Esta entrevista fue realizada en abril del año 1998, junto con mi colega Ruy Omar Suárez. Posteriormente se publicó en la ciudad de México D.F., en la revista Perfiles Liberales, que ya no se edita más. Fue una época de mayor tolerancia ideológica. Aunque las ideas de Fukuyama siempre fueron controversiales, creo que ahora debemos seguir analizando las implicaciones en la vida diaria de lo que representa el "fin de la historia".
“Nada nos ha asombrado más del comunismo que el modo en que ha salido de
la historia”; así se refería Martín Malia cuando describió la
crisis de la ex Unión Soviética y de los regímenes socialistas de Europa del
Este. Las utopías marxistas fueron desmentidas por una serie de acontecimientos
políticos que, después, el politólogo Francis Fukuyama recogería en su obra
conocida mundialmente como El Fin de la
Historia y el Ultimo Hombre. Profesor Hirst de políticas públicas en la
Universidad George Mason, Fukuyama fue miembro del personal de planeamiento en
el departamento de Estado norteamericano durante la administración del ex
presidente George Busch padre.
Las
tesis de Fukuyma sobre el fin de la historia no sólo promovieron intensos
debates, sino que hicieron reflexionar acerca de la existencia de una historia
con H mayúscula; de acuerdo con Fukuyama, la historia se asocia generalmente
con un fluir rutinario de distintos eventos; por ejemplo, la Guerra del Golfo
Pérsico o la caída del Muro de Berlín. Sin embargo, ¿será posible hablar de
cierta coherencia en la evolución de distintas sociedades como un progreso que
se inicia en épocas primitivas, pasa por sociedades tribales hasta llegar a la
sociedad capitalista que vivimos hoy día?
Fukuyama
saltó a la fama mundial al proponer que si el proceso histórico es único, éste
también puede terminar en cierto tipo de civilización. “En cierto sentido, dice
Fukuyama, el fin de la historia será la última civilización que la humanidad
alcanzará, además de ser la más correcta; por lo tanto, la democracia liberal y
el capitalismo democrático son los sistemas sociales, políticos y económicos
más apropiados porque, a su vez, se adaptan mucho mejor a lo que representa la
naturaleza humana”.
Sobre
estas premisas y las virtudes sociales que requiere un país para generar
prosperidad en un mundo globalizado y de economías de mercado es que Francis
Fukuyama accedió a una entrevista desde su domicilio en Massachusetts; a pesar
de reconocer que no conoce en detalle la realidad latinoamericana, intentó
hacer un análisis global sobre la situación política del continente y el grado
de pertinencia de sus ideas sobre el fin de la historia y el papel de la
confianza social para promover el desarrollo.
P. Profesor Fukuyama, Ud. concibe el fin de la historia como un proceso
al cual inevitablemente están
llegando las sociedades desarrolladas bajo la premisa de que el pensamiento
liberal es el último escalón en el desarrollo político y social, es decir, se
trata del advenimiento de una sociedad
abierta en el sentido al que se refiere el filósofo austríaco Karl Popper.
¿Según Ud. qué acontece con los países subdesarrollados que se encuentran, especialmente
en América Latina, embarcados en procesos liberales todavía embrionarios? ¿También
ha llegado el fin de la historia para ellos?
Francis Fukuyama.
Efectivamente es importante hacer aclaraciones al respecto. Para la totalidad
de los países de América Latina todavía no ha llegado el fin de la historia. El
continente ha hecho muchos y grandes avances a medida que los regímenes
autoritarios cedieron el paso a la democracia durante la década de los años 80
y, sobre todo, en la medida en que las políticas económicas estatistas fueron
reemplazadas por políticas de libre mercado en la década de los 90. Sin
embargo, las instituciones liberales que están empezando a desarrollarse en
todos los países del continente aún están muy débiles y, lastimosamente, no se
puede decir con suma confianza que la situación de la democracia y de los
mercados libres en América Latina son procesos irreversibles y bien
consolidados.
Sin
embargo, es crucial reconocer que toda la región está haciendo verdaderos
esfuerzos por construir una sociedad liberal en el sentido estricto de la
palabra y todo lo que expresa el contenido político del sistema liberal. Yo me
considero a mí mismo un pensador liberal en el sentido clásico de la palabra y
esto significa que creo absolutamente en la riqueza de la democracia liberal.
