcaldías son contradichas por resoluciones judiciales y acciones que inhiben una regulación más eficiente. Lo peor radica en que no se sabe claramente en cuántos lenocinios se cometen abiertamente los delitos de trata y tráfico de personas[6].
Asimismo y durante algún tiempo, la defensa de los Derechos Humanos en el país se caracterizó por un conjunto de labores específicas para la recuperación del sistema democrático, debido a la lucha contra los regímenes dictatoriales cuya violencia constituía la destrucción completa de todo el Estado de Derecho. Poco a poco, el panorama del activismo a favor de los Derechos Humanos fue ampliándose hasta incorporar otras dimensiones relacionadas con la superación de la pobreza, la erradicación de la discriminación racial y otro tipo de políticas que impulsen la inclusión social, la ampliación de más derechos y el fomento de la igualdad entre los ciudadanos (González Amuchástegui, 2012).
En la teoría de los Derechos Humanos, son fácilmente perceptibles las perspectivas propicias para la expansión de los sistemas democráticos luego de la desaparición del comunismo, así como las posibilidades de intervención en el terreno internacional por razones humanitarias. En estos casos, el objetivo final es evitar crímenes contra la humanidad como los genocidios o la explosión de guerras civiles donde ciertas minorías étnicas y religiosas son sometidas a una serie de vejámenes. Simultáneamente, los Derechos Humanos agregaron una nueva mirada a todo lo que significa el crimen organizado dentro de los sistemas democráticos, lo cual afecta el ordenamiento jurídico en los ámbitos domésticos de varios países. Es aquí donde emerge la trata de personas y las migraciones internacionales, involucrando problemas económicos y otros aspectos como la seguridad entre diferentes Estados.
Estos problemas condujeron, sin embargo, al descuido de los derechos básicos de las personas porque se incorporaron factores de riesgo y desconfianza: muchos extranjeros son equiparados a un tipo de enemigo, y justamente por esta razón el tráfico humano está siendo entendido como un negocio altamente provechoso que también abusa de las expectativas por una mejor situación de vida para muchos jóvenes y niños de aquellas familias con problemas de desempleo y búsqueda de oportunidades (CEPAL, 2003; IOM, 2103).
La crisis de los Derechos Humanos en Bolivia viene del proceso de desinstitucionalización que tiene lugar dentro del Estado y se agiganta con la trata de personas. A pesar del reconocimiento de múltiples derechos de carácter económico, político y social presentes en la Constitución del Estado Plurinacional (2009), la protección de los mismos choca con la negligencia institucional que hoy caracteriza a la Policía, al Ministerio de Justicia, al Defensor del Pueblo y la APDHB. Estos organismos tienen graves problemas de capacidad de gestión en la práctica, además de estar influenciados por una sobre-politización, partidización y sesgos de carácter ideológico que perjudican una comprensión más abarcadora de los Derechos Humanos, así como un nuevo activismo para la defensa de éstos. El Defensor del Pueblo y la APDHB han sido cooptados como agencias de empleo e identificación con el partido de gobierno, el Movimiento Al Socialismo (MAS), hipotecando, por lo tanto, varias de sus acciones como instituciones imparciales que tendrían que privilegiar la defensa de la sociedad civil, que hoy está abandonada en la humillación sutil de los Derechos Humanos.
La trata de personas se transfigura en un indicador de baja calidad de la democracia fomentando la existencia de una doble moral para enfrentar el problema: por un lado, la Policía y la sociedad en general aceptan la prostitución en los hechos aunque la condenen por medio de un discurso moralista; por otro lado, la repetición de los delitos de trata hace que las propias víctimas sean vistas, en un principio, como culpables (Amnistía Internacional, 2012a). Una conocida líder y activista de los Derechos Humanos en Bolivia, Loyola Guzmán Lara, explica los siguientes dilemas:
“En la actualidad, ni la Defensoría del Pueblo, ni la APDHB tienen una comprensión sobre qué deben hacer estas instituciones para combatir la trata de personas, pues se quedaron con una visión tradicional de violación a los derechos desde el Estado dictatorial durante los años sesenta y setenta. En unos casos, su toma de partido a favor del gobierno, hace que incurran en conductas dogmáticas; por ejemplo, a mí me marginaron en la Asociación de Familiares de Detenidos y Desaparecidos (ASOFAM) por el hecho de tener una opinión diferente y no apoyar la aprobación de la nueva Constitución Política el año 2009; mis convicciones personales me llevaron a defender un patrón racional para evitar que se sancione una Constitución plagada de conflictos y contradicciones doctrinarias. Me acusaron de favorecer a la derecha porque, supuestamente, había que apoyar un proceso de cambio y de izquierda. Este tipo de dogmatismos nubla el entendimiento razonable de cualquier trabajo a favor de los Derechos Humanos; por lo tanto, si hoy día han afectado mi trabajo y credibilidad de tantos años, solamente por ejercer mi derecho a disentir democráticamente, entonces otro tipo de problemas como la ayuda a los familiares de las víctimas de trata y tráfico humano, tropiezan con la partidización y el reduccionismo ideológico que tiene la APDHB. En realidad, todos debían trabajar por la defensa incondicional y universal de los Derechos Humanos, al margen de coyunturales apoyos políticos sin mucha utilidad para las víctimas de abusos, que son quienes sufren diariamente el desamparo y la falta de colaboración”[7].
