AL TORO POR LAS ASTAS: LOS RETOS DEL DOCENTE EXCELENTE FRENTE A LOS PROBLEMAS DE LA EDUCACIÓN SUPERIOR
Con
este trabajo, gané el 1er. CONCURSO DE ENSAYOS UNIVERSITARIOS. “El Rol del
profesor Universitario de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA) en el tercer milenio: soy Docente
Universitario Excelente”, La Paz, junio de 2016.
Bolivia requiere cuanto antes una
profunda revisión de los patrones dominantes en el sistema de su educación
superior. Es más, si todo catedrático universitario se auto-exigiera para
llevar adelante un programa de excelencia y mejoramiento continuo, necesita,
específicamente, generar las condiciones para el desarrollo de factores que
faciliten la construcción de un pensamiento propio y visiones científicas a
partir de sus experiencias con el desarrollo histórico que ha tenido la
universidad boliviana. Entre los puntos más problemáticos que afectan a la
educación superior en el siglo XXI, se encuentran tres elementos.
El primero se refiere al carácter
de la transmisión de conocimientos en las universidades, tanto en los programas
de licenciatura como en los centros de postgrado, el cual está fuertemente
influido por la repetición y los obstáculos institucionales que evitan efectuar
investigaciones de calidad, con el propósito de contribuir al desarrollo de la
sociedad boliviana en general y a los procesos económicos. Si bien las
estructuras curriculares declaran que la educación está afincada en la
transmisión de competencias, lo que prepondera es únicamente la repetición
mecánica de libros texto y teorías convencionales, algo que un docente
excelente debe superar cuanto antes desarrollando estrategias de innovación
que, sobre todo, están relacionadas con la imperiosa necesidad de leer
intensamente y tener un pensamiento cosmopolita y pluralista (Acosta Silva, 2015).
El segundo problema, consecuencia
del primero, tiene que ver con el cultivo de la tolerancia y la creatividad en
el trabajo de los estudiantes. Es fundamental dejar de lado la función donde
predominan los catedráticos como autoridades únicas dentro del proceso de
enseñanza-aprendizaje. Ambos fenómenos: tolerancia y creatividad, tienden a
desaparecer en la academia boliviana porque, tanto desde la cátedra como en la
gestión universitaria (del pre y postgrado) se trata de negar –a veces sutil y
otras abiertamente– la aceptación de puntos de vista divergentes o nuevos,
razón por la que se menosprecia cualquier descubrimiento o, simplemente, éste
es una variable inexistente para la práctica docente y la misma gerencia
institucional de las universidades, donde las burocracias privilegian todo tipo
de normas por encima de la agilidad institucional para una moderna gestión del
conocimiento. El docente caracterizado por la excelencia también debe combatir
las burocracias por medio de un trabajo político que impulse una renovación
institucional en la organización interna de las universidades (Moya, 2003).
El tercer problema está
relacionado con la posibilidad de transferencia tecnológica o la aplicación de
conocimientos que las ciencias puras y sociales pueden realizar a la sociedad
boliviana contemporánea. Dicha transferencia está fuertemente vinculada con la
superación de la pobreza y los dilemas del desarrollo económico, donde las
universidades, lamentablemente están perdiendo su papel central al ser
rebasadas por Organizaciones No Gubernamentales (ONG), centros privados de
investigación y diferentes fundaciones internacionales.
Primera asta: el problema de la
calidad y la transmisión de conocimientos
En las universidades, la
transmisión de conocimientos aún es víctima de la repetición acrítica e
improvisada que perturba toda formación profesional. Este obstáculo pedagógico
no es asumido como un problema a superar desde las políticas institucionales de
la universidad, sino que se trata de un dejar hacer y dejar pasar más bien
pragmático. Muchos docentes siguen expresando los mismos postulados teóricos y
repitiendo los mismos contenidos de hace décadas, cuando ellos mismos eran
estudiantes. El catedrático excelente, hoy día debe ser dúctil en sus ideas,
discutidor hábil y cosmopolita en cuanto a su comportamiento para relativizar
toda hipótesis, al mismo tiempo que sea capaz de cultivar la duda sobre
cualquier teoría para proponer diversas agendas de investigación.
