METÁFORAS DE UN CREYENTE: ¿ES POSIBLE ERRADICAR EL NARCOTRÁFICO EN AMÉRICA LATINA?


Comprender cualquier fenómeno relacionado con la ilegalidad siempre encierra un concepto moral, que por sí mismo devora las estructuras más intimas, no sólo de la debilidad humana, sino de las estructuras sociales que se reproducen en las instituciones públicas y privadas, de tal forma que el concepto ilegal abarca a un sinnúmero de flagelos ilícitos como el narcotráfico, la trata de personas, el tráfico de armas y el contrabando. En el fondo, también se trata de creer en que podemos deshacernos de todo tipo de crímenes y confiar, profundamente, en la capacidad humana para alcanzar nuevos rumbos de transformación ética e institucional.

Este artículo tiene el objetivo de analizar al narcotráfico como un modelo interconectado de mercados, bienes y servicios a disposición de las redes de venta de drogas ilícitas, cuyas consecuencias han pasado del carácter personal del consumo en los drogadictos, al terreno institucional que ha perforado distintas legislaciones nacionales.

Hoy en día, el narcotráfico ha cobrado vigencia autónoma, es un negocio de millones de dólares y cuenta con el respaldo policial y militar, así como posee complejos apoyos estatales y privados en los más altos círculos. El narcotráfico sabe que es poderoso y, posiblemente, no podrá ser combatido, y menos erradicado, porque sus conexiones controlan los mercados financieros internacionales, llegando a convertirse en un termómetro económico que condiciona las configuraciones débiles de la economía latinoamericana, más aún si éstas dependen de un tipo de democracia que tiende a ser controlada por la denominada narcopolítica.

Las metáforas del narcotráfico

Primera Metáfora. ¿Qué hace del narcotráfico un factor relevante para que las personas e instituciones lo salvaguarden? Sin duda alguna, el carácter económico por la gran cantidad de millones que mueve fácilmente; por lo tanto, nace una metáfora colectiva que quiere transformar al narcotráfico en una máquina de hacer mucho dinero para llegar a tener un poder omnímodo, porque por medio de este negocio se cree que uno obtendría el control de la lógica del mundo.

El crecimiento inusitado del narcotráfico sería incapaz de sobrevivir si no contara con quien lo fomente y demande. Según datos proporcionados por la Organización de Estados Americanos (OEA), se estima que entre el 60 y 65 % de la cocaína sudamericana es traficada en los Estados Unidos a través del Pacífico Oriental, por el corredor de América Central, las Islas del Caribe, República Dominicana, Puerto Rico y Haití, que actúan como centros de acopio y transbordo fundamentales.

El 80 % de este producto llega a los Estados Unidos a través de México (por vía marítima) que fácilmente rompe el control más estricto de la Drug Enforcement Administration (DEA), ¿por qué? Sencillamente porque tiene contactos políticos y militares de manera permanente. Las organizaciones criminales usan transportes sofisticados con una capacidad de carga entre 6.000 a 10.000 toneladas métricas de droga. Paradójicamente, las embarcaciones cuentan con alta tecnología proporcionada por los Estados más poderosos del mundo.

Los narcóticos se venden muy bien y, simultáneamente, fomentan la interconexión de armamento de última tecnología, venta de bienes suntuarios, estrategias financieras con gran conocimiento de los mercados y la banca internacional, así como el intercambio de información detallada sobre el funcionamiento corrupto de varias instituciones estatales.

La lógica de la interdicción del narcotráfico para extirparlo de las economías latinoamericanas, no se regula por el precio de la cocaína ni por la Guerra Contra las Drogas, sino por la protección desmedida del negocio pues el grueso de los capitales que se generan con los narco-vínculos, va a parar a la banca internacional y a los Estados que demandan los distintos tipos de drogas ilícitas.

La lucha contra el narcotráfico sataniza a los países productores y unilateraliza la responsabilidad de éstos. La realidad del Siglo XXI muestra que la Guerra Contra las Drogas fue y es un fracaso, siendo imposible negar la responsabilidad de los países consumidores. En los Estados Unidos existen dos millones de adictos a la cocaína y la cultura del consumo ilegal se hizo normal para los grandes ejecutivos, los políticos, la industria del cine y las estrellas de fama mundial. Este tipo de vida que convierte al consumo de drogas en algo natural, difundió la metáfora del narcotráfico como la varita mágica que enaltece el acceso al poder, el dominio y la supuesta felicidad de dominar todo con la influencia de las drogas.

La extraordinaria expectativa que gira en torno al narcotráfico, hace ver al negocio como una fuente alternativa de acumulación de riquezas y donde la destrucción de los códigos éticos opera como el costo normal a ser pagado para reproducir la impunidad. La venta de drogas, para muchos, conduciría hacia el poder y es éste que promueve la constante reestructuración regional de las influyentes redes de narcotraficantes que se adaptan a todo contexto, conquistan varios mercados y manipulan la legalidad interviniendo en varias instituciones.

