Introducción
Con su
libro Perestroika (publicado por
primera vez en español el año 1987),
Mijail Gorbachov desató una tormenta de cambios históricos irreversibles. La
Unión Soviética (URSS) no fue la misma, ni Europa del Este ni la izquierda
latinoamericana. Como en Rumania, también en Bolivia ¡la mentira se vino abajo!; consigna que no solamente fue gritada
al unísono en la plaza Timisoara después del derrocamiento del dictador y
genocida Nicolás Ceasescu, sino que también señalaba la inviabilidad de toda
utopía marxista: una sociedad sin clases sociales, sin Estado y, sobre todo,
sin mercado. El haber pensado en algún momento que el socialismo podía
prescindir del mercado fue un tremendo error que condujo al hundimiento de la
URSS.
Bolivia,
también vio caer todo emblema izquierdista, no como producto de masacres, sino
fruto de la implantación del régimen democrático y del mercado mundial. Muchos
comunistas radicales que proclamaron la guerra popular o la democracia como
autodeterminación de masas, no tardaron en lucir un puesto burocrático en los
gobiernos del Acuerdo Patriótico (1989-1993), del Movimiento Nacionalista
Revolucionario (MNR) (1993-1997), y posteriormente compartieron, muy cómodos,
posiciones con Banzer después de haberlo combatido como dictador entre 1971 y
1979. Hoy día, la izquierda comparte posiciones con el ambiguo movimiento
antiglobalización, con una serie de corrientes indianistas y con los organismos
de cooperación, que pagan buenos salarios para lavar la cara en la impía
cruzada contra la pobreza.
La
izquierda boliviana siempre obedeció ciegamente todo postulado enlatado que
enviaban los marxistas europeos. Asimismo, se auto-asignaba un lugar
privilegiado para dirigir la revolución que jamás llegó; es decir, no surgió
una revolución violenta como campaña militar para destruir física e
ideológicamente a la burguesía como clase, o a las élites dominantes que tienen
el poder económico. Este criterio radical de autenticidad revolucionaria
reprodujo posiciones aristocráticas en las diferentes fracciones de izquierda;
es decir, cada fragmento creía ser el mejor en relación con los otros, pagando,
además, un alto precio por su cohesión: la rigidez en la distinción dogmática
de sus postulados ideológicos y una intransigencia en las negociaciones,
supuestamente para no tranzar nunca con los representantes del capitalismo.
La
izquierda no se dio cuenta que toda pureza teme la contaminación. Sin embargo,
cuanto mayor es la consistencia ideológica de un grupo político, más tiende a
la demonización y a la destrucción del adversario. El juego de suma cero, la
conspiración y la destrucción de las reglas del juego, siempre fueron los
identificadores de los revolucionarios de izquierda que jamás comprendieron la
democracia institucional y moderna.
Dos
tendencias: la comunista y la trotzkysta, fueron lo más notorio de la izquierda
en Bolivia. Versiones más recatadas y, en cierto sentido, vergonzantes del
marxismo, representaban el Partido Socialista Uno (PS-1) y las proclamadas
fuerzas de izquierda nacional como el Movimiento de la Izquierda Revolucionaria
(MIR) y el Movimiento Bolivia Libre (MBL). Las estrategias de la izquierda
tenía, en el fondo, sólo dos alternativas políticas: insistir en la
transformación violenta de la sociedad o asumir posturas pragmáticas que les
permitiera ubicarse en puestos de poder, pactando con partidos grandes. El
objetivo era ganar algo, ya que sus ideas cortas no podían interpelar con un
programa válido para la realidad, ni tampoco convencer a los pobres. Esta fue
la misma lógica del Movimiento Sin Miedo (MSM), un fragmento oportunista del
MBL, que era una especie de partido local de izquierda en la ciudad de La Paz,
hasta desaparecer el año 2014.
Este
artículo trata de mostrar que los partidos como el MIR, el MBL y el MSM, fueron
organizaciones carentes de autenticidad revolucionaria y se identificaron con
las posiciones de un tipo de izquierda “tradicional”, únicamente porque
buscaban llegar al poder como objetivo en sí mismo y como conducta pragmática
que abandonó toda aspiración utópica y el núcleo teórico del
marxismo-leninismo.