Creo firmemente que la necesidad que tienen los seres humanos de gobernarse a
sí mismos de acuerdo con las reglas de un gobierno constitucional es
fundamental. Hacia este tipo de sociedad estamos avanzando y América Latina
está contribuyendo substancialmente.
En la
política americana contemporánea, en un sentido todos somos demócratas
liberales pero también diría que defiendo un significado más estricto del
liberalismo; es decir, que el poder del Estado deba y tenga que ser limitado,
tanto en política como en economía. Si América Latina tiende a instaurar un
conjunto de sociedades liberales, entonces sí podremos decir que estará
escribiendo una nueva etapa en su historia, cuyo final todavía no ha llegado.
P. En este contexto de fin de la historia y de
triunfo del liberalismo, ¿debemos acaso pensar en abandonar completamente la
idea de modificar el presente o de incidir en el futuro? ¿Dónde queda, según
Ud., la creación de utopías sociales o políticas? ¿Existe la posibilidad de que
las utopías puedan aflorar, justamente a partir de este fin de la historia?
Fukuyama.
El presente siglo nos ha puesto de frente a sufrimientos indecibles en
diferentes sociedades y culturas debido a la irresponsabilidad de regímenes,
tanto de derecha como de izquierda, que prometieron varias formas de utopía
terrenal a través de la revolución política. Yo creo que esta forma extrema de
voluntarismo político está completamente desacreditada. La gran lección que
podemos extraer sobre la inviabilidad de las revoluciones y de las utopías es
la cruel experiencia de los países socialistas. En este sentido, recalco una
vez más, el fin de la historia es un dato indiscutible porque las utopías de
cambio social absoluto que defendió el comunismo jamás volverán a resucitar. El
fin de la historia marca también el fin de todo sueño político por instaurar el
paraíso en medio de la tierra donde no nos queda otra alternativa que convivir
con la contradicción humana.
De cualquier manera, me gustaría
llamar la atención en un aspecto de la naturaleza humana para luchar contra las
injusticias sociales y la desigualdad. En mi libro El Fin de la Historia, afirmo lo siguiente: "el fin de la
historia significaría el fin de las guerras y de las revoluciones sangrientas.
Si estamos de acuerdo con estos hechos que finalizan,
los hombres ya no tienen razones por las cuales pelear. Ellos satisfarían sus
necesidades a través de la actividad económica y ya no tendrían que arriesgar
sus vidas en una batalla. En otras palabras, ellos llegarían nuevamente a ser
animales como lo fueron antes de una sangrienta guerra que es el hecho con que
comenzó la historia.
Un
perro se contenta con dormir al sol todo el día una vez alimentado porque no
está insatisfecho con lo que él es. No se preocupa por lo que otros perros
están haciendo mejor o peor que él, no se preocupa si su carrera como perro
está estancada o si otros perros están siendo oprimidos en diferentes lugares
del mundo. Si el hombre alcanza este tipo de sociedad donde triunfó la
abolición de la injusticia, su vida se parecerá a la de aquel perro”.
Finalmente, afirmo también que “la vida humana involucra, sin embargo, una
curiosa paradoja. Parece que requiriera de la injusticia porque el esfuerzo por
luchar contra ésta es uno de los valores más elevados de todos para el ser
humano”.
Es
importante fijarnos en esa esencial paradoja humana pues, en cierto sentido, si
nosotros pudiéramos alcanzar todo lo que queremos: una sociedad perfectamente
justa donde todos los hombres son reconocidos y tratados con igualdad y donde
hay una prosperidad material grandiosa, este tipo de sociedad ideal nos robaría
una parte muy importante de la vida: el lado donde todos los hombres nos
esforzamos por pelear en función de grandes causas; el espacio donde soñamos
morir o vivir para los más elevados ideales. Es como si el hombre quisiera
trascender la sola satisfacción de necesidades corporales y materiales. Por lo
tanto, creo que esta es la paradoja esencial para el fin de la historia o para
la buena sociedad que trae este fin de la historia. El éxito de este fin le
roba al hombre algo que, de todas maneras es muy importante para él. Este es el
sentido de la lucha por distintas utopías que, al mismo tiempo, puede crear
muchos desastres.
