SIN SEGURIDADES NI CERTEZAS: EL LIDERAZGO ENDEBLE DE CARLOS MESA


Carlos Mesa en plena campaña presidencial junto a Gonzalo Sánchez de Lozada en el año 2002. Estaba feliz hasta que lo abandonó o traicionó. Esto depende del cristal con el cual se mire su siempre ambigua actitud política.


Introducción

  Los fenómenos de la comunicación política en Bolivia, no solamente se relacionan con los procesos electorales, campañas presidenciales y todo el arsenal de marketing y propaganda que se difunden a través de la radio, los periódicos y la televisión. La comunicación masiva y la comunicación política no representan los escenarios donde deban aparecer, con carácter de exclusividad, políticos profesionales y candidatos de distintos partidos. Todo lo contrario, el espacio creado por los medios de comunicación constituye también una especie de altavoz gigantesco donde tiene lugar la formación de nuevos liderazgos junto al de los partidos políticos, los cuales difunden sus carismas y crean adhesiones por medio de la interpelación a diferentes audiencias. Este es el caso de Carlos D. Mesa Gisbert, un liderazgo forjado en las aguas turbulentas y sensacionalistas de los medios de comunicación. Su estilo es un “liderazgo de relación” con las personas solamente por medio del discurso, es decir, a través de la hiper-normalización de múltiples significados, de ambigüedades que, muchas veces, no ofrecen ni capacidad para la lucha política en las calles, ni compromiso ideológico. De hecho, el contemporáneo liderazgo de relación difundido en las redes sociales, la televisión y el Internet está hecho solamente de imágenes, figuras y fenómenos virtuales. Algo que, visto más de cerca, probablemente, no existe.

   Las elecciones presidenciales están muy cerca. El mes de octubre de 2019 será intenso y, probablemente, traerá algunas sorpresas. Como es de esperarse, el sistema electoral en toda democracia muestra la competencia entre varios partidos, sometidos a las mismas reglas de juego, aunque después todos deberán enfrentar resultados inciertos: ganar o perder es lo que explica la fuerte polarización entre los candidatos porque ninguno de ellos puede adelantarse, ni prever con precisión varios aspectos incontrolables de la realidad política y electoral. Los nervios se ponen de punta y es en este ámbito, el del estrés y nerviosismo donde se aquilata el verdadero temple de un buen líder. Éste debe transmitir tranquilidad, mostrar hacia dónde orientar la lucha y garantizar que la firmeza y claridad de las propuestas ofrezcan cierta certidumbre en relación con el futuro.

Con una serie de candidatos, el voto se fragmenta y dispersa la voluntad de los ciudadanos. Además, según las encuestas de intención de voto, Evo Morales sigue encabezando las lealtades electorales porque los demás líderes tienen una seria falencia: carecen de unidad y de programa político con opciones ideológicas y ofertas concretas para revertir la fuerza que aún posee Evo. Los medios de comunicación, casi unánimemente, consideran al Presidente como la figura central del sistema político. No hay una encuesta de opinión que prescinda de Evo Morales. Esto derrumba la sana incertidumbre y abre el ingreso para la hiper-normalización de la política.

    El concepto de hiper-normalización pertenece a Alexei Yurchak y se refleja dramáticamente en su libro “Everything was Forever, Until it was No More: The Last Soviet Generation” (2015), donde se cuenta que en los últimos años de la sociedad soviética, la gente no quería reconocer la implosión del sistema y odiaba pensar que podía caer en cualquier momento. El comunismo colapsó en la ex URSS y las ilusiones por una sociedad superior al capitalismo, resultaron ser demasiado grandes, hipnotizando a millones para luego desaparecer con la caída del Muro de Berlín. Entre 1989 y 1991, nadie creía que el comunismo iba a sobrevivir en Europa del Este; sin embargo, miles aún hablaban de la URSS como un país invencible. Este es el reino de la política: la falsa ilusión “normalizada” que se acrecienta cuando no es posible ofrecer otra alternativa.