América Latina tampoco está libre del consumo de varias drogas duras. El primer reporte regional sobre esta problemática, advierte que aproximadamente la mitad de los consumidores de cocaína en el mundo viven en el continente americano. De ellos, el 70% se encuentra en América del Norte y el 27% en América del Sur, demostrando que son cantidades similares a las encontradas en Europa.

Las implicaciones políticas del combate al narcotráfico tienen raíces muy profundas y en el Siglo XXI aún no es posible desbaratar la narco-política. El narcotráfico permitió dar un golpe de Estado en Bolivia en 1980 y el ex presidente de Colombia, Álvaro Uribe, estuvo relacionado con la protección de testigos claves que trabajaron por mucho tiempo con las redes de poderosos narcotraficantes.

¿Hasta dónde es viable, moral y jurídicamente, marcar las fronteras entre aquellas estrategias que buscan destruir el narcotráfico y las conductas políticas instrumentalistas que tratan de justificar cualquier decisión, por medio de razonamientos que obedecen únicamente a la lógica del poder? Al narcotráfico le gusta el poder pero también es éste quien debe combatir las consecuencias desastrosas de la Guerra Contra las Drogas y el crimen organizado a escala global.

Un caso muy doloroso es México donde Ciudad Juárez no pertenece al país sino a diferentes bandas de narcotraficantes colombianos y norteamericanos, transformándose en uno de los lugares más violentos del mundo. Por otra parte, Perú, Panamá, Colombia y Argentina gozan del apoyo de la DEA y de bases militares estadounidenses instaladas en la región que el Gobierno de Barack Obama –siguiendo a su antecesor George W. Bush– utiliza como recurso para combatir el terrorismo, el narcotráfico, e influir en los asuntos geopolíticos del Hemisferio Sur.

El poder económico del narcotráfico es capaz de penetrar las mismas murallas del Vaticano que, por primera vez, ha sido nombrado y publicado por el Departamento de Estado de los Estados Unidos como uno de los centros vulnerables para el lavado de dinero junto a otros 190 países. ¿Será que los grandes traficantes son capaces de comprar indulgencias a cambio de jugosas comisiones?  

Segunda Metáfora. El sistema político en Latinoamérica, no sólo está sucumbiendo al poder del narcotráfico, sino que surge el peligro por el nacimiento de espacios de liderazgo y libre tránsito de drogas ilegales, mediante la financiación de campañas electorales y la construcción de diversas redes clientelares que definan el juego político. Esta metáfora señala que el narcotráfico tiene la audacia de aparecer como trampolín político, tan admirado y temido hasta el punto de no saber quién manipula a quién, si la política a las drogas o éstas a la política. ¿Es el fin que justifica los medios, o el magnetismo del narcotráfico que llega a ser confundido con otra forma de promoción para diferentes tipos de liderazgo?

En América Latina persiste una situación donde los mismos políticos son quienes, simultáneamente, denuncian el intervencionismo estadounidense y la corrupción de los gobiernos que los han precedido, pero utilizando canales de financiamiento que probablemente provienen de los narco-dólares con el objetivo de lograr ser candidatos. Una vez en el poder, aplican políticas represivas y completamente ineficaces en la lucha contra las drogas, en medio de una red de imposiciones y amenazas, a través de lo que tiende a denominarse como diplomacia de permanente peligrosidad, ligada con aspectos oscuros de las políticas antinarcóticos.

Las relaciones entre las drogas y la actividad política no tendrían sustento sino se analizaran los regímenes jurídicos que tratan de controlar el narcotráfico. Las legislaciones latinoamericanas, con algunas variantes, reducen todo tipo de problemas y conflictos a la persecución de los delincuentes de segunda y tercera línea; es decir, se procesa e investiga a las estructuras que hacen de intermediarias en la venta a mediana escala; sin embargo, la interdicción de los grandes señores de la droga es una madeja burocrática pesada y en la cual queda siempre disimulado el control y sometimiento de las políticas antinarcóticos a un entramado de poder y dinero que tira por la borda un conjunto de regulaciones y previsiones institucionales de los sistemas democráticos.

La democracia está atada de manos cuando el narcotráfico es utilizado para afectar las estructuras políticas. Esta penosa realidad muestra que el mejor padre de las drogas es aquel que dice combatirlas y, sin embargo, también las mima, protege y sacrifica miles de personas para mantenerlas vivas.

Tercera Metáfora. La satanización que se hace a los países productores de la hoja de coca y su vinculación con la cocaína no tiene un criterio veraz, porque la coca es vista como si fuera una mina de oro en manos de campesinos ignorantes que pertenecen a países irresponsables en el orbe internacional.

En este caso, la metáfora consideraría a los campesinos y pequeños empresarios de la coca como bacterias que infectan la sociedad mundial, lo cual es un sesgo que equipara a la producción de coca con el origen de la enfermedad del narcotráfico. Sin embargo, las bacterias pueden ramificarse y no es sólo la coca el problema central, sino también la producción de marihuana –la droga ilegal más consumida en el continente americano– junto con el hachís, cocaína, crack, heroína, alucinógenos, inhalantes y barbitúricos de fácil acceso en las farmacias.