Por crisis de los Derechos Humanos se pudo identificar al conjunto de procesos reiterativos de violencia y amenazas a la seguridad personal de los ciudadanos, quienes se ven imposibilitados de confiar en el sistema judicial para llevar adelante una serie de debidos procesos en la búsqueda de justicia, ejercicio pleno de sus derechos reconocidos en la Constitución y protección de parte de los órganos policiales (CIDH, 2009; US Department of State, 2012).
En la trata y tráfico de personas existe un factor adicional de dicha crisis porque la explotación sexual y laboral, muchas veces es pensada como una aceptación voluntaria, cuando en el fondo brota una indefensión por parte de las mujeres jóvenes, niños, niñas y adolescentes que son víctimas de manipulación. Frente a estas circunstancias, el miedo a denunciar los hechos, junto con la retardación de justicia, hace que se refuercen los prejuicios hacia los seres humanos traficados y explotados, al considerárselos como malvivientes o lacra social (especialmente para los niños y jóvenes de la calle), cuando en realidad son solamente el resultado de una sociedad y Estado anómicos.
Las investigaciones en Bolivia sobre cómo funciona la trata de personas y el tráfico humano, son muy escasas (CECASEM, 2011). Tampoco se ha profundizado en el estudio del relativismo de los Derechos Humanos en sociedades multiculturales con el perfil pluri-étnico boliviano. A esto se agrega que la trata de personas tendría que analizarse como parte de la progresiva desinstitucionalización de la democracia pues una de las consecuencias negativas, consiste en el incremento de los secuestros que muchas veces quedan en la nada, debido a  la inefectividad o porque algunos Policías están involucrados en redes delincuenciales[8]; de esta forma, no hay suficientes garantías cuando se piensa en el ejercicio constitucional de los Derechos Humanos. Este tipo de dificultades tiene connotaciones internacionales como lo expresa el circuito perverso que conecta la trata de personas, narcotráfico, secuestros y asesinatos en México, Colombia y El Salvador (Human Rights Watch, 2013). En síntesis, la trata y tráfico de personas desbordan y obstaculizan de manera sistémica el cumplimiento de todos los acuerdos internacionales (Molland, 2013; CHS Alternativo, 2011).
El combate efectivo para erradicar este delito es todavía muy incipiente porque requiere de una reflexión global sobre los Derechos Humanos en Bolivia como aspecto crítico-analítico. Esto quiere decir que tales derechos son una especie de medidor y paradigma en función de alcanzar el imprescindible fortalecimiento de la institucionalidad democrática contemporánea, así como el diseño de políticas públicas que protejan realmente los derechos a la libertad, la vida, la justicia y la sobrevivencia sin pobreza, ejecutando acciones contra la impunidad y el dolor de cientos de ciudadanos que son blancos imprevisibles de la violencia estructural[9]. El daño que ésta causa se produce concretamente en la aparición de amenazas que impiden satisfacer las necesidades humanas básicas, lo cual conduce a profundizar la desigualdad, pobreza y marginalidad; son daños en contra de la vida que destruyen las libertades, de tal forma que el componente estructural de la violencia en la trata de personas está embebido de estructuras sociales en descomposición (La Parra y Tortosa, 2003; Ho, 2007).
Debe también entenderse que los Derechos Humanos cumplen una función democrática muy trascendental: ayudan a poner controles y límites al poder del Estado y las autoridades políticas; por esto, tampoco es aceptable un enfoque fuertemente punitivista, es decir, castigador a rajatabla en la lucha contra los tratantes. Los Derechos Humanos nunca son una aprobación acrítica que intenta amplificar el poder para instaurar sentencias horrorosas como la pena de muerte y otras sanciones violentas. La concientización para promover los derechos fundamentales, junto con la prevención y reparación de una serie de daños, tendría que venir de otros ámbitos no penales, como el amparo constitucional, la protección del régimen democrático, e inclusive de las políticas sociales, del derecho al trabajo, la seguridad social, y no de la represión oficial que exacerbaría la violencia estructural de hoy día (Pastor, 2005).