¿Qué fue de la autenticidad revolucionaria?
La izquierda boliviana tuvo un desempeño mediocre e
inclusive decepcionante a lo largo de su historia reciente. Desde el año 1982,
los partidos de izquierda estuvieron signados por la completa inoperancia en el
campo de las propuestas para las políticas públicas. Destacaron únicamente por
su habilidad para estimular el caos con el pretexto del impulso revolucionario,
terminando en una anarquía irremediable durante el gobierno de la Unidad
Democrática Popular (UDP), que en el año 1985 recortó en un año el periodo
presidencial del ex presidente Hernán Siles Zuazo. Su fracaso descomunal
arrinconó por un buen tiempo a las fuerzas de izquierda en la esquina de las
amenazas indeseables, al mismo tiempo que fueron identificadas como incapaces y
hábiles sólo para la verborragia.
Los fantasmas de la UDP persiguieron por un buen
tiempo al Movimiento Bolivia Libre (MBL), partido que nunca representó una
verdadera opción de poder desde la izquierda de clase media profesional, debido
a que sus estrategias se inclinaron hacia la concertación con los sectores de
derecha ligados a la economía de mercado. Desde su fundación a finales de la
década de los años ochenta del siglo XX, hasta su desaparición luego de aliarse
con el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) de Sánchez de Lozada, el
MBL actuó constantemente con una lógica tímida en lo ideológico y pragmática en
la relación con otros partidos que poseían reales opciones para llegar al
gobierno.
En las elecciones presidenciales de 1997 intentó
presentarse con una transfiguración totalmente radical. No sólo cambió su
candidato caudillista a la presidencia, incorporando a Miguel Urioste en
reemplazo de la figura arzobispal, confesional y supuestamente incorruptible de
Antonio Araníbar, sino que todo su perfil político dejó atrás aquel credo
ideológico que emanaba del marxismo, las interpretaciones de izquierda y el
purismo ético. A finales de los años noventa, después de su primera experiencia
en función de gobierno como parte de la coalición MNR-Movimiento Revolucionario
Tupac Katari de Liberación (MRTKL)-Unidad Cívica Solidaridad (UCS), buscaba la
promoción de nuevas imágenes, echando
mano del marketing político para convencer a la sociedad de una propuesta que
no tuvo solidez técnica.
La inscripción oficial de sus candidatos a la
presidencia, vicepresidencia, senaturías y diputaciones plurinominales, así
como uninominales presentó, de cualquier manera, importantes aportes. En 1997,
fue el único partido que logró cumplir con el cupo necesario de mujeres
candidatas, presentando también una apreciable participación de fichas jóvenes
que tuvieron su primera experiencia como postulantes a diputaciones.
La mayor parte de sus candidatos, entre ellos:
Pastor Velásquez, Juan del Granado, Ronald Méndez, Erwin Saucedo, José Urañavi,
Fausto Ardaya, Franz Barrios, Guido Chumiray, César Camargo, y el mismo Miguel
Urioste, se caracterizaron más por ser dirigentes denunciadores y
confrontadores, antes que líderes seductores con fuerte convocatoria regional o
nacional. Sus candidatos no fueron de mayorías, aunque esperaban doblar, según
declaraciones de Araníbar, el 5,3 por ciento alcanzado en las presidenciales de
1993. El MBL jamás logró alcanzar ni el 6% de una elección presidencial y esta
tendencia se reprodujo en otros partidos similares sustentados en las clases
medias urbanas. Las propuestas de campaña y el discurso político estuvieron
concentrados en análisis coyunturales, ubicuos para sacar ventaja de
acusaciones en contra de otros partidos dominantes y el MBL se auto-promocionó
como un ilusorio reservorio moral dentro de la praxis política.
