Siempre resulta estremecedor o fascinante saber qué se esconde detrás de
la conciencia. Cómo se genera el pensamiento, tanto en lo que se refiere al
proceso fisiológico que tiene lugar en las neuronas, como al estado de nuestra
psicología. Qué significa el mundo racional y hasta dónde podemos decir que
reaccionamos conforme a nuestra voluntad o de acuerdo con ocultos impulsos
irracionales, secretamente agazapados en el fondo de aquella masa llena de
surcos gelatinosos llamada cerebro.
Las interrogantes
respecto del funcionamiento cerebral podrían incluso aplicarse a una serie de
problemáticas sobre el desarrollo en países pobres. ¿En qué sentido? En que
tanto el mundo neuro-cerebral como el del desarrollo económico y la prosperidad
no responden a ninguna lógica o sentido exclusivamente lineal y, sobre todo, el
progreso o retroceso de las naciones hoy en día esconde tantas contradicciones
que todo termina por volvernos locos. No hay nada racional y definitivo sobre
el esfuerzo por alcanzar la modernización o niveles homogéneos en la estructura
capitalista de los países subdesarrollados.
A este debate
contribuye una sugerente publicación: “La elusiva búsqueda del crecimiento” (2001)
de William Easterly, investigador del Instituto de Economía Internacional en
Washington D.C. Más allá de la molestia que el libro causó en sectores
conservadores del Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI),
es interesante apreciar que el crecimiento económico en países pobres,
actualmente es una tarea misteriosa debido a la combinación entre
irresponsabilidad política de muchos gobiernos, egoísmo extremo para satisfacer
intereses estrechos y los tumbos incomprensibles por donde fue rodando la asistencia
para el desarrollo.
Easterly cita el caso
de Pakistán que recibió 58 mil millones de dólares en ayuda para el desarrollo
durante las últimas cuatro décadas por medio de 22 préstamos gracias al ajuste
estructural, destinando 8 mil millones para programas de asistencia social. Sin
embargo, los resultados son totalmente escalofriantes, pues la pobreza no
disminuyó, la discriminación hacia los grupos vulnerables pervive y las elites
gobernantes demuestran tanto aprecio por el capital humano que sólo gastan 2
dólares por persona en salud. En Estados Unidos, el mismo gasto per capita
llega aproximadamente a 200.
Entre 1960 y 1990, los
préstamos del ajuste se incrementaron en 60% pero el crecimiento económico
pakistaní decayó hasta llegar casi a cero a comienzos del siglo XXI. Cómo
explicar estas contradicciones, ¿será que toda la plata se esfumó en
corrupción? Es imposible que la corrupción, por sí sola, explique semejante
fracaso, como tampoco la ineptitud de aquellos que aprovechan el poder.
Asimismo, está por demás demostrado que la gente común y los gobernantes en
países subdesarrollados, sean corruptos u honestos, siempre tienden a consumir
los recursos externos de la cooperación en lugar de fomentar los incentivos
económicos para invertir y generar riqueza propia.
Lo que hoy presenciamos
es el paso de un estado de conciencia sobre el desarrollo hacia otro donde
imperan el sin-sentido y fuerzas ocultas. Debemos dejar de confiar en aquellos
modelos que ofrecen una anatomía completa sobre la “conciencia recta” para
alcanzar el crecimiento. No hay tal conciencia recta, solamente impulsos
históricos cargados de azar y mezclados con acciones humanas que disparan hacia
atrás y hacia delante.
También llegó la hora
de poner límites a la ayuda internacional para los países pobres, a los
préstamos indiscriminados, al conjunto de condiciones que van agobiando plazos
y planes gubernamentales. De alguna forma, la cooperación internacional se
convirtió en una droga que supuestamente ayudaba a visualizar una supra-conciencia
que armara la máquina del despegue económico.
Dicha conciencia
demuestra ahora ser ficticia. ¿Por qué no apuntar entonces hacia la locura?
Dejar de esperar la llegada del nuevo préstamo y confiar solamente en aquello
desconocido que nos obligaría a sobrevivir con nuestros pocos recursos, con
nuestras propias fuerzas y, finalmente, apoyarnos exclusivamente en nuestras
intuiciones pues nadie sabe con certeza dónde está la clave del éxito
económico. Por lo tanto, lo que podría parecer una locura; es decir, renunciar
a la ayuda externa y a las condiciones del BM o el FMI, de pronto es la llave
para destapar otras formas de conciencia y lucidez.
Esto exige repensar hacia dónde nos llevaría
seguir recibiendo recursos fáciles del alivio a la deuda con el que se
benefician algunos países de América Latina y África. Tentemos aquello que está
misteriosamente escondido en el lado oscuro de la voluntad para caminar sobre
un horizonte que tal vez no sea desarrollo, sino simplemente la posibilidad de
una nueva forma de existir y reaccionar frente a la pobreza y el atraso.
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