Violencia estructural y manifestaciones del Estado anómico en Bolivia
Cuando se afirma que la protección de los Derechos Humanos en Bolivia está desinstitucionalizándose rápidamente, aparece como causa principal la manifestación del Estado anómico (Waldmann, 2003). Sus características y definiciones sirven para comprender el surgimiento de la violencia estructural en el país, cuyas consecuencias convierten a los hechos de trata y tráfico de seres humanos en un factor destructivo del sistema democrático. El Estado anómico constituye un conjunto de desequilibrios en el orden político boliviano que se manifiestan en la concatenación de las siguientes distorsiones:
a)     Violación a las garantías fundamentales de libertad y protección de derechos. En este caso, el Estado anómico se expresa mediante una completa debilidad institucional, que es lo mismo a no tener prácticamente instituciones. Por ejemplo, el sistema penitenciario está completamente atascado por la retardación de justicia, pues el conjunto de las Fiscalías retrasan los procedimientos, obligando a todos los involucrados a pagar coimas para hacer frente a la ausencia de previsibilidad de las normas y la transparencia en el ejercicio de los valores de justicia. Los casos de extorsión judicial son dramáticos para inclinar la balanza a favor de aquellos que corrompen cualquier proceso, aún a pesar de regir una Constitución Política y lo que teóricamente es el Estado de Derecho. Éste caracteriza a las democracias liberales, modernas y occidentales, donde la ley se ajusta a la lógica impersonal de lo que representa la balanza fiel de una justicia igual para todos, sin discriminación por razones de clase social, edad, sexo, religión o preferencial sexual. Aquí funciona lo que se denomina el velo de la ignorancia, pues el Derecho y la Constitución Política de un Estado democrático funcionan como mecanismos que fomentan el cumplimiento de una serie de garantías, sin dejarse influenciar por el prestigio de los ciudadanos o por el acceso al poder de las clases privilegiadas, respetando la equidad como núcleo racional para que los Derechos Humanos subsistan por encima del ejercicio del poder político (Sartori, 1988; Rawls, 1995). El Estado de Derecho está sustentado en la división de poderes y se alimenta de los Derechos Humanos porque éstos son los fundamentos para mirar a los hombres y mujeres como seres humanos, cuyo estatus con derechos y responsabilidades tendría que preponderar, antes que cualquier otra razón de Estado; es decir, los Derechos Humanos estarían más allá del poder político y más aquí de la humanización de cualquier sociedad (Savater, 1993). La ausencia de justicia transparente y la excesiva corrupción, hacen que la Policía boliviana también se mueva con total discrecionalidad y violencia, dejando salir a delincuentes peligrosos o aprovechándose de éstos para acceder al dinero fácil por medio de la exacción a diferentes malhechores. En las palabras de un Policía:
“Hay prácticas perversas que me disgustan, pues he visto que en los escritorios de los altos mandos policiales se dejan regalos increíbles para manipular la ley y torcer las investigaciones, lo cual hace creer a mucha gente que todos los funcionarios del orden somos corruptos, cuando no es así; es por esto que pienso en retirarme de la institución”[10].
b)     Descomposición de instituciones clave. La trata y tráfico de personas como un delito está aprovechando las condiciones de desintegración institucional en la Policía y el Órgano Judicial, desarrollándose fácilmente la vejación de derechos y empeorando el normal funcionamiento de las pautas predecibles para imponer justicia. Esto impacta negativamente en la defensa de los derechos de los niños, niñas, adolescentes y mujeres entre ocho y veinticinco años de edad, quienes son, fundamentalmente, abandonados en la negligencia judicial; así se construye una cadena de discriminación sexual y marginalización que convierte a las víctimas de trata en una de las consecuencias inmanejables del Estado anómico. Una madre de familia explica lo siguiente:
“Cuando mi hija desapareció a los catorce años, tuvimos que rescatarla de una casa donde iban los varones a emborracharse en Quillacollo, Cochabamba; la Policía me dijo que no podía hacer nada sin antes establecer la denuncia en La Paz de donde es mi familia. Al rescatar a mi hija tratamos de olvidar la pesadilla, nadie quiso ayudarnos, ni las Defensorías, ni el Defensor del Pueblo, de tal manera que tampoco deseábamos traumatizar más de lo debido a mi hija y preferimos dejar todo como estaba”[11].