En un informe de 1994 donde se evaluaba el primer
año de la coalición de gobierno MNR-MRTKL-UCS-MBL, Miguel Urioste afirmaba que
su partido inició la gestión gubernamental debilitado por una falta de
convicción plena en la aventura de ser gobierno y acomplejado por una visión
empapada de limpidez ética e ideológica. Urioste afirmaba que la identidad del
MBL, un año después de ejercer el poder, era otra. El MBL quería el poder pero
también le tenía miedo al poder. Tenía miedo a cambiar o perder su propia
identidad. Lo que no dijo fue que la identidad del MBL ya había cambiado desde
el momento en que tallaron un fino acuerdo con Gonzalo Sánchez de Lozada en
julio de 1993.
Estas dudas se asomaron a las ventanas de otros
partidos de izquierda que transitaron hacia su reubicación en el escenario
político. El MBL sabía que, para bien o para mal, la palabra socialismo ya no impulsaba el corazón de
los mejores hombres y mujeres de nuestro siglo y que los conceptos de
revolución difícilmente generarían mejores instituciones que las instauradas
por la democracia representativa. El MBL pasó de la retórica por la revolución
hacia el discurso ético de lucha contra la corrupción, carentes ya de todo
basamento doctrinario y de toda explicación clasista o utópica de la política.
Si el MBL comenzó tímidamente a encarar el poder, en
1997 sabía que podía ejercerlo y que los resultados políticamente prudentes
estaban por encima de cualquier ideología o actitud principista. Súbitamente,
Urioste ya no continuó con el juicio de responsabilidades al ex ministro de
educación, Hedim Céspedes; el desempeño de Juan del Granado a la cabeza de la
Comisión de Derechos Humanos en la Cámara de Diputados fue relativamente
eficiente, pero el MBL se alineó junto a otros partidos para dejar en un
agujero negro las aristas más punzantes del caso denominado narco-avión que partió sin restricciones
del aeropuerto de El Alto con varias toneladas de cocaína en 1997. La imagen
del canciller de Sánchez de Lozada, Antonio Araníbar, ya no se rasgaba las
vestiduras cuando se hablaba de la presencia estadounidense en la orientación
de la lucha contra el narcotráfico. El MBL se convirtió en un partido de
izquierda pequeño burguesa atrápalo todo (catch
all party) común y silvestre, inyectado, como todos, con una fuerte
cantidad de realismo político.
El MBL estaba seguro de caminar al lado de la razón,
la ética inmaculada o la oposición testimonial mientras no era gobierno,
difundiendo masivamente el eslogan “somos trigo limpio” pero de improviso se
percató de que debía dejarse llevar por la fuerza centrípeta que magnetizó a
otras fuerzas políticas: ganar elecciones, estar presto a poner en marcha
cualquier alianza que brinde expectables posiciones de poder, y no criticar
demasiado cuando se habla de gobernabilidad y modernización económica bajo el
mandato de imperativos internacionales.
Para el MBL, una campaña presidencial era, en rigor,
publicidad, no para vender programas ideológicos, sino candidatos y figuras, y
eso es lo que tenía que mostrar, aunque sin éxito. Los partidos de izquierda
anclados en la representación de clase media citadina no pueden engrandecerse y
tomar el poder de manera victoriosa en los procesos democráticos. El MBL puso
en acción una serie de imágenes dramatúrgicas ante los medios de comunicación,
donde su discurso político presentó un contenido débil o repetitivo, porque en
el juego multicolor de las elecciones donde juegan los partidos atrápalo todo,
lo que cuenta es la manera de decir, la capacidad de resultar ambiguo, en la
medida en que se trata de hacer creer y seducir, antes que explicar y proponer.
La izquierda del MBL trató de seducir con una imagen de trigo limpio, sin
mancha pero no logró plantear un programa de gobierno alternativo,
transformador y con claras utopías políticas renovadas.
El binomio presidencial de 1997 Miguel
Urioste-Marcial Fabricano, optó por la vía fácil de una fuerza política de
izquierda tradicional que lo acogía todo, desvinculada de cualquier dogma, y
perfilándose a subir al carro alegórico de la demagogia contestataria y las
estrategias instrumentales para convertir sus viejas ilusiones en cómputos
electorales que les facilite ser una opción de poder. Sin embargo, incluso en
este realismo pragmático fracasaron, pues el MBL debió haberse dejado absorber por
el MNR de Sánchez de Lozada para sobrevivir.