La hiper-normalización es un momento de la praxis política donde los líderes no tienen un verdadero control de varias situaciones, aún a pesar de creer que sería posible doblegar a la realidad con discursos e ideologías. El Partido Comunista de la Unión Soviética pensaba hasta el último momento que retomaría el control del país pero no era así. Perdieron el poder y se consideraba normal seguir hablando del comunismo, aun cuando éste prácticamente ya no significaba nada.

Lo contradictorio, absurdo o inaceptable desde el punto de vista racional y ético, a veces es aceptado sin reticencias debido a la hiper-normalización que la gente asume, al no percibir otras formas más valiosas para cambiar. El discurso súper inflado, la narración de la realidad como una épica, el hablar de forma exuberante para distorsionar el contexto real o construir un mundo inverosímil, también caracteriza a los medios de comunicación, a los periodistas y a los vendedores de humo. Este artículo tiene el objetivo de interpretar la hiper-normalización, analizando el liderazgo que se torna confuso e inseguro como parece ser el desenvolvimiento de Carlos D. Mesa.

Un mundo de palabras no es liderazgo sólido

En Bolivia, la prensa está inserta en un mundo hiper-normalizado y es aquí donde se hace un gran negocio y donde Carlos Mesa representa una figura notoria, tanto de los liderazgos nacidos en los medios de comunicación, como de la cultura autoritaria que prefiere una imagen virtual dentro de la televisión, aparentemente impoluta y, al mismo tiempo, egoísta. Aquí la hiper-normalización se levanta como escenario de descontrol y es por esto que muchos optan solamente por hablar y desfigurar la realidad, antes que intentar cambiarla o dirigirla.

En medio de la incertidumbre sobre cuáles serían los liderazgos alternativos en el debate sobre la re-elección, Carlos Mesa no es una alternativa frente a Evo Morales. Mesa encarna una personalidad ambivalente. Fue portavoz de Evo en el tema marítimo desde el año 2013, tuvo un financiamiento y salarios para sus acólitos, razón por la cual tenía una subordinación al Presidente dentro de una jerarquía reconocida en la Constitución. El Presidente es la cabeza del Estado y del Poder Ejecutivo, mientras que Mesa fue un funcionario de menor rango, supeditado a las directrices de las autoridades políticas que definían por dónde ir en las decisiones estatales. Sin embargo, Mesa ahora se da el lujo de cuestionar la re-elección con energía, mostrándose como abanderado de la democracia. Esta ambigüedad tiene una sola dirección: confundir a la sociedad porque, supuestamente, Mesa estaría por encima de las contradicciones, cuando no es así. Mesa es copia fiel de la hiper-normalización, del discurso que, aparentemente, todo lo puede como si sólo con un buen acento y vídeos en las redes sociales se pudiera ofrecer un sólido liderazgo y valentía.

Carlos Mesa aún simboliza la defensa ideológica y mediática del neoliberalismo entre 1989 y 2005, año de su caída como presidente “accidental”. Con esto su ambigüedad crece mucho más. Fue gonista convencido y sembró un camino exitoso como influyente periodista pero Mesa fue y es un líder pusilánime, sin partido político, sin convicciones éticas y con lealtades a medias. Abandonó a Gonzalo Sánchez de Lozada en los momentos más difíciles, postergando incluso la convocatoria a las elecciones presidenciales después de la crisis de octubre de 2003. El 17 de octubre de aquel año dijo ante el Congreso que organizaría las elecciones en tres meses pero pudo más su egolatría para tratar de permanecer en el poder hasta el año 2005. Fue el único presidente de América Latina que también se dio el lujo de renunciar tres veces y hoy trata de sacar la cabeza como opción al MAS. Sin embargo, su liderazgo está hecho de dudas, temores y nubes de polvo mediático donde nunca se sabe cuáles son las verdades o las distorsiones. Mesa es un hábil orador pero los discursos y las palabras no son una garantía inmediata para sostener a un liderazgo capaz de guiar proyectos de transformación para un impacto de largo alcance.