El Estado anómico es una contradicción en sí mismo. Primero porque se supone que en un sistema democrático debería primar el respeto de las instituciones y de la ley, administrada imparcialmente, antes que la voluntad de quienes poseen el poder. En segundo lugar, también se presupone que el Estado es una estructura de regulaciones que debería garantizar la integración de toda la sociedad. Sin embargo, en Bolivia no funciona de esta manera, pues el Estado está atravesado por arbitrariedades donde los partidos y las personas que administran el poder, hacen una utilización clientelar de las instituciones, apropiándose inclusive de los recursos públicos mediante ilegales conductas patrimoniales que deforman los criterios modernos del derecho y el orden equilibrado con racionalidad[12].
La violencia estructural, por lo tanto, tiene una conexión directa con el Estado anómico al ser un efecto donde se verifica “(…) que la Policía reprime con enorme brutalidad a delincuentes más bien inofensivos, como carteristas, pequeños encubridores, ladronzuelos y bandas de menores, en tanto que en general no molesta a los poderosos cárteles de gangsters y sus líderes públicamente conocidos” (Waldmann, 2003: 112). Según informes del Defensor del Pueblo en Bolivia, es la Policía quien comete más abusos contra los Derechos Humanos en el país[13]. Específicamente sobre los delitos sexuales, trata de personas y explotación laboral, muchas acciones de la Policía se caracterizan por la simple desidia o intervención sumamente tardía. En otras situaciones, ha sido sorprendente la existencia de comprometedoras pruebas que involucran torturas y asesinatos en las mismas oficinas de la Fuerza Especial de Lucha Contra el Crimen (FELCC)[14].
Estos fenómenos, simultáneamente, representan un proceso legitimado, es decir, aceptado por la sociedad boliviana que se acomodó a una convivencia con este tipo de desinstitucionalización, resolución extralegal en diferentes actos delictivos y comisión de nuevos delitos por las fuerzas policiales. La trata y tráfico de personas muestra cómo el accionar de los Policías y jueces ha dado lugar a actuaciones anómalas que amplifican la inseguridad de las víctimas. Por ejemplo, la madre de una adolescente desaparecida el año 2008, cuenta lo siguiente:
“Una vez que supimos de la desaparición de mi hija, tuvimos que rogar a los Policías para que presentaran las denuncias e informes ante el fiscal, pero nos pidieron dinero antes de ponerse a trabajar. Hemos gastado en todo: timbres, memoriales, almuerzo para los Policías, pasajes de transporte, viáticos y así intentamos movilizar los procedimientos porque de otra manera nadie interviene; es más, fuimos maltratados y algunos Policías intentaron hacernos desistir de nuestra búsqueda”[15].
En la desinstitucionalización predominan las normas ilegítimas y autoritarias, con lo cual declinan, se degradan y después se desvanecen los Derechos Humanos. Si bien algunos testimonios de los familiares de desaparecidos pueden parecer una exageración cuando afirman que los Policías de la FELCC solicitan abiertamente el pago de dinero para comenzar sus investigaciones, esta investigación recogió otra perspectiva donde se confirman múltiples prácticas distorsionantes:
“Es cierto que los Policías nos vemos obligados a pedir algunos aportes a los ciudadanos perjudicados en algún hecho delictivo, sobre todo por la falta de recursos institucionales. No tenemos la culpa de trabajar en condiciones muy adversas, pues estamos sin material especializado, sin capacitación ni apoyo de las autoridades de gobierno. Estamos con las manos atadas y aunque no queramos, nuestros superiores nos dan la orden de pedir algo a las personas porque de otra manera nosotros mismos tendríamos que poner nuestro propio dinero, como ha sucedido en muchas ocasiones. Cuando trabajaba en la Policía Internacional (INTERPOL), pude ver que hasta el año 2005 nadie sabía cómo actuar con instrucciones claras en las investigaciones de trata y tráfico de personas. Hoy día, muy pocos tienen el entrenamiento necesario para proceder debidamente. ¡Qué podemos hacer si nos hace falta mucha capacitación! Por otra parte, tenemos grandes problemas con diferentes infidencias; es decir, cuando debemos hacer una redada en lenocinios clandestinos o casas misteriosas donde se cometen los delitos de explotación sexual, algunos camaradas, no sabemos quiénes, dan la alarma para que escapen los delincuentes o las pruebas sean escondidas; esto estropea mucho nuestro trabajo. También se ha detectado que en varios locales ocultos de la ciudad de El Alto, los propietarios son Policías y, al parecer, se cree que el negocio de la prostitución es sumamente rentable; por lo tanto, es demasiado complicado luchar contra una serie de delitos similares”[16].