La sociedad lo juzgó como un partido oportunista y
sin decisión para actuar con identidad propia. En el gobierno de Sánchez de
Lozada y su posterior actuación, el MBL fue un furgón de cola y sus principales
dirigentes buscaron únicamente puestos de influencia para favorecerse a sí
mismos. Después de las derrotas electorales como partido independiente,
desaparecieron con la arrogancia de una izquierda que, en el fondo, nunca fue
revolucionaria sino todo lo contrario: conservadora, tradicional y atrapa
cargos para una élite privilegiada.
Otro caso dramático de fracaso ideológico y político
se encarna en el MIR. La ambición por el dinero, prestigio y el placer
desenfrenado por el poder, suele llevar a los hombres a ejecutar los menesteres
más viles. A veces, por eso es que para trepar se adopta la misma postura que
para arrastrarse. Este temor de dejarse arrastrar por las banalidades del poder
por el poder es parte de la sabiduría hebrea y judía, sospechosa de todo lo que
serpentea, como lo hizo la serpiente con Adán, para finalmente empujarlo a la
desgracia, al pecado, al fango.
Dios toma su venganza y castiga a la víbora por tentar
a Adán y la castiga por eso, maldiciéndole mientras la llama del tiempo siga
ardiendo. Los partidos políticos tienen mucho de los hábitos de una serpiente:
reptan hacia el pecado del poder a como dé lugar, el cual acaba convirtiéndose
en su propia desgracia, en su propia defunción política. De tan ciegos por
tanto poder, cualquier día caen en un tropiezo para acabar mordiéndose la
lengua y tragarse su propio veneno: la ambición por el dinero, el placer
desenfrenado por el poder. Este fue el dramático destino del MIR que tenía
mucho de serpiente, de esa mirada que hipnotiza, de esa voz que narcotiza. El
MIR quiso convertirse en una cobra electoral. Su votación llegaba a cerca de
300 mil votos que habían confiado en la promesa de una nueva izquierda nacional
y en una real “revolución del comportamiento”, el eslogan del líder Jaime Paz
Zamora. Eslogan vacío y contradictorio en sí mismo porque el MIR se hundió en
la deshonra.
En 1989 el MIR tomó el gobierno y hoy día ha muerto
por completo. El régimen de Paz Zamora, cuyo rostro chamuscado por las negras
jornadas de la dictadura, no le sirvió de mucho para reconquistar a la sociedad
boliviana y manejar eficazmente el aparato estatal, pues no brilló nunca por
acciones magnificentes que convirtieran su repentino salto al poder en orgullo
nacional. El MIR en su gestión gubernamental perdió el magnetismo de la cobra,
quedándose solamente con los colmillos y el veneno. Además, pasado el tiempo,
el MIR se quedó irremediablemente solo. El MIR fue un partido que, al igual que
la serpiente, quedó maldecido por Dios.
Los pecados del MIR van desde la relación que mantuvo
el ex Ministro del Interior, Guillermo Capobianco, con el narcotráfico; luego
el tráfico internacional de armas realizado a nombre de Bolivia y destinado a
la guerra civil en la ex Yugoeslavia. A esto se suma la estafa de más de medio
millón de dólares en el Fondo de Desarrollo Campesino que involucró al diputado
e hombre de confianza de Jaime Paz, Hugo Lozano. La propia bancada
parlamentaria del MIR lo aisló en la Cámara de Diputados donde se escondió bajo
el manto de la inmunidad para evitar un juicio de responsabilidades.
Un punto álgido en las graves equivocaciones del MIR
se encuentra cuando el subjefe del MIR, Oscar Eid, pagó como buen samaritano,
los gastos médicos del narcotraficante, Issac “oso” Chavarría, hasta llegar a
una curiosa celebración de cumpleaños, donde comparten un buen momento, Jaime
Paz y otro narcotraficante que cayó preso, Carmelo “meco” Domínguez. El MIR se
olvidó de la ética revolucionaria, pero la ética no se olvida de los partidos.
Éstos reptan como las serpientes, pero no todas las sociedades sucumben como
Adán ante la tentación. En ese momento, los que sucumben son los partidos como
el MIR.
