APOCALIPSIS AUTO-IMPUESTO: VISIONES ESCÉPTICAS SOBRE EL CONFLICTO ISRAEL-PALESTINA



Introducción

La escuela realista en las relaciones internacionales presenta al sistema internacional como una “estructura anárquica”, sobre todo por la ausencia de un gobierno mundial que pueda tomar decisiones vinculantes y homogéneas. Si bien estas consideraciones son insuficientes y debatibles, es fundamental repensar por qué en tiempos de globalización, una serie de conflictos duran tanto tiempo y son tan costosos en términos de sufrimiento humano, como aquellos que tienen lugar en el Medio Oriente.

Pocas circunstancias mueven las opiniones políticas con tanta vehemencia como el conflicto entre Israel y Palestina. No solamente la percepción de los actores políticos involucrados, sino al mismo tiempo, la naturaleza del conflicto hace que el conjunto de la comunidad internacional se vea profundamente vulnerable frente a la ausencia de soluciones inmediatas. Las discusiones rebasaron y superan constantemente cualquier enfoque diplomático para profundizar las negociaciones conducentes a una estrategia de pacificación.

Los intereses mezclan, de forma constante, aspectos culturales, religiosos, geo-estratégicos, político-diplomáticos, territoriales y económicos. Sin embargo, también hace mucho tiempo que dejaron de influir las variables humanitarias y el intento de considerar factores simples como el sufrimiento cotidiano en los campamentos de refugiados palestinos y el miedo a ser víctima de implacables ataques terroristas en Israel. Todos, por igual, están obsesionados por actitudes extremistas, tanto para enfrentar militarmente los conflictos, como para entregarse a fuerzas ciegas como la violencia latente y declarada.

La racionalidad parece no existir si se entiende a ésta como aquella conducta donde prevalece la Razón en la solución de cualquier problema, junto al logro de objetivos con el menor costo posible, tanto económico como humano. Al mismo tiempo, es posible pensar que la racionalidad se impuso de manera descarnada en el conflicto porque las élites políticas y militares de ambos bandos – palestinas e israelíes – utilizan de manera instrumental medios violentos para conseguir fines de carácter político que facilite el manejo del poder en sus esferas de influencia, antes que el hecho de imaginar un conjunto de soluciones duraderas donde emerja la posibilidad de ceder y perdonar, en beneficio de procesos de paz para la mayoría de las poblaciones civiles involucradas[1].

El conflicto Israel-Palestina debe ser entendido como la prolongación de la deshumanización en el terreno de los equilibrios de poder en las relaciones internacionales. Su larga duración representa el triunfo de la racionalidad instrumental que deshumaniza las negociaciones y fomenta las orientaciones afincadas en previsiones de poder, como posibilidades de adelantarse en cálculos políticos para derrotar a quienes se considera enemigos.

Este trabajo tiene el objetivo de brindar elementos de reflexión sobre el alcance y profundidad del conflicto israelí-palestino, así como vislumbrar algunas pautas de mediación a fin de intervenir en las negociaciones, considerando sobre todo valoraciones humanistas para encarar la protección de las poblaciones civiles en el momento de implementar algún tipo de acuerdo político y militar.

Los intereses de las partes en conflicto: un enfoque histórico

Es muy probable que los intereses conflictivos entre Israel y Palestina puedan ser susceptibles de exploración hasta las épocas bíblicas. Las diferentes historias contempladas en los libros considerados sagrados, son reivindicadas por varios líderes israelíes que defienden la idea de un territorio “prometido por Dios” para que el pueblo judío pueda establecerse de manera definitiva en lo que después es interpretado como un Estado independiente. Por otra parte, Palestina exige sus derechos a ser considerado un Estado soberano con autodeterminación territorial desde 1967, aunque posee explicaciones de carácter histórico que también se enmarcan dentro de reivindicaciones religiosas, junto a un destino de fe para identificarse con el mundo árabe-musulmán.