            Las secuelas de la desinstitucionalización son realmente corrosivas para el conjunto de las relaciones entre el Estado y la sociedad, sobre todo porque conllevan la legitimación de la violencia, discriminación y marginación social. Además, múltiples casos de linchamientos por parte de algunas comunidades indígenas en las áreas rurales de Potosí y La Paz, o el intento violento de hacer justicia por mano propia ejercido por pobladores urbanos en los suburbios de El Alto, Santa Cruz y Cochabamba, indican que la preservación de los Derechos Humanos es constantemente elusiva y frágil.
            Las consecuencias malignas del Estado anómico se expresan por medio de un efecto en cadena, propagando la anomia en toda la sociedad. Primero porque los ciudadanos tienen miedo a convertirse en víctimas, razón por la cual estaría justificado romper la ley o practicar la violencia al margen de las autoridades estatales; segundo, la anomia generalizada abre las puertas para que la conciencia colectiva no tenga una comprensión cabal sobre lo permitido y lo que debe estar reprimido o condenado, de manera que tienden a expandirse las conductas transgresoras como un patrón generalizado pero, al mismo tiempo, como signo de una crisis de estabilidad socio-institucional. Asimismo, cuanto más desigual sea la sociedad, se incrementan las amenazas de la descomposición institucional, debido a varios conflictos fruto de la marginalidad, exclusión, desempleo, desestructuración familiar y un exagerado criterio para juzgar a los demás desde un punto de vista instrumental que cosifica a las personas (Ferich, Münch y Sander, 2008; Messner, Thome y Rosenfeld, 2008).

Conclusiones
            La trata y tráfico de personas en Bolivia es una radiografía de la profunda crisis de Estado que Bolivia vive, pues el propio desenvolvimiento del aparato estatal anómico, puede ser objeto de varias regulaciones que tratan de corregir las potenciales desviaciones en el comportamiento esperado de sus instituciones pero fracasan en el intento (Acuña, 2007). Una lógica legalista que busca introducir más y más leyes, termina por atascarse en la confusión y desata un mayor desorden porque la gran mayoría de los ciudadanos desconfía de todo orden legal. De aquí que en Bolivia se hayan aprobado múltiples leyes, tendiendo a repetir la ineficacia estatal: a) “Ley integral contra la trata y tráfico de personas” del 31 de julio de 2012; b) “Ley del sistema nacional de seguridad ciudadana para una vida segura”, del 31 de julio de 2012; c) “Ley integral para garantizar a las mujeres una vida libre de violencia”, del 9 de marzo de 2013; d) “Ley contra el racismo y toda forma de discriminación”, del 8 de octubre de 2010. Todas estas normas no han hecho más que conducir a los siguientes callejones sin salida:
a)     Inmovilismo, que da lugar a una mayor burocratización al complejizar diferentes procedimientos e investigaciones; los plazos se alargan y confunden a los interesados, perjudicando las actuaciones oportunas. El testimonio de una abogada encargada de conducir procesos para esclarecer feminicidios en una conocida organización no gubernamental, expresa la dinámica laberíntica con que se desarrollan las leyes:
“En un caso reciente de asesinato a una mujer casada, el tribunal había identificado algunas atenuantes como la supuesta infidelidad que habría impulsado al hombre a matar a su pareja, sin probar absolutamente nada; sin embargo, se sancionó una pena de quince años con la nueva ley contra la violencia hacia la mujer, cuando la norma es clara en el Código Penal para castigar con treinta años en un asesinato. Esto podría convertirse en un antecedente lamentable porque perjudica a los intereses de las mujeres para tener justicia; por esto nos vimos obligadas a presentar un recurso de casación ante el Tribunal Supremo de Justicia pues no es aceptable que por presumibles adulterios se negocie la aplicación de penas intermedias. Las leyes se sobreponen, extienden innecesariamente los plazos y promueven, muchas veces, el ejercicio de arterías jurídicas”[17].
b)    Los jueces, delincuentes y Policías buscan mecanismos para eludir las normativas, lo cual perpetúa la ineficiencia e irracionalidad en el funcionamiento del Estado anómico.
c)     Un rasgo central en estos casos es la miope adopción de más medidas poco específicas, de alcance generalizado para todo el sector público. Muchas veces, se toman decisiones por ley o por decreto, fijando plazos perentorios para que los organismos adapten sus estructuras a nuevas normativas, generándose un enjambre de prescripciones; sin embargo, la aplicación de normas abundantes a un conglomerado de instituciones muy diferentes, no constituye necesariamente un criterio técnico aconsejable y tampoco es señal de transparencia (Oszlak, 2103). Cuando se establecen leyes en forma precipitada, sin disponerse de los tiempos necesarios para analizar la razonabilidad de otras opciones, el impacto es mínimo. Este estilo decisorio, donde la compulsión a actuar desestima la comprensión del Estado anómico, da lugar a instituciones que esterilizan o tornan inviable la justicia y el respeto de los Derechos Humanos como una dirección estable en el largo plazo.