Si se hiciera una periodización
en la historia de la educación superior, es posible afirmar que la universidad
boliviana estuvo signada por cuatro momentos. Primero, la década de los 50
donde había una búsqueda de identidad institucional y profesional para
diferentes carreras, con el objetivo de sintonizar bien dentro de las
tendencias del desarrollismo (Rodríguez Ostria, 2000). Esta búsqueda era
explicable, en la medida en que la educación superior echó mano de lo que
había; es decir, de una fuerte influencia de las teorías del desarrollo y de la
modernización occidental a imagen de los países industrializados, razón por la
cual, toda instrucción profesionalizante privilegió una actitud repetitiva
porque tal repetición era sinónima de buena formación. Se asumía que la
adquisición de rutinas y hábitos, eventualmente, iban a servir para resolver
problemas prácticos durante el ejercicio profesional y el logro del desarrollo
industrial, imitando los patrones europeos y norteamericanos.
El segundo periodo estuvo
altamente politizado e ideologizado. La década convulsiva de los años 60 y 70,
trajo sobre todo a las ciencias sociales bolivianas una confusión entre
militancia y formación profesional revolucionaria. Los vientos del marxismo y
las doctrinas políticas socialdemócratas, rápidamente fueron formando la
conciencia de miles de jóvenes de clase media quienes se convencieron de que la
adquisición y producción de conocimientos no tenía nada que ver con la calidad
y el empuje de la ciencia, sino con la capacidad de acompañamiento y el
compromiso que los científicos sociales debían tener con el movimiento popular
en general –y más específicamente– con el movimiento obrero, cuya lucha
fundamental era destronar a las dictaduras militares o instaurar un proceso
revolucionario.
Este candor revolucionario
convirtió a la gestión del proceso educativo de pregrado en otra repetición
carente de la crítica de las ideologías revolucionarias europeas y, sobre todo,
de aquellas interpretaciones que muchos intelectuales hacían, negando el
carácter objetivo de la ciencia para asumir posiciones de “clase”, decisiones
políticas supuestamente estratégicas e intereses particularistas, unidos muchas
veces a lo que dictaminaban algunos partidos de izquierda o los dirigentes
sindicales quienes, entonces, poseían bastante influencia en las aulas
universitarias.
El tercer momento se relaciona
con la década perdida en Bolivia de los años 80, donde tuvo lugar una
descomposición política de los movimientos obrero y popular a mediados de dicha
época. Para ese entonces, también las profesiones tecnológicas sentían la
necesidad de una fuerte renovación, específicamente debido al impulso de las
revoluciones de la información y las comunicaciones en otras regiones del
mundo.
En el país, la gestión de la
educación universitaria ingresó en una profunda crisis al perder sus horizontes
ideológicos hacia comienzos de los años 90, pues se habían desvanecido muchas
utopías políticas, surgiendo la necesidad de replantear los viejos dogmas
políticos, cuestionados en las aulas cuando éstos eran contrastados con la
realidad, sobre todo durante la crisis económica que no demandaba soluciones
revolucionarias, sino una mayor producción y mejor competitividad.
Estos hechos se convirtieron en
algo mucho más dramático por la crisis de la deuda externa a mediados de la
década de los años 80, y la necesidad de dar respuestas inmediatas a problemas
estructurales como la bancarrota económica, la multiculturalidad y el
nacimiento de una influencia inédita e incomprendida: la democracia
representativa, junto con las nuevas reglas de una economía globalizada. Por lo
tanto, la formación universitaria retomó la necesidad de educar profesionales
sin tener una vinculación directa con la militancia política pero no logró
identificar una nueva identidad específica para los profesionales y los
científicos bolivianos que, lejos de ser militantes, tenían que enfrentar los
requisitos y las duras exigencias del mercado laboral y la competitividad en
todo nivel.