Las posiciones políticas de los actores en conflicto han llevado a Israel y Palestina hacia el combate, la demanda y negociación dentro del contexto internacional para conquistar absoluta soberanía territorial como estados autónomos desde 1947, cuando el 20 de noviembre de aquel año, las Naciones Unidas establecieron la “partición de Palestina” en dos Estados, uno árabe y otro judío, finalizando la colonización británica de aquel entonces.

El conflicto, en el fondo, tiene connotaciones bélicas desde la guerra árabe-israelí en 1948, introduciéndose además aspectos de neorrealismo en las relaciones diplomáticas de los Estados Unidos y los países árabes. En la época de la Guerra Fría, el duelo entre la democracia de las sociedades libres y el comunismo, se expandió también al Oriente Medio, aunque dentro de parámetros vinculados con los procesos de modernización nacionalistas y la revolución comunista. Las relaciones entre Palestina e Israel durante la Guerra Fría ingresaron en un proceso de “dejar las cosas tal como están”, mientras adquirían mayor complejidad la guerra del Vietnam y las nuevas formas de equilibrar las relaciones políticas con China, los movimientos revolucionarios en Cuba y las guerrillas liberacionistas en África.

Luego de la caída del Muro de Berlín y casi al finalizar la Guerra Fría a inicios de la década de los años noventa, los intereses políticos en el Medio Oriente se convirtieron en un aspecto de consolidación geopolítica para la hegemonía estadounidense que incorporó la protección israelí debido a la necesidad de poseer un país custodio (gatekeeper) dentro del mercado árabe del petróleo.

Por lo tanto, el recorrido histórico del conflicto Israel-Palestina podría resumirse identificando algunos hitos importantes a partir de la intervención de los organismos internacionales. Precisamente, desde el punto de vista de los regímenes internacionales, las Naciones Unidas han intentado mediar y sugerir propuestas de solución en el conflicto político-territorial, aprobando las siguientes resoluciones:

a) Resolución 181 del 29 de noviembre de 1947 de la Asamblea General de las Naciones Unidas, que estableció la partición de Palestina en dos Estados, uno judío y otro árabe, quedando Jerusalén bajo un control internacional. El problema histórico de inicio, descansó en la no especificación de un Estado claramente palestino, debido a que las fuerzas militares egipcias, sirias, jordanas, iraquíes y libanesas declararon la guerra a Israel en 1948, siendo posteriormente vencidas en 1950. En aquella época, el conflicto fue denominado árabe-israelí, quedando la problemática palestina opacada frente a la necesidad de reconstruir las relaciones diplomáticas entre Occidente, liderado por los Estados Unidos, y las naciones árabes que atravesaban por momentos de consolidación nacional como Estados libres en la segunda parte del siglo XX.
b) Resolución 242, aprobada el 22 de noviembre de 1967 por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas que ordenó la retirada israelí de los territorios recién ocupados de GazaCisjordania y Jerusalén Este, luego de la Guerra de los Seis Días. El documento también proclamó el derecho a la soberanía, con fronteras seguras para vivir en paz en todos los Estados ya constituidos en la región, excepto Palestina independiente.
Un problema preocupante y doloroso representó la situación de los refugiados palestinos que fueron colocados bajo la protección de las Naciones Unidas, porque hasta el momento no gozan de un estatus internacional con nacionalidad y derechos de ciudadanía plenamente reconocidos. En la medida en que son un conglomerado de personas en situación precaria y sin ciudadanía democrática con derechos mínimos, rápidamente se convirtieron en el caldo de cultivo para la radicalidad y el escenario de reclutamiento en milicias terroristas que dificultan permanentemente todo proceso de negociación.
c) Resolución 338, aprobada el 22 de octubre de 1973 por el Consejo de Seguridad, mediante la cual se llamó a un alto al fuego inmediato en la guerra árabe-israelí de Yom Kippur, en la que Egipto y Siria atacaron las posiciones israelíes en el canal de Suez y los Altos del Golán. El documento exigió, asimismo, la aplicación inmediata de la resolución 242 y el inicio de conversaciones de paz.
d) Resolución 1397, aprobada el 12 de marzo de 2002 por el Consejo de Seguridad un año y medio después del comienzo de la segunda Intifada palestina del año 2000, donde claramente se apoyó por primera vez la creación de un Estado palestino, el cual debería convivir junto al Estado israelí “con fronteras reconocidas y seguras”. En aquel momento se pidió el cese de la violencia y el restablecimiento de las negociaciones de paz, aunque sin éxitos apreciables.
Esta resolución ha sido contrarrestada por Israel con una política altamente cuestionable que estimula la protesta y reacciones violentas, promoviendo los asentamientos de colonias israelíes a lo largo de Cisjordania (West Bank) con infraestructura urbana bien equipada, invadiendo y destruyendo muchas veces, terrenos pertenecientes a habitantes palestinos. La política de asentamientos no se ha detenido hasta el día de hoy, razón por la cual genera permanentes enfrentamientos con víctimas civiles palestinas e israelíes, así como impulsa una militarización constante por parte de Israel en todas las zonas colonizadas.