P. En América Latina tratamos de consolidar
instituciones políticas modernas conviviendo, a su vez, con culturas políticas
tradicionalistas y conservadoras plagadas de clientelismo y autoritarismo
encubiertos; ¿según Ud. qué viene a ser lo primero: lograr la institucionalidad
de las estructuras políticas o dedicarnos a fortalecer el espíritu liberal de
nuestros pueblos? ¿Es primero el hombre o el Estado?
Fukuyama.
En mi opinión, existe la necesidad ineludible de desarrollar, tanto la
democracia liberal representativa como las instituciones del mercado de manera
simultánea. La competitividad y la prosperidad económica dependen de un
conjunto de estructuras institucionales apropiadas donde la sociedad deposite
su confianza y una cultura política sana donde el individuo no esté avasallado,
ni por el Estado, ni por las fuerzas del mercado que tiendan a destruir las
condiciones mínimas de solidaridad para construir un capital social fuerte y
articular grupos humanos que, a través de la confianza, puedan salir adelante
como un conglomerado cuyas ambiciones y anhelos hagan posible una sociedad
abierta.
En
otras situaciones, priorizar el desarrollo económico antes que la
democratización política, o consolidar el imperio de la ley liberal antes que
la democracia, ha funcionado muy bien en algunos países como Corea del Sur y Taiwán
donde un alto nivel de desarrollo económico sirvió para facilitar la transición
hacia una sólida democracia. Sin embargo, tampoco existe una ley universal en
cuanto a esto.
Por
otra parte, una sociedad civil próspera depende de los hábitos, costumbres y el
carácter distintivo de un grupo humano, todos ellos atributos que sólo pueden
ser conformados de manera indirecta a través de la acción política que,
básicamente, deben ser nutridos a partir de una creciente conciencia y del
respeto por la cultura. Las sociedades deberán prestar más atención a la
cultura, no sólo en lo que se refiere a sus problemas internos, sino a su trato
con el mundo exterior.
Si
bien la actividad económica está inexorablemente ligada a la vida política y
social, existe una tendencia errónea –alentada por el discurso contemporáneo
excesivamente tecnocrático- a considerar la economía como una faceta de la vida
regida por sus propias leyes y separada
del resto de la sociedad. En este sentido, debemos ir más allá de ciertos
criterios donde se enaltece un individualismo ciego y extremista; para
contrarrestar esto yo afirmo que la democracia liberal debe combinarse con un
fuerte sentido de solidaridad, de sociabilidad permanente donde aflore la
confianza.
Para
mí esta es la palabra mágica: confianza.
No existe ninguna forma de actividad económica, desde manejar un negocio de
tintorería hasta fabricar circuitos integrados en gran escala, que no exija la
cooperación social entre seres humanos. Si bien la gente trabaja en las
organizaciones a fin de satisfacer sus necesidades individuales, el lugar de
trabajo también saca al individuo de su vida privada y lo conecta con un mundo
social más amplio.
El
bienestar de una nación, así como su capacidad para competir, se halla
condicionado por una única y penetrante característica cultural: el nivel de
confianza inherente a esa sociedad. La
democracia liberal que emerge en el fin de la historia no es, por lo tanto,
totalmente moderna. Para que las instituciones de la democracia y del
capitalismo funcionen en forma adecuada, deben coexistir con ciertos hábitos culturales pre-modernos que aseguren
su debido funcionamiento. Las leyes, los contratos y la racionalidad económica
brindan una base necesaria, pero no suficiente, para la prosperidad y la
estabilidad en las sociedades postindustriales. Es necesario que éstas también
estén imbuidas de reciprocidad, obligación moral, deber hacia la comunidad y
confianza, que se basa más en el hábito que en el cálculo racional; todas estas
características, en una sociedad moderna que se precie de tal, no constituyen
anacronismos, sino que, por el contrario, son el requisito sine qua non de su éxito.
P. ¿El triunfo liberal podría resultar perverso
al no tolerar o ignorar otros focos de pensamiento alternativo? ¿Cómo ve Ud.
que una sociedad abierta identificada, a su vez, con una sociedad de la
información promueva una serie de medios de comunicación donde se transmiten
valores liberales despreciando otras ideas y opciones del pensamiento y embarcando a todos en una misma dirección o
reproduciendo hegemonías totalizadoras? ¿No volvemos a caer en el pecado de las
ideologías hegemónicas y casi totalitarias?
