“Por ninguna parte veo un Dios de la vida, veo sólo
ciegos que adornan sus crímenes con Dios”; Elías Canetti, Premio Nobel de
Literatura 1981.
Nuestra América Latina está pagando el precio de
los alquileres de los regímenes dictatoriales, pues es sorprendente el impacto
de la cultura política autoritaria en la decadencia del orden social y el
derrumbe de la justicia en los regímenes democráticos. Tal y como sucedió
durante la época de los gobiernos militares, en América Latina es ya enorme la
cantidad de muertos y desaparecidos debido al crimen organizado: pandillas
juveniles que trafican con armas y emplean diversos métodos de extorsión y
amedrentamiento; sicarios provenientes del narcotráfico que se convierten en
peligrosos destructores de la seguridad ciudadana; y el regreso de nuevas
formas de esclavitud con la trata de personas.
El crimen
organizado mueve millones de dólares y está confundido con los capitales
foráneos, cuyos orígenes conocidos por su fácil accesibilidad fueron penetrados
de distintas maneras y en diferentes rubros por organizaciones del hampa. La
política y las economías inestables de América Latina no pueden enfrentar de
forma eficiente este fenómeno internacional y casi incontrolable.
La globalización de las organizaciones criminales, no
sólo se dedica al tráfico de drogas, armas o seres humanos, sino que también
logró introducirse en todos los sectores de la sociedad con la instauración de empresas
fantasmas, e inclusive, legalmente constituidas que participan en licitaciones
públicas.
Los métodos delincuenciales gozan de ventajas ilegales
dentro del mercado, imponiendo su ley de sangre que cada año cobra miles de
víctimas inocentes y encuentra en la política un escenario de conveniencia y satisfacción
de intereses mutuos, permitiendo que la cultura mafiosa llegue a substituir al mismo
Estado en muchas de sus funciones; por ejemplo, comprando algunos mandos de la
policía, fuerzas armadas y tribunales de justicia. Las estructuras estatales en
el continente están siendo corroídas por la anomia social disfrazada de bandas delictivas.
Este artículo plantea que el crimen organizado está
creciendo de manera vertiginosa y sus consecuencias probablemente van a ser
irreparables. El relativo éxito de la democracia y el sistema de derechos, al
mismo tiempo está siendo opacado por situaciones anómalas como el impacto de diversos
negocios turbios vinculados con el terror indiscriminado, donde la sociedad
civil se ve echada a su suerte pues empiezan a desaparecer el respeto por los
derechos humanos. Así van disolviéndose los valores y la moralidad que deja de
ser una pauta de conducta legítima para ser aplacada por la fuerza del crimen, el
cual es elevado a un sitial de audacia, abundante riqueza y modelo a seguir por
la factibilidad que representa el empleo de una serie de violaciones
sistemáticas en contra de la ley y la seguridad ciudadana.
El entramado
socio-político del crimen
Las mafias, sobre todo la de mayor influencia amenazadora
como el narcotráfico, poseen una estructura en red; es decir, representan un
sistema de conexiones donde se vincula también el contrabando de armas, terrorismo,
la trata de personas, el secuestro y la corrupción junto con el tráfico de
influencias. Esta densa trama de intereses ha incorporado en sus actividades a la
simbología social del prójimo, que no
pasa por la solidaridad con los más pobres,
ni por el hecho de representar el papel de Robin
Hood, sino porque predomina el uso instrumental de las personas.
El resultado inmediato es la instrumentalización extrema de los lazos sociales donde únicamente
se valora el placer desmedido y el acceso directo a la fortuna. Las bandas
criminales convierten a los seres humanos en instrumentos absolutamente
desechables. En realidad, existe una manipulación que tiene el objetivo de
lograr dinero fácil proveniente de actividades ilícitas. El crimen organizado
nunca constituirá un esfuerzo para ayudar a los pobres o una estrategia de
sobrevivencia, ni tampoco una manera para redistribuir la riqueza en la
sociedad, sino que simplemente es una conducta egoísta, encaminada hacia la
ruina de las instituciones y la constante desvalorización de la vida porque por
encima del prójimo y el Estado se colocará siempre al dinero y al desenfreno.
Los capos de la
mafia cuentan con diferentes formas de mano de obra más baratas y eficaces,
valiéndose de la ausencia de mecanismos estatales que favorezcan a los grupos
marginales, carentes de oportunidades. A esto se agregan las actitudes
mediocres e inoperantes de los gobiernos y las políticas económicas que no
pudieron construir las condiciones adecuadas para superar la pobreza y proteger
a sus recursos humanos jóvenes en el corto, mediano y largo plazo.