En consecuencia, el centro de los intereses en conflicto, gira alrededor del concepto de “autonomía, soberanía y seguridad territorial” para dos tipos de Estado en el Medio Oriente. Tanto Palestina como Israel se encuentran sumidos en un conflicto armado de carácter étnico-territorial, el cual se expresa a diario en choques armados y demostraciones de violencia que reflejan prácticas de protección territorial mediante una drástica separación y segregación[2].

El ataque israelí a una flotilla humanitaria el 31 de mayo de 2010 en aguas internacionales, lamentablemente mostró que el conflicto con Palestina es irresoluble, desde el punto de vista de la negociación diplomática y el establecimiento de previsiones en el ámbito de los regímenes internacionales. Ambos actores carecen de incentivos para generar confianza y superar cualquier bloqueo a los acercamientos de paz porque están atrapados en estrategias de suma cero, lo cual prolonga la esencia militar del conflicto y reduce las zonas de posibles acuerdos. Palestina exige la autonomía y soberanía territorial en la Franja de Gaza y Cisjordania, el control sobre Jerusalén, derechos de ciudadanía dentro de un Estado soberano, reconocido ante la comunidad mundial, acceso a fuentes de financiamiento para el desarrollo, incorporando en sus estructuras políticas a fuerzas militares insurgentes que son consideradas altamente peligrosas por Israel; dichas fuerzas poseen representación parlamentaria, generando un enfoque simultáneamente autoritario y democrático en el sistema político de la Autoridad Nacional Palestina nacida en 1994.

En la perspectiva de Israel predomina una orientación sumamente beligerante que enfatiza los intereses de seguridad militar y territorial para el Estado judío, rechazando las resoluciones de Naciones Unidas y fortaleciendo una política de expansión territorial en las áreas palestinas. Estas acciones van acompañadas de un espíritu de segregación que ha ido aumentando las inclinaciones hacia “políticas anti-étnicas” para limitar las demandas palestinas que se rebelan con atentados terroristas.



Entretanto, las Naciones Unidas se ven imposibilitadas de implementar diferentes políticas de asistencia humanitaria para proteger a los refugiados palestinos o a las víctimas del terrorismo en territorio israelí. El efecto inmediato son un conjunto de acciones y reacciones cargadas de condicionalidades, dando lugar a soluciones parciales mediante el uso de la violencia y las amenazas de daños altamente destructivos, tanto para intimidarse mutuamente como para afectar las capacidades de “imposición de hecho”, que es lo específico en las relaciones políticas entre Israel y Palestina.

Los principales actores

Desde luego, los principales actores son Israel y Palestina; sin embargo, varias otras naciones árabes se declararon en contra de los intereses y las políticas israelíes en la región, como ser: Egipto, Túnez, Marruecos, Mauritania, Libia, Líbano, Somalia, Siria, Irán, Irak, Omán, Yemen, y en menor medida, los Emiratos Árabes Unidos, el Reino de Jordania, Arabia Saudita, Kuwait y Bahrain.

Al mismo tiempo, en cada país árabe, especialmente en aquellos de fuerte raigambre musulmana, no existe una homogeneidad completa, sino enfoques diferentes sobre el conflicto y cómo escalarlo en medio de pugnas entre facciones étnico-religiosas que buscan involucrar a más países, sobre todo como consecuencia de la guerra global contra el terrorismo que tuvo lugar luego del ataque a las torres del World Trade Center el 11 de septiembre de 2001.

