EPITAFIO PARA EL MIR



  Jaime Paz, líder del MIR, nunca ganó ninguna elección y siempre se arrastró para llegar al poder. Su eslogan "país de ganadores" fue un invento absurdo y dislocado de la realidad. Desapareció sin pena ni gloria en 2009.

Un caso dramático de fracaso ideológico y político de la izquierda pequeño burguesa en Bolivia, se encarna en el Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR). Instaurado el 7 de septiembre de 1971, sucumbió como una organización narcisista, banal y mediocre. Todo tiene, sin embargo, una explicación. Este año 2020 se cumplirán precisamente 49 años de su fundación y es un ejemplo muy claro sobre cómo se desvanecen los partidos políticos cuando cometen tres errores: a) el culto a la personalidad de un solo caudillo; b) el actuar como máquinas electorales pragmáticas sin tener la capacidad programática para proponer soluciones históricas a las grandes problemáticas nacionales; y c) llegar al poder para convertirse únicamente en organizaciones que privilegian las camarillas autoritarias, sin comprometerse con la consolidación de una cultura verdaderamente democrática.

 La ambición por el dinero, prestigio y el placer desenfrenado por el poder, suele llevar a los hombres a ejecutar los menesteres más viles. A veces, por eso es que para “trepar” en la política se adopta la misma postura que para arrastrarse. Este temor de dejarse arrastrar por las obsesiones del poder por el poder es parte de la sabiduría hebrea y judía, sospechosa de todo lo que serpentea, como lo hizo la serpiente con Adán, para finalmente empujarlo a la desgracia, al pecado, al fango. Los políticos se arrastran, dejando entrever que no les importa la indignidad, sino únicamente los egoísmos.

 Dios toma su venganza y castiga la actitud rastrera. Desprecia a la víbora por tentar a Adán y la escarmienta por eso, maldiciéndole mientras la llama del tiempo siga ardiendo. Los partidos políticos tienen mucho de los hábitos de una serpiente: reptan hacia el pecado del poder a como dé lugar, el cual acaba convirtiéndose en su propia desgracia, en su defunción política. De tan ciegos por tanto poder, cualquier día caen en un tropiezo para acabar mordiéndose la lengua y tragarse su propio veneno: la avidez por el dinero, el placer desenfrenado por el poder. Este fue el dramático destino del MIR que tenía mucho de serpiente, de esa mirada que hipnotizó en algún momento, de esa voz que narcotizaba con promesas de revolución primero y, posteriormente, con ofertas de gobernabilidad. El MIR quiso convertirse en una cobra electoral. Su votación llegaba a cerca de 300 mil votos que habían confiado en la promesa de una nueva izquierda nacional y en una real “revolución del comportamiento”, el eslogan del líder Jaime Paz Zamora. Eslogan vacío y contradictorio en sí mismo porque el MIR se hundió en la deshonra.

 En 1989 el MIR tomó el gobierno y hoy día ha muerto por completo. El régimen de Paz Zamora, cuyo rostro chamuscado por las negras jornadas de la dictadura, no le sirvió de mucho para reconquistar a la sociedad boliviana y manejar eficazmente el aparato estatal, pues no brilló nunca por acciones magnificentes que convirtieran su repentino salto al poder en orgullo nacional. El MIR en su gestión gubernamental perdió el magnetismo de la cobra, quedándose solamente con los colmillos y el veneno. Además, pasado el tiempo, el MIR se quedó irremediablemente solo. El MIR fue un partido que, al igual que la serpiente, quedó maldecido por Dios.

 Los pecados del MIR van desde la relación que mantuvo el ex Ministro del Interior, Guillermo Capobianco, con el narcotráfico; luego el tráfico internacional de armas realizado a nombre de Bolivia y destinado a la guerra civil en la ex Yugoeslavia. A esto se suma la estafa de más de medio millón de dólares en el Fondo de Desarrollo Campesino que involucró al diputado e hombre de confianza de Jaime Paz, Hugo Lozano. La propia bancada parlamentaria del MIR lo aisló en la Cámara de Diputados donde se escondió bajo el manto de la inmunidad para evitar un juicio de responsabilidades.

Un punto álgido en las graves equivocaciones del MIR se encuentra cuando el subjefe del MIR, Oscar Eid, pagó como buen samaritano, los gastos médicos del narcotraficante, Issac “oso” Chavarría, hasta llegar a una curiosa celebración de cumpleaños, donde comparten un buen momento, Jaime Paz y otro narcotraficante que cayó preso, Carmelo “meco” Domínguez. El MIR se olvidó de la ética revolucionaria, pero la ética no se olvida de los partidos. Éstos reptan como las serpientes, pero no todas las sociedades sucumben como Adán ante la tentación. En ese momento, los que sucumben son los partidos como el MIR.

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