Fukuyama.
Mi propio pensamiento en torno al desarrollo ha tenido una influencia fuerte de
diversos puntos de vista, sobre todo de las fuentes que provienen del Siglo de
las Luces y, hasta cierto punto, del propio marxismo en lo que se refiere a las
concepciones sobre el progreso. Empero, hace falta distinguir entre la hegemonía
política de una idea y la hegemonía intelectual-cultural de un sistema de
creencias. No se trata de obligar a nadie para que se adhiera a la perspectiva
liberal; ésta va siendo reconocida de una manera consciente por todo tipo de
individuos y culturas; empieza a ser aceptada, fruto de diferentes efectos
positivos que se pueden destacar en política y en economía. Al mismo tiempo, el
liberalismo todavía sigue bajo el escrutinio y bajo la mirada crítica por parte
de todo tipo de grupos y observadores. El liberalismo no teme a la crítica
porque ésta es un prerrequisito para conversar y reconocer que los otros están
ahí. Que podemos, en conjunto, armonizar en confianza y esforzarnos por salir
adelante sin amenazas totalitarias de raíz socialista.
P.
¿Podría darse un cambio de valores de lo individual liberal a lo colectivo
socialista cuando pensamos, utópicamente, que el individuo y la sociedad
liberal podrían llegar a un punto de desarrollo máximo en que lo liberal se
evaporaría y daría paso a proyectos de construcción social y colectiva?
Fukuyama.
Tal vez, pero no hay motivo para pensar que eso vaya a suceder muy pronto. Todo
el imponente edificio de la teoría económica neoliberal contemporánea se basa
en un modelo relativamente simple de la naturaleza humana: que los seres
humanos son individuos racionales que maximizan el logro de la utilidad. Es
decir, que el ser humano busca adquirir la mayor cantidad posible de las cosas
que considera que le son útiles; lo hace en forma racional y realiza ese cálculo
como individuo, buscando maximizar sus propios beneficios en lugar de procurar
el beneficio del grupo al que pertenece. En resumen, el neoliberalismo postula
que el ser humano es un individuo esencialmente racional pero egoísta, que
busca maximizar su bienestar material.
Ahora bien, la totalidad de la
victoria intelectual de la teoría económica del libre mercado en los últimos
años ha estado acompañada de una considerable dosis de arrogancia; existen
numerosas ocasiones en las que el individuo persigue objetivos que no son
utilitarios, por ejemplo, es capaz de entrar en una casa en llamas para salvar
a otros, de morir en batalla o de tirar por la borda su carrera profesional
para irse a vivir a algún lugar de la montaña, a fin de estar en contacto con
la naturaleza. La gente no simplemente vota por sus billeteras: también tiene
idea de que determinadas cosas son justas o injustas, y toma importantes
decisiones de acuerdo con esa percepción.
P. Ud. sabe que el marxismo caló profundamente en las sociedades latinoamericanas
durante las décadas del 60,70 y 80, cuando se identificaba al imperio norteamericano como el enemigo
común del tercer mundo. Al publicarse su libro El fin de la historia, esta corriente consideró sus postulados como
apologías triunfalistas norteamericanas identificando al progreso como un
triunfo liberal del imperio ¿Para
Ud., progreso significa triunfo o visión
vencedora de la cultura o sociedad más fuerte?
Fukuyama.
No. Las ideas y políticas liberales tienen que ser evaluadas según sus propios
méritos, y me parece que esto es lo que ha sucedido. Si se aceptaron las
reflexiones y propuestas liberales de mi libro es porque la realidad demostró
que funcionan en la práctica mejor que otras alternativas.
Por lo menos estoy feliz acerca de
una cosa. Hubo cierto reconocimiento en cuanto a que todas mis reflexiones no
son una simple rearticulación de
argumentos de hace dos o cuatro años. No son ideas sobre si la democracia
realmente va a irrumpir en todo el mundo como el régimen político más útil y
requerido. Esto ya era un dato que aparecía en la agenda política hace más de
quince años. La discusión actual todavía debe girar en torno a cuál es el
significado de nuestra democracia hoy en día, cómo profundizarla y adaptarla a
nuestras condiciones culturales específicas. No es ocioso preguntarse qué
significa la democracia cada día y cuál es su futuro. Hacia estas
preocupaciones debemos orientar nuestros esfuerzos y reconocimientos. Asimismo,
me pregunto: ¿es esta una forma apropiada de entender qué está pasando en el
mundo y por qué están teniendo lugar revoluciones democráticas en diferentes
continentes?
