Un
año más que pasa. Que se traslada y en el cual se vuelve a encontrar los mismos
escollos, las mismas malas prácticas, las mismas decepciones. Para eso está la
vida, para ser vivida y contada a alguien, ¿a quién? Alguien que escuche. En
medio de tantos otros millones de vidas con la misma orientación y los miedos
que rebosan. Tenía que haber alguien como yo que contara su experiencia y la de
otros. Aunque sea simplemente para aclararme a mí mismo.
Como
siempre, la vida me ha llevado a una disyuntiva. Casi a un callejón sin salida
o, mejor dicho, no sé cómo decidir simplemente porque no sé qué me depara el
futuro. Como siempre también tengo miedo. A mi edad de 48 años, aunque no me
siento viejo, sigo sintiéndome un hombre con razón y claridad confusa. Dónde
voy y por qué la vida no es más simple. Quedarme o irme. Doble vía y doble
oportunidad. ¿Qué es esto, sin embargo: oportunidad?
Hubo
un tiempo, cuando era mucho más joven, en que la palabra oportunidad era y
sonaba hermosa. Ahora se me presenta como una más de las miles que existen y a
las que todos le dan el significado y alcance que merece la conveniencia. Como
a las palabras se las lleva el viento, entonces la oportunidad no se quedará
atrás. Nuevo año, el viento sopla por todas las direcciones y heme aquí sin
saber dónde ir. Por lo menos tengo una alternativa, aunque no clara. El primer
problema radica en que si tomo dicha alternativa, mi edad, 48 años, me
permitirá avanzar o, en todo caso, será una muestra de mis limitaciones, del
comienzo del descenso. En caso de que sea así, entonces lo que corresponde es
no arriesgar nada y asirme lo mejor posible a lo seguro. ¿Existe algo seguro en
esta vida? La incertidumbre es lo más seguro que existe, esto está claro.
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