Es un hecho que los partidos políticos perdieron el
monopolio de la representación y canalización de las demandas sociales y
políticas, apareciendo nuevos espacios que privilegian más lo regional y local
que el Estado Nacional. A su vez, en todo el mundo existe un proceso de
transformación de lo que es la polis; es decir, aquel lugar donde se toman las
decisiones respecto a la marcha de una sociedad. En América Latina, durante
mucho tiempo se consideró que la sociedad y la polis estaban confundidas en
aquello que llamamos Estado-Nación; sin embargo, después de todos los procesos
de globalización en los que interactúan diferentes poderes como el mercado,
poderes espirituales, políticos o militares, éstos ejercen su dominio en una
serie de escenarios atravesando –como poderes transversales– a los Estados
Nacionales, con lo cual hay un primer momento de resquebrajamiento de la sociedad-polis.
Suceden múltiples fenómenos y se toman decisiones que, muchas veces, no tienen nada
que ver con aquello que los ciudadanos, o los poderes políticos locales, hacen.
Por otro lado, tenemos la defensa que las personas hacen de su microcosmos, de sus espacios privados e íntimos frente a un Estado perforado por la globalización. La gente busca el refugio en su género, tribu, color de piel, edad, región, afectividad y sexualidad; las demandas reivindican espacios donde la ciudadanía pueda decidir sobre problemas que afectan su vida cotidiana, de aquí el realce que adquieren la comunidad local y los barrios, destacando, sobre todo, las municipalidades y prefecturas.
Por otro lado, tenemos la defensa que las personas hacen de su microcosmos, de sus espacios privados e íntimos frente a un Estado perforado por la globalización. La gente busca el refugio en su género, tribu, color de piel, edad, región, afectividad y sexualidad; las demandas reivindican espacios donde la ciudadanía pueda decidir sobre problemas que afectan su vida cotidiana, de aquí el realce que adquieren la comunidad local y los barrios, destacando, sobre todo, las municipalidades y prefecturas.
Al mismo tiempo que se diversifican los centros de decisión e irrumpe la fuerza de lo regional y local, se reclama el regreso del Estado y el retorno de la política. Tal vez ya no para ser el lugar donde se decide todo. Se demanda que la política recupere su capacidad de integración respetando las autonomías locales y regionales; simultáneamente, se pide cierta capacidad para ayudar a superar la pobreza y construir una comunidad política transnacional, como todos los esfuerzos del MERCOSUR o la CAN; de todos modos, ni los procesos de globalización, la expansión de lo regional, ni las identidades particulares pueden reemplazar, o eliminar, el espacio político del Estado Nacional. Esto significa que, más bien, se deba fortalecer al Estado y al sistema de partidos; éstos controlarán el Estado y se espera que los actores de una sociedad civil madura controlen el sistema de partidos.
Se aspira a reconstruir la política pero, al mismo
tiempo, se trata de fijarle barreras para evitar que ésta se involucre con todo
y atropelle con corrupción. La política necesita contrapesos; el poder no puede
hacer lo que quiera y los políticos tampoco pueden tratar los ámbitos públicos
como si fueran privados. Esta necesidad de limitar el poder de los políticos
hizo promover la eliminación del monopolio de la representación a través de los
partidos; sin embargo, esta reforma trae el surgimiento de espacios también autoritarios
de ejercicio del poder; así nacen algunos líderes mesiánicos en los ámbitos locales
y tótems imbatibles en las regiones con tradición caudillista que fueron un
revés para la administración del aparato público y desaparecieron en medio de
serios conflictos internos como el caso de Conciencia de Patria (Condepa) y su
influencia populista por medio de los medios de comunicación.
Esto
fue igualmente visible en el caso peruano y brasileño donde todo terminó mal,
precisamente por la irrupción de outsiders:
gente que ingresa a la política pero que viene fuera de ésta, personas que
tienen éxito en el mundo de los medios de comunicación pero en el ámbito del
sistema político sucumben ante la corrupción, como el caso Collor de Melho o
las acciones dictatoriales de Alberto Fujimori. La crisis y renuncia de Carlos
Mesa el año 2005 en Bolivia expresó otra forma de irrupción de un líder
proveniente de los medios que terminó vencido por el ámbito de lo político.
Allí donde el sistema de representación pierde
legitimidad, es muy probable que los liderazgos carismáticos y personalistas
que vienen de otras dimensiones –no de la política– ocupen el espacio político.
La gravedad actual de la crisis hace que la sociedad civil rechace del mismo
modo a los outsiders, los cuales podrían
tender a desaparecer, por lo menos en teoría, en cuanto el sistema de partidos
y el sistema político de representación formal vuelvan a ser legítimos. Es
decir, que los partidos discutan aquellas cosas que tiene que discutir pues no
van a desterrar los liderazgos autoritarios de corte mesiánico por arte de
magia; ahora bien, tampoco se trata de eliminar a los outsiders, sino de evitar que invadan el terreno de la política,
así como se trata que la política no invada el ámbito de la vida privada de cualquier
ciudadano.
Los
outsiders deben comprender que su legitimidad, cultivada en un escenario
fuera de la política, no es trasladable al territorio del ejercicio del poder y
la administración estatal. Allí donde brota una crisis del sistema de partidos,
la gente usa o promueve líderes carismáticos para el ámbito que requieren pero,
generalmente, no convierte su apoyo en votos y, por lo tanto, la participación
de las asociaciones ciudadanas constituye una superficie deleznable porque en
lugar de representar los intereses colectivos y nacionales, podrían copar
espacios para la satisfacción de gustos restringidos, haciéndonos tropezar con
el sentido trágico de la política; éste significa que hoy no se puede
reconstituir la idea de polis, Estado y sistema de partidos, desvaneciéndose
las posibilidades de recuperar las formas de consolidación democrática porque
grandes segmentos de la ciudadanía parecen buscar a la política solamente para ir
por otro rumbo: ganar dinero, insertarse de mejor manera en el mercado y
consumir; es decir, estamos en un ciclo histórico donde se desvalorizó la
política, se degeneraron las acciones colectivas, el sistema de representación
y la autoridad política.
El momento por el cual atravesamos no fortalece al ser humano como animal político, sino al hombre como animal de consumo. Aquí tienen mucho que ver las fuerzas del mercado; el funcionamiento de éste va por buen camino mientras no se convierta en un modelo absoluto de sociedad. Los ciudadanos no desean ser sólo consumidores y que otros tomen decisiones por ellos; sin embargo, la verdadera amenaza no es el avasallamiento de la lógica del mercado o el consumismo, sino los engaños de aquellos que quieren vender las ofertas de una post-política encajonada en el ámbito de los tecnócratas y oportunistas de toda especie, cuya única preocupación es cómo obtener mayorías parlamentarias y más posibilidades de ejercer el poder antes que otros partidos y otras esferas de la sociedad civil.
El momento por el cual atravesamos no fortalece al ser humano como animal político, sino al hombre como animal de consumo. Aquí tienen mucho que ver las fuerzas del mercado; el funcionamiento de éste va por buen camino mientras no se convierta en un modelo absoluto de sociedad. Los ciudadanos no desean ser sólo consumidores y que otros tomen decisiones por ellos; sin embargo, la verdadera amenaza no es el avasallamiento de la lógica del mercado o el consumismo, sino los engaños de aquellos que quieren vender las ofertas de una post-política encajonada en el ámbito de los tecnócratas y oportunistas de toda especie, cuya única preocupación es cómo obtener mayorías parlamentarias y más posibilidades de ejercer el poder antes que otros partidos y otras esferas de la sociedad civil.
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