Evo no desaparecerá de la escena, sencillamente porque la oposición no tiene otra alternativa de liderazgo con articulación nacional. Mesa repudia la probabilidad de perder ante la cuarta elección de Evo, pero tampoco está en entredicho la continuidad de una economía de mercado, bastante estable en comparación con el pasado 1985-2005. La violación a los derechos humanos, el clientelismo, corrupción e incumplimiento de deberes siempre fue una marca hiper-normalizada de varios gobiernos. Mesa critica, se aleja y se doblega como con su alabanza a Evo por su discurso frente a las Naciones Unidas el 5 de junio de 2017. Pudo haber sido un excelente candidato hiper-normalizado a la vicepresidencia junto a Evo.

Las indecisiones de Mesa solamente hacen daño sin aportar soluciones. En el fondo, sabe muy bien que al lanzarse como candidato a la presidencia y eventualmente ganar, tendría que enfrentar serios conflictos en la lucha por reconstruir la sociedad y el Estado. Por esto, preferiría que otro experimente la derrota y el trago amargo de la ingobernabilidad. Después de esto, él se presentaría como salvador para retomar el orden. Obviamente, siempre y cuando un gobierno de transición después de Evo Morales sufra la parte más difícil. Esta ambición, también ambigua, lo coloca como un líder mediático que puede hacer más con la palabra, la ficción y la televisión, antes que con el esfuerzo por ofrecer un liderazgo político con la capacidad para cambiar la realidad.

Su liderazgo endeble también fue la hazaña hiper-normalizada al no presentarse en la Corte de Florida para declarar en contra del expresidente Goni Sánchez de Lozada por los delitos de lesa humanidad cometidos en octubre de 2003. Su testimonio era fundamental. Mesa y el debate sobre la re-elección, constituyen más una nube de polvo, antes que argumentos y actitudes éticas para beneficiar a la democracia. Mesa es totalmente anti-ético, hábil falseador de la realidad y sería un grave error suponer que él pudiera convertirse en una alternativa para desbaratar al MAS. En todo caso, sus columnas y apariciones mediáticas continúan siendo el ejemplo vivo de la profusión discursiva. Es la hiper-normalización que, por último, debemos derrotar para descubrir la verdad, sacudir el polvo de nuestros zapatos y reinventar una democracia ética, dialogada, reflexiva y racional, para lo cual Carlos Mesa solamente es una vacía cámara de resonancia.

¿Democracia digital y mediática?

El liderazgo hiper-normalizado de Carlos Mesa es parte de lo que podría denominarse como la era de la democracia de los medios de comunicación y el escenario de la política digital difundida por Internet. Los medios de comunicación masiva se convierten en un instrumento indispensable, no sólo de carácter crítico o fiscalizador, sino con la capacidad de expandir la información, sin la cual el sistema democrático, prácticamente no podría funcionar.

Ahora bien, las acciones de la política digital incurren en una acción negativa: la difusión de noticias falas, grandilocuentes y especializadas en la distorsión. Esto destruye las facultades reflexivas de la democracia,  carcomiendo la opinión pública, ya sea con noticias exageradas o directamente no comprobadas, razón por las que expanden sin control las anfibologías y los rumores que acrecientan la incertidumbre. Esto también perturba al liderazgo de Carlos Mesa quien no asume un compromiso para confrontar la lucha política con determinación. Sus estrategias de cálculo lo llevan a no asumir compromisos concretos sobre las relaciones con Chile y la problemática marítima. Mesa nunca reconoció su responsabilidad después del perjudicial resultado en La Haya en octubre de 2018. Tampoco tiene una propuesta para reemplazar o desmantelar las estructuras del molde político establecido por el Estado Plurinacional.


La democracia depende de los medios de comunicación y de la era digital. Si bien la relación funcional entre los ciudadanos y el Estado sería simplemente inviable sin los medios de comunicación, el liderazgo discursivo y de relaciones virtuales como es el de Mesa, sólo crearía los riesgos de un colapso. La hiper-normalización de una figura mediática también haría desaparecer la democracia. Los liderazgos más fuertes se templan en la movilización de las masas, sobre la base de transformaciones viables de futuro. Si bien la suerte aún no está echada, Carlos Mesa no parece impulsar una victoria, por la sencilla razón de no ofrecer seguridades que rompan el insubstancial mundo de los discursos mediáticos.

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