    Como diferentes grupos sociales se encuentran indefensos ante la deficiente y negativa intervención de la potestad estatal, la violencia estructural representa un conjunto de códigos paralelos o informales, que rigen la conducta práctica y habitual de las personas. Por un lado, los ciudadanos buscan hacer justicia unilateralmente, y por otra parte, los numerosos jueces y empleados del Poder Judicial también funcionan por medio de códigos ilegales como la exigencia de dinero a cambio de materializar acciones, antes que la aplicación racional del derecho, objetivamente dirigido. Otro testimonio ilustra este tipo de informalidad negativa que profundiza la desprotección de las víctimas de trata y tráfico:
“En varias oportunidades, constaté que las denuncias por desapariciones y trata de personas se quedan en los escritorios de los Fiscales, especialmente porque éstos, además, delegan algunos casos a sus asistentes. La recarga de trabajo en todos los juzgados es tal que nadie puede proceder de una manera coherente. Si es necesario, hay que pagar mucho dinero pero si careces de recursos, entonces es como si estuvieras abandonado a tu suerte”[18].
Estos comportamientos generan una compacta cultura judicial de alteraciones al ordenamiento estatal, que no está codificada por escrito pero gobierna una parte importante de la vida diaria en la gran mayoría de los juzgados. El análisis del carácter, extensión y profundidad de esta cultura informal, hasta el momento no ha producido un diagnóstico realista de la situación en este poder del Estado, diagnóstico que, a su vez, debería permitir llevar a cabo un programa educativo consagrado a disminuir los fenómenos de corrupción y retardación de la justicia. El mismo Estado anómico refuerza la práctica de códigos paralelos en las diversas instituciones públicas, por lo que es sumamente espinoso luchar contra la corrupción o las mentalidades autoritarias que inducen la irresponsabilidad política.
Los intentos de una reforma institucional que racionalice las estructuras organizativas del Estado quedan en la nada. En realidad, pensar que en Bolivia una reingeniería política, de golpe, podría cambiar las actuaciones perversas del Estado anómico es una ilusión, pues muchos cambios son pensados solamente como la introducción de reformas administrativas clásicas, acostumbradas a recomendar inútiles organigramas (Oszlak, 2007). Para combatir al Estado anómico, no se trata de poner en marcha una arquitectura organizacional, supuestamente destinada a mejorar la coherencia o funcionalidad de determinados arreglos institucionales sino, principalmente, se necesita demoler toda vieja construcción burocrática que favorece intereses particulares. La trata y tráfico de personas no podrán ser eliminadas de raíz si no se destruye por completo al Estado anómico.
En América Latina los gobiernos democráticos y las sociedades civiles, actualmente no perciben bien los fenómenos del Estado anómico, al no darse cuenta de que éste genera varios efectos perversos pues representa una amenaza de largo plazo que afecta la gobernabilidad democrática y ahonda los hechos de corrupción y corruptibilidad. Una de las secuelas es la manipulación e injerencia directa que tiene el Órgano Ejecutivo y el Presidencialismo boliviano sobre el Órgano Judicial, bloqueándose las posibilidades de independencia para ejercer la justicia pero, sobre todo, para garantizar la primacía de la ley por encima del tráfico de influencias, la extorsión o la dinámica política donde prevalecen intereses subjetivos y corporativos[19] (Taylor-Robinson y Ura, 2012; Carey y Shugart, 1998). Por último, la anomia acelera una peligrosa violación a los Derechos Humanos, lo cual ahonda la desconfianza de la ciudadanía en el sistema judicial, convirtiéndose en un factor que va socavando el apego de la población al sistema democrático.

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[1] La explotación sexual a menores de edad fue públicamente denunciada por el periódico La Prensa, mostrando cómo operaban diferentes redes delincuenciales en pleno centro de la ciudad de La Paz. Lo más llamativo de las investigaciones periodísticas y varios reportajes especiales, radica en que la mayoría de los casos quedan en una absoluta impunidad. Ver: “El centro paceño, zona rosa con menores de edad”, La Prensa, La Paz, lunes 22 de octubre de 2007.