El cuarto momento es el actual,
del siglo XXI, donde, paradójicamente, la educación superior en Bolivia ha
pasado de la repetición ideológica y de la carencia de identidad profesional
competitiva en las nuevas condiciones de mercado, hacia la persistente
repetición de las “teorías de moda”, de los gustos extravagantes del momento,
una vez más generados en Europa y Norteamérica. Actualmente, la educación
superior y su gestión institucional tratan de ser más científicas pero, al
mismo tiempo, se reproducen teoremas casi inutilizables para nuestro medio como
la discusión sobre la postmodernidad, las teorías liberales del mercado
perfecto, o las interpretaciones neo-marxistas, mezcladas con las problemáticas
indígenas como el colonialismo interno y el retorno del Estado como empresario
en una economía que continúa dependiendo únicamente de sus recursos naturales
estratégicos como el petróleo y la minería extractiva. Una renovación
tecnológica e innovadora desde las ciencias puras, continúa siendo muy difícil
en el país. El docente excelente debe utilizar sus conocimientos y habilidades
pedagógicas para salir de las aulas hacia la palestra pública boliviana,
proponiendo políticas públicas de diferente índole, con el fin de abrir los
ojos y la conciencia de la ciudadanía porque la universidad tiene que
reencauzar las estrategias de desarrollo que requiere el país.
La reproducción de teorías de
moda permite a muchos docentes dotarse de un barniz renovador pero todavía
huérfano de un real sentido crítico y un esfuerzo meditado para ejecutar
investigaciones con calidad que merezcan el aprecio del entorno mundial. El
corolario de este proceso muestra que muchos docentes a tiempo completo, no
investigan sino que “enseñan” a tiempo completo. La mayoría de los profesores
antiguos publican muy poco y son parte de las discusiones internacionales,
solamente en la medida en que recurren a las teorías extranjeras de los centros
dominantes del conocimiento (Lamo de Espinosa, 1998). En la actualidad, un
docente excelente tiene que producir novedades en función de ser reconocido en
el contexto global de un mundo académico cada vez más científico y con
estándares de calidad transnacionales.
Muchos catedráticos trabajan,
además, en otras instituciones fuera del ámbito universitario como consultores,
de tal manera que la profesión docente y la vocación por la enseñanza se
reducen a horas casi improvisadas, vacías de atributos y prisioneras de ideas
ajenas que son asumidas como vienen y se van como llegaron; es decir, sin haber
comprendido que el conocimiento es una permanente construcción, junto con la
crítica impenitente, alimentada de mucha investigación, reflexión propia,
errores fecundos y apertura sin temor hacia lo nuevo o desconocido.
Segunda asta: tolerancia y creatividad
Las relaciones entre
investigación y docencia universitaria están estrechamente conectadas con el
tipo de cultura política que envuelve al continente latinoamericano. Nuestra
cultura política en Bolivia continúa siendo autoritaria, a pesar de vivir más
de treinta años en condiciones de democracia representativa. Esto también es
contradictorio porque aún a pesar de vivir en democracia y gozar de cierta
libertad de expresión, nuestros patrones de vida están atrapados en la rutina y
el convencionalismo, en el conservadurismo y el ciego respeto a la autoridad de
turno, sin importar si ésta se encuentra capacitada para ejercer sus funciones
o si merece legitimidad.
Esta cultura del autoritarismo se
traduce en una lógica patriarcal de la enseñanza dentro del proceso docente de
pre y postgrado en las aulas universitarias. Tal como ha sucedido desde la
colonia española, el legado ibérico fomentó el desarrollo de actitudes
intransigentes respecto a lo no español, hecho que se conectó con el
autoritarismo católico que pregonaba una sola fe y un solo dios. Estas
concepciones ibero-católicas se convirtieron en nuevos códigos de conducta que
conservan inclinaciones verticalistas y destruyen la creatividad en la
generación de conocimientos, pues las universidades buscan el prestigio del
título universitario, sin la correspondiente calidad. Los títulos de
licenciatura, maestría y doctorado, son los sucedáneos postmodernos de la
nobleza y una odiosa jerarquía discriminatoria que dominó América Latina
durante la colonia.