Varios grupos terroristas están involucrados en distintas campañas militares – desde Somalia, pasando por Irak hasta llegar a Afganistán – lo cual ha complicado demasiado la situación política y diplomática porque Israel se convierte en un país estratégicamente aliado de los Estados Unidos para enfrentar la expansión de redes de comunicación terrorista, venta de armas y amenazas de tráfico de materiales nucleares. Diferentes grupos político-religiosos reivindican la necesidad de una solución para el conflicto Israel-Palestina, reproduciendo lógicas fuertemente instrumentales, ambiguas y destructivas.

Israel y Palestina poseen una visión geopolítica de integridad territorial diametralmente opuesta, en razón de la cual toda tensión tiende a definirse como política del poder; es decir, en términos de imposición de decisiones, ya sea gracias a la superioridad militar, estrategias de contención para el combate de núcleos terroristas, o debido a la utilización de aliados internacionales que, en gran medida, apoyan también dicha política internacional de poder[3]. En el caso de Israel, Estados Unidos constituye su aliado más importante, mientras que Palestina ha estado siempre cerca de Irán y agrupaciones consideradas como “actores no estatales” o identificados como parte del terrorismo fundamentalista. La polarización constante representa el epítome de este juego de suma cero.

La dinámica política como factor de bloqueo en las negociaciones

Probablemente, el aspecto más espinoso que bloquea cualquier negociación es aquella angustiante tensión entre la dinámica interna del sistema político en la Autoridad Nacional Palestina y las estrategias para encarar las relaciones con Israel. Este sistema se desarrolla con la participación de organizaciones como los grupos armados denominados Hamás, Yihad Islámica Palestina, Frente Democrático para la Liberación de Palestina, Frente para la Liberación de Palestina, Frente Popular para la Liberación de Palestina y Septiembre Negro; además de mantener relaciones con organizaciones militares como Hezbolá, consideradas terroristas por los Estados Unidos y la Unión Europea, aunque dentro del mundo árabe se autodefinen como organizaciones nacionalistas, revolucionarias e islámicas, con un fuerte activismo en el Líbano e Irán.

Una vez fallecido el histórico líder palestino, Yasser Arafat, el 10 de noviembre de 2004, se organizaron elecciones para el 5 de enero de 2005, siendo elegido presidente Mahmud Abbas del Movimiento Nacional de Liberación de Palestina (Al-Fatah). Posteriormente, el 25 de enero de 2006, las elecciones parlamentarias dieron la victoria al grupo islámico Hamás que obtuvo 74 de los 132 puestos legislativos. El 20 de febrero del mismo año, Ismail Haniyeh fue elegido Primer Ministro del gobierno palestino promovido por el grupo Hamás. Israel reaccionó de manera inmediata afirmando que será imposible negociar nada con una “autoridad terrorista”.
El 12 de septiembre de 2006, Hamás y Al-Fatah llegaron a un acuerdo para lograr un gobierno de unidad, aunque la política interna evita reducir la movilización extremista, especialmente referida a los atentados suicidas perpetrados por jóvenes palestinos en territorio israelí.

Paralelamente, en las elecciones de junio de 2005, la coalición de los partidos Amal-Hezbolá se convirtió en el referente musulmán más importante del Líbano con 35 de los 128 escaños del parlamento libanés en el cual se reservan 64 asientos para cada comunidad (musulmana y cristiana). Las victorias electorales de Hamás y Hezbolá, generaron un claro proceso de radicalización islámica que atraviesa todo el Medio Oriente, cuyo sentido final es la instauración de regímenes teocráticos y antioccidentales donde impere la Sharia o ley inspirada en el Corán, declarándose abiertamente a favor de la destrucción total del Estado israelí. Hamás desconoció los acuerdos de Oslo de 1994 logrados por el extinto Yasser Arafat y hasta hoy día promueve ataques terroristas selectivos en los asentamientos impulsados por Israel en Cisjordania, o lo que los judíos llaman siguiendo el lenguaje bíblico, Judea y Samaria.