[2]  Esta investigación toma en cuenta la definición operacional y legal de trata y tráfico de personas prevista en el artículo 4 de la Ley 263. La trata de seres humanos es: “Abuso de una situación de vulnerabilidad. Es aprovechar o tomar ventaja de situaciones de: adicción a cualquier sustancia, enfermedad, embarazo, ingreso o permanencia migratoria irregular, precariedad en la supervivencia social, discapacidad física o psíquica, invalidez, niñez y adolescencia, para su sometimiento con fines de Trata y Tráfico de Personas, y delitos conexos. Explotación. Es la obtención de beneficios económicos o de otra naturaleza a través de la participación forzada de otra persona en: actos de prostitución, explotación sexual y/o laboral, peores formas de trabajo infantil, formas de servidumbre por deudas y otros, trabajo forzoso, venta y extracción ilícita de fluidos, tejidos, células u otros órganos del ser humano”. La figura de trata abarca otras formas como: servidumbre, servidumbre por deudas, servidumbre costumbrista, matrimonio servil, guarda y adopción ilegales, trabajo forzoso, amenazas, turismo sexual y mendicidad forzada.

El artículo 34 de la Ley 263 modifica el artículo 321 del Código Penal boliviano, definiendo el tráfico de personas de la siguiente manera: “Quien promueva, induzca, favorezca y/o facilite por cualquier medio la entrada o salida ilegal de una persona del Estado Plurinacional de Bolivia a otro Estado del cual dicha persona no sea nacional o residente permanente, con el fin de obtener directa o indirectamente beneficio económico para sí o para un tercero”.
[3] Absolutamente todos los periódicos de circulación nacional tienen una sección donde publican anuncios de clubes nocturnos, salas de masajes y múltiples ofertas de prostitución, cuando la Ley 263 prohíbe la difusión de contenidos que susciten la trata y delitos conexos. Ciertamente, el ofrecer servicios de prostitución está ligado estrechamente con toda una red de trata y tráfico de seres humanos.
[4] Entendemos por desinstitucionalización la acelerada pérdida de respeto por las normas básicas que están establecidas en el derecho vigente de un país y la descomposición de las reglas de funcionamiento interno para cualquier institución. Si se pierde el respeto por las normas, entonces la violación de éstas es un rasgo permanente que termina por instaurar la arbitrariedad como código de conducta en la vida cotidiana. Todos se aprovechan y alteran las reglas de convivencia, se atacan mutuamente y resuelven cualquier conflicto de intereses o agresiones de manera unilateral, sesgada y directa, sin la participación de las autoridades policiales, judiciales o estatales en general. La desinstitucionalización es la prueba más clara de desorden e injusticias constantes que cualquier persona puede cometer en contra de otra, o ser también afectada por la misma arbitrariedad de aquellos que son más fuertes, influyentes o avezados. En síntesis, la desinstitucionalización sirve para sacar ventaja del incumplimiento de las normas, practicar la llamada viveza criolla, al intentar resolver una serie de problemas y manipular las instituciones para fines estrictamente particulares (Tian, 2009; Sahay, 2010; Bill Chávez, 2005). Es, además, la consecuencia inmediata del Estado anómico que se explicará más adelante.
[5] A pesar de existir una Ley para evitar la violencia hacia las mujeres, todo cambio es demasiado lento porque aún persisten formas extremas de feminicidio. La Paz, El Alto, Cochabamba y Santa Cruz son las metrópolis más agresivas contra las mujeres por parte de sus cónyuges o concubinos; por lo tanto, la ley no hizo más que poner en marcha publicidad política, sin profundizar en cómo incidir en las estructuras profundas de una cultura patriarcal que menosprecia constantemente a la mujer como ser humano. Bolivia lamentablemente soporta un feminicidio cada tres días, una de las cifras más altas en América Latina. Cf. “En Bolivia se registra un feminicidio cada tres días”, La Paz, Los Tiempos, lunes 14 de febrero de 2013. Si bien en el país existen leyes bastante ambiciosas, no existe la capacidad estatal para hacerlas cumplir y, por lo tanto, la Ley en sí misma no erradica la violencia contra las mujeres.
[6] Ver: “SEDES infringe ley y autoriza funcionamiento de lenocinios”, El Diario, La Paz, 1 de septiembre de 2008. “Una joven estuvo cautiva en La Paz”, www.caracol.com.co/noticias/actualidad/una-joven-estuvo-cautiva-en-la-paz/2006226/nota/253418.aspx; 26 de febrero de 2006 (último acceso, 5 de mayo de 2013). Donoso, Yuvert. “En La Paz se registran más delitos de trata y tráfico”, La Razón, La Paz, 3 de septiembre de 2012.