Hoy día, el profesor no es
solamente jefe supremo de su transitoria cátedra, sino que ejerce con exceso su
autoridad para impartir conocimiento. Éste se convierte en una práctica para
refrendar los gustos e inclinaciones personales del docente durante las
discusiones en grupo. Nadie se detiene a analizar lo contrapuesto o endeble del
conocimiento impartido y, si existe esta posibilidad, el docente no actuará
como facilitador y mediador del proceso de enseñanza-aprendizaje, sino como un
defensor de posiciones principistas que refuerza, muchas veces, los prejuicios,
o fórmulas erróneas reproducidas por los organismos internacionales que
financian la reproducción de conocimientos que, en gran medida, ha sido nocivos
para el país, sobre todo en materia de políticas públicas. Por lo tanto, el
docente excelente tiene el deber de decir la verdad sin restricciones ni
temores, enseñando a sus alumnos un patrón de conducta donde la ciencia nunca
se avergüence de su picotazo crítico (Revel, 1993).
Por otra parte, los estudiantes
también reproducen actitudes intolerantes y son presa de la improvisación, pues
carecen de habilidades de lectura de comprensión, hábitos sólidos para el
estudio, y tampoco tienen un firme interés de largo plazo que esté motivado por
el desarrollo de la investigación. Normalmente, muchos estudiantes quieren
titularse de manera inmediata por medio del cumplimiento de algunos requisitos
mínimos. Si bien reclaman la necesidad de aprender competencias profesionales
eficaces, no poseen un sentido de autonomía para cultivar su propio pensamiento
mediante un esfuerzo individual. De esta forma es muy difícil la renovación
curricular y la enseñanza universitaria que esté sustentada en el aprendizaje
de competencias duraderas y de calidad.
El proceso de enseñanza-aprendizaje
por competencias es la facultad de movilizar un conjunto de recursos
cognoscitivos (conocimientos, capacidades e información), para enfrentar con
pertinencia y eficacia una serie imprevisible de situaciones. Las competencias
no son en sí mismas, conocimientos, habilidades, o actitudes, aunque movilizan,
integran y orquestan tales recursos. El ejercicio de la competencia pasa por
operaciones mentales complejas, sostenidas por esquemas de pensamiento, los
cuales permiten determinar más o menos de un modo consciente una acción
relativamente adaptada a una situación.
En consecuencia, los estudiantes y
profesores ejecutan una movilización de diferentes recursos para conseguir un
objetivo. A lo largo de la vida, uno aplica competencias triviales u otras
vinculadas a los ámbitos culturales o profesionales.
El docente excelente tiene que
estar consciente de que la adquisición de competencias requiere intensos
debates y análisis desde diferentes perspectivas. En las aulas universitarias
de Bolivia las discusiones existen pero están vacías de aportes científicos y
teóricos originales y sin temor a decir lo que debe decirse a la sociedad o al
mundo político. Muchos debates son un ir y venir de actitudes defensivas y, en
el fondo, de posiciones dogmáticas sumamente sutiles.
En este ambiente institucional y
pedagógico, los estudiantes actúan de una manera práctica, evitando cualquier
confrontación académica con los profesores, limitándose a hacer lo mínimo
porque esto satisface las condiciones circundantes y da menos trabajo al
catedrático que tiene otras ocupaciones no académicas fuera de la universidad.
Lo importante es conseguir el título nobiliario-profesional y el cartel que se
puede adquirir para diferenciarse de los demás.
El resultado es la ausencia de
condiciones permanentes de incentivo para cualificar la cátedra universitaria y
dotar de mayores estímulos para el aprendizaje de los alumnos. Por lo tanto, la
crítica científica, creatividad e imaginación, no pueden ser capturadas como
mecanismos movilizadores de la optimización y el mejoramiento del proceso de
enseñanza en el pre o postgrado.
La situación no es tan dramática
después de todo porque los estudiantes o profesionales jóvenes se dan modos
para ejercer su imaginación y creatividad por medio de acciones
extracurriculares como la publicación de revistas estudiantiles o la
organización de grupos de discusión, donde lo primero que se hace es una
saludable purificación fuera del aula, al margen de presiones y dogmatismos,
sean éstos provenientes de la moda o del mercado de trabajo discriminatorio
(Mitjáns, 1995). El docente excelente debe estimular para que los estudiantes
trabajen por fuera del currículo, creando asociaciones científicas y
agrupaciones políticas con bases académicas sólidas.