P. Ha
llegado a ser una referencia común decir que la década de los 80 en América
Latina ha sido una década perdida en términos económicos porque los sueños de
la modernización o la exaltación de la teoría de sustitución de importaciones
formulada por la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) se encontraron
con la marginalidad y el aumento de la pobreza extrema en los 90. ¿Cómo pueden
ser replanteados los problemas del desarrollo en América Latina, en una década
donde la globalización y la economía de mercado ya definieron sus reglas en
favor de los países postindustriales?
Fukuyama.
Cuestiono la afirmación en que los
espacios de poder en el mercado mundial y en las capacidades competitivas ya
han sido copados por los países postindustriales. Las ventajas comparativas
siempre existen para cualquier país y constantemente cambia la posibilidad de
ganar espacios y obtener beneficios reales en el mercado mundial. Para explotar
dichas ventajas se necesita simplemente eliminar las barreras innecesarias que
dificultan el comercio; es decir, consolidar definitivamente una economía de
mercado.
P. ¿Podría aclararnos el concepto de confianza
que desarrolla en su último libro: Las
Virtudes Sociales y la Capacidad de Generar Prosperidad, y si este concepto
también puede ser aplicable a ciertas políticas públicas que pretenden superar
el subdesarrollo en América Latina?
Fukuyama.
Creo que la mayoría de las sociedades latinoamericanas son lo que yo llamaría,
sociedades de baja confianza, en la
medida en que la relación de confianza primaria que existe dentro de la familia
y los grupos de parientes no se extiende hacia fuera; es decir, hay una falta de confianza entre
desconocidos. Esto conduce a una especie de sistema moral de dos niveles: en
primer lugar, el sentimiento más fuerte de responsabilidad y obligación hacia
otras personas existe dentro de la familia; en un segundo nivel se tiene un
sentimiento de confianza mucho menor en cuanto a las obligaciones cívicas, el
servicio al Estado y otras situaciones políticas. El tener bajos niveles de
confianza constituye la raíz, tanto del desempeño económico pobre, como de la
corrupción gubernamental que está generalizada por el continente.
P. ¿Cómo
es posible alcanzar elevados niveles de confianza social en medio de sociedades
multiculturales y con una gran heterogeneidad étnica en América Latina?
Fukuyama.
Puede ser que no sea posible construir niveles y ámbitos de confianza en las
circunstancias mencionadas. Sin embargo, un gobierno puede empezar por
optimizar sus propias funciones cumpliéndolas de una manera limpia y efectiva.
Para este objetivo, el gobierno es indispensable, así como es fundamental la
protección de los derechos individuales (incluyendo los derechos de propiedad),
el orden interno, la defensa nacional, la educación, y cosas así.
Existen muchas corrientes del pensamiento liberal que
comprenden la importancia de la sociedad civil en el funcionamiento adecuado de
una democracia liberal. La más destacada entre ellas es la de Alexis de
Tocqueville. El problema que existe con una gran parte del pensamiento en el
siglo XX es que se entiende a la solidaridad en una sociedad, únicamente en
términos de un Estado centralizado. En realidad, existen muchas formas de
relacionamiento social que con frecuencia son mucho más importantes y efectivas
que el Estado para proporcionar servicios sociales y satisfacer la necesidad
humana de tener relaciones sociales. En la práctica, el gran Estado Benefactor
muchas veces ha sido enemigo de la sociedad civil y de la verdadera solidaridad
social, lo cual obstaculizó el nacimiento de apreciables niveles de confianza
social para obtener prosperidad económica y desarrollo.
Finalmente,
creo que es absurdo relegar a América Latina a una especie de categoría
de segunda clase en la economía mundial. No existe ninguna razón que impida a
las sociedades latinoamericanas alcanzar el rango de primer mundo, con tal que tengan un liderazgo fuerte y políticas
que sigan las líneas correctas. El problema fundamental es
político-institucional y no tanto cultural.
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