Cuando funcionan las mafias, lo hacen utilizando
estrategias empresariales que conocen el tipo de mercado donde van a actuar y
contratan, no a profesionales, sino a personas sin ningún tipo de futuro que no
tienen nada que perder. Sería ingenuo pensar que el crimen organizado trabaja
ofreciendo oportunidades a técnicos y profesionales jóvenes. Todo lo contrario,
es tan negativa su influencia que reclutan a quienes están dispuestos a matar,
morir, ser humillados y socavar cualquier tipo de control, leyes o
instituciones formales. El hampa, en sus diferentes formas de organización, es
una verdadera escuela para el pillaje y para aquellos grupos que no tienen
miedo a desaparecer dentro del sistema social.
Las organizaciones criminales están interesadas en los
profesionales o en las personas con un alto nivel de educación, en la medida en
que se pueden servir de ellos, específicamente si los profesionales pueden
abrir contactos en las altas esferas del poder. La delincuencia también busca
los privilegios que trae el hecho de estar arriba: dentro del Estado y como
parte de las élites hegemónicas en una sociedad.
Por ejemplo, el comercio ilícito de cocaína adquiere
mayor relevancia por el poder económico que genera. La lucha que enfrentan los
países de América Latina a pesar de sus esfuerzos no se trasluce en un control
efectivo. No se puede explicar cómo es posible que la tecnología y los
servicios de espionaje altamente sofisticados de los Estados Unidos, sean
capaces de rastrear a supuestos terroristas tomando el té (incluyendo
filmaciones) y no puedan avizorar las avionetas y los camiones que surcan
carreteras elegidas por los tratantes de seres humanos y las armas que salen
desde el suelo americano, comercializándose a cambio de pasta base de cocaína,
todo en un ir y venir de expertos que plantean erradicar el narcotráfico. En
síntesis, las bandas criminales están siendo protegidas y la sociedad civil democrática
no sabe cómo actuar cuando la corrupción llega a los principales centros de
poder político.
Por otra parte, el crimen organizado se encuentra
completamente globalizado, pues es capaz de comunicarse telemáticamente, teniendo
inclusive la posibilidad de proyectarse de un territorio a otro y de desarrollar
mejores sinergias. Los mafiosos se mueven como mejor les parece sin respetar la
soberanía de ningún Estado. De hecho, Colombia, México, Argentina, Bolivia,
Venezuela, Guatemala y El Salvador representan los países más vulnerables, pues
el hampa logró penetrar en la política nacional y local, en el mundo empresarial,
los militares, la policía, los organismos de seguridad y el sistema judicial.
Tampoco debe pasarse por alto otro fenómeno en el que
las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y otros grupos de resistencia armada, aparentemente
de influencia socialista-comunista, han dejado de lado completamente las
utopías de cambio social y justicia plena porque tienen enormes vínculos con
las ventajas que brindan las armas, el dinero del narcotráfico y el crimen
organizado, ofreciendo respaldo y protección para los negocios ilícitos pero
millonarios. La delincuencia de cuello blanco también financia varias campañas
electorales y accede a licitaciones públicas legales, con el fin de echar
detergente a sus recursos mal habidos.
Las ganancias y el poder del crimen organizado son
inmensas, tanto en los países industrializados como en desarrollo. Según las
Naciones Unidas (NN.UU.), los probables ingresos anuales de las organizaciones
criminales transnacionales en el ámbito mundial, suman alrededor de mil millones
de dólares, cifra equivalente al producto interno bruto (PIB) combinado de
todos los países de bajos ingresos, con una población de 3 mil millones de
habitantes. Las estimaciones incluyen las ganancias del tráfico de drogas,
materiales nucleares y otros servicios controlados por la mafia como la
prostitución y juegos de azar; sin embargo, lo que estas cifras no muestran
adecuadamente es la magnitud de las inversiones realizadas rutinariamente por el
hampa en empresas comerciales legítimas, así como el control de los medios de
producción en muchas áreas de la economía formal.