Conclusión: reforma profunda y
transferencia tecnológica en las ciencias
La excelencia docente deberá
tomar en cuenta un análisis que observe cómo las ciencias latinoamericanas y
bolivianas están en la posibilidad o imposibilidad de lograr una transferencia
tecnológica de conocimientos en la sociedad actual. La probabilidad de ligar
investigación científica con la aplicación o uso tecnológico del conocimiento
es una oportunidad para identificar varias políticas públicas orientadas hacia
el alivio de la pobreza y la ejecución de estrategias de desarrollo.
Actualmente, Bolivia y América
Latina están inundadas de Organizaciones No gubernamentales (ONG) y fundaciones
privadas que actúan en el ámbito de las políticas públicas. Esta red de
instituciones civiles pero académicas creó un “mercado” de la investigación,
social y tecnológica, donde se confunden la ciencia (producción de
conocimientos) con la consultoría coyuntural para resolver problemas
específicos, o se da un énfasis a la investigación institucional situada en
algunas ONG y las organizaciones de cooperación internacional, divorciándose de
la docencia universitaria.
La ausencia de calidad en la
profesión docente y la falta de incentivos para mejorar cualquier investigación
científica en Bolivia, dio como resultado un aislamiento de la universidad
(tanto pública como privada) respecto de los grandes problemas del desarrollo y
la reconstrucción del Estado en todo el país y, en general, en toda América
Latina.
Muchos centros e institutos
privados de investigación, virtualmente están monopolizando la producción de
conocimientos y su transferencia tecnológica bajo la forma de políticas
públicas. Sin embargo, estos esfuerzos están totalmente desligados de la
discusión abierta en foros públicos y de la misma enseñanza universitaria para
la formación de recursos humanos, lo cual repercute en la formación de élites
institucionalizadas en ONG, fundaciones u organismos internacionales, que no
tienen la más mínima responsabilidad ante la sociedad para rendir cuentas sobre
sus actividades o someter su labor a la crítica académica.
En este contexto, la relación
investigación-docencia-desarrollo dentro del proceso docente de pre y postgrado
en Bolivia, deberá ser reformada profundamente para llegar a la excelencia. No
sólo la estructura institucional de las diferentes facultades de ciencias
sociales y exactas debe ser transformada para recuperar mayor efectividad, sino
que una reforma universitaria tendrá que renovar también su ethos universitario
donde la tolerancia, creatividad, crítica científica, excelencia en la
enseñanza y relativismo cognoscitivo, contribuyan a un comportamiento
socio-político de comprensión y respeto del otro y de los otros, orientando
todo esfuerzo hacia el rescate de una educación liberadora (Sternberg, 1997).
Solamente así seremos capaces de hacer sentir plenas libertades –políticas y
del conocimiento–, en medio de una vida democrática digna de ser vivida para
fomentar el descubrimiento, la corrección de errores y el destierro de todo
conservadurismo paralizante.
El docente caracterizado por la
excelencia tiene que pensar que es imprescindible promover una perspectiva
educativa y psicológica donde no se vea a la creatividad como una habilidad
específica, sino como una síntesis dinámica entre “aptitud” y “actitud”, lo
cual introduce aspectos como las operaciones de índole cognitiva, afectiva y
transformativa para reformar profundamente la universidad boliviana.
Bibliografía
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Los desafíos de la universidad pública en América Latina y el Caribe. Buenos
Aires: Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO).
Lamo de Espinosa, E. (1998). La
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Andrés Bello-IUOG.
Mitjáns, A. (1995). Creatividad,
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Moya, J. (2003). "Una
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Revel, J.-F. (1993). El
conocimiento inútil. Madrid: Espasa Calpe, Colección Austral.
Rodríguez Ostria, G. (coord).
(2000). De la revolución a la evaluación universitaria. La Paz: Programa de
Investigación Estratégica en Bolivia (PIEB).
Sternberg, R. y Lubart T. (1997).
La creatividad en una cultura conformista. Barcelona: Paidós.
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