La dinámica democrática palestina de un sistema parlamentario, hizo que los grupos armados hagan un uso instrumental de los mecanismos electorales para legitimar acciones de fuerza, reforzando la idea de destruir cualquier ocupación israelí como la única solución para el conflicto étnico-territorial[4]. El apoyo electoral hizo que una parte de la población civil sea arrastrada e involucrada en las campañas paramilitares palestinas, opacando toda alternativa viable tendiente a un acuerdo negociado.

El Estado israelí, por contrapartida, ha demostrado similar comportamiento bélico difundiendo visiones extremistas que colindan con la limpieza étnica en contra de la población palestina, promovidas sobre todo por el ex Ministro de Defensa y Primer Ministro, Ariel Sharon, seguido también por el actual Primer Ministro, Benjamín Netanyahu, cuyas perspectivas rechazaron seguir negociando pacíficamente con las autoridades palestinas en diciembre de 2008. Asimismo, prevalecen las ideologías sionistas que son bastante resistentes a viabilizar opciones negociadas por medio de propuestas no militares.

Los principales partidos en Israel tienen una dinámica que tampoco fomenta los acercamientos más flexibles, matizados o con menos confrontación. En general, el multipartidismo estimula la conformación de coaliciones gubernamentales, donde el conflicto internacional con Palestina siempre plantea la continuidad en las políticas de asentamiento, o la negativa respecto a alguna posibilidad de ceder una parte de Jerusalén.

Toda nueva coalición se ve transportada hacia un continuum que recorre entre la seguridad territorial, el rechazo a las negociaciones con Hamás y el control de los espacios aéreos, marítimos y terrestres en la Franja de Gaza y Cisjordania. Cualquier gobierno siempre tendrá que incorporar estas temáticas en la agenda doméstica, junto a la necesidad de compartir el poder con las tendencias de derecha que son bastante preponderantes en Israel, como los partidos Kadima de Ariel Sharon, Likud de Benjamín Netanyahu, y Shas (Asociación Internacional de los Sefardíes) que obtuvo una importante votación en febrero de 2009. Las demás organizaciones como el Partido Laborista, Israel Beytenu, Unión Nacional, Partido Nacional Religioso, Yahadut Ah-Tora, los socialdemócratas Meretz, la izquierda de Jadash, y los partidos árabe-israelíes Lista Árabe Unida y Marad, tienen posiciones aparentemente menos radicales aunque nadie se arriesgará a cambiar trascendentalmente las prioridades de integridad territorial y superioridad militar, que es la tendencia desde 1967.

El desenvolvimiento interno de los sistemas políticos palestinos e israelíes cuenta con una estructura que se sostiene sobre cinco ejes problemáticos:

a) Redes sociales que reproducen información, nacional e internacionalmente, destinada a los enfrentamientos.
b) Utilización del poder como infraestructuras y recursos materiales a partir de maquinarias militares y la generación sistemática de amenazas[5].
c) Brazos armados como la primera opción táctica para imponer posiciones.
d) Un sector político que participa activamente dentro de las dinámicas democráticas en sus respectivos territorios para movilizar a la opinión pública, polarizándola.
e) La existencia de una dimensión dicotómica donde las ideologías religiosas y de agresión mutua predominan hasta el exceso, fomentando una lamentable actitud de limpieza étnica y segregación territorial[6].

El modelo de negociación que se ha impuesto como estrategia en el conflicto Israel-Palestina es aquel basado en las visiones de Carl von Clausewitz y su Tratado Sobre la Guerra. Predomina el desarme del enemigo que es el propósito de las acciones militares. Esta negociación ha sido y es sumamente riesgosa, ya que conduce a una escalada de posiciones cada vez más polarizadas y de máxima conflictividad. La guerra se convierte en la continuación de la dinámica política, sin el más leve interés para aislar o proteger a las poblaciones civiles inocentes. Las tácticas siempre intentarán doblegar al enemigo para forzar una negociación inclinada hacia la capitulación.