Por estas razones, nunca podremos comprender hasta qué
punto es posible mentir y distorsionar las explicaciones sobre nuestra realidad
política, cuando uno está obsesionado por el poder y los diferentes mecanismos
para alcanzarlo. En muchos casos no basta el olfato estratégico para tomar una
decisión, sino despojarse de todo escrúpulo hasta llegar al extremo de
engañarse a uno mismo, intoxicarse con justificaciones que rebasen todo límite
moral y reivindicar un realismo descarnado donde el mal pueda fácilmente
disfrazarse de bien, así como el bien pueda también enajenarse hasta su
descomposición. Así, ya no importa el horizonte de servicio público o el
compromiso con nuestra sociedad para aportar a la solución de problemas, al
menos esta es la triste lección que se aprende de Oscar Eid, fundador y pieza
clave del Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR), una vez que la Corte
Suprema de Justicia lo encontrara culpable por el delito de encubrimiento al
narcotráfico en el año 2000.
La culpabilidad de Eid es el selló de un fracaso más
para la izquierda, en este caso, socialdemócrata. El MIR nació en los años
setenta del siglo XX y quiso arrogarse la representación de una juventud
transformista después de la Revolución de abril de 1952. Sólo fueron espejismos
porque el MIR tampoco mostró claros resultados, ni revolucionarios, ni
ético-políticos, desapareciendo como un partido repudiado por la sociedad en
las elecciones de 2005.
“Fueron errores
y no delitos”, lamentable frase que Jaime Paz Zamora pronunció cuando
anunciaba su retiro de la política en 1994, una vez que el vendaval de lodo y
agua turbia amenazaba con sepultarlo por las acusaciones de haber recibido
dinero del narcotráfico para su campaña electoral de 1989. Aquel año 1994 Eid
también declaraba sucesivas contradicciones ante una comisión del Congreso
tratando de explicar por qué pagó una cuenta de hospital perteneciente al
narcotraficante “oso” Chavarría. Seis años más tarde, la verdad salió a flote
con el veredicto de la Corte Suprema: Oscar Eid y una parte del MIR, sí
encubrieron a peces gordos del narcotráfico aunque algunos insistieron con
terquedad irrisoria que existía una “sentencia sin delito”, afirmación
desbaratada por las investigaciones judiciales donde se testimoniaba que hubo
reales delitos y no errores.
Más allá de que Oscar Eid no pudiera ejercer ninguna
función pública de alto rango o candidatear en elecciones, su sentencia
constituyó el testamento traicionado de aquella generación cuya influencia
política de izquierda en Bolivia fue estéril: Eid y Paz Zamora fueron los
líderes más importantes de una generación de políticos nacidos en la década del
setenta en plena dictadura de Bánzer. El viejo MIR surgió al calor de la Asamblea
Popular en junio de 1971, proclamando una línea ideológica marxista, adoptando
posturas radicales de corte armado por sus contactos con el entonces Ejército
de Liberación Nacional (ELN) y expresando que la contradicción principal en
Bolivia “opera entre las clases explotadas de la nación dependiente y el
imperialismo”, declaración hueca que jamás tuvo sentido estratégico, ni tampoco
expresó con honestidad las verdaderas intenciones del MIR.
Se inventó el famoso entronque histórico para explicar
la articulación entre los principios revolucionarios de 1952 y el nacimiento
hegemónico de una nueva izquierda nacional, expresada en el liderazgo de Paz
Zamora. Empero, el MIR rápidamente cambió su piel ideológica pasando del tono
armado hacia una social-democracia que le permita llegar al poder con astucia
en las negociaciones políticas, menospreciando cualquier compromiso ideológico
pues el entronque quedó sin efecto cuando Paz Zamora llegó a la Vicepresidencia
junto a Hernán Siles Suazo en 1982, a quien dejó solo en medio del caos
político-económico que destruyó a la entonces Unidad Democrática y Popular
(UDP).
