El Antiguo Testamento afirma de una manera muy
dramática que “más amarga que la muerte es la mujer”. Sin duda esto mismo
podríamos afirmar de las relaciones sentimentales en el siglo XXI porque no
solamente se debe involucrar a la mujer, sino que es el amor mismo aquel
tormento capaz de resultar amargo, esquivo y, finalmente, líquido. La sociedad
posmoderna marca una influencia directa en el tipo de aventuras amorosas. Hoy
día, hombres y mujeres enfrentan cambios importantes en sus roles sociales, de
tal manera que las relaciones sexo-amorosas se caracterizan por la fragilidad,
la ausencia o el temor a comprometerse y, al mismo tiempo, los seres humanos
posmodernos están afectados por las dudas respecto a cómo manejar sus
libertades y gozar de seguridad emocional. La sociedad de consumo utilitaria
convierte a las relaciones amorosas en un conjunto de afectos transitorios y
líquidos, es decir, sentimientos pasajeros, desechables y, en gran medida,
reemplazables.
El sociólogo británico Zygmunt Bauman considera
que el amor líquido es la expresión clara de la sociedad de consumo actual.
Afirma que la modernidad impacta fuertemente en las relaciones de pareja o
aquellas vinculadas con lo que consideramos es el prójimo. Si bien los seres
humanos buscan relacionarse sentimentalmente por miedo a la soledad, esto no
quiere decir que traten a su mundo afectivo como algo duradero y vinculado con
el compromiso o la responsabilidad necesaria para asumir el mundo afectivo como
una totalidad de certezas psicológicas. Por el contrario, el relativismo y la
incertidumbre se imponen para privilegiar la individualidad que, muchas veces,
rechaza la confianza en otras personas.
El matrimonio como institución social reconocida
está en una crisis debido al aumento de separaciones y divorcios. Esto muestra
que las personas prefieren anteponer sus intereses personales, expectativas
profesionales y búsquedas de satisfacción utilitaria, casi exactamente igual a
los patrones consumistas de una serie de mercancías. En el fondo, hoy día
parece que podrían desecharse muchas parejas.
El amor líquido también permite observar que los
roles de la mujer cambiaron de manera substancial. Por ejemplo, actualmente las
mujeres tienen en sus manos la capacidad de tomar múltiples decisiones que
afectan a su vida diaria: el tamaño de su familia, su comportamiento reproductivo
autónomo, la participación en el mercado laboral, el mejoramiento de sus
conocimientos y estudios, la vida sentimental ligada al matrimonio u otras
formas de convivencia y, sin duda, las mujeres están claramente modificando sus
patrones de comportamiento en el ámbito de la plena independencia económica.
Estos cambios de rol, no solamente se manifiestan en las sociedades altamente
industrializadas, sino que también existen datos para observar los mismos
cambios en casi todo el mundo. Las mujeres aman como un líquido, los hombres
actúan como un líquido en sus búsquedas afectivas y el conjunto de las
relaciones sentimentales se convierte en una fluidez que, poco a poco,
desprecia toda estabilidad.
Para el caso específico de América Latina,
podemos afirmar que las mujeres aún están en un proceso para romper una serie
de barreras impuestas por la cultura machista. Prevalecen las amenazas de la
discriminación en diferentes ámbitos como el trabajo y la misma familia, debido
a que sus ingresos normalmente son más bajos. Al mismo tiempo, las relaciones
sentimentales continúan siendo influenciadas por la violencia, lo cual genera
una serie de obstáculos para una autonomía satisfactoria y el ejercicio activo
de sus derechos. La mujer aún es una presa utilizable y aprovechable para los
placeres del varón.
Las características del amor líquido pueden
aplicarse a la realidad contemporánea porque las mujeres al iniciar una
relación sexo-sentimental buscan apoyo y confianza pero, simultáneamente, están
más predispuestas y conscientes de la necesidad de mejorar su posicionamiento
en varios cargos públicos y privados de importancia. Por lo tanto, las mujeres
evitan involucrarse en varios compromisos que perjudiquen, en el mediano y
largo plazo, la consolidación de sus planes profesionales, personales y
materialistas.
En una cultura machista, para las mujeres es más
atractiva la búsqueda de "distintas alternativas" sobre una pareja,
antes de tomar decisiones más duraderas, si es que se puede. Asimismo, el
machismo ha deformado las concepciones sobre lo que significa el amor porque lo
convirtió en una búsqueda únicamente hedonista. Tanto para los hombres como
para las mujeres, el machismo los conduce al deseo de imponer voluntades, deseo
de poseer al otro, exactamente como si se tratara de poseer una mercancía
cualquiera. El machismo y la cultura de consumo se refuerzan mutuamente.
Las sociedades contemporáneas de Europa han
desarrollado muchas condiciones que favorecen diferentes opciones libres para
las personas. Específicamente, las naciones democráticas permiten reproducir
múltiples derechos y libertades; sin embargo, la sociedad industrial de consumo
hacer creer que dichas libertades se caracterizan únicamente por las decisiones
para comprar o acceder a bienes materiales. Muchas personas que quieren
relacionarse unas con otras llegan a considerar que la libertad de elección
para escoger una mercancía, tiene el mismo estatus que cuando se elige un
conjunto de personas con quienes relacionarse.
En síntesis, hoy da la impresión de que es más
importante la libertad de consumir y reemplazar una serie de productos en
función de las satisfacciones materiales, antes que las satisfacciones morales
y sentimentales de corte tradicional. Finalmente, esto perturba la calidad de
las relaciones interpersonales porque muestra de qué manera las personas
utilizan sus libertades con objetivos más instrumentales, descartando otro tipo
de metas más éticas. La posibilidad de ejercer compromisos éticos es una de las
deficiencias de la modernidad líquida donde todo es efímero, artificial y
movible rápidamente porque las personas constantemente tienen miedo de
arriesgar sus afectos por medio de relaciones afectivas y beneficiosas
para tomar decisiones más éticas. Por ética entendemos la posibilidad de vivir
una vida humanizada, lejos del consumismo y cerca de valores de sacrificio y
sentimientos ligados al universo espiritual para convertirnos en seres humanos
íntegros.
Cuando analizamos la búsqueda de seguridad en las
relaciones interpersonales y afectivas, las personas tienden a sustituir la
seguridad emocional y subjetiva por otro tipo de seguridades más materialistas
que respondan a un razonamiento de costo y beneficio. Esto refuerza el miedo a
comprometerse con otros seres humanos porque se presentaría la difícil decisión
de lograr seguridad emocional, frente a otra decisión de renunciar a una parte
de la libertad individual. Muchos hombres y mujeres prefieren sacrificar su
seguridad emocional y ética para proteger sus libertades de autonomía e
independencia que los beneficie en un mercado abierto con satisfacción
utilitaria e instantánea.
En conclusión, amar en forma líquida muestra
grandes y preocupantes tendencias de las relaciones de pareja e
interpersonales, donde preponderan las lógicas egoístas-utilitarias de una
sociedad capitalista. Triunfa lo de siempre: el consumo a como dé lugar, la
confusión de tratar a las personas como a cosas y a las cosas como a personas.
La fragilidad de las relaciones humanas se expresa por medio de una crisis
socioemocional donde casi nadie quiere arriesgarse afectivamente. En
consecuencia, es necesaria una discusión sobre hacia dónde nos está conduciendo
la modernidad líquida, especialmente para comprender a las nuevas generaciones
y los procesos sociológicos de una red de relaciones humanas, profundamente
contagiada por las satisfacciones y los placeres de carácter momentáneo. La
familia, el matrimonio y la afectividad están en peligro de extinción.
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