En Venezuela, las narco mafias habrían intentado utilizar
al Banco Latino para lavar su dinero, junto con otros 19 bancos del país en
1994. En ese entonces, el sistema financiero era controlado por la familia de
Pedro Tinoco, quien fue presidente del Banco Central de Venezuela bajo el
gobierno del ex presidente Carlos Andrés Pérez y tuvo un destacado papel en el
diseño del programa de ajuste estructural
aplicado a partir de 1989; dicho programa proponía liberalizar al máximo todos
los sectores de la economía, fomentar un amplia privatización de las empresas
estatales y modernizar así Venezuela; sin embargo, los efectos de posibles
vínculos entre el crimen organizado del narcotráfico y la política generaron nuevos tipos de patrimonialismo; es decir, emplearon el aparato estatal
para la generación de ganancias ilícitas a costa de socavar la
institucionalidad del sistema político.
Los cárteles de la droga dentro del crimen organizado
a nivel global, crearon una relación simbiótica entre la economía y las
estructuras políticas. Por lo tanto, en América latina como en el resto del
mundo, la relación entre los criminales y la banca permitió que el hampa marcara
un sutil golpe sobre algunas tendencias de la política macroeconómica pues
muchas autoridades políticas estuvieron vinculadas con algunos cárteles de traficantes.
En otro contexto, se estima de manera conservadora que
el sistema bancario dentro de los Estados Unidos permite lavar alrededor de 100
mil millones de dólares por año manejados por el crimen organizado; en algunos
casos, se utilizaron inclusive los mayores bancos de Manhattan. Diferentes estudios
destacan el papel de las grandes empresas de inversión de Nueva York y de los
agentes de cambio de moneda y lingotes de oro relacionados con Wall Street, quienes también se
interesan en el lavado de dinero de los cárteles. Estos hechos hacen pensar que
el patrimonialismo que maneja las instituciones públicas para responder a los
fines privados y al abuso de poder, llega incluso al centro de aquellos países
donde por largo tiempo imperó la idea de una democracia sólida. No es así
porque las mafias organizadas fueron carcomiendo todas las esquinas del sistema
democrático, estimulando varios negocios turbios en un clima globalizado.
El Fondo Monetario Internacional (FMI) calcula en 5,5
mil millones de dólares los activos offshore
de corporaciones e individuos sospechosos, una cifra equivalente a 25 por
ciento del ingreso total mundial. Además, la riqueza mal habida de algunas élites
del Tercer Mundo depositada en cuentas numeradas, probablemente llega a 600 mil
millones de dólares. Un tercio de esa cantidad estaría colocada en Suiza.
Conclusión
El crimen organizado representa una amenaza para la
seguridad regional en toda América Latina. No se puede dejar de tomar en cuenta
el hecho de que los países pobres están promoviendo esfuerzos para combatir la delincuencia
global, más allá de una serie de diferencias ideológicas. Es la unidad de
políticas de seguridad internacional el único camino viable para desbaratar
diferentes redes criminales.
Las medidas preventivas dentro de América Latina
podrían permitir distanciarse de los habituales programas antiterroristas y
antinarcóticos de los Estados Unidos que están acostumbrados a condicionar su
colaboración para que predominen sus decisiones y visiones nacionalistas al
margen de los intereses multilaterales de la región; sin embargo, el crimen es
quien saca mejor provecho de esta política unilateral proveniente de la
potencia del norte.
El problema surge cuando se constata que quienes ponen
los muertos son los Estados del Sur, sobre todo si se observa la violencia fruto
del tráfico con los inmigrantes que son obligados a transportar drogas, la
corrupción rampante y la degradación moral del conjunto de la sociedad que enfrenta
una completa anomia y el miedo.
La Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) está
tratando de encontrar algunas respuestas por medio de la movilización armada en
todas las fronteras de sus países integrantes. Más allá de persistir algunas
deficiencias, son valorables las visiones
mancomunadas para luchar contra múltiples redes del crimen en la región.
Es fundamental entablar un diálogo constante con la Unión
Europea, superando los posicionamientos de confrontación ideológica y política
para derrotar verdaderamente a las mafias más poderosas. De otra manera
continuarán una serie de guerras perdidas porque cada día que pasa, la
multiplicación de los negocios y las influencias del crimen organizado son
vertiginosas y contagian, como una epidemia, todas las estructuras del Estado;
en definitiva, el crimen transforma el corazón de la sociedad haciendo que el
cinismo, junto con el acceso al dinero sucio, dominen como una nueva simbología
donde triunfa la ley de los más fuertes,
los más corruptos y los más avezados.
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