Conclusiones: la posible mediación integrativa de valores humanistas

El papel de las mediaciones internacionales resulta importante en estos procesos, sobre todo para la protección de los intereses humanitarios, en la medida en que la comunidad internacional espera reducir los altos costos en vidas humanas, especialmente para los refugiados palestinos en la Franja de Gaza y Cisjordania. Es casi imposible restablecer el diálogo en torno a la autodeterminación territorial y la soberanía del Estado palestino.

La mediación pro-refugiados podría llevar adelante una negociación integrativa de carácter humanizador con el objetivo de bajar la tensión entre ambas partes y redefinir el problema a través de un intercambio de intereses para ampliar los resultados positivos, sobre la base de los siguientes elementos:

a)  No se puede seguir negociando en términos amigo-enemigo, sobre todo para mejorar las condiciones de ciudadanía con derechos mínimos para los refugiados y desplazados de los enfrentamientos militares.
b)  El propósito de la mediación integrativa es tomar en cuenta los intereses humanistas para resolver un problema común: evitar el sufrimiento de los refugiados y de las víctimas de atentados terroristas.
c) Asumir que la integración de valores humanitarios para enfrentar el problema de los refugiados, no significa ganar al otro a cualquier precio, sino simplemente cumplir íntegramente los términos de la Convención de Viena y las provisiones humanitarias previstas por las Naciones Unidas.
d)  Pensar a largo plazo para integrar los valores humanistas de respeto a los derechos mínimos de los refugiados, tanto desde el punto de vista de los sistemas democráticos de Israel y Palestina, como del involucramiento de las futuras generaciones que deberán tratar de integrar aspectos de reconciliación, progresivamente.
e) Impulsar campañas internacionales para realizar propuestas humanistas, teniendo presente los principios democráticos para proteger los derechos a la supervivencia digna de los refugiados, y el derecho a la paz libre de atentados.
f)  Determinar claramente cuáles son los puntos totalmente incompatibles con la integración de aspectos humanistas en el tratamiento práctico de soluciones para mejorar las condiciones de vida de los refugiados en la Franja de Gaza y Cisjordania.
g) Ampliar la participación de organizaciones juveniles humanistas israelíes en el tratamiento de la reconciliación, procurando enriquecer el resultado de campañas democráticas, utilizando criterios objetivos para facilitar la implementación de planes urbanos y suministros a cargo de las Naciones Unidas, e identificando los principales bloqueos durante las negociaciones.
h) Valorar las alternativas que se disponen por fuera de la negociación, fijando prioridades y determinando el valor ético-humanitario en las diferentes formas para optimizar materialmente la situación de los refugiados, así como el mejoramiento de la protección de civiles en riesgo en territorio israelí.
i) Establecer las diferencias de valores ético-humanitarios entre Israel y Palestina que puedan existir para destrabar los obstáculos prácticos en la protección de los refugiados.

Se trata de una orientación en la cual la mediación integrativa de carácter humanitario manifieste deseos de ganancias mutuas y cooperación de alcance medio. Esta orientación hacia el respeto de las aspiraciones humanistas tiene también el propósito de dar importancia a la calidad de la relación entre las partes, conduciendo eventualmente a una modificación de los objetivos particulares y de las respectivas prioridades, para viabilizar el respeto a la vida de ciudadanos inocentes que buscan su integración más democrática en un sistema de derechos fundamentales.

Las razones para un enfoque integrativo de valores humanistas podrían, eventualmente, rescatar una negociación menos polarizada donde se apoyen relaciones de reciprocidad y credibilidad mutua, siempre y cuando haya mejoras efectivas para los refugiados y civiles inocentes. Al disminuir los riesgos de la población civil en Israel y Palestina, se recuperaría mayor estabilidad para restablecer las negociaciones políticas hacia el futuro.