El precio de la cocaína compite en el mercado con las denominadas drogas químicas o sintéticas como el éxtasis con más de 760.000 consumidores y la metanfetamina conocida como cristal con más de 502.000 consumidores. En cambio, los consumidores de cocaína tienden a disminuir, encontrándose por debajo de los 2,4 millones. Otro factor determinante representa el aumento de medicamentos bajo prescripción médica que se caracteriza por el uso abusivo en los Estados Unidos.

Es de remarcar que el excedente en la producción de hoja de coca está destinado a la fabricación de cocaína, cuyas redes son mexicanas o colombianas en particular. Las producciones netas autónomas, controladas por los campesinos en Bolivia, Perú y Colombia, son muy pequeñas y son los grandes Carteles de la Droga quienes recolectan, almacenan, exportan y monopolizan las grandes ganancias en Estados Unidos y Europa. Según datos oficiales, se produce anualmente 116.800 toneladas de hoja de coca en el área andina, de las cuales 9.000 toneladas son para el consumo legal; el 80 % de la producción de droga sale de Perú.

De esto se desprenden múltiples implicaciones que no justifican el hecho de cuestionar únicamente a los países productores de coca. El gran negocio creció en el Siglo XXI porque la demanda de drogas se mantiene intacta y constituye el factor destacado en el estilo de vida postmoderno de Estados Unidos, Europa y Asia. En otras palabras, ahora más que nunca debe preocuparnos el consumo que se produce en los jóvenes, adultos y la sociedad en general.

El gobierno de Barack Obama continúa con la misma estratagema de una Guerra Contra las Drogas que ha fallado completamente en América Latina, al combinar un enfoque geopolítico y geoeconómico, junto con un marcado criterio unilateral que no significa, sino la militarización del combate al narcotráfico y la receta ideal para continuar con una carrera armamentista que se suma a la creación de empresas de seguridad privadas y otros servicios militares como la contratación de mercenarios que incursionaron en operaciones del Medio Oriente y Asia Central.

Según un informe del New York Times, existen cinco comandos denominados Equipo de Apoyo y Asesoramiento de Despliegue Extranjero (FAST) que fueron destinados hace seis años al combate del opio en Afganistán y, posteriormente, habían sido trasladados hacia el Hemisferio Occidental con operaciones en Centro América, Sud América y el Caribe. Así se despliega la Guerra Contra las Drogas como geoestrategia de dominio continental.

La Subregión Andina: Colombia, Perú y Bolivia se halla vulnerable a la aplicación de estas estrategias políticas y económicas en medio de un discurso que habla de la responsabilidad compartida. Esta visión es, en gran medida, cierta porque el negocio del narcotráfico no existiría ni se reproduciría sin el concurso de fondos y armas que provienen de una orientación global que vincula a países poderosos y países subordinados. Desde esta perspectiva, la lucha contra las drogas nunca tendrá éxito pues solamente es una excusa para esconder los intereses de una industria muy rentable.

La sociedad civil en América Latina ha dejado de creer en la redención que viene de la lucha contra el narcotráfico. ¿Cómo confiar y creer en un esquema que se tiñó de múltiples acciones y negocios encubiertos? El poder económico del narcotráfico siempre ha corrompido la condición moral del hombre y los ciudadanos parecen actuar con desdén identificando a los verdaderos traficantes que no están precisamente en las calles, ni al lado de los consumidores botados en los callejones, sino detrás de uniformes, lujosos autos y que cuando se sienten perseguidos cuentan con un grato alojamiento: el poder en altas esferas de influencia.

La cifra:

De acuerdo con el Departamento Nacional de Planeación (DNP) de Colombia, entre los años 2000 y 2005, el gobierno de los Estados Unidos desembolsó cerca de US$ 3,8 mil millones de asistencia para el Estado colombiano en la Guerra Contra la Producción y Tráfico de Drogas. Colombia gastó cerca de US$ 6,9 mil millones en dicha guerra durante el mismo período. Cerca de la mitad del gasto colombiano (aproximadamente US$ 3,4 mil millones) y tres cuartas partes de la asistencia estadounidense (aproximadamente US$ 2,8 mil millones) financiaron el componente militar. (Daniel Mejía y Pascual Restrepo, “La guerra contra la producción y tráfico de drogas: una evaluación económica del Plan Colombia”, Universidad de Los Andes, Mayo de 2009).

La frase:

“En México estamos haciendo todo lo que está a nuestro alcance para combatir esta amenaza [el narcotráfico] y asegurar nuestro futuro común. Estamos cumpliendo nuestro deber como un buen vecino, haciendo la tarea de nuestro lado de la frontera. Los Estados Unidos también están ayudando. El Congreso aprobó la Iniciativa Mérida, lo cual agradecemos mucho y nuestras administraciones están compartiendo más información que nunca para combatir al crimen. Sin embargo, existe un tema en donde México necesita de su cooperación. Esto es: detener el flujo de armas de alto poder y otro armamento letal a través de la frontera (...)”. Extracto del discurso del Presidente de México, Felipe Calderón, en Estados Unidos, Mayo de 2010.

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