El MIR entró y salió del gobierno de la UDP en dos
oportunidades sin importarle los perversos efectos de semejante
irresponsabilidad durante los momentos de inestabilidad y riesgo de retroceso
autoritario en los albores del sistema democrático (1982-1985). Aquella época
todavía existían el Bloque Social Revolucionario y el Frente de Masas Obrero,
cuotas de compromiso populista dentro del partido que rápidamente se
desvanecieron cuando el MIR se convirtió en Nueva Mayoría: la incorporación de
importantes empresarios privados que quebraron el entronque histórico con una
mezcla de liberalismo económico, democracia representativa, privilegios de
elite y ambiciones incontrolables de legar al poder, rompiendo toda identidad
utópica que podía definir a la izquierda nacionalista.
En 1984 el ex presidente Siles fue secuestrado por
unas horas, mientras que misteriosamente Paz Zamora se encontraba en Europa, lo
cual provocó una crisis constitucional ante la incertidumbre por el rapto de
Siles. En aquel entonces, Eid, como siempre, trató de justificar la actitud
desleal del MIR pero un año más tarde, en 1985, el MIR abandonaba
definitivamente a Siles exigiendo el recorte de su mandato por un año y
condicionando todo apoyo a favor de la oposición Acción Democrática
Nacionalista (ADN)-MNR, solamente para convertir a Jaime Paz en candidato
presidencial en 1985. Eid y Jaime Paz constituyeron una dupla cuya nulidad
moral está por demás comprobada, pues estaban dispuestos a comerciar con la
credulidad popular hasta conseguir lo que deseaban. Jamás aportaron nada a la
historia de reformas o revoluciones del país, sino un arsenal de doctrina
socialdemócrata inservible y operaciones políticas favorables a una cúpula
inconsecuente.
La hazaña de Oscar Eid fue convertir en presidente a
Paz Zamora en 1989, aun a pesar de que su candidatura obtuviera un pobre tercer
lugar. Desde aquel momento no se dijo nada sobre los viejos postulados para
transformar la sociedad boliviana. Paz Zamora prosiguió con el Decreto Supremo
21060 durante su gobierno y nos recordó que el no poder hacer nada es lo más
apropiado para aplastar toda utopía de izquierda revolucionaria en el sentido
tradicional: romper con las instituciones imperantes para instaurar un nuevo
tipo de régimen político (Peñaranda, 2015). El MIR podía aliarse con cualquier cosa mientras los
electores estén atareados en buscar consuelo sin tener tiempo ni ganas para
sopesar la historia y las acciones de los partidos o las posiciones de
izquierda.
Como explicaría el filósofo rumano Ciorán, todos,
finalmente, se resignan a las durezas o a las estupideces de las mentiras
políticas; añoran ilusiones, sin saber que la esperanza es una virtud de los esclavos.
Entretanto, Oscar Eid permaneció agazapado detrás el partido, burlándose del
pasado y siempre dispuesto a traicionar el testamento de una generación que no
temía mostrar que la política era el arte de aprovecharse de los hombres,
haciendo creer que se los sirve.
Conclusiones: la desaparición del MSM es la debilidad de la izquierda
tradicional
Cuando muere un partido político por lo general nadie
comete un suicidio. Sin embargo, la desaparición de una agrupación política
constituye una mala noticia para cualquier sistema democrático y, al mismo
tiempo, representa una llamada de atención para todos aquellos que suponen que
la organización para actuar en las lides políticas es una tarea noble o un
desafío para el liderazgo. Bolivia está cambiando enormemente en diferentes
aspectos pero lo que se resiste a cambiar es el sistema de partidos. Éste se encuentra
en una decadencia definitiva, tanto en la conformación de frentes electorales,
como en el ámbito de su institucionalidad interna.
Un caso lamentable es la desaparición del Movimiento
Sin Miedo (MSM). Este partido no tuvo una consistencia ideológica que sustente
efectivamente una nueva propuesta de izquierda transformadora. Si bien expresó
sus principales críticas en contra de la economía de mercado y las
consecuencias negativas de lo que el MSM calificó como una "partidocracia
irresponsable” en el sistema democrático, tampoco mostró un liderazgo que lo
identifique con una perspectiva política novedosa junto a una sólida
legitimidad con bases sociales poli-clasistas.