El sociólogo y filósofo alemán Theodor W. Adorno se preguntó alguna vez si el mundo, sobre todo occidental, era capaz de seguir viviendo después de Auschwitz. Sus respuestas fueron una mezcla de incertidumbre, escepticismo y sutil lamento, tanto por medio de su producción teórica en la Escuela de Frankfurt, como a través de sus memorias personales. El Apocalipsis auto-impuesto por la naturaleza humana siempre acechará como un sueño agotador que disuelve los sentidos y las voluntades más firmes, puesto que las amenazas del totalitarismo nunca desaparecen por completo, ni en la política, ni en el pensamiento o en las formas de generar conocimiento.

El conflicto entre Israel y Palestina es un vivo ejemplo de la imposibilidad de vivir juntos después de Auschwitz, aunque lo curioso es que las víctimas judías del Holocausto quedarían impávidas al observar los fuertes paralelismos entre el odio étnico del nazismo y los desastrosos resultados a lo largo de múltiples conflictos árabe-israelíes contemporáneos. La política del poder en las arenas internacionales reactualiza constantemente los temores de Adorno. Si es que se puede vivir después de Auschwitz, es porque todos los esfuerzos se enmarcan solamente dentro de una vida ya deteriorada, o al menos así parece sugerir el Apocalipsis auto-impuesto por Israel y Palestina[7].




[1] Sobre la discusión en torno al concepto de racionalidad, consultar: Horkheimer, Max. Crítica de la razón instrumental, Buenos Aires: Sur, 1973. Horkheimer reflexionó sobre el retorno de la “barbarie en la modernidad” luego de la tragedia del nazismo y el Holocausto, afirmado con razón que “las esperanzas de la humanidad parecen hallarse hoy más alejadas de su cumplimiento que aun en las épocas de tanteos muy inseguros todavía, es decir, cuando eran expresadas por primera vez por los humanistas. Nítidamente parecen retroceder – sin desmedro de la ampliación de los horizontes de actuación y pensamiento debido al saber técnico – la autonomía del sujeto individual, su posibilidad de resistirse al creciente aparato para el manejo de las masas, el poder de su fantasía, su juicio independiente. El avance progresivo de los medios técnicos se ve acompañado por un proceso de deshumanización. El progreso amenaza con aniquilar el fin que debe cumplir la idea del hombre. El que este estado sea una fase necesaria de la ascensión general de la sociedad, como conjunto, o que conduzca a una victoriosa resurrección de esa nueva barbarie recientemente derrotada en los campos de batalla [el nazismo], depende, cuando menos en parte, de la capacidad teórica de interpretar las profundas mutaciones que tienen lugar en la conciencia pública y en la naturaleza humana”.

[2] Cf. Newman, David. “The resilience of territorial conflict in an era of globalization”, Department of Politics and Government, Ben Gurion University, http://iicas.ucsd.edu/papers/GTCconf/san_diego.pdf, available as to May 23th 2010. Ver asimismo: Arad, Uzi. “Territorial exchanges and the two-State solution for the Palestinian-Israeli conflict”, Working paper submitted to the Herzliya Conference, January 21-24, 2006, The Interdisciplinary Center Herzliya Lauder School of Government, Diplomacy and Strategy, Institute for Policy and Strategy.
[3] Peter J. Katzenstein, Robert O. Keohane, and Stephen D. Krasner (eds.). Exploration and Contestation in the Study of World Politics, Cambridge, MS: MIT Press, 1999.
[4] Cf. http://www.fdlpalestina.org/documentos/documento_de_entendimiento.htm, available, as to May 25th, 2010. Consultar también: Brown, Nathan J. “Living with Palestinian democracy”, Policy Brief, Carnegie Endowment for International Peace, June 2006, No. 46.
[5] Rothgeb Jr., John M. Defining power. Influence and force in the contemporary international system, New York: St. Martin’s Press, 1993.
[6] Ver: Winstone, Ruth. “Democracy and the Middle East: Egypt, the Palestinian territories and Saudi Arabia”, House of Commons, research paper 06/54, London, November 8th, 2006.
[7] Cf. Adorno, Theodor W. Can one live after Auschwitz? A philosophical reader (edited by Rolf Tiedemann), Stanford, California: California University Press, 2003. Adorno, Theodor W. Mínima moralia. Reflexiones desde la vida dañada, Barcelona: Akal, 2006.

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