[7]  Testimonio de Loyola Guzmán Lara, La Paz, 25 de junio de 2013.
[8] “Aumentan secuestros para cobrar deudas en Cochabamba y Santa Cruz”, Opinión, Cochabamba, miércoles 13 de julio de 2011.
[9] Por violencia estructural entendemos el conjunto de factores culturales, sociales, políticos y simbólicos que desbaratan la convivencia pacífica de una sociedad. Está demostrado que los seres humanos no pueden subsistir cuando emergen hechos de violencia permanentes: agresiones que lesionan la integridad física; secuestros que ponen en vilo el libre ejercicio de una serie de actividades; la discriminación social y racial que denigra a los seres humanos; la difusión de mensajes, imágenes y prejuicios por medio de los medios de comunicación que difunden noticias de crónica roja, etc. Estas manifestaciones generan acciones y reacciones que desencadenan la violencia en diferentes instituciones, clases sociales y situaciones históricas; por lo tanto, las características estructurales de la violencia están presentes en la ideología de las personas que transgreden las normas y practican la violencia, así como en el conjunto del sistema social donde se aceptan como válidos aquellos comportamientos abusivos y destructivos de todo orden jurídico o moral (Farmer, 1996). Cf. “En La Paz se registran más delitos de trata y tráfico”, La Razón, La Paz, 3 de septiembre de 2012. “Bolivia, sede del cuartel contra tráfico de personas, La Razón, La Paz, 26 de julio de 2010.
[10] Testimonio de un Policía con experiencia en INTERPOL; es al mismo tiempo abogado. El entrevistado solicitó mantener su nombre en el anonimato por razones de seguridad personal.
[11] Testimonio de Nancy, madre de una joven desaparecida y recuperada por esfuerzos de su propia familia.
[12] La racionalidad en el orden político de un Estado democrático significa que cualquier conducta social, económica, electoral, cultural y política, está regida por reglas de juego y donde todos los ciudadanos expresan su confianza en tales reglas, sin temor a ser agredidos por desviaciones de la ley. La racionalidad también establece que si surgieran conductas desviadas del derecho, el Estado pondría en marcha otro conjunto ordenado de normas para hacer justicia y preservar equilibrios constantes en el sistema social, político y económico (Elster y Slagstad, 1988).
[13] Entre mayo del año 2010 y mayo de 2011, el Defensor del Pueblo recibió 1.084 demandas por violación a los Derechos Humanos perpetradas por la Policía boliviana, incluyendo los comandos departamentales y regionales. Muchos casos involucran la intimidación, extorsión, golpizas brutales, participación en bandas criminales, obstrucción de las investigaciones judiciales y el uso indebido de influencias para alterar documentación que perjudica a los intereses de muchas instituciones y personas. Cf. “La Policía es la institución más denunciada por violar los Derechos Humanos”, Santa Cruz, El Día, viernes 9 de diciembre de 2011.
[14] Un caso muy conocido en los medios de comunicación fue el asesinato de un supuesto atracador, David Olorio, que murió de manera terrorífica, según la prensa, en julio de 2010 al interior de las celdas de la FELCC en la ciudad de El Alto; este individuo fue detenido como sospechoso por un asalto a Vías Bolivia, una empresa de peajes muy conocida. Lo más llamativo fueron las informaciones de su trágica muerte debido a que Olorio no entregó una parte del botín a varios Policías, los cuales, por venganza, lo asesinaron. Cf. “David Olorio fue asfixiado con gas lacrimógeno”, La Paz, La Prensa, 3 de septiembre de 2011; “Dicen que Olorio fue asesinado por venganza”, La Paz, La Prensa, 4 de noviembre de 2012; “Informe defensorial confirma que David Olorio fue torturado”, Sucre, Correo del Sur, 19 de septiembre de 2010.
[15] Testimonio de Nancy, cuya experiencia fue un ejemplo de revictimización, pues su hija luego de ser rescatada de una situación de explotación sexual, desapareció dos veces más y hasta el día de hoy muestra serios problemas de personalidad y resiliencia.
[16] Testimonio de un policía, actualmente asesor del Comando Departamental de la Policía Boliviana en La Paz.
[17] Testimonio registrado en la Oficina Jurídica del Centro Juana Azurduy de la ciudad de Sucre, mayo de 2013.
[18] Entrevista con un policía del Comando Departamental de La Paz, junio de 2013.
[19] Cf. “Cae red de extorsión que operaba desde el gobierno”, Cochabamba, Opinión, miércoles 28 de noviembre de 2012.

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