Existieron tres grandes tendencias históricas al
interior del MSM que caracterizaron su funcionamiento interno y posterior
fracaso en las elecciones presidenciales de 2014, que desembocó en su
desvanecimiento. Primero: un constante pragmatismo electoral de corto plazo,
asociado a visiones ideológicas o políticas dicotómicas simplistas: nosotros
versus la partidocracia excluyente y corrupta; la ética del nuevo movimiento en
contra del neoliberalismo empobrecedor y antidemocrático. Sin embargo, en la
ideología del MSM está diluida la diferencia cualitativa de interpelación de
izquierda, pues dejó de plantearse otro tipo de utopías de cambio social y
revolución política.
El discurso del MSM se quedó únicamente con las
denuncias, aunque esto le sirvió bastante para generar un buen impacto en las
campañas municipales, donde se reprochaba la inestabilidad, descomposición e
ineficiencia en la Alcaldía. Este discurso fue explotado en el momento de
preservar un buen caudal electoral dentro del poder local de La Paz.
Segundo: en la administración municipal (2000-2016),
el MSM llevó adelante un profesionalismo tecnocrático carente de orientación y
formación política, pues se buscaban resultados inmediatos, según los
parámetros burocráticos y formales que eran el alimento preferido para algunos
decisores políticos, quienes intentan promocionar sus carreras personales y una
buena imagen ante los medios de comunicación. El propósito principal era hacer
obras a como dé lugar. Este rasgo, se encuentra inclusive en Juan del Granado,
un líder que confiaba mucho, no tanto en las posiciones ideológicas, sino en la
eficacia práctica y en los efectos impresionables que podían transmitirse por
la televisión. De esta manera, se postergaron constantemente las necesidades de
una mejor organización partidaria, junto a una capacidad institucional para
romper el cerco electoral que se había construido en torno al municipio paceño.
Tercero: el desgaste de energías dentro de la
burocracia municipal se unió a una confusión en el plano de las ideas de
transformación socio-política después de la crisis nacional de octubre de 2003
con el derrumbe del expresidente Gonzalo Sánchez de Lozada. Las estrategias del
MSM siguieron pragmáticamente la coyuntura nacional inestable y de ahí sus
dudas iniciales en apoyar un "frente de alcaldes” para las presidenciales
de 2005. Cuando esta posibilidad no prosperó, el MSM recién apuntó hacia otro
rumbo, dejándose absorber finalmente dentro del MAS entre 2006 y 2010.
La ideología de izquierda fue un fenómeno aparente y
sirvió para consolidar históricamente a un caudillo como Juan del Granado que
apostó siempre a su visión personalista, tanto en las estrategias políticas
como en el decisionismo. La élite dirigente estaba consciente de que las bases
sociales del MSM eran leales mientras se administraba la alcaldía paceña con
superficiales criterios de gerencia moderna, pero sin ideología y con un
énfasis políticamente clientelar.
El MSM fue un partido altamente caudillista,
institucional sólo en lo formal, cuya militancia se recluyó en la alcaldía,
lugar donde sufrió una metástasis al ser incapaz de incorporar nueva gente.
Desapareció sin pena ni gloria porque nunca tuvo una estrategia de poder y
expansión nacional con la posibilidad de ir más allá de un gobierno municipal
que les otorgó influencia, dinero, prestigio, pero únicamente en términos
paceños. No tuvo una identidad definida y un mensaje claro para las
presidenciales de 2014. La estrategia electoral no supo qué espacio quería
disputarle al Movimiento Al Socialismo (MAS), de manera que el esfuerzo por
mostrar al MSM como la izquierda democrática frente al autoritarismo de Evo
Morales fue totalmente estéril.
Hoy día la izquierda pequeñoburguesa es altamente ubicua, busca los privilegios del poder sin defender las ideologías de la izquierda tradicional o el marxismo. Los nuevos jóvenes de izquierda en el siglo XXI son demagogos oportunistas que están muy lejos de los esfuerzos revolucionarios que brillaron desde la Revolución Rusa de Octubre de 1917. El final de la Guerra Fría y la muerte de la Unión Soviética, trajo consigo un montón de poses de izquierda que representan únicamente un conjunto de ilusiones vacías para cambiar el orden capitalista. Todos están felices con un poco de dinero, coca colas y champaña al brindar por sus egoísmos personalistas.
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